El 11 de mayo de 2005 conocí a Carlos Martínez Sarasola en la
Feria del Libro de Buenos Aires, el pretexto fue la presentación de una
colección sobre Pueblos Originarios, por ese entonces recién me había
recibido de bibliotecario, tenía publicado un estado de la cuestión sobre
servicios bibliotecarios a las comunidades indígenas, razón por la cual decidí
presentarme ante quien consideraba una palabra autorizada en el mundo de las culturas
originarias, un hombre-puente, un conocedor de los patrimonios ancestrales.
Cuando me acerqué al stand Carlos estaba firmando ejemplares, le conté que
estaba investigando sobre bibliotecas indígenas, el tema le había sorprendido,
desconocía la bibliografía en torno a esos trabajos, y quedamos en vernos en la
hoy extinta Fundación desde América, el mismo espacio físico donde
posteriormente funcionó el Orejiverde, Diario de los Pueblos Indígenas, para
conversar sobre los eventuales alcances de aquella investigación
bibliotecológica.
Siempre manifesté que el único círculo profesional que integré
en mi vida fue el del Orejiverde, y el motivo de ese sentido de pertenencia era
Carlos, su sola presencia habilitaba distintos puentes de entendimientos
interdisciplinarios, creía mucho en ese plano de relaciones en donde todo tenía
algún tipo de vínculo, bajo esa comprensión los saberes se entrelazaban y se
enriquecían, avanzando hacia la completitud de los conceptos, desbrozando
ideas, interpelando teorías, respetando la diversidad de los aportes.
Nunca olvidaré, en este esfuerzo por traer a la memoria lo
vivenciado en tantos años, cuando en junio de 2017 compartimos un viaje hasta
el pueblo mapuche de Los Toldos, en ocasión de la celebración, por primera vez
en la historia, del izamiento de la wenufoye mapuche en una plaza pública,
fuimos en mi auto, yo manejaba y Carlos cebaba mate, cinco horas de viaje y
unas seis de regreso, recuerdo que había quedado azorado, mientras manejaba, al
escucharle su experiencia con los Beatles, resultó ser que Carlos tocaba la
guitarra en un dúo folk, junto a su amigo Eugenio Carutti, lo cierto es que
ambos enviaron una cinta a la mismísima Apple Records, el sello donde los 4 de
Liverpool grabaron sus discos más emblemáticos, y la respuesta que recibieron
de Londres los había dejado perplejos, el ingeniero de sonido los invitaba a
participar de una grabación, que fue escuchada entre otros por Lennon,
McCartney y George Harrison, quienes compartieron un té con Carlos mientras
escuchaban la cinta, Carlos recuerda que no estuvo Ringo Starr ese día, pero sí
estaba Yoko Ono, el ingeniero de grabación les pidió un tiempo para ver la
posibilidad de una producción, en ese lapso Carlos y Eugenio aprovecharon para
recorrer París bajo el reciente mayo francés, y luego Italia, donde Carlos
descubrió un libro sobre el Machu Pichu que le terminaría cambiando la vida, ya
que lo llevaría al poco tiempo de regreso al país para estudiar Antropología en
la UBA.
Carlos lo recuerda de este modo: La música me llevó a tener una banda de rocanrol y a creer en el sueño
de cambiar el mundo. El hippismo, la beatlemanía y el “hagan el amor y no la
guerra” inundaban el planeta y un día, junto a mi gran amigo y socio de
aventuras, Eugenio Carutti, nos embarcamos con dos guitarras y bolsos a
llevarle nuestras canciones a los Beatles. Era el invierno de 1969. Disfruté
mucho vivir ese tiempo en Londres, pletórico de libertades individuales, de
hippies con enormes melenas (en Ramos Mejía la policía de Onganía nos perseguía
con tijeras para cortarnos el pelo), de pies descalzos, minifaldas mínimas,
conciertos de rock, de un gran multiculturalismo puesto en acción. Luego fue
París, donde observé lo que quedaba del Mayo Francés, en grafittis que
convocaban a lo imposible. Y finalmente Roma. Una noche en que revolvía los
estantes de la gran biblioteca –una más- elegí un libro que “devoré” en un par
de días y que marcó mi vida. Era “Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas”
de Hiram Bingham.
En los Toldos percibí la dimensión de su persona, allí en medio
de la nada, luego del acto había paisanos que se juntaron para pedirle una
dedicatoria, una foto, una conversación, no hacía falta eso para darme cuenta
lo que Carlos representaba para la Antropología Argentina, pero daba una idea
del impacto que su trayectoria generaba entre los concurrentes, un recorrido
imposible de igualar. Recuerdo la caída de la tarde, cuando culminó la rogativa
del Nguillatún y nos quedaba aún atravesar la ruta, mientras el crepúsculo
parecía tejer un manto en tonos pasteles, con mínimos nubarrones dorados,
Carlos relataba historias en donde los temas antropológicos, artísticos,
culturales, e incluso bibliotecarios, se enlazaban generando nuevas ideas,
nuevos cruces de camino, nuevos entendimientos, daba la sensación que algo
nuevo siempre estaba por comenzar.
Cada reunión del Orejiverde era un círculo en el que Carlos
parecía estar naturalmente en el centro, y no fue casual que esa simbólica
esfera tuviera por escenario su querida biblioteca, esa que ahora ocupa los
estantes de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, Carlos llegó a decir que si
por un accidente esos libros se hubiesen quemado en un incendio su vida ya no
tendría sentido, aquel espacio contó con ediciones únicas de temáticas
antropológicas, etnográficas, históricas, literarias y artísticas, tanto
musicales como pictóricas, muchos de esos libros los adquirió en sus
innumerables viajes, otros los recibió en donación por parte de reconocidos
referentes de las culturas originarias, documentos de gran valor que de aquí en
más los lectores de la Biblioteca Nacional tendrán la oportunidad de consultar.
Hay un detalle que pocos conocen de Carlos, y era algo que lo
emparentaba con los bibliotecarios, su biblioteca personal estaba catalogada en
un archivo Word con criterios propios de clasificación, los libros estaban
ordenados por temas, muchos de ellos ligados a sus intereses académicos, pero
además el inventario añadía la cantidad total de registros según lo que Carlos
denominaba “bloques temáticos”, detallando cuántos volúmenes, fascículos,
suplementos, revistas, separatas, folletos, textos inéditos, cuadernillos
informativos y videos tenía en relación a cada tema, recuerdo dos curiosidades:
una gran colección sobre ovnis y programas con conciertos de Rock, además de
tener registrado guías de actividades, catálogos editoriales, fichas y
programación de cada Feria del Libro.
Los archivos incluían detalladas bibliografías según los temas
más investigados por Carlos: Indigenismo/indianismo, Cuestión indígena en
América, Pueblos indígenas de Argentina, Sudamérica y Norteamérica,
Animales/Biodiversidad, Ufología, Chamanismo (muchos trabajos compartidos en
colaboración con Ana María Llamazares), Derechos, Tierras y territorios, las
referencias bibliográficas adoptaron normas APA (datos de apellido y nombre del
autor, año de publicación, título, país de publicación y editorial).
En el catálogo, como prueba de la exhaustividad con que Carlos
clasificaba su colección, aparecen listadas todas las temáticas que formaron
parte de sus inquietudes personales, desde sus propios textos no publicados
hasta materiales sobre pueblos indígenas de Argentina, colecciones varias de
comics, cosmovisión indígena, teoría antropológica, arte originario, historia
argentina y latinoamericana, documentos de la Fundación desde América,
filosofía, historia de las religiones, diccionarios, enciclopedias, folklore,
religiosidad popular, medicina, poesía, ciencia ficción, fotografía, conquista
y colonización de América, etnografía, etnología, cosmología, guerra de
fronteras y “Conquista del Desierto”, arqueología, prehistoria, culturas
africanas, afrodescendientes, museos y Guías turísticas, música universal,
etnomusicología, gauchos, expedicionarios, viajeros y sobrevivientes, educación,
interculturalidad, “San Lorenzo querido” (lo que deja al desnudo una faceta no
tan conocida de Carlos, como hincha fanático del club de Boedo), San Martín,
Ejército de los Andes, etnoliteratura, genocidio, cine indígena, en definitiva
todo lo que estuviera ligado con el mundo de los paisanos que tanto comprendió
y que tanto quiso.
Muchos de esos libros llevan marcas de lecturas y notas que
hacen más valiosa la colección, resulta imposible dimensionar el valor de esas
escrituras, consecuencia de su paso por la docencia y la investigación.
La biblioteca personal Carlos Martínez Sarasola inició la
catalogación en julio de 2014 y finalizó en junio de 2015, más de cuatro años
después, por intermedio de su hijo Lucas, el destino quiso que toda esa obra,
de la cual el gran antropólogo fue un ferviente lector, esté a disposición de
nuevos investigadores.
Desde su partida, en mayo de 2018, medité mucho sobre los ciclos
que se interrumpen, e invariablemente sobre la necesidad de continuar con los
andares, en algún punto, estos libros que Carlos deja, representan simbólicas
ofrendas, similares a las apachetas andinas cubiertas de piedras al costado de los caminos, es un
testimonio de su paso por la vocación, y a la vez, la posibilidad que otros
estudiantes sigan construyendo eventuales teorías en nuevos contextos,
seguramente a Carlos le hubiera gustado que así sea.
Dedico estas palabras a quienes acompañaron a este gran amigo en
sus numerosas aventuras, Ana María Llamazares, Lorena Ottolina, Fernanda
Sakihara, Maria Andrea Franzoni, Daniel Pincén, Eduardo Javier Pincén, Héctor
Martín Pincén, Carlos Santos Sáez, Amalia Noemi Vargas y tantos colaboradores y
paisanos imposibles de nombrar.
Un especial agradecimiento a Lucas Martínez Sarasola por confiar
en las buenas intenciones de proponer a la BNMM como recinto del legado
profesional y académico de su querido y admirado padre.
A la memoria de Carlos y de Luis Eduardo Pincen.