sábado, 3 de agosto de 2013

¿Dónde están los bibliotecarios?


Recientemente surgió una pregunta que habría que contextualizar bajo el plano del rol social bibliotecario. El interrogante, gentilmente formulado por Enzo Abbagliati en el sitio web Uvejota, cuestiona por qué no hay bibliotecarios en los grandes debates sociales del mundo actual, lo cual, considerando un territorio interdisciplinario, lo ubica como un profesional ausente o invisible en la construcción de dichas discusiones.

Algo de todo esto viene desde el fondo de los tiempos, el estereotipo bibliotecario que ha quedado inserto en el imaginario colectivo desde la época medieval, donde los “guardianes de libros” custodiaban selectas colecciones sin permitir el acceso al vasto mundo iletrado. Más de una vez cité el excelente trabajo de Zunilda Roggau sobre los estereotipos en la profesión, y en este caso viene a cuento la supuesta invisibilidad del accionar bibliotecario cuya presencia, a pesar de las numerosas intervenciones en las que se ha visto involucrado, sigue siendo rotulada como inexistente para el resto de la sociedad.

Analicemos, si tal cosa es posible, algunas situaciones que lograron insertar la figura del bibliotecario en complejos escenarios de problemáticas sociales, sin ir muy lejos en el tiempo, lo ocurrido con las denominadas “Brigadas Internacionalistas Solidarias para las Bibliotecas y los Archivos de América Latina” (BRISAL), que como se sabe, se ha tratado de equipos de trabajo conformados por bibliotecarios, archiveros y personas solidarias con la Revolución boliviana, quienes colaboraron durante períodos cortos de tiempo realizando diferentes actividades de carácter técnico y no técnico en centros de conservación, documentación, archivos y bibliotecas de Bolivia. Fue tal el impacto que la idea se extendió a los países de Chile y Perú. Habría que recalcar el sentido de la propuesta: profesionales de la información que ofrecieron su tiempo y su trabajo como voluntarios  para colaborar en la reparación de las diferentes unidades de información que se encontraban en situación edilicia vulnerable, contando con el único recurso disponible: el humano.
Quien suscribe recuerda interesantes debates y muestras de apoyo que se suscitaron entre los colegas que participaron en dicha experiencia, cuyas tareas fueron registradas por diferentes publicaciones ajenas a la profesión.

Recordar esto me viene a la mente, haciendo un esfuerzo para dar un salto hacia otro plano y otro contexto, lo sucedido con la agrupación “Médicos sin fronteras”, donde un grupo de profesionales ha brindado asistencia médica gratuita en países con situaciones de riesgo sanitario (terremotos, inundaciones, epidemias, guerras, etc.), en este caso la primer lectura que uno hace es que el hecho realmente trasciende “hacia fuera”, el emprendimiento genera impacto, y la construcción de quienes deciden participar ubica a estos profesionales en el centro del debate mundial, en especial desde las acciones realizadas conceptualmente más que desde los nombres propios incluidos en el proyecto. El hecho ciertamente sobrevuela las paredes de la profesión y se analiza desde un marco interdisciplinario. Como bibliotecario estoy al tanto de este trabajo, habría que analizar cuantos médicos, sociólogos, psicólogos, arquitectos, y demás profesionales están al tanto de lo sucedido con las intervenciones bibliotecarias en dichos contextos. Desconocerlo no me habilita para cerciorar la supuesta invisibilidad de una profesión. Pero la lectura simple que se hace es que los médicos en este caso son “visibles” y a los bibliotecarios “no se los ve”.

Podría citar otros ejemplos de bibliotecarios cuyo sentido ético ha sido valorado por fuera de la disciplina, como el reconocido caso de la USA Patriot Act donde cuatro bibliotecarios estadounidenses se negaron a brindar información de los usuarios de la biblioteca al gobierno de EEUU, llegando incluso a que sus nombres fueran considerados una “amenaza para la seguridad nacional”. En ese contexto (año 2005, con intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán) una orden federal de secreto les impedía revelar que eran los demandantes del conocido caso “John Doe Connecticut” (en Estados Unidos “John Doe” se usa cuando el nombre de un caso legal no puede ser revelado), hace falta recordar que estos bibliotecarios, luchando por vías legales, lograron recuperar el derecho a la libre expresión, a preservar la intimidad de los lectores de bibliotecas y a alertar sobre la amenaza que por entonces existía sobre los derechos y libertades de los ciudadanos en Estados Unidos.

Si tuviéramos que traer a este escenario los padecimientos de los bibliotecarios a lo largo de la historia no alcanzarían las páginas de un libro para abordarlo debidamente, desde los bibliotecarios detenidos-desaparecidos en la dictadura argentina, pasando por las investigaciones de Fernando Báez sobre la destrucción de patrimonios culturales y quema de libros (párrafo aparte si tengo que citar el reciente trabajo de este bibliotecario, quien, a la manera de un Rimbaud, estuvo recorriendo buena parte de África siguiendo la ruta trashasariana de los libros, un trabajo inimaginable en otros contextos). También podríamos traer a colación aquellos esfuerzos del director de la Biblioteca de Irak, Saad B. Eskander, quien se hizo conocido mundialmente por el mantenimiento de un blog en el que iba escribiendo un diario –en plena guerra de ocupación estadounidense– desde la propia Biblioteca Nacional Iraquí dando a conocer al mundo los avatares cotidianos de la biblioteca y de la vida en Bagdad.

Hace falta leer y releer los artículos que formaron parte de las publicaciones “De volcanes llena: biblioteca y compromiso social (2007) y Biblioclastía. Los robos, el miedo, la represión y sus resistencias en Bibliotecas, Centros de documentación, Archivos y Museos de Latinoamérica (2008) donde nos recuerdan que siempre hubo bibliotecarios en los grande debates sociales del mundo. Allí están sus nombres, no son invisibles, se los puede encontrar en sus respectivas bibliotecas, poniendo el cuerpo a las ideas, construyendo significado en cada congreso, seminario o jornada.

En 2007 participé del primer Congreso de Educación Superior (bajo el eje Sujetos, conflictividad e interculturalidad) realizado en Mar del Plata. En dicho espacio, a través de foros, talleres, mesas redondas y paneles de debate, directivos, docentes y estudiantes compartieron trabajos académicos, de investigación y extensión sobre diversos ejes temáticos, relativos en su gran mayoría a la implementación de políticas públicas para la educación superior, institutos de formación docente, organización y gestión de los institutos superiores y modelos educativos entre otros.
Recuerdo que algunos asistentes quedaron sorprendidos por la enorme incidencia que podía tener un bibliotecario en la construcción social de conocimiento. Lo que me llamó la atención fue la ignorancia ajena de dicho alcance, y eso que estamos hablando del plano docente, en un congreso con mayoría de docentes y en los cuales cada una de esas escuelas cuenta con bibliotecas, realmente hubo un desconocimiento hacia aquellas personas que, siguiendo el razonamiento, parecen venir al mundo para cumplir la simple misión de “entregar el libro en la mano”, y por ahí, inconscientemente, perdura la idea del custodio medieval, el bibliotecario que exige silencio con el semblante grave y sin deseos de establecer una comunicación con el usuario.

Hagamos de cuenta que estamos payando. Es en este momento donde quiero aportar mi cuota de provocación. De mi parte quiero creer que el rol del bibliotecario pasa por otro lado, se encuentra, entre otras cosas, no solo adentro sino por fuera de los límites físicos de la biblioteca, actualmente es donde más sentido le encuentro, la búsqueda de conocimiento y recuperación de información que no suele ser considerada por los grandes medios, y que cobra un valor inusitado cuando dicha información se transforma en documento. Ciertos bibliotecarios presencian esa transformación, pero pareciera que se tratara de un trabajo aislado, una mera cruzada personal. Al facilitar la posibilidad de generar el propio acervo, el bibliotecario asigna un valor a la información, entrevistando personas, logrando resguardar otras formas de conocimiento, pero entonces la pregunta se vuelve a imponer ¿Dónde está el bibliotecario? Y la respuesta puede ser simple: en la calle, con la gente, creando colecciones, construyendo conocimiento documentado, fortaleciendo identidades en riesgo, otorgando voz a los que nunca la tuvieron, un rol que es a la vez un compromiso social, el sentido pleno de la vocación, es allí donde advierto la particularidad de estar librando anónimas batallas silenciosas, invisibles para los demás, pero que dejan huella en la persona, en el usuario, porque de algún modo, para el común de la sociedad, el bibliotecario abandona la idea de custodiar un recinto para darle utilidad social a los documentos, colmando de significados el rumbo de la profesión.

Si muchos de los bibliotecarios que grabaron conocimiento de los llamados libros vivientes no hubieran hecho esa tarea es probable que buena parte del saber comunitario indígena y campesino se hubiera silenciado para siempre, ignorándose en las profundidades del entendimiento. Las sociedades suelen avanzar sobre aquello que se desconoce, consumiendo contenidos académicos sin sentido de representatividad, y así se admiten verdades sin matices, cuyo anclaje resulta la memoria inconsulta de un semejante, de alguien que desde siempre conservó un saber en su memoria y que sin embargo no lo pudo comunicar a la sociedad.

Entiendo que no todos desandan estos caminos, pero existen, y vuelvo a reiterar: desconocer el alcance y sentido de una profesión no me habilita para cerciorar la supuesta invisibilidad de la misma. En esas silenciosas luchas se encuentran muchos bibliotecarios. Están, pero muchas veces uno no ve lo que no quiere ver, o simplemente no ve aquello que en realidad desconoce. Ni hablar en este caso de la falta de recursos.
Toda información que ingresa a una biblioteca debe ser articulada por el bibliotecario para asignarle utilidad, capacidad de uso, pero si la biblioteca no cuenta con partidas presupuestarias acordes, la responsabilidad ética del bibliotecario queda coartada por el sistema; hará lo que pueda y como pueda, pero no tendrá oportunidades para promover un desarrollo equitativo de los recursos. Es una realidad inserta dentro de las llamadas sociedades de la información, y contra la cual solo queda apelar al ingenio, la voluntad y el trabajo permanente.

Quiero finalmente acercar unas palabras de Robert Endean Gamboa con la intención de agregar una pequeña curvatura en la discusión. Tiene que ver con la revisión y análisis de los conceptos. En un artículo muy interesante, publicado en el blog “Problemas del campo de la información”, este bibliotecario mexicano reflexionó sobre las disyuntivas que nos ocupan, mencionaba el quehacer de la profesión, y arrojó un concepto que espero no pase desapercibido para los colegas, en palabras sencillas dijo lo siguiente:

…los médicos medican, los archivistas archivan, los abogados abogan... ¿y los bibliotecarios? Estoy convencido de que nosotros bibliotecamos…

Pudiera parecer ocioso creer que una palabra nueva tiene el poder de cambiar el estado de cosas actual, pero es así de cierto, como que si designáramos "bibliotecar" para definir la acción de coleccionar recursos de información en distintos soportes y formatos para tener una ventaja competitiva ya estaríamos fijando algo nuevo en la realidad e insertándonos en ella como parte de lo que así se designa.

De esta manera, cuando alguien me pregunte a qué me dedico, le diré que lo que yo hago es bibliotecar, y que para hacerlo me he formado como bibliotecario profesional. Parece simple, ¿no?

Luego el autor revisa los eventuales alcances del término, con la intención de asignar un entendimiento de aquello que habitualmente forma parte de nuestro mundo. Considero que hay muchas preguntas que los bibliotecarios nos venimos haciendo desde hace tiempo, tal vez haya sido así desde siempre, es lo que finalmente debería tener gran importancia: hacernos preguntas, en vez de andar copiando recetas, Robert Gamboa las recupera una vez más:

¿Qué coleccionar? ¿Cómo coleccionar? ¿Cuándo coleccionar? ¿Por qué coleccionar? ¿Para qué coleccionar? ¿Cómo decidir cuáles productos realizar? ¿Cuáles servicios son mejores para el tipo de productos? ¿Qué los hace mejores? No obstante, no se agotan las interrogaciones, pues ¿bibliotecar abarca también el archivar? ¿Cuál es la relación entre bibliotecar y documentar? ¿Y con almacenar? Estas últimas cuestiones parecen apuntar a una taxonomía de las colecciones…

Usar el lenguaje para abrir nuevos horizontes a nuestro quehacer puede ser resultado de buscar novedades, pero también sirve para tratar de captar soluciones. Bibliotecar es una palabra nueva que puede servir para imprimir un sentido a nuestro quehacer, pero su utilización requiere la revisión de todo lo que somos y hacemos, lo cual imprime a su existencia el carácter de un problema complejo, en tanto que instaura una nueva realidad, una nueva forma de vernos y observar el mundo en el que estamos…

Y ya creo, por la extensión, que es mejor pasar la guitarra a otro payador, así nos iremos enterando de lo que sabe quien.

6 comentarios:

  1. Querido Daniel: siempre es un placer leerte, con tu lucidez y claridad para transmitir reflexiones tan interesantes y necesarias para la profesión.
    Cada día tantos bibliotecamos y es bueno saber que cada vez somos más, como decís, del modo que se puede, con las pequeñas (y no tanto)luchas cotidianas. Esta profesión es una caja de pandora, una invitación permanente a desafíos y solidaridades que se multiplican en cada logro, en cada lector que se encuentra con la información, con los libros, con lo que busca y con lo que no sabía que existía pero ahí estamos para mostrarlo. En fin, este post merece una respuesta más seria y con más tiempo y reflexión. Pero no quería dejar pasar el tiempo para agradecerte por compartir y tirar piedras que nos inviten siempre a más. Un abrazo grande

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  2. No sé si es tan importante como me parece, mas quando disse que o bibliotecário puede hacer de las informaciones, documentos, me parece como um giro copernicano de la biblioteconomia: no representar los documentos, em um documento secundário o em um documento meta-informacional, mas bien dar la forma social de documento primário, a las informaciones que circulan em las márgenes, puertas afuera de las bibliotecas.

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  3. Te agradezco mucho estas palabras Flor, motivan a seguir compartiendo aquello que forma parte de nuestra naturaleza. Como bien sugerís, se abren posibilidades infinitas en esta profesión, simplemente hay que construirlas.
    Un abrazo y que sigas bien.

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  4. Con permiso de Pedro López López, comparto un mensaje enviado a las listas, incluye un artículo de su autoría que recomiendo especialmente.

    Saludos y muchas gracias a los colegas que participaron de los comentarios.
    El texto es el siguiente:

    Buena reflexión, amigo Daniel. Por aportar un granito de arena que quizás complemente algo tus reflexiones, como docente en la Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense, yo incidiría también en la formación que reciben los profesionales de las bibliotecas. No conozco bien la situación en Latinoamérica, pero al menos en España tengo la percepción de que la formación recibida no contempla aspectos sociales que pueden ayudar a comprender conceptos como democracia (que no es “se vota y ya”), derechos humanos, servicios, espacios y bienes públicos (imprescindibles para hablar de democracia); conceptos y reflexiones que sí servirían para participar en esos debates sociales que darían visibilidad a las y los bibliotecarios. De aquí parte también una postura extendida que se visibiliza en los foros de discusión como Iwetel, en los que cuando alguien lanza una reflexión política y/o social, siempre hay alguien que contesta que la lista no está para cuestiones políticas, haciendo gala de un “apoliticismo” francamente ridículo y corto de miras. Esto lleva incluso a los administradores a cortar algunos debates porque, se dice, la lista de distribución está para cuestiones técnicas y profesionales, no para “hacer política”. Para mí la biblioteca es un espacio público imprescindible para la construcción de democracia y ciudadanía, pero esto ya es una reflexión política que molesta a muchos colegas docentes o bibliotecarios que no consideran “profesionales” este tipo de reflexiones. Si los bibliotecarios se limitan a discusiones técnicas nunca podrán salir de su círculo y tener visibilidad e incidencia en la sociedad ni en los grandes debates sociales.
    Algo de esto traté en un artículo publicado en la desgraciadamente desaparecida "Educación y Biblioteca" bajo el título "¿Reconocimiento social sin compromiso social"? (texto completo en http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3196305)

    Un saludo
    Pedro López López

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  5. Qué orgullo, Daniel, leer tus puntos de vista. Vamos bien y ganando a los agentes de la amnesia que quieren hacernos creer que somos parte de la farándula mediática mundial. Nuestro rol comunitario y general es más importante. Voy a divulgar tu texto en mi cuenta en twitter (@baezfer)

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  6. Gracias Jacinto.
    Lamento no tener cuenta de twitter para seguirte, pero valoro mucho cuando los bibliotecarios entienden a la profesión con un carácter dinámico y un sentido proactivo.
    Un abrazo.

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