Para el poeta, ensayista y traductor Jorge Fondebrider, la
Patagonia, “tierra de pedregales, donde empollan los pingüinos, donde las
orcas se comen a los lobos y donde varan las ballenas", ha sido y
sigue siendo una fuente inagotable de mitos y relatos. No es casual que bajo
este entendimiento el autor se apoye conceptualmente en una cita borgeana que
figura en “Pierre Menard, autor del Quijote”, cuando afirma que “la historia
no es una indagación de la realidad, sino su origen mismo”, incluso Borges
va más allá al preguntarse ¿qué es la historia sino nuestra imagen de la
historia?, para Fondebrider ambas afirmaciones apuntan a lo mismo: una cosa son
los hechos concretos; otra, lo que la Historia hace con ellos.
Detenerse en este libro es navegar por varios ríos a la vez,
se trata de una narración a varias voces, realizada por cronistas de diversas
épocas y latitudes: viajeros, aventureros, científicos, militares, políticos,
sacerdotes, historiadores. Todos, parafraseando a Gilles Deleuze, aportan un
cauce, un arroyo, un lugar, una batalla. Es el paso del tiempo el que
resignifica lo narrado, añadiendo mitos a las crónicas, envolviendo recuerdos
con mantos de leyenda, entre los textos se desprende uno que me inquietó por su
crueldad, es el capítulo que Fondebrider dedica a los Selk’nam, etnia que
muchos conocen bajo la mención de onas, nombre que le dieron los yámanas,
canoeros del sur, a sus vecinos del norte. Según estos registros los Selk’nam
estaban establecidos en la mayor parte del territorio de la Isla Grande, su
territorio abarcaba estepas y parques boscosos, en su lengua, párik era
la región de praderas que hay al norte del Río Grande y hérsk, la zona
boscosa del sur. Cada familia Selk’nam poseía un territorio privado, al que
denominaban haruwen, en donde vivieron de la caza de guanacos, hasta que
la llegada de los blancos agudizó una problemática que los libros de historia
no documentaron exhaustivamente. Afirma el autor que en 1879, el teniente de la
Marina chilena Ramón Serrano Montaner, miembro de la Comisión Chilena de
Límites, descubrió oro aluvial, lo cual generó un enorme contingente de
aventureros que llegaron desde diferentes puertos en donde irremediablemente
tuvieron enfrentamientos con los paisanos del sur. A partir de la firma del
tratado de límites entre Chile y Argentina en 1881, los gobiernos de ambos
países empezaron a hacer grandes ventas públicas de tierras. En 1897 se
introdujeron enormes cantidades de ovejas en la isla. El choque cultural entre
los Selk’nam y los ganaderos resultó trágico. Fondebrider señala que las ovejas
empiezan a quitarle las mejores pasturas a los guanacos, lo cual implicó una
disminución del número de animales originarios, esta situación llevó a los
Selk’nam a matar ovejas y en consecuencia generar un conflicto con los
estancieros.
He aquí donde aparece la crónica de un tal Alexander
MacLennan, un escocés contratado por el estanciero José Menéndez para “limpiar
de indios las propiedades”. A una libra esterlina por cada cráneo de Selk’nam
muerto, MacLennan tuvo un buen negocio por delante, y en una ocasión encontró
el modo adecuado de hacerse de una buena suma. Con el pretexto de establecer un
cese de hostilidades, el “Chancho Colorado” –apodo de MacLennan– decidió reunir
a varios cientos de paisanos en Cabo Domingo o cabo Peñas (según las distintas
versiones), en una de ellas el asesino a sueldo ofreció a los indios un
banquete convenientemente regado de alcohol, cuando estuvieron del todo
borrachos, hizo formar en semicírculo a sus esbirros y los liquidó a todos a
tiros, dicen las versiones que eran unos quinientos Selk’nam los que murieron
aquel día. Las crónicas se entrecruzan, con diferencias en cuanto a las
estadísticas que en verdad no importan, no es el número lo más trascendente, el
tema es lo que la historia hizo con esos hechos concretos. Para el autor las
desventuras de los Selk’nam no concluyen con las matanzas ni con los conflictos
entre grupos, y para mayor ilustración cita el caso de un grupo de Yámanas –cuatro varones, cuatro mujeres y tres
niños– que en 1881 fueron capturados y llevados a Europa para exhibirlos en
circos franceses y alemanes. Existen muchas de esas historias en donde los
indígenas eran presentados como caníbales, puestos en jaulas como si fueran
animales, y con varios días sin comer, con lo cual el “espectáculo” consistía
en arrojarles carne cruda cuando la carpa se llenaba de visitantes, para los
parisinos era algo único, entonces lo mínimo que cabe pensar, a 137 años de
semejante escenario, es cuanto de humanidad se perdió en el exacto momento de
permitir esa cruenta locura, y que la sociedad “civilizada” no repudiara ese
escarnio y esa humillación.
Fondebrider observa que las versiones difieren, y que es muy
probable que ninguna sea completamente cierta. Lo importante, en todo caso, es
que esos indios fueron transportados a algún punto de Europa para ser
exhibidos, que muchos murieron en el mar, y que el gobierno argentino, como en
muchos otros casos, y por los motivos que fueren (geopolíticos, económicos),
brilló por su ausencia, dejando que los estancieros se excedieran con los
paisanos. Todo lo que vino después –la paulatina aculturación de los Selk’nam sobrevivientes
hasta su desaparición como etnia– es parte de una triste historia conocida, de
esas que sumadas a otras, hicieron de la Argentina el “país que no fue”.
Fuente consultada:
Borrero, José María. La Patagonia trágica. Asesinatos,
piratería y esclavitud, Ushuaia, Zagier y Urruty Publicaciones, 1989.
Fondebrider, Jorge. Versiones de la Patagonia. Buenos Aires:
Emecé, 2003.
Versión para El Orejiverde:
http://www.elorejiverde.com/el-don-de-la-palabra/4181-versiones-de-la-patagonia-ultrajada
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