Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
social del bibliotecario. Documentación de archivos orales sobre el patrimonio cultural
intangible conservado en la memoria de los libros vivientes. Entrevistas, semblanzas,
historias de vida. Reflexiones en torno a la bibliotecología indígena y comunitaria.
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sábado, 5 de agosto de 2017

Las bibliotecas africanas: crónicas de una resistencia contra el olvido


En esta sorprendente crónica, Fernando Báez comparte las vicisitudes de los bibliotecarios africanos en defensa de sus bibliotecas y sus libros, registrando parte de los innumerables saqueos, incendios intencionales,  destrucciones y actos terroristas, que durante años padecieron estas verdaderas casas de la memoria en los antiguos países de África. El informe es también una oportunidad para corroborar el inmenso daño que provoca la destrucción de manuscritos en la historia de la humanidad.

La lucha de los bibliotecarios africanos por defender sus bibliotecas

“!Pasajeros a Malí!”, grita una indiferente joven uniformada que lleva en sus manos una gruesa carpeta azul con el logotipo de una empresa de atención al público. Nos mira, pero tal vez no nos vea. “!Pasajeros a Malí”, repite otra vez con un megáfono al minúsculo y heterogéneo grupo que la seguimos por los pasillos como si se tratara de una líder religiosa con la indecisión propia que sienten al final los devotos fatigados. Dadas las reticencias que conforman la filosofía del pasajero que sufre la metamorfosis del maltrato y las mentiras habituales de los operadores turísticos, el grupo sabe que está en presencia de un milagro y aprovechamos el momento para compartir, en francés, en bambara, en árabe o inglés, incluso en un dialecto tuareg frases que resumen la transición y la aventura que vamos a vivir.

En Malí, aunque su nombre deriva del bambara y significa àmakɔ̌  o cocodrilo pantanoso, es habitual decir que quien no ha sido picado por un escorpión es porque no ha pisado la arena. Hay que vencer supersticiones y saber que un viaje al África subsahariana no es sólo un prodigio dada la ineficiencia controlada de las pésimas líneas aéreas sino una oportunidad única para planificar de una vez y para siempre un éxodo por los rincones más remotos de nuestra propia memoria, hacia aquello que recordamos y olvidamos que somos y estamos siendo justo en estos precisos momentos.

Cuando el avión aterriza –si aterriza y no hay un desvío por una tormenta de arena, una amenaza terrorista o por cualquier otra razón que sólo el protocolo secreto podría explicar en la ruta París-Malí– si se llega hasta la rampa principal, si no se cancela todo como correspondería ese día de rumores, entonces es posible agradecer la buena nueva del anuncio de haber llegado al Aeropuerto Internacional de Bamako, donde además de un calor asfixiante, el atropello de la sección de migración, el colorido repentino que debe ser asumido como natural, pasa uno a un cambio vertiginoso de ritmo ante la probabilidad cierta de estar a punto de ser testigo de un golpe de estado.

El caso es que, después de escuchar varias versiones sobre la huída apresurada de los moriscos de la antigua Al Ándalus, no me convencieron los argumentos y llegué a Tombuctú, la perla del desierto, para conocer la verdad de los hechos y pude evidenciar que la idea antropológica colonialista, de mentalidad primitiva, en el caso de África se derrumbaba justo en esa pequeña villa, y contra la versión espuria de la circunscrita perspectiva de Hegel sobre el desarrollo del pensamiento mundial, hoy puedo argumentar que había visitado la capital de uno de los centros culturales más importantes del mundo antiguo, donde se produjeron volúmenes sobre historia, teología y filosofía, y donde un gran Reino mantuvo vínculos formidables con La Meca, Constantinopla y Al Andalus, la sede del Islam en Europa durante siete siglos. El orientalismo ignoró por siglos –o para ser más exacto, omitió– el mestizaje curioso entre el mundo musulmán y los cultos antiguos ocurrido en diversos lugares de Etiopía, Somalia, Nigeria o  Malí, esta última una nación que conserva por fortuna un testimonio directo con la gran biblioteca de Mahmud Kati, apenas estudiada a finales del siglo XX.

El cambio tras la llegada del Islam desde el siglo XIII se observa en el relato mitológico de los pueblos mandinga (que abarcaría desde Gambia, pasando por  Guinea, Guinea-Bissau, hasta Senegal, Liberia, Malí, Sierra Leona, Costa de Marfil, y finalmente Burkina Faso), que cambió desde la creación del universo hasta la batalla de Kaibar, los comienzos de la monarquía mansaya en los mandinga, la saga de Sunjata, la genealogía de los clanes mandingas, la lista de las Treinta Familias Mandinga y el asentamiento y hegemonía de Keyita Kandasi. Es fascinante el sincretismo en algunas aldeas donde los cultos locales se combinan con la ortodoxia musulmana más próxima al misticismo. En Tarik al-fattash, de Mahmud B. Muttawakkil Ka´ti, se lee que en las tierras de Bilad al-Sudán (la tierra de los Negros) el Caos dominó, tal cual pensaban los pobladores, hasta que se aceptó el credo de Alá. Todavía puede encontrarse entre los ancianos una práctica esotérica con miembros de sus tribus y las antiguas prácticas islámicas con la comunidad. El aprendizaje del árabe estuvo relacionado con la incorporación social, pero además facilitaba la actividad comercial, de modo que los africanos hicieron del árabe una lengua común y siguen haciéndolo. Hasta los pueblos dogón, que son animistas, han preservado sus costumbres al mismo tiempo que asimlan el Islam.

En particular, la inestable ciudad de Tombuctú que en marzo de 2012 volvía a estar sitiada por rebeldes, de fuerte influencia tuareg, con sus 55.000 habitantes ha admirado turistas e investigadores a lo largo de estos últimos años, pero más allá de cualquier especulación de la ciudad de los 333 santos que capturó el interés de Bin Battuta, el gran viajero, y de los sufíes, hay que recordar que tiene las tres mezquitas más interesantes del Islam africano.
La leyenda de la riqueza del sitio lo forjó el viajero Heródoto: “Hay un país, al sudoeste de Libia, más allá del gran desierto que los comerciantes cartagineses suelen visitar. Cuentan que, después de un viaje muy largo y fatigoso, llegan a una playa donde descargan sus mercancías. Una vez dispuestas ordenadamente sobre la arena, las dejan allí, y ellos se alejan y encienden grandes hogueras para anunciar su llegada a quienes viven en aquellas tierras. Al ver el humo, los nativos salen de sus poblados y van hacia la playa, se acercan a las mercancías, las examinan y, tras depositar junto a ellas tanto oro como creen que valen, desaparecen de la vista. Entonces, son los cartagineses quienes se aproximan, y si consideran que el oro es suficiente, lo recogen y se van; pero si no les parece bastante, no lo tocan y se retiran de nuevo, y reavivan el fuego hasta que el humo vuelve a cubrir el cielo. Los nativos acuden entonces por segunda vez y añaden algo más de oro, y así se repiten las idas y venidas hasta que los comerciantes se dan por satisfechos”.
Esta leyenda prosiguió de la mano de los caravaneros que fueron luego reemplazados por los comerciantes marítimos, lo que concluyó el ciclo africano del oro.

La ciudad de Tombuctú, que fue El Dorado de África y hoy el oro es una rareza, llegó a tener 200 madrazas para enseñar teología y no menos de 40.000 estudiantes divulgaron su doctrina. Los maestros, austeros y exigentes, eran recompensados para que no tuvieran que distraerse con otras actividades: un tombouctoukoi en el siglo XVI señalaba que un maestro podía ganar 1275 cauris en un día, cantidad más que suficiente para su dedicación absoluta a la enseñanza. Las dos ramas usuales eran la exégesis coránica, la rememoración de los hadizes o tradiciones orales, la jurisprudencia o fiq y fuentes legales o usul. Por otra parte, la lengua demandaba buen conocimiento de la gramática  y las ciencias en las que los árabes eran pioneros: matemática, astronomía, medicina. La palabra algoritmo viene del árabe y deriva de al Jwarizimi.
De las mezquitas habría que mencionar Djinguereiber ó Yinguereber (la colosal), erigida hacia 1325 por Ishaq es-Saheli, el escéptico arquitecto granadino nacido en 1290 que enriqueció por la millonaria fortuna que le pagó el espléndido emperador malinké Kankan Musa o Mansa Musa, quien también se distinguió porque hizo su peregrinación a La Meca con sesenta mil personas y cien camellos cargados de oro como una prueba de devoción.

El edificio es extraño, versátil, y su estilo desconcertante y mimético, en donde se advierte la combinación del adobe y la palmera, como puede verse también en la milagrosa Sidi Yahya, que estuvo abandonada hasta que un iluminado apareció del desierto con las llaves y pudo abrirla siglos más tarde, o en la gigantesca Mezquita de Djenné o Yené: esta estructura fue declarada Patrimonio Cultural de la Unesco porque además de sus formidables medidas es un templo de una sola pieza con materiales excepcionales que han soportado todo tipo de desastres y se ha reconstruido una y otra vez sobre sus mismas bases. Ishaq, el constructor, macilento y atónito,  murió respetado e ignorado, también traicionado por muchos, en Tombuctú en 1346, pero su influencia llegó hasta Antonio Gaudí, el genio de la arquitectura de Europa.

Además de las mezquitas, las escuelas coránicas propagaron la fe aprovechando el desplazamiento de sus alumnos por el río Níger, alfabetizaron a la población y produjeron una impactante escuela de escribas. En Tombuctú funcionó la que se estima como la primera universidad del mundo de Sankore o Sankore Masjid  (aunque Bolonia mantenga el merecido prestigio europeo), una obra que dejó la huella de Modibo Mohammed Al Kaburi y  Abu Abdallah Ag Mohammed bin Al Moctar 'n-Nawahi; gracias a la erudición de sus creadores, la universidad alcanzó el número aproximado de 25.000 estudiantes y escolares entre los que se contaron hombres que llegaron a ser sabios: como Abu Al Baraaka, Mohammed Bagayogo, Ahmed Baba, Al Aqib bin Faqi Muhmud, Abu Bakr bin Ahmad Biru, Abd Arahman bin Faqi Mahmud o Mohammed bin Mohammed Kara.

El amor por la música ennoblecía a muchos habitantes. Ahmed Baba contaba que su maestro Mohamed Bagayogo, cuyo placer consistía en oír el violín, pero sin faltar a su deber de leer el Corán y ser devotó a Alá. En fiestas, encuentros, la música estuvo y sigue presente como una actividad que revela la identidad de los pobladores, en los que instrumentos árabes se mezclan con tambores y 24 danzas, no todas admitidas, daban cuenta de la variedad.
La protección de los askias favoreció la escritura. León el Africano ya señalaba: “jueces, imanes y eruditos, todos bien pagados por el rey, que muestra gran respeto hacia los hombres de saber”. Según el propio León, cuya vida es tan fantástica, los libros eran el equivalente de una moneda y entre grandes personajes se consideraba un libro el mejor obsequio.
De las grandes patrimonios de Tombuctú, sin duda se destacan sus bibliotecas y libros. Una de ellas fue la biblioteca errante que conformó lo que hoy se llama Fondo Kati: salió de España tras la expulsión del cadí Ali Ben Ziyad al-Quti, un juez civil de los musulmanes de Toledo que antes de irse recitó El Corán en la mezquita de las Tornerías y se llevó sus 400 manuscritos en árabe, hebreo y castellano aljamiado que atravesaron el desierto en camello, llegó a la comercial ciudad de Gumbu en Ghana hasta que murió en 1516.

De Mahmud Kati, sucesor en el linaje, hay pocos datos: su apellido verdadero era al-Quti (que significa “godo”) y estaba relacionado la dinastía de Witiza, que ocupó un espacio prominente en lugares como Toledo y  Córdoba así como tuvo a personalidades ilustres como Hafs bin Albar al-Quti y Suleymán bin Harit al-Quti. Vagó por el Magreb, cumplió su peregrinaje a La Meca, siguió el Tanezruf rumbo a Walata, la resplandeciente y negada Biru y no dejaba de adquirir libros-
La vida de Mahmud cambió al conocer a Askia Mohamed, militar de alto rango de la etnia soninké que se había convertido al Islam y tenía el propósito de llevar su fe hasta los confines del imperio songai, lo que logró no sin sangre (exterminó a toda una villa judía en Tindirma y los enterró en fosas comunes) y conflictos interminables que no impidieron a Mahmud casarse con una hija suya y servirle como perito en leyes. De su obra, misteriosa y aguda hay numerosos tratados, pero ninguno tan singular como Tarik el-Fettach, su Crónica del Viajero, donde se atrevió a romper el silencio sobre la cultura africana y restituir vívidamente las costumbres, la cultura y la historia del África subsahariana.
Coleccionista, bibliófilo perseverante, aprovechó la fortuna que le proporcionó la posesión de tierras que superaban en extensión las que tuvo en Al Andalus, fue reconocido por su amor hacia la cultura y no se detuvo en adquirir los más extraños volúmenes de su tiempo. Uno de sus libros, recibido del propio Askia Mohamed, era un tratado matemático que todavía se lee con las imprecisas marcas personales, pero sus notas sobre geografía e historia son una enciclopedia de los datos nunca revelados de España y África. Una de sus notas mencionaba que había adquirido la Kitab as-Shifa (Biografía de Mahoma) de Iyad, un al-andalusí procedente de Ceuta, y fijaba el precio del libro en 225 gramos de oro pagados el 22 de julio de 1468.

El Fondo Kati nunca fue una biblioteca común. Ni su número es habitual en las bibliotecas ambulantes (comenzó por superar la cifra de 400 volúmenes y sobrepasó para el siglo XXI los 7000); tampoco deja de sorprender que sus manuscritos híbridos salieron en unas condiciones clandestinas de España, pasaron de mano en mano de Marruecos a Walata en Mauritania y estaban en el Níger hacia el siglo XVI. Aproximadamente en 1818, ya con los aportes del sufismo, sus herederos la escondieron cuando los franceses la buscaban en Malí para llevársela a París.
Volvió a reaparecer la colección en 1990 y para 1999 estaba abierta al público, con los apuntes que solía hacer el malhumorado de Mahmud Kati a sus textos que proceden de fuentes árabes, españolas, hebreas e incluso francesas y que León el Africano admiró sin medida. Según la versión de Ismael Diadiè Haïdara, descendiente autorizado de los Banû l-Qûtî (corrompido como Kati), hay más de 300 archivos que permitirían reescribir los lazos entre Tombuctú y el exilio morisco español, lo que es maravilloso, irremplazable y nos pone ante una situación privilegiada para dejar atrás los libros de historia tradicional en España y recuperar una crónica íntegra y más honesta.

Ismaël Diadié Haïdara, quien ha afirmado que más que un hombre es una biblioteca multicultural, estuvo buscando sus orígenes desde afuera sin saber que la clave estaba en la biblioteca de los godos islamizados donde habían guardado los libros de esa España extraviada en un espacio muy humilde, volvió como en las leyendas a las tierras de sus antepasados para pisar la plaza de Zocodover tras el revuelo de prensa de 1999, y obtuvo el apoyo de la Junta de Andalucía, la cual hacia 2033 finalmente reivindicó la denuncia que hizo José Ortega Y Gasset en 1924 y creó la Biblioteca Andalusí de Tombuctú, en un hermoso edificio de 800 m2 donde se hizo el esfuerzo inicial, que lamentablemente se ha perdido, de restaurar algunos volúmenes.
Uno de los tres manuscritos aljamiados de  El Corán, junto a los de Estambul y El Cairo, es el de Malí copiado en el año 1203 con folios fabricados de pieles de decenas de animales seleccionados y purificados, escrito con cursiva andalusí y cúfico, con una cubierta mudéjar que tuvo al principio incrustaciones en oro que desaparecieron. Es el Corán más antiguo del África subsahariana.

En un manifiesto público fechado el 25 de Febrero de 2000 autores como el fallecido Premio Nóbel de Literatura José Saramago y autores de enorme importancia como Juan Goytisolo, Antonio Muñoz Molina, José Da Silva Horta y Ousmane Diadié Haidara, entre muchos otros,  alertaban sobre el estado del Fondo Kati: "Hoy, tres mil manuscritos de una familia exiliada de Toledo –la Familia Kati– están en peligro de destrucción en Tombuctú. El diario ABC de España, News and Events de la Northwestern Uiniversity de EEUU, el Boletín de la Saharan Studies Association de EEUU, y el 26 Mars de Mali llevan meses señalándolo en vano.
John Hunwick, de la Universidad de Evanston, EEUU, considera que esta Biblioteca se puede comparar con la curva del Níger al Nilo y al Mar Muerto en lo que a manuscritos se refiere. Estamos de hecho, a nivel de documentos, ante el más importante legado andalusí fuera de las fronteras de España.

La familia Kati (Banú l-Qûtî), se exilió en Toledo en Mayo de 1468. Se instaló desde entonces en la Curva del Río Níger (Mali), donde se mestiza con la familia real de los Sylla (1470), los  renegados portugueses (1591), y los comerciantes sefardíes de Fez (1766).
El más conocido de esta familia es Mahmûd Kati, cuya obra histórica, el Ta´rîkh el Fettaâsh fue reeditada bajo los auspicios de la UNESCO en su colección de obras representativas, Serie Africana. Los trabajos de Brun (Francia), Nehemia Levtozion (Israel), J. Hunwick (EEUU) Madina Ly Tall (Mali), Zakari Dramani Issofi (Benin), Adam Bâ Konaré (Mali) y Michael Timowsky (Polonia) muestran la importancia de esta obra de los Kati y su importancia en el nacimiento de la escritura de la historia en África.
En este Fondo existen documentos únicos sobre la penetración del Islam en España, el destino de las familias visigodas después de la caída del reino de Toledo, el exilio en África de miles de hombres de letras andalusíes como Es-Saheli de Granada y Sidi Yahya al Tudelí, el paso de León el Africano por la curva del Níger o la conquista del Imperio de Songhay por el almeriense Yawdar Pasha y su ejército de moriscos y renegados españoles y portugueses....así como varios centenares de manuscritos andalusíes.

Tememos la dispersión y desaparición de 5 siglos de historia de una familia ibérica en África. Cada día que pasa, un documento puede destruirse y con cada manuscrito perdido desaparece una porción de la historia de la humanidad. Por tanto, sumamos nuestra voz a la del poeta José Angel Valente para que “se salve urgentemente este tesoro hispano-portugués, único en África".
Lamentablemente, para 2012 el Fondo Kati todavía esperaba buena parte de la ayuda de la Junta de Andalucía, dispersada por demagogos y políticos irresponsables. Los 7000 libros que ha cuidado Haïdara están en peligro ante el silencio de una humanidad sobre la que operan los agentes de la amnesia, pese a que el tatarabuelo del intelectual escribió: “Hemos perdido el color y la lengua, pero nos queda la memoria”.

Bastó un golpe de estado en Malí el 22 de marzo de 2012 para que fuera más evidente su precariedad tras la captura de la ciudad de Tombuctú junto a Gao y Kidal por el Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA), que aspira a crear un territorio autónomo sahelo-sahariano para el nómade pueblo Tuareg, lo que genera enfrentamientos con sus adversarios naturales, hoy en el poder desde fines del 29 de marzo tras un golpe de Estado que llevó a la conformación del Comité Nacional para el Retorno de la Democracia y el Restablecimiento del Estado (CNRDR), dirigido por el ambiguo capitán Amadou Sanogo.


Sobre la abnegación y la perseverancia: el anónimo trabajo de los bibliotecarios africanos

Hay autores como Abu al-Abbas Ahmad bin Ahmad al-Takruri Al-Massufi al-Timbukti (nacido en 1556), que da nombre a la biblioteca pública de Tombuctú y preserva 20.000 manuscritos, donde resguarda sus crónicas, que resultan fascinantes porque era un contemporáneo de Shakespeare que se afectó por la traición y por el amor. En un sublime poema se atrevía a expresar un tema que se volvería nostálgico, identitario y popular: “La sal viene del Norte, el oro viene del sur, la plata viene de los blancos, pero la palabra de Dios, los cuentos hermosos y las posturas santas sólo los hallarás en Tombuctú”.

El amor por los libros no era inusual y se citan anécdotas que tal vez exageran, pero definen un contexto. Se dice, por ejemplo, que Al Uaqidi al morir en el año 823 dejó 823 baúles de libros y que el erudito Al Jahiz fue uno de los primeros hombres víctimas de su biblioteca porque al caerle un armario con libros lo aplastó y murió. Son curiosidades, pero asombrosas porque en la misma fecha una biblioteca en Europa apenas llegaba a 2000 títulos en un monasterio. Sobre todo a partir de la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 el exilio de familias morismas al África estableció distintas rutas de libros que fueron sacados para ser salvados de la hoguera, y entre algunos de los que huyeron estaban Al Fazzazi el Qurtubi (1229), Alí ben Ziyad (1468), el arquitecto y poeta Es Saheli (1290), el “último visigodo”, Yuder Pachá y el mitológico Azzan el Wazani mejor conocido como “León el africano”.

Una prueba de la enorme inversión en conocimiento que se hizo en esta región son sus legados, aunque hay que admitir que el 50% de 500.000 libros y archivos han desaparecido. Hoy nada más en Malí hay 408 colecciones privadas de manuscritos, entre las que sobresalen unas 25 cuyas características de organización son peculiares: ʿAbd el-Raḥmān Haman Sīdī, Aḥmad Būlaʿrāf al-Tikni, Fondo Aḥmad Goumou, al-Ḥassānī, Al-Imām al-Aqib, Al-Imām Alfa Sālem, Al-Imām Al-Suyūtī, Al-Muṣṭafā Konate, Al-Anṣārī and Sons, Alfa Bābā de Sankore, Al-Qādī ʿĪsā, Al-Wangarī, Fondo Kaʿti, Mamma Haidara, Muḥammad Maḥmūd (Ber), Muḥammad Tashīr Shirfī, Muḥammad Yaḥyā w. Bou, Shaykh al-Arawānī, Shaykhna Bul Kheyr, Shaykhna Sīdī ʿAlī, Sheibani Maiga, Sīdī Lamine Sīdī Goumou, Sīdī ʿUmar Idje, Zawiyatou al-Kunti y Zeinia (Bou Djebeha).

En la casa de la familia El Sayuti hay 2.500 textos clásicos, fue fundada en el siglo XVIII por al-Ḥājj Muḥammad al-Irāqī, quien abandonó su país para divulgar la doctrina de Mahoma y llegó hasta Tombuctú. La Biblioteca Zeinia, en la villa de Bou Djebeha llegó a ser creada por Ṭālib Sīdī Aḥmad b. al-Bashīr Sūqī al-Adawī hacia 1762 como un centro para manuscritos sagrados, en los que el dueño era un connotado especialista. Su hijo Ibrāhīm continua la tarea de copiado, poniendo fondos de su propio bolsillo y ahora está Shaykh Baye b. Shaykh Zeini, quien se ha ocupado de difundir la importancia de sus obras para atraer el apoyo extranjero que permita financiar proyectos de conservación.

La Biblioteca Mama Haidara, fundada en el siglo XVI en la villa de Bamba que está a 200 kilómetros de Tombuctú, tiene 21.000 manuscritos algunos quemados por un fuego accidental y tuvo su origen en una idea de Muḥammad al-Mawlūd. A mitad del siglo XIX, cuando todo era peor y nada prometía tiempos mejores, la colección fue asumida por Muḥammad al-Ṣāliḥ y reorganizada en un nuevo edificio por Haidara, quien vivió entre los años 1895–1981. Hacia 1973, un grupo de ladrones saqueó parte de sus libros, pero Haidara no se desmoralizó y contribuyó a constituir las bases de lo que sigue siendo un centro especializado en libros medievales de gran nivel. Como suele suceder, su crónica incluye interminables trámites para mejorar el actual edificio, con doce cuartos, oficinas, dos cuartos de huésped, Sala de Libro Raros y Manuscritos, cuartos de digitalización, laboratorio de conservación y restauración, sala de computadoras, sala de lectura y hasta un Café con wifi que mantiene la dignidad de las mejores bibliotecas del mundo africano con exposiciones frecuentes y cursos de formación para jóvenes generaciones.

En cuanto al Centro de Documentación e Investigación Aḥmed Bābā (CEDRAB) hay que indicar que fue creado en 1970, tras un congreso de expertos de la Unesco realizado en Tombuctú en 1967. Bajo el patrocinio de Kuwait, el lugar pasó a disponer de mejores recursos y hoy es un pilar de los institutos de investigación sobre el pensamiento islámico-africano  con un catálogo apenas culminado en 2003. Por otra parte la Biblioteca Shaykh al-Arawanī fue fundada en el siglo XVII a 230 km de Tombuctú en la villa de Arawān por Muḥammad Maḥmūd y heredada por su hijo Adel, que se ha dedicado a afianzar la biblioteca en un nuevo edificio.

La biblioteca Aḥmad Būlaʿraf al-Tikni le perteneció a Aḥmad Būlaʿrāf, quien había nacido en 1884 en Guelmīm, y de sus fondos en los empleó 11 copistas incluido su hijo valdría la pena citar obras como al-Wahāj, Naḥū al-Shaharaynī y Nazmūl ʿAshmawi del polémico Muḥammad Yaḥyā b. Salīm al-Walātī; también estaría Manfaʾatu al-Ikhwāni fi Shuwābil al-Iman de Aḥmad b. Būlaʿrāf; un clásico como al-Abqarīʾ fī Nazmi Saḥwi al-Akhdārī de Aḥmad b. Muḥammad b. Ubba al-Mazmarī. De Būlaʿrāf sobresale un título poco conocido como Izālat al-Rayb wa al-Shak wā al-Tarīt fī Zikr al-Muʾalīfīn min ʿulamāʾ al-Takrūr wa al-Ṣaḥrāʾ wa Shinqīṭ, en el que se utilizó la mano experto de copistas y el consejo de bibliófilos. Son joyas, pero no hay olvidar que solo el 13% de la literatura en lengua árabe ha sido traducido en Occidente.

De la biblioteca de Aḥmad Bābā b. Abiʾl ʿAbbās, hay que decir se fundó en el siglo XIX bajo el protectorado francés. No ha tenido mucha fortuna porque parte de su legado se ha perdido, pero se ha mantenido la continuidad de la institución: en 1930 al-Qāḍī Muḥammad al-Amīn se encargó de la biblioteca y tras su muerte en 1982 lo hizo al-Qāḍī ʿUmar Shirfī. El caso de la biblioteca del copista y bibliófilo Muḥammad Maḥmūd, en la villa de Ver, a unos 50 kilómetros al este de Tombuctú, es interesante porque demuestra cómo vence la perseverancia: el hijo Fida Muḥammad Maḥmūd, en 1988, reunió los manuscritos e hizo el primer inventario que hoy llega a casi 2700 manuscritos sobre los más heterogéneos tópicos del conocimiento humano.

Por ahora, aquí dejo las primeras líneas de un informe en proceso que atestigua el gran valor de los bibliotecarios en defensa de las bibliotecas contra toda forma de terrorismo. En enero de 2017, un grupo yihadista quiso incendiar los manuscritos más antiguos. Pero esta resistencia contra el olvido sigue como una tradición evolutiva digna de nuestro mayor reconocimiento en la noble historia de África.



Fernando Báez. Autor de Las maravillas perdidas del mundo: Breve historia de las grandes catástrofes de la civilización (3 tomos, 1600 pags.,2017). Es experto en Biblioclastía, sus obras pueden consultarse en el siguiente sitio: http://fernando-baez.blogspot.com.ar/

Se recomienda especialmente consultar el microblogging Twitter de Fernando Báez:
https://twitter.com/CuentaBaez

Nota: Las imágenes pertenecen a estos espacios:
http://www.bbc.com/news/world-africa-21248951

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Fernando Báez: símbolo y resistencia de un bibliotecario comprometido con su tiempo.


Entrevista a uno de los bibliotecarios más significativos de la bibliotecología del siglo XXI.
Siendo niño, una inundación se llevó su biblioteca, hecho que marcó para siempre su vida y su obra. Incursionó en numerosos espacios de las ciencias sociales, investigó sobre la destrucción de libros. Acaso sin saberlo, ha construido una épica desde el sentido ético de la disciplina. El hombre que un buen día decidió esclarecer con sus investigaciones los patrimonios destruidos de la humanidad, el mismo que ha logrado enfrentar adversidades y obstáculos con coherencia y sacrificio personal.
A la manera de un Rimbaud, el escritor venezolano ha conocido prácticamente todo Oriente Medio, ahora nos dice que está investigando sobre la ruta trashasariana de los libros, visitando pueblos y recogiendo testimonios. Cuesta imaginar el alcance de su obra.
Actualmente su causa es motivo de ejemplo para los bibliotecarios involucrados con el rol social. No deja de aprender y de enseñar, confiesa ser un nómade incurable, difícilmente alguien pueda llegar tan lejos en la profesión. Un concurso de ensayos bibliotecológicos sobre la censura y la destrucción de libros lleva su nombre, aún se recuerda su discurso, celebrado en la Biblioteca Nacional de Argentina en diciembre de 2006.
Feliz paradigma del bibliotecario comprometido con su tiempo.

Palabras clave:
MEMORICIDIO; PATRIMONIO CULTURAL; BIBLIOCLASTIA; ROL SOCIAL BIBLIOTECARIO

Noticia biográfica:
Fernando Báez, venezolano, asesor de la UNESCO para Medio Oriente, está considerado como una autoridad en el campo del patrimonio cultural y tráfico ilícito de bienes culturales. En 2003 visitó Irak como miembro de las dis­tintas comisiones de la UNESCO que investigaban la destrucción de las bibliotecas y museos en esa nación. Doctor en Ciencias de la Información y Bibliotecas, es autor de 17 libros. Actualmente vive en Egipto, acaba de recibir una beca del gobierno de Qatar para investigar la ruta transahariana de los libros en la historia de Europa, África y Medio Oriente. Algunos libros suyos más conocidos: La destrucción cultural de Irak (2005), El saqueo cultural de América Latina (2008), Nueva Historia universal de la des­trucción de libros (Destino, España, 2011). Es Premio Internacional de Ensayo Vintila Horia de Ensayo y Premio Nacional del Ministerio de Cultura de Venezuela, Premio Mejor Libro Extranjero en Brasil. Fue Director de la Biblioteca Nacional de Venezuela en 2008.

Entrevista:
¿Por qué la Bibliotecología?

Me apasionan los libros, su historia, su contenido, su conservación, su significado como patrimonio cultural. Ahora que casi no se habla de bibliotecología, sino de ciencias de la información, el término mantiene su arraigo como disciplina científica para el estudio de las bibliotecas, que contrario a los pronósticos no mueren sino que se transforman. La bibliotecología está hoy en día más viva que nunca precisamente porque en la sociedad de la información es un reto participar en los cambios que provoca la globalización asimétrica que vivimos.

¿Recordás en qué momento o circunstancia pasó por tu mente ser bibliotecario?

Lo supe desde que era joven porque de chico me crié en la biblioteca pública pequeña de mi pueblo, San Félix de Guayana, junto al río Orinoco que elogió Julio Verne en su obra El soberbio Orinoco. Allí me dejaba mi madre para poder ir a trabajar arreglando ropa o vendiendo empanadas y mi padre, como era un abogado honesto, intentaba conseguir trabajo con muy poca suerte. Criarse en una biblioteca popular te hace sentir orgullo cuando ves un anaquel, cuando hablas con un bibliotecario.

¿Qué opinas del rol social del bibliotecario?

Sin un rol social, un bibliotecario es un zombi de una estructura tecnológica formulada para deshumanizar a quien acude a las bibliotecas, que no son museos del libro sino también centros de formación, centros de alfabetización, centros de formación de ciudadanía, centros de debate, centros culturales para el fortalecimiento de un buen plan de lectura popular, centros para apoyar la diversidad cultural.


¿Que lecturas recomendarías para estudiantes de bibliotecología?

A los jóvenes que se inician en este extraordinario destino que es ser bibliotecario les recomiendo Farenheit 451 de Ray Bradbury, La biblioteca de noche de Alberto Manguel, Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal, La biblioteca de Babel de Borges, 1984 de George Orwell, La biblioteca desaparecida de Luciano Canfora, Un golpe a los libros de Judith Gociol y Hernán Invernizzi, Nadie acabará con los libros de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière, Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, y creo que les haría mucho falta estar claros en lo que les viene encima y deberían leer esa maravilla que es Ideas de Peter Watson.

¿Qué estás leyendo actualmente? Y ¿cuál lectura te impactó? (no importa la disciplina, puede incluir literatura)

Leo mucho, leo intensamente, he descubierto que no puedo no leer. Tuve la suerte de descubrir por mi cuenta la literatura árabe, incluso la de la época de Al Ándalus, y eso me ha enriquecido en los tiempos más cercanos como lo hizo en su momento la literatura griega. Leo sin horarios preestablecidos, por gusto, por capricho, porque sí, porque soy feliz al leer, porque en mi enfermedad actual es un alivio. Ahora acabo de culminar la lectura deCivilización de Niall Ferguson, y casi siempre releo mucho. A mi edad, la relectura es una rutina, volver a Aristóteles, a Platón, a Plutarco, a Montaigne, a Alfonso Reyes, a George Orwell, a Stevenson, al Popol Vuh, a los grandes poemas prehispánicos de nuestra grandes culturas ancestrales, a Epicteto, a Hermann Hesse, a Cees Nooteboom, a Elías Canetti, a Paul Bowles, a Paul Auster, a Flann O´Brien y a mi gran favorito Rafael de Nogales Méndez, un escritor olvidado en Venezuela que adoro por encima de todos los autores de mi país.

Un concurso de ensayos bibliotecológicos mereció tu nombre ¿qué representa para vos el concepto biblioclastía?

Ciertamente, ese concurso fue un homenaje que me llegó al alma, organizado por Tomás Solari, un hombre que se ha comprometido con las grandes causas de la defensa de los bibliotecarios y el generoso y valiente Hugo García. Ningún homenaje de gobierno alguno me ha conmovido como lo que sucedió en Argentina cuando pusieron mi nombre a un concurso sobre la censura y la destrucción de libros. Eso me marcó, me dio claridad sobre lo bueno y lo malo que vendría. Tú eres parte de esa generación maravillosa que participó y dejó su nombre en el volumen final que quedó del concurso y Biblioclastía fue y sigue siendo un volumen mítico organizado por Tomás Solari y Jorge Gómez publicado por Eudeba. Siempre se usó iconoclastia para referirse a fenómenos de destrucción cultural, pero biblioclastía es indispensable para comprender barbaries como la de los nazis en 1933 o la de los militares en el sur en la década de los ochenta.

Se habla frecuentemente de la lenta desaparición del libro, incluso en foros de bibliotecología ¿Qué te provoca esta situación?

Primero debemos preguntarnos qué es un libro. Un libro es ante todo una tecnología de la memoria cuyo contenido cultural puede ser leído, oído o palpado debido a su presentación impresa o electrónica en forma compaginada. El libro es un instrumento perfeccionado por la evolución cognitiva adaptativa como resolución de una profunda necesidad social explícita de plasmar una guía más duradera en la supervivencia en la transmisión de corriente de ideas, datos o narrativas.  El libro reafirma el lazo de identidad que proporciona el lenguaje. Elizabeth Eisenstein ha mencionado tres de los efectos más notables de la imprenta: el empuje de la revolución científica, la Reforma Protestante y el redescubrimiento de los clásicos en la Italia del Renacimiento. Pero hay más: el poder del libro se ha manifestado en la creación de obras que se hicieron sagradas desde sus tiempos manuscritos: entre la Torá y el Talmud (Judaísmo), la Biblia (Cristianismo), El Corán (Islamismo), los Vedas (Hinduísmo) sustentan nada menos que las creencias devotas de 4 mil millones de personas. Esto sin contar la influencia prodigiosa de las Analectas de Confucio o el Tao Te Ching de Lao-Tsé en los países asiáticos. Desde una perspectiva social, no hay duda que cuatro libros han tenido un impacto directo sobre grandes giros en la mentalidad de los pueblos a lo largo de décadas y décadas: la Ilíada de Homero, la Cabaña del tío Tom de Harriet Beecher Stowe, El origen de las especies de Charles Darwin y el Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels. Han sido tres revoluciones las que han modificado a la humanidad y cada una tiene que ver con el libro: el paso de lo oral a lo escrito, el paso de lo escrito a lo impreso y el paso de lo impreso a lo digital. En 2012, hay 192 países que son estados miembros de la ONU y otros 10 países no reconocidos, y en todos hay presencia de libros, algo que nunca antes había sucedido en el mundo. Decir que el libro está en sus finales es temerario porque ha llegado la era digital. Nadie cree que pueda cesar el lenguaje, pese al hecho indiscutible de que el hombre procede de especies que nunca supieron lo que era una palabra; nadie se atrevería sin soberbia a anunciar el fin de la escritura, que tiene sólo 5.500 años y el Homo Sapiens tiene 150.000 años. Pero hay un ensañamiento contra el libro desde sus comienzos y eso sigue. Es sorprendente.

Tus reflexiones sobre memoricidio y etnocidio permitieron vincular acciones de Estado con la depredación sistemática de la identidad ¿qué hay detrás del deseo por borrar la memoria y la identidad?.

Creo que el libro no es destruido como objeto físico sino como vínculo de memoria, esto es, como uno de los ejes de la identidad de un hombre o de una comunidad. No hay identidad sin memoria. Si no se recuerda lo que se es, no se sabe lo que se es.
A lo largo de los siglos, hemos visto que cuando un grupo o nación intenta someter a otro grupo o nación, lo primero que intenta es borrar las huellas de su memoria para reconfigurar su identidad. En el fenómeno del Auto de fé contra los libros es manifiesto que quienes lo realizan reconocen que no basta con el asesinato o encarcelamiento de un escritor o con el genocidio del pueblo que se ve retratado en el espíritu de ese texto. Es imprescindible ir a la raíz del problema y entender con suficiente precisión que el memoricidio es la base de la destrucción de obras y sus principales ideólogos están animados por un radicalismo que pretende instaurar verdaderas guerras de naturaleza política o religiosa. Así sucedió cuando quemaron los códices mexicas o mayas o los quipus incas, que fueron los primeros libros tridimensionales de la historia.

Fernando ¿qué fue lo que originó tu interés por investigar sobre la destrucción de los patrimonios?

Como he dicho, me crié en una biblioteca, pero la felicidad en que vivía se interrumpió abruptamente, porque el río Caroní, uno de los afluentes del río Orinoco, creció sin previo aviso e inundó el pueblo, no sin llevarse en sus corrientes los papeles que constituían el motivo de mi curiosidad. Acabó con todos los volúmenes. De esa forma, me quedé sin biblioteca, sin refugio y perdí parte de mi infancia, completamente arrasada por las oscuras aguas. A veces, en las noches siguientes, veía en sueños cómo se hundía La isla del tesoro de Stevenson y flotaba un ejemplar de Rubén Darío, Rómulo Gallegos o Ricardo Güiraldes. Ese terrible recuerdo ha dejado trazos indelebles en mi vida, mi obra.

A tu entender ¿Cual es el rol que debe cumplir una Biblioteca Nacional?

Es una pregunta difícil, mucha gente quiere saber por qué siendo el primer bibliotecólogo en ser Director de la Biblioteca Nacional de Venezuela apenas duré ocho meses. Voy a explicar qué sucedió porque me permitirá responder tu pregunta.
Mi experiencia personal en la Biblioteca Nacional de Venezuela fue una muestra de los duelos que tiene cualquier bibliotecario que quiera introducir cambios verdaderos. Llegue con todas las mejores expectativas, pero no me imaginaba que iba a encontrar un Instituto Autónomo escindido y resultó depender en la práctica del Ministerio de Cultura (sic), una Biblioteca con un reglamento anacrónico, un presupuesto enorme destinado en su 90% al pago de salarios, sin partidas suficientes de investigación y mantenimiento, con colecciones en peligro y con una visión pesimista del futuro entre los trabajadores y trabajadoras. Todo el mundo tenía grandes expectativas, algo complejo en un país hiperpolarizado políticamente entre los seguidores de Chávez y sus detractores, y la verdad es que no funcionó porque mi desconocimiento de la realidad venezolana era enorme debido a que había pasado mucho tiempo lejos.
Según el profesor Colin Higgins de Cambridge, en su ensayo “Library of Congress Classification: Teddy Roosevelt's World in Numbers?” (editado en la revista Cataloging & Classification Quarterly, Volumen 50, Nro. 4, 2012), yo he sido la primera persona en declarar una guerra cultural a la Biblioteca del Congreso de EEUU acusándola de imperialismo cultural, y eso los obligó a revisar sus catálogos y desacreditó su plan expansivo de participar en talleres de formación en América Latina, coordinados como instrumentos para transculturizar a nuestros pueblos por medio del sistema de información público. Yo rompí relaciones nada menos que con la IBM, que cobraba millones por manejar la base de datos desactualizada del catálogo principal de la propia Biblioteca en las instalaciones de una zona llamada Parque Central sin medidas de seguridad apropiadas; rompí relaciones con IFLA, que se ha convertido en una trinchera que sigue las pautas de EEUU en materia de información; rompí relaciones con trasnacionales que pretendían que se hiciera una licitación para un nuevo programa de catalogación con software privado.   
Para darte una idea de esa utopía que quise postular como plan de gestión, propuse una Biblioteca Nacional abierta las 24 horas, con una estructura multidimensional en lo tecnológico y cultural, propuse usar software libre en toda la Biblioteca, propuse integrar a los Colectivos Populares de los Barrios más pobres y a los Consejos Comunales. Propuse un Centro de Estudios de los Pueblos Indígenas y otro Centro de Estudios del Medio Oriente con Irán incluída, lo que causó un escándalo. Propuse y preparé los planos para construir la Gran Biblioteca Popular de Caracas en el Parque del Oeste, cerca de las instalaciones de un sitio que fue derrumbado y había sido una cárcel infame llamado Retén de Catia: quería que fuera un símbolo. Gané enemigos por todas partes, en todos los bandos, porque me resistí a ceder ante las fuerzas de un sistema de complicidades: duré ocho meses intensos que a muchos parecieron similares a un huracán. Irónicamente, la primera vez que se editó una Historia de la Biblioteca Nacional fue en mi gestión y ya tenía listos los diez primeros títulos de una colección de bibliotecología social. Se culminó el Primer Atlas de las Bibliotecas Públicas en Venezuela, que quedó inédito; se lanzó el Proyecto de Biblioteca Digital que buscaba integrarse a iniciativas de América Latina sin ayuda del monopolio de Google. Se implantó un Plan de Seguridad y se trajo a la Brigada Patrimonial del Ejército para proteger las instalaciones; se firmó un convenio con la UNESCO que quedó interrumpido para cursos y fortalecer el Centro de Conservación. Se firmó un convenio con Instituto de la Defensa Nacional para preparar un plan de protección del patrimonio bibliográfico. Durante la celebración de los 175 años de la Biblioteca logré que su imagen estuviera hasta en las tarjetas de teléfonos y la presencia mediática fue mundial porque diseñé una estrategia de choque frontal en todos los escenarios. Tuve la fortuna de tener un equipo de gestión de primera, sin esfuerzo colectivo hubiera sido imposible.
La Biblioteca Nacional de Venezuela, dicho sea de paso, era la hija mimada de EEUU, según la investigación que logré hacer:  fue hecha a imagen y semejanza de asesores de la biblioteca del Congreso desde 1953. Debo confesar que combatí el elitismo  intelectual, sin importar las consecuencias, no me interesaba jubilarme sino dar todo de mí en un momento clave del país y del mundo. Me las jugué todas contra el imperialismo cultural, y obviamente esta utopía provocó que me pidieran la renuncia, toqué intereses delicados y esto no iba a quedar impune. Me insultaron, me calumniaron con las barbaridades más injuriosas e inútiles, pagaron y estimularon una campaña de cagatintas irrelevantes para difamarme en portales de Internet, el propio Ministro de ese entonces (hoy destituido) usó todos los recursos que tuvo a su alcance para obligarme a renunciar, nunca me rendí porque nunca me rindo y el Ministro se vio obligado a solicitar un decreto desde la Vicepresidencia, de modo que se nombró un nuevo director (hoy también destituido ya) sin ejecutar legalmente mi salida. Alguien dijo que me querían preso y me alegré porque desde la cárcel podría producir un terremoto mediático internacional para alertar sobre lo que ocurría, tomando en cuenta que yo denuncié la destrucción cultural de Irak, se acobardaron y luego el tiempo me dio la razón para resistir toda infamia. Te confieso que no fueron ocho meses de tranquilidad sino de combate contra décadas de inercia, y todavía mi nombre es sinónimo de horror para los burócratas de izquierda o derecha, pero también es sinónimo de esperanza para los bibliotecarios jóvenes que quieren transformaciones que dejen atrás siglos de servidumbre cultural a EUUU en el manejo de la información. Y un día esto sucederá, quise dejar un antecedente.

Fuiste Director de la Biblioteca Nacional, escribiste libros, vivís dentro de la cultura de Oriente, estuviste en situaciones conflictivas, en Buenos Aires aún se recuerda tu encendido discurso sobre la destrucción de libros, defendiste un modo de entender el mundo ¿Como te ves dentro de unos años? ¿qué sigue? ¿te imaginás ligado a la docencia, a seguir publicando, tomar otros rumbos?

Me gusta el azar, soy un nómada incurable, Daniel. Hoy quiero conocer los sistemas de bibliotecas móviles de Medio Oriente y África y he visitado las bibliotecas de Camellos de Mauritania, Marruecos, Egipto y Malí, he recorrido parte de África ayudando a llevar libros a los niños, acabo de concluir dos libros de 600 páginas (en noviembre de 2012 sale el primero y es una sorpresa), estoy justo investigando la ruta transahariana de los libros, no hay un país del Medio Oriente que no haya recorrido, voy lo más lejos que puedo porque quiero dedicar mi vida a despertar la pasión por los libros, y me veo a mí mismo en marcha, en un rol social de apoyar a los más humildes y necesitados porque tenemos que vencer las barreras de un mundo que fomenta la competencia y no la solidaridad, un mundo que premia el egoísmo en lugar de reconocer que la cooperación es lo que hace humanos. Defiendo día tras día el patrimonio cultural porque es nuestra herencia, la que nos recuerda que nuestra supervivencia se debe a la revolución que pasó de la dependencia estrictamente biológica a la cultura.

Hace poco escribiste algo muy sentido sobre Hugo García, compartieron un encuentro memorable en la Biblioteca Nacional, recientemente se creó una Cátedra Abierta en su homenaje ¿qué recordás de aquel día?

Me entristece hablar de Hugo García porque ya está muerto y toda esa energía, toda esa ética, toda esa curiosidad, se ha perdido. Hugo era el mejor ejemplo de un bibliotecario con compromiso social. Pero por otra parte me siento orgulloso de haberlo conocido y compartido porque hoy puedo decirle a las nuevas generaciones que son hombres como Hugo García los modelos a seguir: todavía me viene a la memoria un escrito suyo sobre la censura, sus ideas sobre la formación, y la dirigencia sindical con conciencia crítica que necesitan las instituciones bibliotecarias. Para mí, Hugo García era uno de esos grandes seres que a su paso dejan una semilla para que sepamos que debemos insistir en el amor por lo que hacemos.

¿Cómo definirías a un bibliotecario?

Dado que han cambiado las condiciones en estos inicios del siglo XXI, un bibliotecario debe ser un activista del conocimiento al servicio de las transformaciones populares basadas en la transparencia de la información, en la defensa integral del patrimonio bibliográfico y un agente comunitario con una visión democrática que facilite la formación popular de un espíritu crítico y a la vez creativo, participativo, en las bibliotecas. Creo que el bibliotecario debe ser ante todo un luchador con responsabilidad social, partidario ante todo de la pluralidad cultural, defensor del libro como signo de identidad y con la capacidad de fomentar la lectura y la ciudadanía local y global. La crisis económica mundial ha puesto en evidencia que hay una corriente a favor de privatizar el conocimiento, recortar reivindicaciones laborales, constituir grandes latifundios informativos, y eso hay que enfrentarlo con principios cooperativos, con unidad sincera y consciencia popular.

¿Recordás la primera vez que entraste a una biblioteca? ¿como fue?

Borges dijo una vez que para él una biblioteca era el paraíso, uno de los mitos religiosos más potentes de las religiones conocidas. Para mí, que conocí la pobreza más ruda en mi infancia, una biblioteca siempre fue un refugio contra la desesperanza, contra la exclusión, contra la ignorancia, contra la soberbia, contra el dogmatismo. La primera vez que entré en una biblioteca de aldea era muy niño y mi madre me dijo: “Aquí te dejo junto a los que serán tus mejores amigos, los libros”. Fue una iniciación, una forma extraordinaria de comprender que no sólo estaba en un lugar físico sino en una dimensión espiritual. Sin saberlo, la biblioteca se convirtió repentinamente en mi escuela para asumir con plenitud la importancia de la justicia, la vida y la memoria.

Nota: la entrevista fue publicada en la Revista Fuentes del Congreso de Bolivia en
Rev. Fuent. Cong., Diciembre 2012, vol.6, no.23. ISSN 1997-4485


A modo de epílogo:
Quien suscribe ha elegido este modo de finalizar el presente año, mediante la difusión de una entrevista realizada a un bibliotecario-símbolo. Este espacio pretende ofrecer documentos de trabajo, pero sobretodo saber que pensamos quienes estamos detrás del mundo de los libros y las bibliotecas, porqué hacemos lo que hacemos, el sentido profundo de nuestra vocación.

Por lo demás, les deseo sinceramente un buen cierre y apertura de ciclo.
Hasta pronto.
Daniel