Resumen
Se plantean una serie de reflexiones en torno al concepto Rueda
Medicina, presente en comunidades indígenas de Estados Unidos y sur de Canadá,
se asocia la noción de círculo según el entendimiento de algunas culturas
originarias. Se establece una serie de posibles interrelaciones con prácticas
orales registradas en casas comunales de conocimiento, pertenecientes a la
Amazonía colombiana y peruana, finalmente se propone considerar la arquitectura
en relación a la circularidad como modo de representar simbólicamente el
espacio de una biblioteca indígena.
La Rueda Medicina como círculo de entendimiento en bibliotecas indígenas
“Habéis visto que todo lo que hace el indio lo hace en un círculo,
y todas las cosas tienden a ser redondas. En los días de antaño, cuando éramos
un pueblo fuerte y feliz, todo nuestro poder nos venía del círculo sagrado de
la nación, y en tanto el círculo no se rompió, la nación floreció. El árbol
florido era el centro vivo del círculo, y el círculo de las cuatro direcciones
lo nutría [...] Todo lo que hace el poder del Mundo se hace en un círculo. El
cielo es circular y he oído decir que la tierra es redonda como una bola, y
también las estrellas son redondas. El viento en su fuerza máxima, se
arremolina. Los pájaros hacen sus nidos en forma de círculo, pues tienen la
misma religión que nosotros. El sol sale y se pone en un círculo. La Luna hace
lo mismo, y ambos son redondos. Incluso las estaciones, con sus cambios, forman
un gran círculo y siempre regresan a donde estaban. La vida del hombre es un círculo
de infancia a infancia, y así en todas las cosas en que se mueve el poder.
Nuestros tipis eran circulares como los nidos de los pájaros, y estaba siempre
dispuestos en círculo, el círculo de la nación, un nido hecho de muchos nidos
en el que el Gran Espíritu quería que cobijásemos a nuestros hijos”.
Black Elk (Alce
Negro), Jefe Sioux, célebre sabio indígena.
En algunos casos, los
textos intervenidos generan nuevas construcciones cuyas variables tejen
conceptos en espiral, completando y adscribiendo teorías que buscan conjeturar
ideas surcadas por planos
interdisciplinarios, de algún modo se trata de ciertas libertades generadas en
contextos bibliotecológicos, que llevan a relacionar diferentes discernimientos
en torno a una problemática, estos ejercicios o experimentos han sido
frecuentes en el mundo de la literatura, en ocasiones su tratamiento suele ser
propicio tomando como anclaje las notas periodísticas, donde es posible agregar
nuevos entendimientos que nos lleven a plantear eventuales respuestas a
recurrentes manifestaciones socioculturales.
En este caso, la
intervención se debe a un texto publicado en El Orejiverde, Diario de los
Pueblos Indígenas, por la docente María
Ester Nostro [Nostro, 2019], sobre las “ruedas medicina”, un entendimiento que
representa en sí mismo un concepto, como tantas otras veces ha ocurrido en
comunidades que históricamente prescindieron de los alfabetos y las escrituras,
se trata de grandes círculos de piedras, cruzados por ejes dirigidos a los
puntos cardinales que se encuentran principalmente en Estados Unidos y sur de
Canadá y son utilizados con fines rituales, de sanación chamánica y también
pedagógicos, en su simbolismo del universo y su relación con el ser humano.
Montículos que se extienden sobre una planicie, bordeando riscos y escarpadas
colinas, cuya imagen se vincula, desde la sacralidad, con espacios energéticos
destinados a la celebración y a la meditación espiritual.
Un sentido cosmológico
cuya construcción remite, desde el punto de vista de una vivienda, a la
espacialidad de las malocas construidas por los paisanos huitotos y muinanes [Urbina,
1994], (pueblos indígenas de la Amazonía
colombiana y peruana, cuyos territorios se encuentran sobre las márgenes del
río Caquetá y sus afluentes), un lugar frecuentado para compartir conocimientos
que es aceptado como duplicados del universo por sus chamanes, abordando la
idea de totalidad, y en cuyo interior se engendra la palabra a través de los
mambeaderos, lugares de reunión de los ancianos que van hilando a través de la
oralidad verdaderos canastos de conocimiento, y cuya pertenencia no excluye las
diferencias que pudiesen existir entre caciques, curacas (jefe político y
administrativo de comunidades familiares), gobernadores, sabedores, brujos,
médicos, mujeres, niños, jóvenes y adultos. Tal como lo reseña el investigador
colombiano Fernando Urbina, los mambeaderos representan simbólicamente el útero
de la madre maloca, un territorio donde es frecuente desovillar el frondoso
tejido de la interculturalidad, el total entendimiento de las cosas...
La mayoría de las
culturas ha utilizado el círculo en sus representaciones sagradas, una forma
geométrica que ha sido aceptada como una concepción de la totalidad, conforme a
los ciclos de la naturaleza tal como ha sido representado en la construcción de
templos funerarios (especialmente la cultura micénica) o de antiguos
anfiteatros griegos, la realización de cálculos calendáricos entre los mayas, o
instrumentos de meditación como los mandalas de los hindúes [Nostro, 2019], el
trabajo de los artesanos precolombinos con cuencos, mosaicos y cerámicas en
donde las formas circulares eran moldeadas con la arcilla, la reconocida
"piedra del sol" en el que cada círculo representa un ciclo del
tiempo y un estrato del cosmos, el simbolismo del kultrun mapuche, donde se
trazan los rasgos de la cultura a través de la música, apenas unos ejemplos que
dan cuenta de la complejidad del entendimiento antiguo. Asimismo cabe señalar
el modo en que las numerosas culturas indígenas de Colombia han llevado
adelante los Círculos de la palabra, a través de los palabreros pütchipü'ü
pertenecientes al pueblo Wayuu, cuyas experiencias han estado consustanciadas
con la oralidad, el conocimiento, la memoria histórica y la identidad [Epinayu
Pushaina, 2013].
Tal como lo señala
Carlos Martínez Sarasola [Martínez Sarasola, 2004], “...desde el tiempo (los calendarios circulares como el azteca que nos
proponen una idea del tiempo diferente, fundamentalmente no lineal, no una
sucesión progresiva de acontecimientos) hasta ciertos rituales como la cabaña
de sudar (sweat lodge o inipi) e incluso la misma danza del sol de los indios
norteamericanos, por mencionar sólo algunos, están llenos de manifestaciones
circulares que son el símbolo de la totalidad”. "Lo mismo ocurre con
rituales mapuches como el Nguillatún (rogativa) en el cual toda la ceremonia se
realiza durante tres días en una estructura de círculos concéntricos".
En este punto el
antropólogo argentino asocia a la noción de totalidad una serie de múltiples
manifestaciones, entre ellas la concepción de los opuestos (en sentido
complementario), visibles en los principios de caos y cosmos, buscando un
permanente equilibrio, a modo de ejemplo es posible verificarlo en la actividad
de los pueblos agricultores, en donde el trabajo con la tierra no es una mera
actividad económica sino un ritual, a través del cual se transforma el caos -lo
no cultivado- en la tierra domesticada por el hombre –el cosmos, lo cultivado-.
Asimismo a la idea de totalidad se asocia la concepción de la dualidad,
expresada en la cosmovisión indígena a través de una extensa nómina de dioses
andróginos, hombre y mujer al mismo tiempo, esta noción a su vez se vincula con
la condición de la multiformidad de los dioses, en donde no representan un solo
atributo sino varios, incluyendo cualidades contradictorias (ser benéficos y
maléficos a la vez), acaso un ejemplo emblemático lo constituye el Dios de la
lluvia entre los mayas, Chaac, considerado el Dios de la fertilidad y la
agricultura, pero representado en cuatro dioses, uno para cada punto cardinal y
para un color en particular.
De este modo Martínez
Sarasola resalta la forma geométrica del círculo y la noción de circularidad
como la representación más acabada de la concepción de totalidad [Martínez
Sarasola, 2010], se trata de una serie de elementos que nos llevan a concebir
el entendimiento del círculo en el espacio de una biblioteca, sentido que cobra
otro significado cuando dicho ámbito se encuentra dentro de una comunidad
indígena.
El círculo en las casas de conocimiento: posibles
interrelaciones
Los pueblos
originarios de América del norte han trazado en su interior el mapa del
universo con sus Cuatro Direcciones y la ubicación del hombre en él, y no
cuesta ver en este caso una analogía con las casas comunales de los indígenas
del Amazonas, ya que su construcción no puede ser arbitraria, si en dicho
proceso al momento de colocar el primer soporte no se respeta la ubicación de
las estrellas, la casa de la cultura puede llegar a “deteriorar el paisaje” y
no ser representativa de la sabiduría de los ancianos [Urbina, 1994].
En este punto
encontramos elementos para vincular la arquitectura de los pueblos originarios
en la tarea de construcción de una biblioteca indígena, la noción de círculo se
encuentra consustanciada con los elementos simbólicos de las pinturas, guardas,
tejidos e imágenes de la naturaleza, que los paisanos han venido realizando
desde el fondo de los tiempos, no solo las decisiones que se toman en comunidad
habitan una esfera, invariablemente las creaciones artísticas son trazadas bajo
dicha comprensión.
Tal como se reseña en
la cita introductoria, en el universo Sioux Lakota, se aprecia el entendimiento
del anciano Alce Negro (Hehaka Sapa en lengua materna), quien describía la
importancia del círculo diciendo: “Todo
lo que hace el indio lo hace en círculo /…porque el poder del mundo actúa en
círculo…/ Todo lo que hace el poder del mundo se hace en un círculo”, un
círculo que, en el caso de la Rueda Medicina, terminó asociándose a la rueda en
su movimiento y retorno sin fin, tan próximo, a la idea del devenir circular
del tiempo entre los originarios americanos.
Según lo explica
Nostro, más que una construcción, la rueda medicina es un símbolo sagrado que
representa el orden cósmico, el eterno patrón de vida y muerte, el sendero del
sol y la luna, el diseño del tipi (vivienda circular) y la forma del
tambor…donde la línea vertical indica el sendero del hombre y la horizontal el
sendero del sol. La sagrada intersección de ambas representa el centro de la
tierra, así como, entre los Sioux, la infaltable presencia de la pluma de
águila evoca y activa al poder de WakanTanka –el Gran Espíritu- sobre todo lo
creado y la armoniosa interacción entre los seres vivos y la Madre Tierra.
También es necesario recordar que la imagen de la rueda remite a un movimiento,
tal como lo representa la bandera de la cultura gitana, la rueda del pueblo
Rrom, que expresa los deseos de libertad de circulación más allá de las
fronteras establecidas, un deseo que es la vez una señal de identidad en
recuerdo de las innumerables persecuciones padecidas por este pueblo a lo largo
de su historia [Vegas, 2011]. Simbologías que diferencian a unas culturas de
otras, pero cuyos entendimientos tienden un puente hacia nuevas ideas.
Desde el espacio de
una unidad de información comunitaria es preciso entender lo que implica la
noción de círculo, la idea de una totalidad circular, analizar el sentido de
los tejidos hilvanados a través del conocimiento, encontrar elementos para
aplicar en eventuales bibliotecas indígenas, acaso un espacio donde la palabra
debe ser perpetuada mientras su hilatura lo permita, un escenario donde las
voces confrontan verdades, conceptos que asocian cultura con identidad,
consensos que representan una historia y un devenir, un círculo que se completa
documentando información que se inicia con un recuerdo, al que se une el
registro de una destreza, la continuación de un legado familiar, la
finalización que es en realidad una pausa, interrupción o abandono, la memoria
que en su giro se completa.
Desde el punto de
vista chamánico, el término “medicina” alude al poder y fuerza de la
naturaleza, lo sagrado del universo que guía al hombre en el campo de energías
que lo rodean. Son las energías de las Cuatro Direcciones básicas: norte, sur,
este y oeste, que marcan las estaciones del año y las etapas de la vida
(nacimiento, infancia, adultez y ancianidad) en relación con el centro, punto
del cual todo emerge y al cual todo regresa.
Los acercamientos a
este tipo de sabiduría se encuentran connotados en muchas culturas ancestrales,
en el cual las construcciones respetan los ciclos de la naturaleza, tal como
ocurre con los pueblos guaraníes y chanás, en ellos las reconocidas casas de
espiritualidad (templos en donde se
realizan rituales marcados por una profunda religiosidad, acaso uno de los más
emblemáticos corresponden al Opy, frecuente en comunidades Mbya Guaraní),
forman un componente que podemos situar en un plano mayor, donde es posible dimensionar
la importancia de la arquitectura indígena como eje desde el cual reconstruir
procesos de identidad y espiritualidad. Esta situación es visible en aquellas
comunidades sin territorio que han decidido llevar adelante procesos de
reetnización y recuperación de antiguas ceremonias [Martínez Sarasola, 2010],
buscando volver a equilibrar la tierra, bajo una idea de coexistencia social,
armonía ecológica y apertura de conciencia hacia el otro.
Al intervenir este
texto, he querido ver en las distintas etapas referenciadas, el traspaso de
conocimiento entre quienes cultivan un saber ancestral, así como en nuestras
universidades otros jóvenes toman el testimonio para continuar el camino de los
docentes, de la misma manera se construye identidad entre las paredes de una
biblioteca indígena, desde lo que saben los abuelos hasta la comprensión lúdica
de los nietos. No son habituales los ejemplos de este tipo de construcciones,
sin embargo basta conversar con los referentes de algunas comunidades, para
encontrar en ellos similitudes en cuanto a la arquitectura que se pretende
representativa de un modo de comprensión que aún persiste, a pesar de los
permanentes obstáculos con los que los referentes de pueblos originarios se
enfrentan en las actuales sociedades occidentales, un modo de comprensión que
desde el espacio orgánico de una biblioteca puede recuperarse.
En este análisis que
se plantea no estamos hablando de los materiales empleados en una construcción
que representan el contexto geográfico en el cual está inserta una comunidad
(acaso un ejemplo emblemático -no exento de crítica- lo constituya la
Biblioteca “La Casa del Pueblo”, de la cultura Nasa, situada en Guanacas,
municipio de Inzá, departamento del Cauca, suroccidente de Colombia, construida
con cañas y techo de paja), como tampoco de los colores característicos de las
diferentes culturas (por citar algunos casos, la simbología de la bandera
Mapuche, la utilización de la Whipala, o ciertas arcillas de tonos amarronados
utilizadas en artesanías o vasijas por los Qom), sino de una representación
esquemática de los valores culturales dentro de un espacio físico, cuyo plano
mayor lo cubre el entendimiento de la arquitectura.
La concepción de dispositivos endógenos: eventuales
construcciones
Se impone en este caso
discutir el concepto de lugar, asociado a los espacios donde el conocimiento es
generado desde el aporte de libros vivientes, sin necesidad de plantear un
ordenamiento físico, propio de la cultura escrita. Esta particularidad
interpela el concepto de otredad en relación con la identidad indígena,
habilitando dispositivos endógenos que representan el contexto y la
cotidianidad de los usuarios, de alguna manera se trata de comprender, en este
tránsito que las distintas arquitecturas bibliotecarias han recorrido desde la
antigüedad, “la ductilidad y
maleabilidad de espacialidades que eran
fijas o predeterminadas y que ahora migran hacia localidades que necesariamente
no son no-lugares, sino quizás, lugares signados por la ambivalencia de un espacio
implementado desde la fugacidad” [Parada, 2015] es aquí donde el espacio,
anárquico e infinito, brinda la posibilidad de consustanciar la propia
identidad con un sentido de pertenencia ligado a la memoria, desde el cual
organizar y dar sentido a lo que se construye y a lo que se cultiva.
Personalmente he
presenciado, en comunidades Qom de Derqui (en el Partido de Pilar, Provincia de
Buenos Aires) y Rosario, al sureste de Santa Fe (una experiencia que me ha
honrado formar parte), la recreación del círculo dentro de la biblioteca, un
círculo de personas, conectado a la concepción de lugar, frecuente en la
organización de asambleas, reuniones o conversatorios, en donde todos podían
mirarse desde un plano igualitario, sin jerarquías sociales de ningún tipo, contando
con un tiempo libre de exposición, para al final tratar de lograr consensos.
Las decisiones más trascendentes fueron tomadas en un círculo, como
históricamente ha sucedido con los antiguos parlamentos.
Siguiendo los
lineamientos de la cosmovisión Cherokee (sudeste de Estados Unidos), en las
ruedas medicina cada dirección tiene su color, su animal guía, sus
características climáticas y espirituales, como también espacio para los cuatro
elementos: tierra, agua, aire y fuego en una imagen integradora, de equilibrio,
armonía sanadora y crecimiento personal, pues su comprensión lleva implícita la
adquisición de la mayor sabiduría.
En este escenario
podríamos trazar las variables de dos ejes a confluir: la noción circular de
meditación espiritual del eje Rueda Medicina, y la noción de cultivo de
conocimiento del eje Biblioteca Indígena, y así como algunos movimientos de
pueblos originarios necesitaron un estandarte para visibilizar simbólicamente
sus reclamos, así también las bibliotecas indígenas necesitan una arquitectura
que represente los valores de su cosmovisión, rasgos y entendimientos que el
paso del tiempo fue ocultando bajo otro ropaje.
Si bien los principios
generales son comunes para todos, cada pueblo otorga a las direcciones
características su propia cosmovisión, sus tradiciones, sus condiciones
geográficas y circunstancias históricas, es decir que coexisten a través de un
entendimiento común, cuidando de no instalar imposiciones en cuanto a lo que
cada pueblo comprende, sobre estos postulados se avanza hacia el
fortalecimiento de las propias creencias, y en ocasiones se generan nuevos
planos de entendimiento, en especial en culturas plurilingües, cuyas
representaciones artísticas toman elementos de las culturas geográficamente más
cercanas.
Si acaso fuera
posible, podríamos trazar un paralelo con el arte collage cubista [Ludmer,
2015], en donde el concepto de textura adquirió otra dimensión, allí se puede
apreciar, en algunas pinturas, cómo un recorte de diario o un pedazo de tela
terminaba formando parte de un cuadro abstracto, de algún modo ese accionar
representaba sacar un elemento de contexto para ponerlo en un nuevo contexto,
pero el plano artístico seguía teniendo referencias del cubismo, eran
expresiones que en algún punto exhibían, mediante dichas junturas, otros
entendimientos sin perder representatividad. De algún modo, trenzar un tejido
es ofrecer un servicio bibliotecario, la intervención genera un vínculo que
termina perpetuado en un registro, los matices de cada concepto, de cada
conversación, de cada conocimiento endógeno, encuentran correlaciones con las
notas subyacentes de los documentos.
En estas
circunstancias el catálogo demarca un plano inabarcable, en donde muchas veces
estará significado por una serie de datos analizados desde una periferia,
probablemente aquellos bibliotecarios que tuvieron la inquietud e interés de
ingresar a una comunidad indígena, comprendan este razonamiento y este sentido
de pertenencia, esa responsabilidad profesional de presenciar el exacto momento
en que un conocimiento se transforma en documento. No solamente debemos pedir
permiso para generar un acervo, sino sobre todo debemos entender -y no se trata
en este punto de ofrecer nuestro entendimiento de lo que un paisano sabe- sino
lisa y claramente compartir lo que cada persona conoce, poblar de verdades el
catálogo, constituirlo de representaciones genuinas, que los propios libros
humanos puedan decir “allí está guardada
nuestra memoria, nuestro conocimiento, nuestra historia, nuestra identidad”...
Según lo reseña la
autora del artículo periodístico, el pueblo cherokee describe de la siguiente
manera las Direcciones: “además del
norte, sur, este y oeste, debemos recordar de dónde venimos, la Madre Tierra,
MakaIna o UnciMaka, la quinta dirección. Es nuestra conexión con la vida,
representada por el color verde. Luego está el Padre Cielo, azul, la sexta
dirección, representando el mundo presente y el mundo hacia el cual nos
dirigimos. Por último está la séptima dirección, TU, como ser material y espiritual
y centro de todo lo demás buscando la armonía y conexión entre nuestros cuatro
aspectos, físico, emocional, mental y espiritual pero fundamentalmente entre lo
que fue, lo que es y lo que será”.
Como se notará, se
trata de diferentes formas de entendimiento que requieren de parte de nuestra
sociedad una mirada atenta, no “comprensiva” sino más bien legítima en cuanto a
la necesidad de aprender nuevos enfoques filosóficos, porque ciertamente
estamos atravesando una crisis de la cual no está exenta la naturaleza en su
conjunto, plantas y animales, una biodiversidad que corre riesgo de desaparecer
al ritmo de los actuales procesos, y que requiere del conocimiento de los
pueblos indígenas para encauzar lo que por diversos motivos como sociedad
fuimos devastando, allí necesitamos adscribir al concepto de rueda medicina,
intervenirlo, agregarle nuevas variables, completar renovadas esferas, enhebrar
inevitables hipótesis.
Hacia estos
pensamientos no lineales me llevaron las actuales inquietudes y preocupaciones
de quienes aún preservan sus costumbres y tradiciones, buscando recrear nuevos
planos en armonía con el contexto, sin embargo desde nuestro ámbito,
especialmente con profesionales de la información que se acercan desde una
periferia sociocultural a problemáticas que los exceden, sobrevuela la duda de
la imposición de ideas en relación a la representación documental de los
espacios habitados por la palabra, en donde se supone que es posible plantear
una metodología con base en la formación académica, sin previamente habilitar
un mínimo esfuerzo en escuchar e indagar lo que “el otro” sabe, comprende o
necesita, en tal sentido es preciso seguir desentrañando la diversidad de
conjeturas que dicha complejidad plantea, si pretendemos como bibliotecarios abrir
una puerta cuyas posibilidades sean realmente apreciadas por los paisanos de
una comunidad indígena.
Es posible empezar por
la forma más sencilla: escuchar lo que el otro sabe, conversar sin anular lo
que el otro cree, decidir colectivamente lo que forma parte de nuestro círculo.
Fuentes consultadas:
EPINAYU PUSHAINA,
Ignacio Manuel. (2013). La palabra y el palabrero Wayuu: entre la tradición y
la ignorancia. [Mensaje en un blog]. Ignacio Manuel Epinayu Pushaina.
Recuperado de:
LUDMER, Josefina.
(2015) Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria. Buenos Aires: Paidos.
MARTÍNEZ SARASOLA,
Carlos. (2004). El círculo de la conciencia: una introducción a la cosmovisión
indígena americana. En: El lenguaje de los Dioses: arte, chamanismo y
cosmovisión indígena en Sudamérica / Ana Maria Llamazares y Carlos Martínez
Sarasola. Buenos Aires: Biblos.
MARTÍNEZ SARASOLA,
Carlos. (2010). De manera sagrada y en celebración. Buenos Aires: Biblos/Desde
América.
VEGAS, Carolina. (2011).
Los gitanos. [Mensaje en un blog]. Maestros comprometidos con la etnoeducación.
Recuperado de:
Nota:
Las imágenes
corresponden al sitio Web Ancient Origin:
Texto publicado en
Revista Fuentes: