miércoles, 13 de junio de 2018

Sobre lo que no hemos podido resolver


Afirmar que los seres humanos “no estamos hechos únicamente de átomos, sino también de información. Y del mismo modo en que nuestra composición material puede verse comprometida, nuestras vidas e identidades son informacionalmente frágiles” nos traslada inequívocamente a un problema filosófico que interpela nuestra praxis profesional. La función orgánica de las bibliotecas se encuentra atravesada por contextos informacionales que son habitualmente procesados tanto lógica como autónomamente.

Según lo plantea Valentín Muro, esto no quiere decir que desde el surgimiento de la tecnología somos una especie de cyborgs todo el tiempo conectados. Al contrario, es probable que estar todo el tiempo conectados no será algo que buscaremos, sino algo que activamente trataremos de evitar. Apoyándose conceptualmente en el planteo del filósofo italiano Luciano Floridi, advierte que tenemos la particular capacidad -y deber moral- de cuidar la infoesfera (aquel entorno que habitamos todas las entidades informacionales) del mismo modo que un jardinero cuida un jardín. "[Somos] conscientes, libres, capaces de preocuparnos y hacer una diferencia", pero para eso necesitamos cambiar la forma en que pensamos a la tecnología digital. Por ejemplo, tomando la perspectiva de que cada vez más vivimos en una realidad que trata más acerca de redes que de mecanismos, de procesos y relaciones que de cosas y propiedades. No abandonamos una perspectiva por la otra, sino que la enriquecemos, porque tendemos a poner el peso en aquello con lo que podemos interactuar.

Aquí propongo un paréntesis incorporando el tratamiento de nuevos conceptos que desde hace tiempo se trabajan en el campo periodístico: las historias locales contadas en 360°, los textos  inmersivos en realidades virtuales, la sustentabilidad de los medios, big data, redes sociales,  uso de herramientas audiovisuales, drones, periodismo de datos, desinformación, uso de datos personales, visualización de datos con mapas satelitales o gráficos, y un plano atravesado por las nuevas narrativas en contextos digitales, experiencias en donde ocurren cosas, con las cuales los bibliotecarios tenemos el deber de enriquecer, desde un plano arborescente, todas las posibles articulaciones que las sociedades demandan acaso sin tener conciencia de tal necesidad.

Traslademos un pequeño ejercicio que puede tener sus raíces en la interculturalidad, o al menos en un acercamiento a dicha idea. Es lo que ocurre cuando se presencia, mediante el análisis, el traspaso de ciertos conocimientos en comunidades indígenas a través de la educación familiar, el uso de la memoria y el lenguaje materno– desde donde es posible advertir como ciertos conceptos se van nutriendo de determinados contextos temporales, y a su vez como otros términos pierden registro colectivo, desplazándose hacia nuevos entendimientos que suplen o reemplazan dicha semiótica, en esa relación con la memoria histórica las diferentes culturas indígenas no tuvieron necesidad de registrar hechos a través de la escritura, bastaba la oralidad para enlazar adscripciones identitarias de conocimientos particulares que marcaron el pulso y el devenir de las comunidades, saberes que mutaban en otras enseñanzas, técnicas que se perfeccionaban compartiendo códigos no escritos, prácticas que sustentaban el día desde donde un aprendizaje se fijaba para siempre en la memoria.

No ocurre así con las sociedades letradas que basan su relación con la memoria digital en un conglomerado de soportes cuyas intervenciones no pueden resolver, por su naturaleza y alcance, la posibilidad de preservar un pasado tan volátil como efímero, finito, absolutamente frágil. Y en este punto hay un aporte conceptual clave de Floridi, bajo la forma de un lamento, que tiene relación con antiguas prácticas culturales que lentamente, como seres humanos, fuimos perdiendo, dice el filósofo italiano:

La discusión acerca de la memoria suele estar monopolizada por la preocupación por el almacenamiento y eficiencia en su administración, "dejándose de lado la importancia de la curación respecto de lo que es significativo y, en consecuencia, de la sedimentación estable del pasado como una serie ordenada de cambios." Este constante presente, carente de sedimentación, nos hace perder la maravillosa capacidad de poner las cosas en perspectiva. Perdimos esta habilidad en apenas una generación".

Entonces la mesa conceptual queda cada vez más inclinada, manejamos más información, que invariablemente no conocemos del todo, lo que nos lleva a desconsiderar buena parte de lo que producimos, entonces no sorprende encontrar ciertos “productos” bajo la forma de artículos breves, que reiteran lo ya citado, buscando impactar en el corto plazo, para obtener, a base de ruidos, cierto rédito que prácticamente ningún lector pondrá en tela de juicio.

Si la piedra angular de todas estas construcciones fuera falsa, o carente de sustento lógico, lo que haríamos casi sin advertirlo es interpretar interpretaciones, sin un anclaje de entendimiento racional, desde donde un criterio constructivista permita proveer, con elementos sólidos, la arquitectura articulada de un saber.

Como dice Muro, tenemos mucha más información que antes, pero esta es mucho más frágil y constantemente está en peligro de ser borrada o alterada, ya sabemos que la vida útil de un CD o DVD grabado rara vez supera los diez años, mientras que paradójicamente tenemos conocimiento de un diluvio antiguo porque figura inscripto en una tabla de arcilla punzada bajo escritura cuneiforme, perpetuada con fuego en hornos de barro…hacia esa disyuntiva avanzamos sin tener idea el cómo resolverlo a futuro, mientras tanto el dilema se acumula, las construcciones se realizan desde fragmentos, y bajo las diversas formas imaginables (circulares, elípticas, planas) y en medio de todo esto es probable que ya no sepamos cuánto se ha perdido, porque es mucho lo que día a día se va creando.

Textos para la inmediatez, olvido de lo imbricado.

El autor ofrece otro aspecto crítico:
La solución, muchas veces se arriesga, es el almacenamiento en la nube que nos ahorra la preocupación. Pero mientras que en la historia el problema generalmente era decidir qué nombres guardar en papiros o placas de arcilla, en la actualidad, dado que guardamos por defecto, el principal problema es elegir qué borrar. La novedad siempre toma precedencia y el pasado, temporalmente olvidado, fácilmente puede terminar siendo reemplazado (mención aparte si tenemos que dar cuenta de la gran cantidad de películas mudas y grabaciones musicales que se perdieron, memoria fílmica que no es posible reemplazar bajo criterios contemporáneos y/o modernos).

Y por último, el componente que remite a nuestra identidad como miembros de la raza humana, con todo lo que implica en esta lectura las diferencias que nos constituyen desde la conformación de las distintas sociedades y comunidades que nos conforman:

Quizá es aquí donde la osada perspectiva metafísica de que estamos hechos de información tanto como de átomos se vuelve punzante. Si la información que remite a nuestra identidad es cada vez mayor y más frágil, y puede usarse para cambiar la forma en que nos manejamos con el mundo o incluso la forma en que nos percibimos, y a esto le sumamos una industria montada sobre la manipulación y registro de esta información, ¿qué podemos esperar que pase?

La propuesta de Floridi no es necesariamente innovadora respecto de lo que debemos tener en cuenta, pero sí es útil al momento de pensar el marco ético que debería adoptarse frente a las posibilidades de la tecnología digital frente a nuestra identidad. De este modo, cuando discutimos sobre privacidad no sólo estamos contemplando lo que pasa con nuestra información en el mundo, sino la forma frágil e imperfecta en que esta nos constituye.

El problema es tan complejo que seguramente lo trataremos más adelante.

Fuente:
Estamos hechos de información, y eso nos hace frágiles
Por: Valentín Muro
Nota:
La imagen pertenece al sitio Pixabay

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