Parte de mi adolescencia estuvo atravesada por el envío de cartas postales, cuesta imaginar ahora ese contexto, en el que un mail atraviesa el éter en segundos para llevar su mensaje a una distancia que hace añicos el entendimiento del tiempo y del espacio, generalmente no se piensa en el recorrido de ese correo electrónico, sabemos que fue enviado y que en segundos el destinatario lo recibe en la bandeja de entrada de su computadora, la reflexión que pueda darse entre las correspondencias puede continuar de un modo ágil y ameno, pero siento que el componente reflexivo queda relegado.
Agrego
una digresión: es natural pensar que el tiempo y el espacio existen desde siempre.
Para Stephen Hawking –teoría de la relatividad mediante– el espacio y el tiempo
son cantidades dinámicas: cuando un cuerpo se mueve, o una fuerza actúa, afecta
a la curvatura del espacio y del tiempo, y, en contrapartida, la estructura del
espacio-tiempo afecta al modo en que los cuerpos se mueven y las fuerzas
actúan. El espacio y el tiempo no solo afectan, sino que también son afectados
por todo aquello que sucede en el universo.
Escribir una carta de papel, teniendo que hacer el esfuerzo mínimo de imaginar que esas palabras iban a tardar una o dos semanas en llegar a destino, nos llevaba invariablemente a tener un cuidado con el sentido y la construcción de dicho mensaje, realmente se contemplaba en ese acto un plano crítico que era cruzado con cierta atención, porque una vez enviada la carta, el espacio-tiempo era afectado mientras esperábamos una respuesta, un conjunto de palabras lo estaba atravesando, con la probabilidad de que el receptor, bajo otra esfera semántica del tiempo y del espacio, trazaría nuevas coordenadas del pensamiento para continuar el hilo de la conversación.
Vaya a saberse porqué, pienso en los anónimos mensajes que por cientos de años se guardaron en botellas, arrojados al mar con alguna esperanza tardía.
De algún modo, teniendo en cuenta la cantidad de cartas que compartí con mi amigo Rafael Bardas, me pareció bueno recuperar parte de esa historia, y volcar en este espacio el contenido de aquellas reflexiones, es una manera de tenerlo presente.
Esta carta fue electrónica, pero sirve a modo de introducción, ya que tiene un significado simbólico por ser una de las últimas que recibí de parte de este gran filósofo y arquitecto, las que compartiré de aquí en más, serán transcripciones de las cartas impresas que fueron llegando a mi domicilio, en diferentes momentos, bajo distintas circunstancias.
A principios de enero del año 2020, cuando la pandemia aún era un rumor que se avecinaba, compartí con Rafael una nota sobre la denominada “Primera biblioteca universitaria sin libros físicos”, la biblioteca de Florida Polytechnic University, diseñada por el arquitecto español Santiago Calatrava, un espacio educativo con acceso a más de 135.000 libros electrónicos. Llegué a comentarle la curiosidad de lo que generó el paso del tiempo en nuestras vidas: nativos digitales con padres analógicos, abuelos que escucharon noticias en radios a galena, hasta imaginar el escenario, dando un brinco gigantesco, de una biblioteca sin libros.
Rafael me respondió lo siguiente:
Así es, transcurren los años y siguen pasando cosas. Una dinámica que nos pasa por encima sin que nos demos cuenta, pero que nos arrastra y nos lleva con ella. ¿adónde?
Vos, como bibliotecario, te asombrás, porque ya no hay libros en esa biblioteca (¿podremos seguirla llamando así?) y yo, como arquitecto me sigo asombrando al ver las obras de Calatrava.
Sí…¡claro! Eliminando los libros de papel se consigue más espacio…pero se pierde ese típico aroma a papel y tinta que nos decía que estábamos realmente en una biblioteca. Un aroma amigo y grato que acompañaba nuestro divagar por un mar de letras amigas que se metían dentro nuestro, para quedarse y hacernos un poco más sabios.
No es lo mismo leer un libro en el silencio de una biblioteca que hacerlo en cualquier otro lugar, incluso en casa y menos aun frente a una pantalla.
Las nuevas generaciones quizás piensen lo contrario. Pero lo que nunca van a lograr sentir es la compañia de ese adminículo de papeles impresos que, sostenido en las manos, hace que sea todo nuestro cuerpo el que lea.
Es verdad que ya no recorremos el mundo en buques y trenes…pero la experiencia de haber atravesado el océano navegando días y días en un buque, es inigualable…!
Lo bueno de todo esto es que podemos afirmar, sin equivocarnos, que el mundo avanza y no se detiene ni retrocede. A eso llamo yo “optimismo histórico” y me felicito por sentirme incluído en esa dinámica.
Abrazo,
Rafa.
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