Recientemente
surgió una pregunta que habría que contextualizar bajo el plano del rol social
bibliotecario. El interrogante, gentilmente formulado por Enzo Abbagliati en el
sitio web Uvejota,
cuestiona por qué no hay bibliotecarios en los grandes debates sociales del
mundo actual, lo cual, considerando un territorio interdisciplinario, lo ubica
como un profesional ausente o invisible en la construcción de dichas
discusiones.
Algo
de todo esto viene desde el fondo de los tiempos, el estereotipo bibliotecario
que ha quedado inserto en el imaginario colectivo desde la época medieval,
donde los “guardianes de libros” custodiaban selectas colecciones sin permitir
el acceso al vasto mundo iletrado. Más de una vez cité el excelente trabajo de Zunilda
Roggau sobre los estereotipos en la profesión, y en este caso viene a
cuento la supuesta invisibilidad del accionar bibliotecario cuya presencia, a
pesar de las numerosas intervenciones en las que se ha visto involucrado, sigue
siendo rotulada como inexistente para el resto de la sociedad.
Analicemos,
si tal cosa es posible, algunas situaciones que lograron insertar la figura del
bibliotecario en complejos escenarios de problemáticas sociales, sin ir muy
lejos en el tiempo, lo ocurrido con las denominadas “Brigadas
Internacionalistas Solidarias para las Bibliotecas y los Archivos de América
Latina” (BRISAL),
que como se sabe, se ha tratado de equipos de trabajo conformados por
bibliotecarios, archiveros y personas solidarias con la Revolución boliviana,
quienes colaboraron durante períodos cortos de tiempo realizando diferentes
actividades de carácter técnico y no técnico en centros de conservación,
documentación, archivos y bibliotecas de Bolivia. Fue tal el impacto que la
idea se extendió a los países de Chile y Perú. Habría que recalcar el sentido
de la propuesta: profesionales de la información que ofrecieron su tiempo y su
trabajo como voluntarios para colaborar
en la reparación de las diferentes unidades de información que se encontraban
en situación edilicia vulnerable, contando con el único recurso disponible: el
humano.
Quien
suscribe recuerda interesantes debates y muestras de apoyo que se suscitaron
entre los colegas que participaron en dicha experiencia, cuyas tareas fueron
registradas por diferentes publicaciones ajenas a la profesión.
Recordar
esto me viene a la mente, haciendo un esfuerzo para dar un salto hacia otro
plano y otro contexto, lo sucedido con la agrupación “Médicos sin fronteras”,
donde un grupo de profesionales ha brindado asistencia médica gratuita en
países con situaciones de riesgo sanitario (terremotos, inundaciones,
epidemias, guerras, etc.), en este caso la primer lectura que uno hace es que
el hecho realmente trasciende “hacia fuera”, el emprendimiento genera impacto,
y la construcción de quienes deciden participar ubica a estos profesionales en
el centro del debate mundial, en especial desde las acciones realizadas
conceptualmente más que desde los nombres propios incluidos en el proyecto. El
hecho ciertamente sobrevuela las paredes de la profesión y se analiza desde un
marco interdisciplinario. Como bibliotecario estoy al tanto de este trabajo,
habría que analizar cuantos médicos, sociólogos, psicólogos, arquitectos, y
demás profesionales están al tanto de lo sucedido con las intervenciones
bibliotecarias en dichos contextos. Desconocerlo no me habilita para cerciorar
la supuesta invisibilidad de una profesión. Pero la lectura simple que se hace
es que los médicos en este caso son “visibles” y a los bibliotecarios “no se
los ve”.
Podría
citar otros ejemplos de bibliotecarios cuyo sentido ético ha sido valorado por
fuera de la disciplina, como el reconocido caso de la USA
Patriot Act donde cuatro bibliotecarios estadounidenses se negaron a
brindar información de los usuarios de la biblioteca al gobierno de EEUU,
llegando incluso a que sus nombres fueran considerados una “amenaza para la
seguridad nacional”. En ese contexto (año 2005, con intervenciones
estadounidenses en Irak y Afganistán) una orden federal de secreto les impedía
revelar que eran los demandantes del conocido caso “John Doe Connecticut” (en
Estados Unidos “John Doe” se usa cuando el nombre de un caso legal no puede ser
revelado), hace falta recordar que estos bibliotecarios, luchando por vías
legales, lograron recuperar el derecho a la libre expresión, a preservar la
intimidad de los lectores de bibliotecas y a alertar sobre la amenaza que por
entonces existía sobre los derechos y libertades de los ciudadanos en Estados
Unidos.
Si
tuviéramos que traer a este escenario los padecimientos de los bibliotecarios a
lo largo de la historia no alcanzarían las páginas de un libro para abordarlo
debidamente, desde los bibliotecarios detenidos-desaparecidos en la dictadura
argentina, pasando por las investigaciones de Fernando Báez sobre la
destrucción de patrimonios culturales y quema de libros (párrafo aparte si
tengo que citar el reciente
trabajo de este bibliotecario, quien, a la manera de un Rimbaud, estuvo
recorriendo buena parte de África siguiendo la ruta trashasariana de los
libros, un trabajo inimaginable en otros contextos). También podríamos traer a
colación aquellos esfuerzos del director de la Biblioteca de Irak, Saad
B. Eskander, quien se hizo conocido mundialmente por el mantenimiento de un
blog en el que iba escribiendo un diario –en plena guerra de ocupación
estadounidense– desde la propia Biblioteca Nacional Iraquí dando a conocer al
mundo los avatares cotidianos de la biblioteca y de la vida en Bagdad.
Hace
falta leer y releer los artículos que formaron parte de las publicaciones “De
volcanes llena: biblioteca y compromiso social (2007) y Biblioclastía.
Los robos, el miedo, la represión y sus resistencias en Bibliotecas, Centros de
documentación, Archivos y Museos de Latinoamérica (2008) donde nos recuerdan
que siempre hubo bibliotecarios en los grande debates sociales del mundo. Allí
están sus nombres, no son invisibles, se los puede encontrar en sus respectivas
bibliotecas, poniendo el cuerpo a las ideas, construyendo significado en cada
congreso, seminario o jornada.
En
2007 participé del primer Congreso
de Educación Superior (bajo el eje Sujetos, conflictividad e
interculturalidad) realizado en Mar del Plata. En dicho espacio, a través de
foros, talleres, mesas redondas y paneles de debate, directivos, docentes y
estudiantes compartieron trabajos académicos, de investigación y extensión
sobre diversos ejes temáticos, relativos en su gran mayoría a la implementación
de políticas públicas para la educación superior, institutos de formación
docente, organización y gestión de los institutos superiores y modelos
educativos entre otros.
Recuerdo
que algunos asistentes quedaron sorprendidos por la enorme incidencia que podía
tener un bibliotecario en la construcción social de conocimiento. Lo que me
llamó la atención fue la ignorancia ajena de dicho alcance, y eso que estamos
hablando del plano docente, en un congreso con mayoría de docentes y en los
cuales cada una de esas escuelas cuenta con bibliotecas, realmente hubo un
desconocimiento hacia aquellas personas que, siguiendo el razonamiento, parecen
venir al mundo para cumplir la simple misión de “entregar el libro en la mano”,
y por ahí, inconscientemente, perdura la idea del custodio medieval, el
bibliotecario que exige silencio con el semblante grave y sin deseos de
establecer una comunicación con el usuario.
Hagamos
de cuenta que estamos payando. Es en este momento donde quiero aportar mi cuota
de provocación. De mi parte quiero creer que el rol del bibliotecario pasa por
otro lado, se encuentra, entre otras cosas, no solo adentro sino por fuera de
los límites físicos de la biblioteca, actualmente es donde más sentido le
encuentro, la búsqueda de conocimiento y recuperación de información que no
suele ser considerada por los grandes medios, y que cobra un valor inusitado
cuando dicha información se transforma en documento. Ciertos bibliotecarios
presencian esa transformación, pero pareciera que se tratara de un trabajo
aislado, una mera cruzada personal. Al facilitar la posibilidad de generar el
propio acervo, el bibliotecario asigna un valor a la información, entrevistando
personas, logrando resguardar otras formas de conocimiento, pero entonces la
pregunta se vuelve a imponer ¿Dónde está el bibliotecario? Y la respuesta puede
ser simple: en la calle, con la gente, creando colecciones, construyendo
conocimiento documentado, fortaleciendo identidades en riesgo, otorgando voz a
los que nunca la tuvieron, un rol que es a la vez un compromiso social, el
sentido pleno de la vocación, es allí donde advierto la particularidad de estar
librando anónimas batallas silenciosas, invisibles para los demás, pero que
dejan huella en la persona, en el usuario, porque de algún modo, para el común
de la sociedad, el bibliotecario abandona la idea de custodiar un recinto para
darle utilidad social a los documentos, colmando de significados el rumbo de la
profesión.
Si
muchos de los bibliotecarios que grabaron conocimiento de los llamados libros
vivientes no hubieran hecho esa tarea es probable que buena parte del saber
comunitario indígena y campesino se hubiera silenciado para siempre,
ignorándose en las profundidades del entendimiento. Las sociedades suelen
avanzar sobre aquello que se desconoce, consumiendo contenidos académicos sin
sentido de representatividad, y así se admiten verdades sin matices, cuyo
anclaje resulta la memoria inconsulta de un semejante, de alguien que desde
siempre conservó un saber en su memoria y que sin embargo no lo pudo comunicar
a la sociedad.
Entiendo
que no todos desandan estos caminos, pero existen, y vuelvo a reiterar:
desconocer el alcance y sentido de una profesión no me habilita para cerciorar
la supuesta invisibilidad de la misma. En esas silenciosas luchas se encuentran
muchos bibliotecarios. Están, pero muchas veces uno no ve lo que no quiere ver,
o simplemente no ve aquello que en realidad desconoce. Ni hablar en este caso
de la falta de recursos.
Toda
información que ingresa a una biblioteca debe ser articulada por el
bibliotecario para asignarle utilidad, capacidad de uso, pero si la biblioteca
no cuenta con partidas presupuestarias acordes, la responsabilidad ética del
bibliotecario queda coartada por el sistema; hará lo que pueda y como pueda,
pero no tendrá oportunidades para promover un desarrollo equitativo de los
recursos. Es una realidad inserta dentro de las llamadas sociedades de la
información, y contra la cual solo queda apelar al ingenio, la voluntad y el
trabajo permanente.
Quiero
finalmente acercar unas palabras de Robert
Endean Gamboa con la intención de agregar una pequeña curvatura en
la discusión. Tiene que ver con la revisión y análisis de los conceptos. En un
artículo muy interesante, publicado en el blog “Problemas del campo de la
información”, este bibliotecario mexicano reflexionó sobre las disyuntivas que
nos ocupan, mencionaba el quehacer de la profesión, y arrojó un concepto que
espero no pase desapercibido para los colegas, en palabras sencillas dijo lo
siguiente:
…los médicos medican, los
archivistas archivan, los abogados abogan... ¿y los bibliotecarios? Estoy
convencido de que nosotros bibliotecamos…
Pudiera parecer ocioso creer que
una palabra nueva tiene el poder de cambiar el estado de cosas actual, pero es
así de cierto, como que si designáramos "bibliotecar" para definir la
acción de coleccionar recursos de información en distintos soportes y formatos
para tener una ventaja competitiva ya estaríamos fijando algo nuevo en la
realidad e insertándonos en ella como parte de lo que así se designa.
De esta manera, cuando alguien me
pregunte a qué me dedico, le diré que lo que yo hago es bibliotecar, y que para
hacerlo me he formado como bibliotecario profesional. Parece simple, ¿no?
Luego
el autor revisa los eventuales alcances del término, con la intención de
asignar un entendimiento de aquello que habitualmente forma parte de nuestro
mundo. Considero que hay muchas preguntas que los bibliotecarios nos venimos
haciendo desde hace tiempo, tal vez haya sido así desde siempre, es lo que
finalmente debería tener gran importancia: hacernos preguntas, en vez de andar
copiando recetas, Robert Gamboa las recupera una vez más:
¿Qué coleccionar? ¿Cómo
coleccionar? ¿Cuándo coleccionar? ¿Por qué coleccionar? ¿Para qué coleccionar?
¿Cómo decidir cuáles productos realizar? ¿Cuáles servicios son mejores para el
tipo de productos? ¿Qué los hace mejores? No obstante, no se agotan las
interrogaciones, pues ¿bibliotecar abarca también el archivar? ¿Cuál es la
relación entre bibliotecar y documentar? ¿Y con almacenar? Estas últimas
cuestiones parecen apuntar a una taxonomía de las colecciones…
Usar el lenguaje para abrir nuevos
horizontes a nuestro quehacer puede ser resultado de buscar novedades, pero
también sirve para tratar de captar soluciones. Bibliotecar es una palabra
nueva que puede servir para imprimir un sentido a nuestro quehacer, pero su
utilización requiere la revisión de todo lo que somos y hacemos, lo cual
imprime a su existencia el carácter de un problema complejo, en tanto que
instaura una nueva realidad, una nueva forma de vernos y observar el mundo en
el que estamos…
Querido Daniel: siempre es un placer leerte, con tu lucidez y claridad para transmitir reflexiones tan interesantes y necesarias para la profesión.
ResponderEliminarCada día tantos bibliotecamos y es bueno saber que cada vez somos más, como decís, del modo que se puede, con las pequeñas (y no tanto)luchas cotidianas. Esta profesión es una caja de pandora, una invitación permanente a desafíos y solidaridades que se multiplican en cada logro, en cada lector que se encuentra con la información, con los libros, con lo que busca y con lo que no sabía que existía pero ahí estamos para mostrarlo. En fin, este post merece una respuesta más seria y con más tiempo y reflexión. Pero no quería dejar pasar el tiempo para agradecerte por compartir y tirar piedras que nos inviten siempre a más. Un abrazo grande
No sé si es tan importante como me parece, mas quando disse que o bibliotecário puede hacer de las informaciones, documentos, me parece como um giro copernicano de la biblioteconomia: no representar los documentos, em um documento secundário o em um documento meta-informacional, mas bien dar la forma social de documento primário, a las informaciones que circulan em las márgenes, puertas afuera de las bibliotecas.
ResponderEliminarTe agradezco mucho estas palabras Flor, motivan a seguir compartiendo aquello que forma parte de nuestra naturaleza. Como bien sugerís, se abren posibilidades infinitas en esta profesión, simplemente hay que construirlas.
ResponderEliminarUn abrazo y que sigas bien.
Con permiso de Pedro López López, comparto un mensaje enviado a las listas, incluye un artículo de su autoría que recomiendo especialmente.
ResponderEliminarSaludos y muchas gracias a los colegas que participaron de los comentarios.
El texto es el siguiente:
Buena reflexión, amigo Daniel. Por aportar un granito de arena que quizás complemente algo tus reflexiones, como docente en la Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense, yo incidiría también en la formación que reciben los profesionales de las bibliotecas. No conozco bien la situación en Latinoamérica, pero al menos en España tengo la percepción de que la formación recibida no contempla aspectos sociales que pueden ayudar a comprender conceptos como democracia (que no es “se vota y ya”), derechos humanos, servicios, espacios y bienes públicos (imprescindibles para hablar de democracia); conceptos y reflexiones que sí servirían para participar en esos debates sociales que darían visibilidad a las y los bibliotecarios. De aquí parte también una postura extendida que se visibiliza en los foros de discusión como Iwetel, en los que cuando alguien lanza una reflexión política y/o social, siempre hay alguien que contesta que la lista no está para cuestiones políticas, haciendo gala de un “apoliticismo” francamente ridículo y corto de miras. Esto lleva incluso a los administradores a cortar algunos debates porque, se dice, la lista de distribución está para cuestiones técnicas y profesionales, no para “hacer política”. Para mí la biblioteca es un espacio público imprescindible para la construcción de democracia y ciudadanía, pero esto ya es una reflexión política que molesta a muchos colegas docentes o bibliotecarios que no consideran “profesionales” este tipo de reflexiones. Si los bibliotecarios se limitan a discusiones técnicas nunca podrán salir de su círculo y tener visibilidad e incidencia en la sociedad ni en los grandes debates sociales.
Algo de esto traté en un artículo publicado en la desgraciadamente desaparecida "Educación y Biblioteca" bajo el título "¿Reconocimiento social sin compromiso social"? (texto completo en http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3196305)
Un saludo
Pedro López López
Qué orgullo, Daniel, leer tus puntos de vista. Vamos bien y ganando a los agentes de la amnesia que quieren hacernos creer que somos parte de la farándula mediática mundial. Nuestro rol comunitario y general es más importante. Voy a divulgar tu texto en mi cuenta en twitter (@baezfer)
ResponderEliminarGracias Jacinto.
ResponderEliminarLamento no tener cuenta de twitter para seguirte, pero valoro mucho cuando los bibliotecarios entienden a la profesión con un carácter dinámico y un sentido proactivo.
Un abrazo.