Afirmar que
los seres humanos “no estamos hechos únicamente de átomos, sino también de
información. Y del mismo modo en que nuestra composición material puede verse
comprometida, nuestras vidas e identidades son informacionalmente frágiles”
nos traslada inequívocamente a un problema filosófico que interpela nuestra
praxis profesional. La función orgánica de las bibliotecas se encuentra
atravesada por contextos informacionales que son habitualmente procesados tanto
lógica como autónomamente.
Según lo
plantea Valentín Muro, esto no quiere decir que desde el surgimiento de la
tecnología somos una especie de cyborgs
todo el tiempo conectados. Al contrario, es probable que estar todo el tiempo
conectados no será algo que buscaremos, sino algo que activamente trataremos de
evitar. Apoyándose conceptualmente en el planteo del filósofo italiano
Luciano Floridi, advierte que tenemos la particular capacidad -y deber moral-
de cuidar la infoesfera (aquel entorno que habitamos todas las entidades
informacionales) del mismo modo que un jardinero cuida un jardín. "[Somos] conscientes, libres, capaces
de preocuparnos y hacer una diferencia", pero para eso necesitamos cambiar
la forma en que pensamos a la tecnología digital. Por ejemplo, tomando la
perspectiva de que cada vez más vivimos en una realidad que trata más acerca de
redes que de mecanismos, de procesos y relaciones que de cosas y propiedades.
No abandonamos una perspectiva por la otra, sino que la enriquecemos, porque
tendemos a poner el peso en aquello con lo que podemos interactuar.
Aquí
propongo un paréntesis incorporando el tratamiento de nuevos conceptos que
desde hace tiempo se trabajan en el campo periodístico: las historias locales
contadas en 360°, los textos inmersivos
en realidades virtuales, la sustentabilidad de los medios, big data, redes
sociales, uso de herramientas
audiovisuales, drones, periodismo de datos, desinformación, uso de datos
personales, visualización de datos con mapas satelitales o gráficos, y un plano
atravesado por las nuevas narrativas en contextos digitales, experiencias en
donde ocurren cosas, con las cuales los bibliotecarios tenemos el deber de
enriquecer, desde un plano arborescente, todas las posibles articulaciones que
las sociedades demandan acaso sin tener conciencia de tal necesidad.
Traslademos
un pequeño ejercicio que puede tener sus raíces en la interculturalidad, o al
menos en un acercamiento a dicha idea. Es lo que ocurre cuando se presencia,
mediante el análisis, el traspaso de ciertos conocimientos en comunidades
indígenas –a través de
la educación familiar, el uso de la memoria y el lenguaje materno– desde donde
es posible advertir como ciertos conceptos se van nutriendo de determinados
contextos temporales, y a su vez como otros términos pierden registro
colectivo, desplazándose hacia nuevos entendimientos que suplen o reemplazan
dicha semiótica, en esa relación con la memoria histórica las diferentes
culturas indígenas no tuvieron necesidad de registrar hechos a través de la
escritura, bastaba la oralidad para enlazar adscripciones identitarias de
conocimientos particulares que marcaron el pulso y el devenir de las
comunidades, saberes que mutaban en otras enseñanzas, técnicas que se
perfeccionaban compartiendo códigos no escritos, prácticas que sustentaban el
día desde donde un aprendizaje se fijaba para siempre en la memoria.
No ocurre
así con las sociedades letradas que basan su relación con la memoria digital en
un conglomerado de soportes cuyas intervenciones no pueden resolver, por su
naturaleza y alcance, la posibilidad de preservar un pasado tan volátil como
efímero, finito, absolutamente frágil. Y en este punto hay un aporte conceptual
clave de Floridi, bajo la forma de un lamento, que tiene relación con antiguas
prácticas culturales que lentamente, como seres humanos, fuimos perdiendo, dice
el filósofo italiano:
La
discusión acerca de la memoria suele estar monopolizada por la preocupación por
el almacenamiento y eficiencia en su administración, "dejándose de lado la
importancia de la curación respecto de lo que es significativo y, en
consecuencia, de la sedimentación estable del pasado como una serie ordenada de
cambios." Este constante presente, carente de sedimentación, nos hace
perder la maravillosa capacidad de poner las cosas en perspectiva. Perdimos
esta habilidad en apenas una generación".
Entonces la
mesa conceptual queda cada vez más inclinada, manejamos más información, que
invariablemente no conocemos del todo, lo que nos lleva a desconsiderar buena
parte de lo que producimos, entonces no sorprende encontrar ciertos “productos”
bajo la forma de artículos breves, que reiteran lo ya citado, buscando impactar
en el corto plazo, para obtener, a base de ruidos, cierto rédito que
prácticamente ningún lector pondrá en tela de juicio.
Si la
piedra angular de todas estas construcciones fuera falsa, o carente de sustento
lógico, lo que haríamos casi sin advertirlo es interpretar interpretaciones,
sin un anclaje de entendimiento racional, desde donde un criterio
constructivista permita proveer, con elementos sólidos, la arquitectura
articulada de un saber.
Como dice
Muro, tenemos mucha más información que antes, pero esta es mucho más frágil y
constantemente está en peligro de ser borrada o alterada, ya sabemos que la
vida útil de un CD o DVD grabado rara vez supera los diez años, mientras que
paradójicamente tenemos conocimiento de un diluvio antiguo porque figura
inscripto en una tabla de arcilla punzada bajo escritura cuneiforme, perpetuada
con fuego en hornos de barro…hacia esa disyuntiva avanzamos sin tener idea el
cómo resolverlo a futuro, mientras tanto el dilema se acumula, las
construcciones se realizan desde fragmentos, y bajo las diversas formas
imaginables (circulares, elípticas, planas) y en medio de todo esto es probable
que ya no sepamos cuánto se ha perdido, porque es mucho lo que día a día se va
creando.
Textos para
la inmediatez, olvido de lo imbricado.
El autor
ofrece otro aspecto crítico:
La solución, muchas veces se arriesga, es
el almacenamiento en la nube que nos ahorra la preocupación. Pero mientras que
en la historia el problema generalmente era decidir qué nombres guardar en
papiros o placas de arcilla, en la actualidad, dado que guardamos por defecto,
el principal problema es elegir qué borrar. La novedad siempre toma precedencia
y el pasado, temporalmente olvidado, fácilmente puede terminar siendo
reemplazado (mención
aparte si tenemos que dar cuenta de la gran cantidad de películas mudas y
grabaciones musicales que se perdieron, memoria fílmica que no es posible
reemplazar bajo criterios contemporáneos y/o modernos).
Y por último,
el componente que remite a nuestra identidad como miembros de la raza humana,
con todo lo que implica en esta lectura las diferencias que nos constituyen
desde la conformación de las distintas sociedades y comunidades que nos
conforman:
Quizá es aquí donde la osada perspectiva
metafísica de que estamos hechos de información tanto como de átomos se vuelve
punzante. Si la información que remite a nuestra identidad es cada vez mayor y
más frágil, y puede usarse para cambiar la forma en que nos manejamos con el
mundo o incluso la forma en que nos percibimos, y a esto le sumamos una
industria montada sobre la manipulación y registro de esta información, ¿qué
podemos esperar que pase?
La propuesta de Floridi no es
necesariamente innovadora respecto de lo que debemos tener en cuenta, pero sí
es útil al momento de pensar el marco ético que debería adoptarse frente a las
posibilidades de la tecnología digital frente a nuestra identidad. De este
modo, cuando discutimos sobre privacidad no sólo estamos contemplando lo que
pasa con nuestra información en el mundo, sino la forma frágil e imperfecta en
que esta nos constituye.
El problema
es tan complejo que seguramente lo trataremos más adelante.
Fuente:
Estamos hechos de información, y eso nos
hace frágiles
Por: Valentín Muro
Nota:
La imagen
pertenece al sitio Pixabay
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