Hace unos días, cruzando ideas entre bibliotecarios, me dejó pensando un comentario de Mirta Pérez Díaz sobre la necesidad de replantear el paradigma de nuestra profesión, y cómo la transversalidad era una forma de prolongar el alcance del servicio, es algo que tiene que ver con el sentido del rol social profesional de la Bibliotecología. Pensé que para articular ese concepto de carácter interdisciplinario era necesario discutir, dentro del mismo plano, el entendimiento de otro concepto ya estudiado en diferentes artículos: el del bibliotecario incrustado o embebido.
Cuando observamos ciertas ideas en el mundo del arte, como las profesadas por Marta Minujín, se puede advertir que la obra requiere apropiarse de una experiencia estética que supone participación del público, a punto tal que lo observado genera construcciones artísticas, literarias o filosóficas, incluso musicales o cinematográficas, que habilitan la creación de artefactos propios, interrelacionados desde la noción fractal y arbórea de las ideas, situación que convierte en creadores a los que simplemente participan de un evento colectivo.
Cuando nos preguntamos por el futuro de la disciplina, surgen los fantasmas vinculados con el avance de la tecnología, se habla de lo prescindibilidad de la profesión, que somos demasiados técnicos, que no entendemos las urgencias de las consultas, en definitiva, que no asociamos esa idea de que "todo tiene que ver con todo", y a su vez, nos invita a interrogarnos porqué, ante discusiones de carácter social y política, los bibliotecarios/as no somos considerados/as para opinar sobre hechos concretos en los que sí suelen tener visibilidad y presencia profesionales de otras disciplinas, como los antropólogos, etnógrafos, psicólogos, sociólogos, filósofos o docentes, de quienes se espera un aporte según su práxis académica, la posibilidad real de aportar soluciones -o inferir posibilidades- a los problemas que aquejan a una sociedad, sea cual sea su conflicto.
El bibliotecario incrustado fue un modo de comprender nuestra
visibilidad en contextos de investigación, de transitar algunos planos donde
poder articular nuestro oficio, pero pareciera que no alcanza, y es allí donde
creo que debemos pensar a conciencia el concepto de transversalidad de nuestra
disciplina, ver hacia dónde podemos llevar la técnica en virtud de otorgar
respuestas desde el rol social bibliotecario, y no perder en el camino nuestro
sentido humanista, escenario de disputa intelectual. Necesitamos atravesar
todos los planos posibles, que la Biblioteca no se vuelva irresoluta, que el
alcance de nuestro quehacer conecte al conjunto, caso contrario seguiremos
apartados en esa invisibilidad que ciertamente no nos representa.
Así como la destacada artista expresa que "todo es arte", bien podríamos decir que "todo es información", y en tiempos de Inteligencia Artificial, no podemos dejar de transformar nuestras prácticas para lograr entre la ciudadanía alertar sobre lo visibles que podemos ser ante la urgencia de un requerimiento de carácter informativo, cultural, político, vale recordarnos que sin usuarios las bibliotecas no tienen sentido, y allí también es necesario incluir en esta discusión, el alcance genuino de las bibliotecas humanas y la idea -siempre innovadora e inquietante- del concepto "tercer lugar", ya frecuentado en teorías y ensayos bibliotecológicos.
Un texto de Jesús Tramullas abre algunas líneas reflexivas para evaluar: “Hannibal ad portas, o los futuros perfiles profesionales de la información”, en donde me dejó pensando sobre cierta preocupación expresada por el autor con relación a los perfiles profesionales, que vendría a ser según sus palabras "la pretendida invisibilidad de la profesión", es una idea que se percibe en esa reinvención de la rueda que otras disciplinas hacen con nuestro campo de trabajo, y que preanuncia un escenario ya citado por Tito Livio en alusión a las famosas batallas ganadas por Aníbal: “Sabes vencer, Aníbal, pero no sabes qué hacer con la victoria”.
Hay un hecho que atraviesa la conjetura, lo expresó Liangzhi Yu al decir que “una profesión desaparece cuando su misión se convierte en irrelevante para la sociedad o todas las actividades requeridas para su misión pueden ser automatizadas”, esa preocupación (y es esta una palabra que atraviesa buena parte del texto), también está relacionada con los perfiles profesionales, en donde se percibe que si referentes de otras disciplinas reinventan la rueda en nuestro campo profesional, habilita indirecta y progresivamente la pretendida invisibilidad de la profesión. Así también lo observa Tefko Saracevic cuando menciona sobre la interfaz o comunicación que debe darse entre las personas y los registros del conocimiento humano. El punto es que el entorno cambiante exige adaptaciones rápidas de los bibliotecarios/as, lo que lleva, casi sin advertir el contexto, a una inevitable vigilancia del entorno y al replanteo del alcance profesional bajo un proceso continuo.
Las profesiones suelen definirse a través de las competencias y habilidades de los profesionales, y en este escenario resulta muy positivo que entre dichos atributos se encuentre la capacidad para resolver problemas, trabajar en equipo y proponder al aprendizaje permanente. El problema que esta posibilidad genera es que la identidad profesional de los bibliotecarios/as evoluciona en forma constante, donde pareciera que no alcanza con adquirir nuevas habilidades vinculadas con la innovación, los entornos digitales y la inteligencia artificial, aquí es necesario reflexionar sobre los cambios culturales y nuestro papel como gestores de la información, si realmente entendemos al destinatario de nuestros servicios y de nuestra vocación.
Hay una reflexión muy acertada de Mirta, que aporta claridad en medio de los conceptos transitados por el profesor de la Universidad de Zaragoza, cito sus palabras: El arte, como una particular manera de expresar emociones y percepciones sobre una realidad, independientemente de los valores estéticos, es transversal a todos los grupos humanos, épocas y espacios. Y también lo es la información, sin considerar las intencionalidades que subyacen. Pero creo que el punto crítico está en el receptor. Se modelizan conductas sociales con baja o nula capacidad crítica, se estimula la alienación colectiva con gran dependencia tecnológica, y se anula la interacción social. Sobre lo que no hay duda, es aquello que tan bien señalaba Tramullas años atrás, “la vigilancia del entorno y los replanteamientos profesionales deben ser un proceso continuo. La Sociedad de la Información no puede arriesgarse a perder”.
En un entorno tan volátil, dinámico, de cambio rápido y continuo desarrollo profesional, deberíamos preguntarnos o cuestionarnos si ya no es un poco tarde para revertir este contexto. Por lo tanto, resulta ineludible discutir porqué, como bibliotecarios/as, no realizamos aportes concretos para evitar esa nula capacidad crítica y dependencia tecnológica observada por Mirta en aquella mesa de café, pensar si de alguna manera estamos haciendo algo para evitar esa anulación de la interacción social, si realmente nos interesa o tenemos conciencia de lo que significa la necesidad de trabajar algunas ideas para comprender el paradigma de la transversalidad, he allí un punto crítico, y Anibal está a las puertas, una vez más.
PD: la mesa de café, que incluyó a Mirta Pérez Díaz y Javier Areco, pareciera ser una práctica en riesgo de extinción entre bibliotecarios, me hizo pensar sobre lo bueno que resulta, de tanto en tanto, intercambiar reflexiones sin una pantalla de por medio, podría ser también un tema para analizar, en medio de tantas cosas que se están perdiendo.
Textos consultados:
Tramullas, Jesús (2016). “Hannibal ad portas, o los futuros perfiles profesionales de la información”. El profesional de la información, v. 25, n. 2, pp. 157-162. Consultar en: https://zaguan.unizar.es/record/70750/files/texto_completo.pdf?version=1
Marta Minujín y su plan de operaciones. Alejandra Varela. Página 12.
Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/805559-marta-minujin-y-su-plan-de-operaciones
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