sábado, 6 de febrero de 2016

El pueblo de los camellos que lloran


Hace muchos años, Dios le dio cuernos al camello, en recompensa a la bondad de su corazón, pero un día vino un ciervo pícaro, pidiendo que le prestara sus cuernos, quería adornarse para una celebración en el oeste...el camello confió en el ciervo y le dio sus cuernos, pero el ciervo nunca se los devolvió. Desde entonces los camellos miran el horizonte, esperando el regreso del ciervo”.
En el desierto de Gobi, al sur de Mongolia, fábulas como estas (recuperadas por el documental “La historia del camello que llora”) son relatadas por los ancianos mongoles dentro de las carpas o tiendas cubiertas de tapices y alfombras, conocidas como yurtas (o “ger”) cuyas estructuras se asemejan a las calesitas infantiles (un buen ejemplo de su arquitectura es posible encontrarlo en el documental “El perro mongol”), en dicho interior es frecuente ver a los niños prestar atención a los relatos de los abuelos, quienes conservan en la memoria el patrimonio oral así como las costumbres ancestrales, entre las que se cuentan los antiguos métodos de asistencia a los camellos en partos difíciles.
Se tratan de pastores nómadas, pertenecientes a la etnia mongol, quienes viven sus vidas lejos de los centros urbanos, en las periferias de uno de los desiertos más extensos del mundo, donde el camello no solo es el principal medio de transporte sino que también provee de leche, pelo para tejer mantas, cuerdas y ropa. La vida de estos pobladores es sacrificada, aislados en medio de estepas, sin electricidad ni agua corriente, viven en equilibrio con el universo y con los espíritus que forman parte de su mitológico pasado.
Suelen compartir rituales que perduran en el tiempo, como cuando se reúnen con los lamas (maestros espirituales del budismo tibetano) para realizar ofrendas a la tierra (sincretismo religioso de culturas chamánicas y budistas) en torno a montículos de piedras o monolitos denominados oboo, cuya columna principal –las  “columnas del mundo” que comunican la tierra con el Cielo– está cubierta de “jadakis” o pañuelos sagrados predominantemente de color azul (la ceremonia, que consiste en ofrendar alimentos, leche, vino, dulces o monedas en torno a las piedras, es en algún punto similar a la Pachamama andina, los ruegos acompañan los buenos deseos de prosperidad, que por supuesto incluye a los animales).
Se trata de una cultura originaria de los territorios que hoy ocupan Mongolia, Rusia y China (Mongolia limita al norte con Rusia y al sur con China). En invierno las temperaturas pueden llegar a los 50º bajo cero y en verano ascienden hasta los 40º, al igual que Bolivia, no tiene acceso al mar.
“El país de Gengis Kan”...
La historia universal reconoce, a principios del siglo XIII, el nacimiento de un imperio llevado adelante por un líder tribal, Temuujin (1167-1227), quien luego de unificar todas las tribus nómadas del norte de Asia proclamó el Estado Mongol, convirtiéndose en rey con el nombre de Gengis Kan. Con el paso del tiempo, los sucesores del gran guerrero conquistarían prácticamente la totalidad de Asia y la Rusia europea.
En la actualidad Mongolia es un vasto territorio donde alrededor del 70% de la población es nómada. Debido a su cercanía al Tibet, corazón de la religión budista, las creencias del pueblo mongol se han visto fuertemente influenciadas por dicha cosmovisión. El budismo tibetano se expandió por Mongolia y se mezcló con las costumbres y creencias procedentes del chamanismo indígena. Según evidencias históricas aportadas por investigadores y académicos “las creencias religiosas e invocaciones curativas, como primeras formas de la religión chamánica mongola se originan a mediados de la era Matriarcal o Edad de Piedra tardía” lo cual permite establecer un período comprendido entre los 5000 y 3000 años antes de nuestra era. En aquel contexto el chamanismo indígena no estaba reducido a la propiedad de curar sino que también fue la principal fuente de educación, apoyo estatal e ideología de los primeros estados mongoles, de hecho  un componente principal de la ideología chamánica fue el respeto y reverencia hacia el fuego del hogar, que en las actuales yurtas suele ubicarse en el centro de la vivienda.

Los antiguos métodos de curación de animales
El documental “La historia del camello que llora” logra simbolizar un antiguo ritual mongol tradicional que se utiliza para reconciliar a las camellas con su cría cuando la rechazan tras un parto difícil (práctica de reintroducción de animales que es ampliamente utilizada en diversas civilizaciones nómadas del continente asiático).  En el caso de algunos pobladores del desierto de Gobi suelen utilizar los servicios de un violinista, quien con su morin khuur (instrumento musical de dos cuerdas, considerado un símbolo de la cultura nómada de Mongolia) ejecuta una antigua melodía tradicional que junto con los mantras entonados generalmente por una mujer, consiguen que cuando el pequeño camello es llevado de nuevo a la madre, ella se echa a llorar y lo deja amamantarse, permitiendo de este modo que sobreviva.
Probablemente se trate del momento más significativo del documental, que tiene la virtud de ubicar al espectador en el contexto de silencio y quietud del desierto, simbolizado por el recurso cinematográfico de planos secuencia que dimensionan los tiempos habituales en el que los protagonistas se desenvuelven, en determinado momento la cámara permite fijar para siempre las lágrimas del camello, y lo inexplicable y poético se torna una circunstancia que junto a la caída del sol cumple su sentido con las antiguas tradiciones.
Las probables intervenciones de los bibliotecarios
Más allá de los documentales cinematográficos, que en este caso están enfocados en el  contexto de los camellos –en esa metáfora de la nada que pareciera todo desierto– lo generado desde el recurso fílmico podría ser materia de investigación para el bibliotecario que desee documentar sobre dichas tradiciones y conocimientos orales, ofreciendo la posibilidad de construir fondos orales representativos, con testimonios endógenos de la  cultura nómada de Mongolia (prácticas de utilización de animales para curación, grabación de rituales y ceremonias, etnomusicología, espiritualidad y chamanismo, construcción de bibliotecas o carpas móviles –similares a las propuestas por comunidades pertenecientes al pueblo Rrom, aún sin implementar– entre otros) información que puede tomarse como parámetro para concebir unidades que fortalezcan el interior de la cultura, que permitan resguardar el patrimonio oral inmaterial cultivado por los ancianos. Hoy por hoy las bibliotecas ofrecen estas informaciones desde soportes gráficos y audiovisuales, pero sin registrar el conocimiento local de las personas comunes.
Otra posibilidad es promover servicios bibliotecarios ambulantes, cuyos materiales complementen la educación familiar tradicional que los niños mongoles reciben mientras realizan tareas agrícolas en comunidad. Existen numerosas experiencias que registran actividades de traslado de libros en camellos, como ha ocurrido en Kenia, en la región de Garissa, un sistema creado por el Servicio Nacional de bibliotecas de Kenia, conocido como “bibliocamello”, bibliotecas móviles a lomo de camello que llevan libros a escuelas primarias diseminadas en un radio de diez kilómetros, para que los niños cuenten con herramientas de lecto-escritura adecuadas en una de las regiones más pobres del país.
Esta experiencia también es posible consultar en países como Mauritania, Marruecos, Egipto y Malí, verdaderos sistemas de bibliotecas móviles de Medio Oriente y África.
Bibliografía consultada:
El perro mongol
La historia del camello que llora
La conciencia inspirada en el chamanismo siberiano-mongol y el budismo tibetano en Buryatia y Mongolia / Hugo Novotny, 2010
Los barcos del desierto de Kenia
Publicado en El Orejiverde

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