A veces resultan llamativas ciertas medidas, hace un año se
conoció en Jujuy un emprendimiento, que a decir del entonces Ministro de
Cultura y Turismo, Carlos Oehler, se trató de “una muestra más del trabajo
coordinado entre las diversas áreas de este gobierno. Se hizo una intervención
artística de alumnos de establecimientos educativos y de pintores sobre
heladeras en desuso de una reconocida empresa multinacional de gaseosas que las
donó”.
Básicamente el proyecto convirtió unas heladeras en pequeñas
bibliotecas para ser entregadas a distintas localidades (entre ellas Molulo, El
Durazno, Catua, Ronque), los estudiantes, pertenecientes a Escuela Provincial
de Artes Plásticas N° 1 “Medardo Pantoja”, el Profesorado de Artes Visuales IFD
N° 4 “Scalabrini Ortiz” y el Centro Polivalente de Artes “Prof. Luis Martínez”,
intervinieron esos artefactos con pinturas y los acondicionaron para albergar
libros en aquellas comunidades aborígenes del interior de la provincia que no
cuentan con una biblioteca popular.
Por su parte, la Ministra de Ambiente, María Zigarán, había
destacado que la propuesta, con responsabilidad de la cartera de Cultura y
Turismo, tuvo por fin reutilizar objetos que ya estaban en la clasificación de
residuos, y que “por iniciativa de la Dirección de Derechos Culturales es que
se hizo esta convocatoria para analizar desde nuestro ministerio que aporte
hacer a esta propuesta”.
No se pretende enarbolar una crítica sobre la intencionalidad
del proyecto, las heladeras podrían formar parte del espacio de una biblioteca,
como cualquier otro elemento, pero de ahí a buscar entender que para ciertas
comunidades unas heladeras alcanzan para representar la idea de biblioteca, es
cuando menos una manera muy discutible de comprender que realmente dicho
servicio es algo que necesiten los paisanos, cuando a pocos kilómetros de esos
contextos rurales las realidades urbanas son bien distintas.
Soy de entender que no alcanza el pintoresco criterio de la
“intervención artística” para justificar el sentido de la propuesta, que
básicamente consiste en hacer que los niños lean en comunidades alejadas de los
centros urbanos, de algún modo cuesta creer que desde el Estado no sea posible
garantizar espacios adecuados para que las comunidades puedan acceder a
materiales librarios representativos de sus culturas y necesidades de
información.
Que la propuesta forme parte del concepto “Jujuy verde” no
debería pretender relacionar el sentido de la reutilización ecológica con espacios
concretos denominados bibliotecas, una biblioteca es otra cosa, es un espacio
de encuentro, una casa de cultura crítica, un lugar donde la gente comparte lo
que sabe, a lo sumo una heladera podría formar parte de un sector con una
temática específica y determinada, pero no circunscribir su sentido al amplio
entendimiento cultural que históricamente dicho concepto ha suscitado a nivel
social.
Para que los paisanos accedan a libros que “los ayuden a
formarse y a fomentar el hábito de la lectura” es necesario que tengan un
espacio digno, esperemos que en un tiempo no muy lejano esas heladeras formen
parte del espacio de una biblioteca comunitaria.
Fuente:
Gobierno de Jujuy
Bibliotecas sustentables destinadas a comunidades aborígenes
jujeñas
Versión para El Orejiverde
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