“Hace
muchos años, Dios le dio cuernos al camello, en recompensa a la bondad de su
corazón, pero un día vino un ciervo pícaro, pidiendo que le prestara sus
cuernos, quería adornarse para una celebración en el oeste...el camello confió
en el ciervo y le dio sus cuernos, pero el ciervo nunca se los devolvió. Desde
entonces los camellos miran el horizonte, esperando el regreso del ciervo”.
En
el desierto de Gobi, al sur de Mongolia, fábulas como estas (recuperadas por el
documental “La historia del camello que llora”) son relatadas por los ancianos
mongoles dentro de las carpas o tiendas cubiertas de tapices y alfombras,
conocidas como yurtas (o “ger”) cuyas estructuras se asemejan a las calesitas
infantiles (un buen ejemplo de su arquitectura es posible encontrarlo en el
documental “El perro mongol”), en dicho interior es frecuente ver a los niños
prestar atención a los relatos de los abuelos, quienes conservan en la memoria
el patrimonio oral así como las costumbres ancestrales, entre las que se
cuentan los antiguos métodos de asistencia a los camellos en partos difíciles.
Se
tratan de pastores nómadas, pertenecientes a la etnia mongol, quienes viven sus
vidas lejos de los centros urbanos, en las periferias de uno de los desiertos
más extensos del mundo, donde el camello no solo es el principal medio de
transporte sino que también provee de leche, pelo para tejer mantas, cuerdas y
ropa. La vida de estos pobladores es sacrificada, aislados en medio de estepas,
sin electricidad ni agua corriente, viven en equilibrio con el universo y con
los espíritus que forman parte de su mitológico pasado.
Suelen
compartir rituales que perduran en el tiempo, como cuando se reúnen con los
lamas (maestros espirituales del budismo tibetano) para realizar ofrendas a la
tierra (sincretismo religioso de culturas chamánicas y budistas) en torno a
montículos de piedras o monolitos denominados oboo, cuya columna principal
–las “columnas del mundo” que comunican
la tierra con el Cielo– está cubierta de “jadakis” o pañuelos sagrados
predominantemente de color azul (la ceremonia, que consiste en ofrendar
alimentos, leche, vino, dulces o monedas en torno a las piedras, es en algún
punto similar a la Pachamama andina, los ruegos acompañan los buenos deseos de
prosperidad, que por supuesto incluye a los animales).
Se
trata de una cultura originaria de los territorios que hoy ocupan Mongolia,
Rusia y China (Mongolia limita al norte con Rusia y al sur con China). En
invierno las temperaturas pueden llegar a los 50º bajo cero y en verano
ascienden hasta los 40º, al igual que Bolivia, no tiene acceso al mar.
“El
país de Gengis Kan”...
La
historia universal reconoce, a principios del siglo XIII, el nacimiento de un
imperio llevado adelante por un líder tribal, Temuujin (1167-1227), quien luego
de unificar todas las tribus nómadas del norte de Asia proclamó el Estado
Mongol, convirtiéndose en rey con el nombre de Gengis Kan. Con el paso del
tiempo, los sucesores del gran guerrero conquistarían prácticamente la
totalidad de Asia y la Rusia europea.
En
la actualidad Mongolia es un vasto territorio donde alrededor del 70% de la
población es nómada. Debido a su cercanía al Tibet, corazón de la religión
budista, las creencias del pueblo mongol se han visto fuertemente influenciadas
por dicha cosmovisión. El budismo tibetano se expandió por Mongolia y se mezcló
con las costumbres y creencias procedentes del chamanismo indígena. Según
evidencias históricas aportadas por investigadores y académicos “las creencias
religiosas e invocaciones curativas, como primeras formas de la religión
chamánica mongola se originan a mediados de la era Matriarcal o Edad de Piedra
tardía” lo cual permite establecer un período comprendido entre los 5000 y 3000
años antes de nuestra era. En aquel contexto el chamanismo indígena no estaba
reducido a la propiedad de curar sino que también fue la principal fuente de
educación, apoyo estatal e ideología de los primeros estados mongoles, de
hecho un componente principal de la
ideología chamánica fue el respeto y reverencia hacia el fuego del hogar, que
en las actuales yurtas suele ubicarse en el centro de la vivienda.
Los
antiguos métodos de curación de animales
El
documental “La historia del camello que llora” logra simbolizar un antiguo
ritual mongol tradicional que se utiliza para reconciliar a las camellas con su
cría cuando la rechazan tras un parto difícil (práctica de reintroducción de
animales que es ampliamente utilizada en diversas civilizaciones nómadas del
continente asiático). En el caso de
algunos pobladores del desierto de Gobi suelen utilizar los servicios de un
violinista, quien con su morin khuur (instrumento musical de dos cuerdas,
considerado un símbolo de la cultura nómada de Mongolia) ejecuta una antigua
melodía tradicional que junto con los mantras entonados generalmente por una
mujer, consiguen que cuando el pequeño camello es llevado de nuevo a la madre,
ella se echa a llorar y lo deja amamantarse, permitiendo de este modo que
sobreviva.
Probablemente
se trate del momento más significativo del documental, que tiene la virtud de
ubicar al espectador en el contexto de silencio y quietud del desierto,
simbolizado por el recurso cinematográfico de planos secuencia que dimensionan
los tiempos habituales en el que los protagonistas se desenvuelven, en
determinado momento la cámara permite fijar para siempre las lágrimas del
camello, y lo inexplicable y poético se torna una circunstancia que junto a la
caída del sol cumple su sentido con las antiguas tradiciones.
Las
probables intervenciones de los bibliotecarios
Más
allá de los documentales cinematográficos, que en este caso están enfocados en
el contexto de los camellos –en esa
metáfora de la nada que pareciera todo desierto– lo generado desde el recurso
fílmico podría ser materia de investigación para el bibliotecario que desee
documentar sobre dichas tradiciones y conocimientos orales, ofreciendo la
posibilidad de construir fondos orales representativos, con testimonios
endógenos de la cultura nómada de
Mongolia (prácticas de utilización de animales para curación, grabación de
rituales y ceremonias, etnomusicología, espiritualidad y chamanismo,
construcción de bibliotecas o carpas móviles –similares a las propuestas por
comunidades pertenecientes al pueblo Rrom, aún sin implementar– entre otros)
información que puede tomarse como parámetro para concebir unidades que
fortalezcan el interior de la cultura, que permitan resguardar el patrimonio
oral inmaterial cultivado por los ancianos. Hoy por hoy las bibliotecas ofrecen
estas informaciones desde soportes gráficos y audiovisuales, pero sin registrar
el conocimiento local de las personas comunes.
Otra
posibilidad es promover servicios bibliotecarios ambulantes, cuyos materiales
complementen la educación familiar tradicional que los niños mongoles reciben
mientras realizan tareas agrícolas en comunidad. Existen numerosas experiencias
que registran actividades de traslado de libros en camellos, como ha ocurrido
en Kenia, en la región de Garissa, un sistema creado por el Servicio Nacional
de bibliotecas de Kenia, conocido como “bibliocamello”, bibliotecas móviles a
lomo de camello que llevan libros a escuelas primarias diseminadas en un radio
de diez kilómetros, para que los niños cuenten con herramientas de lecto-escritura
adecuadas en una de las regiones más pobres del país.
Esta
experiencia también es posible consultar en países como Mauritania, Marruecos,
Egipto y Malí, verdaderos sistemas de bibliotecas móviles de Medio Oriente y
África.
Bibliografía
consultada:
El
perro mongol
La
historia del camello que llora
La
conciencia inspirada en el chamanismo siberiano-mongol y el budismo tibetano en
Buryatia y Mongolia / Hugo Novotny, 2010
Los
barcos del desierto de Kenia
Publicado
en El Orejiverde
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