Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
social del bibliotecario. Documentación de archivos orales sobre el patrimonio cultural
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historias de vida. Reflexiones en torno a la bibliotecología indígena y comunitaria.

martes, 4 de julio de 2017

El misterio y la espiritualidad mapuche de La Olla y La Azotea


La fotografía muestra a lo lejos la figura de Susana Carranza, abuela de conocimiento de la cultura mapuche, hablante de Mapuzungun, conoce el territorio de La Olla como la palma de su mano, y no baja a esta especie de cráter en medio del campo porque siente que en este día no puede contrarrestar la carga energética del lugar, después nos explicaría que tiene un control de la energía en donde sabe si su cuerpo le permite descender a este “agujero en la tierra” que suele ser considerado un centro energético, entonces decide quedarse y contemplar como bajamos.

Junto a Carlos Martínez Sarasola nos acompañaron Julio Galván –Responsable de la Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de General Pinto– y su esposa, Carina Carriqueo, la cantante mapuche que junto a su kultrún entonó dos canciones en la ceremonia del Winoy Xipantu, nos dice Carina que algunas veces ha venido de noche y que en medio del silencio se escuchan las pisadas de los topos, examinamos el suelo y efectivamente esta poblado de pequeños túneles cavados por estos animalitos, el silencio es absoluto y desde donde estamos no es posible ver el terreno plano, solo cielo y tierra honda, un camino que sabe de huellas cuyos anónimos caminantes han descendido en una única dirección (me hizo acordar un poema de Robert Frost, donde al final dice “Debo estar diciendo esto con un suspiro / De aquí a la eternidad: / Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo / Yo tomé el menos transitado,  / Y eso hizo toda la diferencia”…)

La imagen de las pisadas también remite a una canción de Atahualpa Yupanqui “de tanto dir y venir” cuyos versos dicen: De tanto dir y venir / Abrí mi huella en el campo / Para el que después anduvo / Ya fue camino liviano / En infinitos andares / Fui la gramilla pisando / Raspé mí poncho en los talas / Me hirieron pinchos de cardo / Las huellas no se hacen solas / Ni con sólo el ir pisando / Hay que rondar madrugadas / Maduras en sueño y llanto…

Luego siguieron las historias y los relatos fantásticos, dicen que cuando se inundó la zona hace unos meses, en La Olla paradójicamente el pasto estaba seco, cuando lo lógico era que la inundación naturalmente transformara el pozo en una laguna, también comentaron que en ciertas ocasiones los caballos bajan con desconfianza y suben con apuro, por un momento imagino lo que debe ser este lugar a medianoche, como no sostener la espiritualidad en semejante escenario, un hoyo en medio de la nada, y al que se llega con cierto conocimiento de los caminos, atravesando senderos estrechos donde aún quedan en pie varios ranchos y algunas taperas abandonadas, con sus paredes de barro cocido y sus ventanas desvencijadas. Estas circunstancias nos recuerdan relatos de otras épocas, de chacareros a caballo, cuando este pedazo de tierra era conocido como “Loma colorada” por el tono rojizo de sus pastizales, para algunos investigadores este extraño lugar se suma a otros espacios míticos y sagrados de la geografía Argentina, ligados a los ancestros de los pueblos indígenas y asociados a extraños acontecimientos, cuyos espacios suelen ser frecuentados  por numerosos turistas atraídos en su mayoría por prácticas esotéricas y por los secretos que los antiguos parecen guardar.

Tanto Carina como Julio nos contaron muchos relatos de personas que vivenciaron extrañas situaciones dentro de La Olla, verla a la abuela Susana en lo alto nos hacía pensar cuánto desconocemos de la cosmovisión originaria, el porqué de la espiritualidad, el sentido del kimun (conocimiento) mapuche.

En algún momento quise fotografiar La Olla desde arriba y ahí Carina me dijo que es imposible que una cámara pueda captar el sentido de este espacio, no hay modo de que la imagen represente el contexto de este hoyo de aproximadamente diez metros de profundidad, hay que bajar, mirar y escuchar, y si el silencio lo permite (porque de pronto abruma), meditar sobre esta experiencia.



El cementerio mapuche de La Azotea

Los tejidos de esta crónica se fueron hilando entremedio de la jornada sobre la ceremonia del rewe en el paraje Ruka Kimun, luego de presenciar el levantamiento de la wenufoye, en la plaza principal de Los Toldos, y antes de ir a la Olla, tuvimos la oportunidad de recorrer a pie el cementerio mapuche de La Laguna Azotea, en aquel territorio, la abuela Susana comentó que fue testigo de cuando se encontraron restos óseos, lo que llevó a la comunidad a iniciar toda una serie de solicitudes y trámites para declarar la zona como patrimonio cultural y llevar adelante los preparativos para organizar y construir el cementerio, donde buena parte de su terreno se encuentra inundado, luego fuimos caminando en dirección paralela a la laguna, hacia el monolito dedicado a la memoria del cacique Ignacio Coliqueo, fue entonces que Susana nos guio la vista hacia el crepúsculo, donde había unos restos de una tapera entremedio de unos árboles “allí vivió Coliqueo” nos dijo, en ese instante fue inevitable situarse mentalmente en aquel contexto histórico, si no fuera por los alambrados pareciera que estábamos en algún lugar del siglo XIX.

Si se tiene conocimiento del contexto, salir de la Azotea sin mirar atrás es casi imposible, de algún modo la vista siempre vuelve hacia el horizonte, a medida que nos alejamos da la sensación que el campo nos arrincona. No hay movimiento en los caminos, apenas algunas casas, una escuela vacía y el campo vasto, en cualquier punto cardinal donde miramos, el cielo todo lo ocupa, y el amarillo del campo es una línea que no divide, no faltan los caballos ni las tranqueras, y el alambrado interminable, separando las calles de tierra de los cardones amontonados.  

Luego volvimos a Ruka Kimun a compartir la finalización del rewe, en ese momento los lonkos estaban sacando las vasijas y las astas de caña, era el tiempo de la palabra que se cultiva, de las banderas plegadas, de hacer callar a los kultrunes, pero esa ya es otra historia.



A modo de epílogo, comparto algunas canciones de Carina Carriqueo para acompañar esta crónica, es un modo genuino de otorgar sentido a un relato, buscando entender el misterio de un canto que viene desde el fondo de los tiempos.

Canción de amor entre el sol y la luna

Lamento: homenaje a Aimé Paine

Versión para El Orejiverde

Fuentes consultadas:

El misterio de la Olla


Vaya como imagen final la lejana tapera de Coliqueo...

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