En
esta sorprendente crónica, Fernando Báez comparte las vicisitudes de los
bibliotecarios africanos en defensa de sus bibliotecas y sus libros,
registrando parte de los innumerables saqueos, incendios intencionales, destrucciones y actos terroristas, que
durante años padecieron estas verdaderas casas de la memoria en los antiguos
países de África. El informe es también una oportunidad para corroborar el
inmenso daño que provoca la destrucción de manuscritos en la historia de la
humanidad.
La lucha de los bibliotecarios africanos por
defender sus bibliotecas
“!Pasajeros a Malí!”, grita una indiferente joven
uniformada que lleva en sus manos una gruesa carpeta azul con el logotipo de
una empresa de atención al público. Nos mira, pero tal vez no nos vea.
“!Pasajeros a Malí”, repite otra vez con un megáfono al minúsculo y heterogéneo
grupo que la seguimos por los pasillos como si se tratara de una líder
religiosa con la indecisión propia que sienten al final los devotos fatigados.
Dadas las reticencias que conforman la filosofía del pasajero que sufre la
metamorfosis del maltrato y las mentiras habituales de los operadores
turísticos, el grupo sabe que está en presencia de un milagro y aprovechamos el
momento para compartir, en francés, en bambara, en árabe o inglés, incluso en
un dialecto tuareg frases que resumen la transición y la aventura que vamos a
vivir.
En Malí, aunque su nombre deriva del bambara y
significa àmakɔ̌ o cocodrilo pantanoso,
es habitual decir que quien no ha sido picado por un escorpión es porque no ha
pisado la arena. Hay que vencer supersticiones y saber que un viaje al África
subsahariana no es sólo un prodigio dada la ineficiencia controlada de las
pésimas líneas aéreas sino una oportunidad única para planificar de una vez y
para siempre un éxodo por los rincones más remotos de nuestra propia memoria,
hacia aquello que recordamos y olvidamos que somos y estamos siendo justo en
estos precisos momentos.
Cuando el avión aterriza –si aterriza y no hay un
desvío por una tormenta de arena, una amenaza terrorista o por cualquier otra
razón que sólo el protocolo secreto podría explicar en la ruta París-Malí– si
se llega hasta la rampa principal, si no se cancela todo como correspondería
ese día de rumores, entonces es posible agradecer la buena nueva del anuncio de
haber llegado al Aeropuerto Internacional de Bamako, donde además de un calor asfixiante,
el atropello de la sección de migración, el colorido repentino que debe ser
asumido como natural, pasa uno a un cambio vertiginoso de ritmo ante la
probabilidad cierta de estar a punto de ser testigo de un golpe de estado.
El caso es que, después de escuchar varias
versiones sobre la huída apresurada de los moriscos de la antigua Al Ándalus,
no me convencieron los argumentos y llegué a Tombuctú, la perla del desierto,
para conocer la verdad de los hechos y pude evidenciar que la idea antropológica
colonialista, de mentalidad primitiva, en el caso de África se derrumbaba justo
en esa pequeña villa, y contra la versión espuria de la circunscrita
perspectiva de Hegel sobre el desarrollo del pensamiento mundial, hoy puedo
argumentar que había visitado la capital de uno de los centros culturales más
importantes del mundo antiguo, donde se produjeron volúmenes sobre historia,
teología y filosofía, y donde un gran Reino mantuvo vínculos formidables con La
Meca, Constantinopla y Al Andalus, la sede del Islam en Europa durante siete
siglos. El orientalismo ignoró por siglos –o para ser más exacto, omitió– el
mestizaje curioso entre el mundo musulmán y los cultos antiguos ocurrido en
diversos lugares de Etiopía, Somalia, Nigeria o Malí, esta última una nación que conserva por fortuna un
testimonio directo con la gran biblioteca de Mahmud Kati, apenas estudiada a
finales del siglo XX.
El cambio tras la llegada del Islam desde el
siglo XIII se observa en el relato mitológico de los pueblos mandinga (que
abarcaría desde Gambia, pasando por
Guinea, Guinea-Bissau, hasta Senegal, Liberia, Malí, Sierra Leona, Costa
de Marfil, y finalmente Burkina Faso), que cambió desde la creación del
universo hasta la batalla de Kaibar, los comienzos de la monarquía mansaya en
los mandinga, la saga de Sunjata, la genealogía de los clanes mandingas, la
lista de las Treinta Familias Mandinga y el asentamiento y hegemonía de Keyita
Kandasi. Es fascinante el sincretismo en algunas aldeas donde los cultos
locales se combinan con la ortodoxia musulmana más próxima al misticismo. En
Tarik al-fattash, de Mahmud B. Muttawakkil Ka´ti, se lee que en las tierras de
Bilad al-Sudán (la tierra de los Negros) el Caos dominó, tal cual pensaban los
pobladores, hasta que se aceptó el credo de Alá. Todavía puede encontrarse
entre los ancianos una práctica esotérica con miembros de sus tribus y las
antiguas prácticas islámicas con la comunidad. El aprendizaje del árabe estuvo
relacionado con la incorporación social, pero además facilitaba la actividad comercial,
de modo que los africanos hicieron del árabe una lengua común y siguen
haciéndolo. Hasta los pueblos dogón, que son animistas, han preservado sus
costumbres al mismo tiempo que asimlan el Islam.
En particular, la inestable ciudad de Tombuctú
que en marzo de 2012 volvía a estar sitiada por rebeldes, de fuerte influencia
tuareg, con sus 55.000 habitantes ha admirado turistas e investigadores a lo
largo de estos últimos años, pero más allá de cualquier especulación de la
ciudad de los 333 santos que capturó el interés de Bin Battuta, el gran
viajero, y de los sufíes, hay que recordar que tiene las tres mezquitas más
interesantes del Islam africano.
La leyenda de la riqueza del sitio lo forjó el
viajero Heródoto: “Hay un país, al sudoeste de Libia, más allá del gran
desierto que los comerciantes cartagineses suelen visitar. Cuentan que, después
de un viaje muy largo y fatigoso, llegan a una playa donde descargan sus
mercancías. Una vez dispuestas ordenadamente sobre la arena, las dejan allí, y
ellos se alejan y encienden grandes hogueras para anunciar su llegada a quienes
viven en aquellas tierras. Al ver el humo, los nativos salen de sus poblados y
van hacia la playa, se acercan a las mercancías, las examinan y, tras depositar
junto a ellas tanto oro como creen que valen, desaparecen de la vista.
Entonces, son los cartagineses quienes se aproximan, y si consideran que el oro
es suficiente, lo recogen y se van; pero si no les parece bastante, no lo tocan
y se retiran de nuevo, y reavivan el fuego hasta que el humo vuelve a cubrir el
cielo. Los nativos acuden entonces por segunda vez y añaden algo más de oro, y
así se repiten las idas y venidas hasta que los comerciantes se dan por
satisfechos”.
Esta leyenda prosiguió de la mano de los
caravaneros que fueron luego reemplazados por los comerciantes marítimos, lo
que concluyó el ciclo africano del oro.
La ciudad de Tombuctú, que fue El Dorado de
África y hoy el oro es una rareza, llegó a tener 200 madrazas para enseñar
teología y no menos de 40.000 estudiantes divulgaron su doctrina. Los maestros,
austeros y exigentes, eran recompensados para que no tuvieran que distraerse
con otras actividades: un tombouctoukoi en el siglo XVI señalaba que un maestro
podía ganar 1275 cauris en un día, cantidad más que suficiente para su
dedicación absoluta a la enseñanza. Las dos ramas usuales eran la exégesis
coránica, la rememoración de los hadizes o tradiciones orales, la
jurisprudencia o fiq y fuentes legales o usul. Por otra parte, la lengua
demandaba buen conocimiento de la gramática
y las ciencias en las que los árabes eran pioneros: matemática,
astronomía, medicina. La palabra algoritmo viene del árabe y deriva de al
Jwarizimi.
De las mezquitas habría que mencionar
Djinguereiber ó Yinguereber (la colosal), erigida hacia 1325 por Ishaq
es-Saheli, el escéptico arquitecto granadino nacido en 1290 que enriqueció por
la millonaria fortuna que le pagó el espléndido emperador malinké Kankan Musa o
Mansa Musa, quien también se distinguió porque hizo su peregrinación a La Meca
con sesenta mil personas y cien camellos cargados de oro como una prueba de
devoción.
El edificio es extraño, versátil, y su estilo
desconcertante y mimético, en donde se advierte la combinación del adobe y la
palmera, como puede verse también en la milagrosa Sidi Yahya, que estuvo
abandonada hasta que un iluminado apareció del desierto con las llaves y pudo
abrirla siglos más tarde, o en la gigantesca Mezquita de Djenné o Yené: esta
estructura fue declarada Patrimonio Cultural de la Unesco porque además de sus
formidables medidas es un templo de una sola pieza con materiales excepcionales
que han soportado todo tipo de desastres y se ha reconstruido una y otra vez
sobre sus mismas bases. Ishaq, el constructor, macilento y atónito, murió respetado e ignorado, también
traicionado por muchos, en Tombuctú en 1346, pero su influencia llegó hasta
Antonio Gaudí, el genio de la arquitectura de Europa.
Además de las mezquitas, las escuelas coránicas
propagaron la fe aprovechando el desplazamiento de sus alumnos por el río
Níger, alfabetizaron a la población y produjeron una impactante escuela de
escribas. En Tombuctú funcionó la que se estima como la primera universidad del
mundo de Sankore o Sankore Masjid
(aunque Bolonia mantenga el merecido prestigio europeo), una obra que
dejó la huella de Modibo Mohammed Al Kaburi y
Abu Abdallah Ag Mohammed bin Al Moctar 'n-Nawahi; gracias a la erudición
de sus creadores, la universidad alcanzó el número aproximado de 25.000 estudiantes
y escolares entre los que se contaron hombres que llegaron a ser sabios: como
Abu Al Baraaka, Mohammed Bagayogo, Ahmed Baba, Al Aqib bin Faqi Muhmud, Abu
Bakr bin Ahmad Biru, Abd Arahman bin Faqi Mahmud o Mohammed bin Mohammed Kara.
El amor por la música ennoblecía a muchos
habitantes. Ahmed Baba contaba que su maestro Mohamed Bagayogo, cuyo placer
consistía en oír el violín, pero sin faltar a su deber de leer el Corán y ser
devotó a Alá. En fiestas, encuentros, la música estuvo y sigue presente como
una actividad que revela la identidad de los pobladores, en los que
instrumentos árabes se mezclan con tambores y 24 danzas, no todas admitidas,
daban cuenta de la variedad.
La protección de los askias favoreció la
escritura. León el Africano ya señalaba: “jueces, imanes y eruditos, todos bien
pagados por el rey, que muestra gran respeto hacia los hombres de saber”. Según
el propio León, cuya vida es tan fantástica, los libros eran el equivalente de
una moneda y entre grandes personajes se consideraba un libro el mejor
obsequio.
De las grandes patrimonios de Tombuctú, sin duda
se destacan sus bibliotecas y libros. Una de ellas fue la biblioteca errante
que conformó lo que hoy se llama Fondo Kati: salió de España tras la expulsión
del cadí Ali Ben Ziyad al-Quti, un juez civil de los musulmanes de Toledo que
antes de irse recitó El Corán en la mezquita de las Tornerías y se llevó sus
400 manuscritos en árabe, hebreo y castellano aljamiado que atravesaron el
desierto en camello, llegó a la comercial ciudad de Gumbu en Ghana hasta que
murió en 1516.
De Mahmud Kati, sucesor en el linaje, hay pocos
datos: su apellido verdadero era al-Quti (que significa “godo”) y estaba
relacionado la dinastía de Witiza, que ocupó un espacio prominente en lugares
como Toledo y Córdoba así como tuvo a
personalidades ilustres como Hafs bin Albar al-Quti y Suleymán bin Harit
al-Quti. Vagó por el Magreb, cumplió su peregrinaje a La Meca, siguió el
Tanezruf rumbo a Walata, la resplandeciente y negada Biru y no dejaba de
adquirir libros-
La vida de Mahmud cambió al conocer a Askia
Mohamed, militar de alto rango de la etnia soninké que se había convertido al
Islam y tenía el propósito de llevar su fe hasta los confines del imperio
songai, lo que logró no sin sangre (exterminó a toda una villa judía en
Tindirma y los enterró en fosas comunes) y conflictos interminables que no
impidieron a Mahmud casarse con una hija suya y servirle como perito en leyes.
De su obra, misteriosa y aguda hay numerosos tratados, pero ninguno tan
singular como Tarik el-Fettach, su Crónica del Viajero, donde se atrevió a
romper el silencio sobre la cultura africana y restituir vívidamente las
costumbres, la cultura y la historia del África subsahariana.
Coleccionista, bibliófilo perseverante, aprovechó
la fortuna que le proporcionó la posesión de tierras que superaban en extensión
las que tuvo en Al Andalus, fue reconocido por su amor hacia la cultura y no se
detuvo en adquirir los más extraños volúmenes de su tiempo. Uno de sus libros,
recibido del propio Askia Mohamed, era un tratado matemático que todavía se lee
con las imprecisas marcas personales, pero sus notas sobre geografía e historia
son una enciclopedia de los datos nunca revelados de España y África. Una de
sus notas mencionaba que había adquirido la Kitab as-Shifa (Biografía de
Mahoma) de Iyad, un al-andalusí procedente de Ceuta, y fijaba el precio del
libro en 225 gramos de oro pagados el 22 de julio de 1468.
El Fondo Kati nunca fue una biblioteca común. Ni
su número es habitual en las bibliotecas ambulantes (comenzó por superar la
cifra de 400 volúmenes y sobrepasó para el siglo XXI los 7000); tampoco deja de
sorprender que sus manuscritos híbridos salieron en unas condiciones
clandestinas de España, pasaron de mano en mano de Marruecos a Walata en
Mauritania y estaban en el Níger hacia el siglo XVI. Aproximadamente en 1818,
ya con los aportes del sufismo, sus herederos la escondieron cuando los
franceses la buscaban en Malí para llevársela a París.
Volvió a reaparecer la colección en 1990 y para
1999 estaba abierta al público, con los apuntes que solía hacer el malhumorado
de Mahmud Kati a sus textos que proceden de fuentes árabes, españolas, hebreas
e incluso francesas y que León el Africano admiró sin medida. Según la versión
de Ismael Diadiè Haïdara, descendiente autorizado de los Banû l-Qûtî
(corrompido como Kati), hay más de 300 archivos que permitirían reescribir los
lazos entre Tombuctú y el exilio morisco español, lo que es maravilloso,
irremplazable y nos pone ante una situación privilegiada para dejar atrás los
libros de historia tradicional en España y recuperar una crónica íntegra y más
honesta.
Ismaël Diadié Haïdara, quien ha afirmado que más
que un hombre es una biblioteca multicultural, estuvo buscando sus orígenes
desde afuera sin saber que la clave estaba en la biblioteca de los godos
islamizados donde habían guardado los libros de esa España extraviada en un
espacio muy humilde, volvió como en las leyendas a las tierras de sus
antepasados para pisar la plaza de Zocodover tras el revuelo de prensa de 1999,
y obtuvo el apoyo de la Junta de Andalucía, la cual hacia 2033 finalmente
reivindicó la denuncia que hizo José Ortega Y Gasset en 1924 y creó la
Biblioteca Andalusí de Tombuctú, en un hermoso edificio de 800 m2 donde se hizo
el esfuerzo inicial, que lamentablemente se ha perdido, de restaurar algunos
volúmenes.
Uno de los tres manuscritos aljamiados de El Corán, junto a los de Estambul y El
Cairo, es el de Malí copiado en el año 1203 con folios fabricados de pieles de
decenas de animales seleccionados y purificados, escrito con cursiva andalusí y
cúfico, con una cubierta mudéjar que tuvo al principio incrustaciones en oro
que desaparecieron. Es el Corán más antiguo del África subsahariana.
En un manifiesto público fechado el 25 de Febrero
de 2000 autores como el fallecido Premio Nóbel de Literatura José Saramago y
autores de enorme importancia como Juan Goytisolo, Antonio Muñoz Molina, José
Da Silva Horta y Ousmane Diadié Haidara, entre muchos otros, alertaban sobre el estado del Fondo Kati:
"Hoy, tres mil manuscritos de una familia exiliada de Toledo –la Familia
Kati– están en peligro de destrucción en Tombuctú. El diario ABC de España,
News and Events de la Northwestern Uiniversity de EEUU, el Boletín de la
Saharan Studies Association de EEUU, y el 26 Mars de Mali llevan meses
señalándolo en vano.
John Hunwick, de la Universidad de Evanston,
EEUU, considera que esta Biblioteca se puede comparar con la curva del Níger al
Nilo y al Mar Muerto en lo que a manuscritos se refiere. Estamos de hecho, a
nivel de documentos, ante el más importante legado andalusí fuera de las
fronteras de España.
La familia Kati (Banú l-Qûtî), se exilió en
Toledo en Mayo de 1468. Se instaló desde entonces en la Curva del Río Níger
(Mali), donde se mestiza con la familia real de los Sylla (1470), los renegados portugueses (1591), y los
comerciantes sefardíes de Fez (1766).
El más conocido de esta familia es Mahmûd Kati,
cuya obra histórica, el Ta´rîkh el Fettaâsh fue reeditada bajo los auspicios de
la UNESCO en su colección de obras representativas, Serie Africana. Los
trabajos de Brun (Francia), Nehemia Levtozion (Israel), J. Hunwick (EEUU)
Madina Ly Tall (Mali), Zakari Dramani Issofi (Benin), Adam Bâ Konaré (Mali) y
Michael Timowsky (Polonia) muestran la importancia de esta obra de los Kati y
su importancia en el nacimiento de la escritura de la historia en África.
En este Fondo existen documentos únicos sobre la
penetración del Islam en España, el destino de las familias visigodas después
de la caída del reino de Toledo, el exilio en África de miles de hombres de
letras andalusíes como Es-Saheli de Granada y Sidi Yahya al Tudelí, el paso de
León el Africano por la curva del Níger o la conquista del Imperio de Songhay
por el almeriense Yawdar Pasha y su ejército de moriscos y renegados españoles
y portugueses....así como varios centenares de manuscritos andalusíes.
Tememos la dispersión y desaparición de 5 siglos
de historia de una familia ibérica en África. Cada día que pasa, un documento
puede destruirse y con cada manuscrito perdido desaparece una porción de la
historia de la humanidad. Por tanto, sumamos nuestra voz a la del poeta José
Angel Valente para que “se salve urgentemente este tesoro hispano-portugués,
único en África".
Lamentablemente, para 2012 el Fondo Kati todavía
esperaba buena parte de la ayuda de la Junta de Andalucía, dispersada por
demagogos y políticos irresponsables. Los 7000 libros que ha cuidado Haïdara
están en peligro ante el silencio de una humanidad sobre la que operan los
agentes de la amnesia, pese a que el tatarabuelo del intelectual escribió:
“Hemos perdido el color y la lengua, pero nos queda la memoria”.
Bastó un golpe de estado en Malí el 22 de marzo
de 2012 para que fuera más evidente su precariedad tras la captura de la ciudad
de Tombuctú junto a Gao y Kidal por el Movimiento Nacional para la Liberación
de Azawad (MNLA), que aspira a crear un territorio autónomo sahelo-sahariano
para el nómade pueblo Tuareg, lo que genera enfrentamientos con sus adversarios
naturales, hoy en el poder desde fines del 29 de marzo tras un golpe de Estado
que llevó a la conformación del Comité Nacional para el Retorno de la
Democracia y el Restablecimiento del Estado (CNRDR), dirigido por el ambiguo
capitán Amadou Sanogo.
Sobre la abnegación y la perseverancia: el anónimo trabajo de los bibliotecarios africanos
Hay autores como Abu al-Abbas Ahmad bin Ahmad
al-Takruri Al-Massufi al-Timbukti (nacido en 1556), que da nombre a la
biblioteca pública de Tombuctú y preserva 20.000 manuscritos, donde resguarda
sus crónicas, que resultan fascinantes porque era un contemporáneo de
Shakespeare que se afectó por la traición y por el amor. En un sublime poema se
atrevía a expresar un tema que se volvería nostálgico, identitario y popular:
“La sal viene del Norte, el oro viene del sur, la plata viene de los blancos,
pero la palabra de Dios, los cuentos hermosos y las posturas santas sólo los
hallarás en Tombuctú”.
El amor por los libros no era inusual y se citan
anécdotas que tal vez exageran, pero definen un contexto. Se dice, por ejemplo,
que Al Uaqidi al morir en el año 823 dejó 823 baúles de libros y que el erudito
Al Jahiz fue uno de los primeros hombres víctimas de su biblioteca porque al
caerle un armario con libros lo aplastó y murió. Son curiosidades, pero
asombrosas porque en la misma fecha una biblioteca en Europa apenas llegaba a
2000 títulos en un monasterio. Sobre todo a partir de la batalla de las Navas
de Tolosa en 1212 el exilio de familias morismas al África estableció distintas
rutas de libros que fueron sacados para ser salvados de la hoguera, y entre
algunos de los que huyeron estaban Al Fazzazi el Qurtubi (1229), Alí ben Ziyad
(1468), el arquitecto y poeta Es Saheli (1290), el “último visigodo”, Yuder
Pachá y el mitológico Azzan el Wazani mejor conocido como “León el africano”.
Una prueba de la enorme inversión en conocimiento
que se hizo en esta región son sus legados, aunque hay que admitir que el 50%
de 500.000 libros y archivos han desaparecido. Hoy nada más en Malí hay 408
colecciones privadas de manuscritos, entre las que sobresalen unas 25 cuyas
características de organización son peculiares: ʿAbd el-Raḥmān Haman Sīdī,
Aḥmad Būlaʿrāf al-Tikni, Fondo Aḥmad Goumou, al-Ḥassānī, Al-Imām al-Aqib,
Al-Imām Alfa Sālem, Al-Imām Al-Suyūtī, Al-Muṣṭafā Konate, Al-Anṣārī and Sons,
Alfa Bābā de Sankore, Al-Qādī ʿĪsā, Al-Wangarī, Fondo Kaʿti, Mamma Haidara,
Muḥammad Maḥmūd (Ber), Muḥammad Tashīr Shirfī, Muḥammad Yaḥyā w. Bou,
Shaykh al-Arawānī, Shaykhna Bul Kheyr, Shaykhna Sīdī ʿAlī, Sheibani Maiga, Sīdī
Lamine Sīdī Goumou, Sīdī ʿUmar Idje, Zawiyatou al-Kunti y Zeinia (Bou Djebeha).
En la casa de la familia El Sayuti hay 2.500
textos clásicos, fue fundada en el siglo XVIII por al-Ḥājj Muḥammad al-Irāqī,
quien abandonó su país para divulgar la doctrina de Mahoma y llegó hasta
Tombuctú. La Biblioteca Zeinia, en la villa de Bou Djebeha llegó a ser creada
por Ṭālib Sīdī Aḥmad b. al-Bashīr Sūqī al-Adawī hacia 1762 como un centro
para manuscritos sagrados, en los que el dueño era un connotado especialista.
Su hijo Ibrāhīm continua la tarea de copiado, poniendo fondos de su propio
bolsillo y ahora está Shaykh Baye b. Shaykh Zeini, quien se ha ocupado de
difundir la importancia de sus obras para atraer el apoyo extranjero que
permita financiar proyectos de conservación.
La Biblioteca Mama Haidara, fundada en el siglo
XVI en la villa de Bamba que está a 200 kilómetros de Tombuctú, tiene 21.000
manuscritos algunos quemados por un fuego accidental y tuvo su origen en una
idea de Muḥammad al-Mawlūd. A mitad del siglo XIX, cuando todo era peor y nada
prometía tiempos mejores, la colección fue asumida por Muḥammad al-Ṣāliḥ y
reorganizada en un nuevo edificio por Haidara, quien vivió entre los años
1895–1981. Hacia 1973, un grupo de ladrones saqueó parte de sus libros, pero
Haidara no se desmoralizó y contribuyó a constituir las bases de lo que sigue
siendo un centro especializado en libros medievales de gran nivel. Como suele
suceder, su crónica incluye interminables trámites para mejorar el actual
edificio, con doce cuartos, oficinas, dos cuartos de huésped, Sala de Libro
Raros y Manuscritos, cuartos de digitalización, laboratorio de conservación y
restauración, sala de computadoras, sala de lectura y hasta un Café con wifi
que mantiene la dignidad de las mejores bibliotecas del mundo africano con
exposiciones frecuentes y cursos de formación para jóvenes generaciones.
En cuanto al Centro de Documentación e
Investigación Aḥmed Bābā (CEDRAB) hay que indicar que fue creado en 1970, tras
un congreso de expertos de la Unesco realizado en Tombuctú en 1967. Bajo el
patrocinio de Kuwait, el lugar pasó a disponer de mejores recursos y hoy es un
pilar de los institutos de investigación sobre el pensamiento
islámico-africano con un catálogo
apenas culminado en 2003. Por otra parte la Biblioteca Shaykh al-Arawanī fue
fundada en el siglo XVII a 230 km de Tombuctú en la villa de Arawān por
Muḥammad Maḥmūd y heredada por su hijo Adel, que se ha dedicado a afianzar la
biblioteca en un nuevo edificio.
La biblioteca Aḥmad Būlaʿraf al-Tikni le perteneció
a Aḥmad Būlaʿrāf, quien había nacido en 1884 en Guelmīm, y de sus fondos en
los empleó 11 copistas incluido su hijo valdría la pena citar obras como
al-Wahāj, Naḥū al-Shaharaynī y Nazmūl ʿAshmawi del polémico Muḥammad Yaḥyā
b. Salīm al-Walātī; también estaría Manfaʾatu al-Ikhwāni fi Shuwābil al-Iman de
Aḥmad b. Būlaʿrāf; un clásico como al-Abqarīʾ fī Nazmi Saḥwi al-Akhdārī de
Aḥmad b. Muḥammad b. Ubba al-Mazmarī. De Būlaʿrāf sobresale un título poco
conocido como Izālat al-Rayb wa al-Shak wā al-Tarīt fī Zikr al-Muʾalīfīn min
ʿulamāʾ al-Takrūr wa al-Ṣaḥrāʾ wa Shinqīṭ, en el que se utilizó la mano
experto de copistas y el consejo de bibliófilos. Son joyas, pero no hay olvidar
que solo el 13% de la literatura en lengua árabe ha sido traducido en
Occidente.
De la biblioteca de Aḥmad Bābā b. Abiʾl ʿAbbās,
hay que decir se fundó en el siglo XIX bajo el protectorado francés. No ha
tenido mucha fortuna porque parte de su legado se ha perdido, pero se ha
mantenido la continuidad de la institución: en 1930 al-Qāḍī Muḥammad al-Amīn
se encargó de la biblioteca y tras su muerte en 1982 lo hizo al-Qāḍī ʿUmar
Shirfī. El caso de la biblioteca del copista y bibliófilo Muḥammad Maḥmūd, en
la villa de Ver, a unos 50 kilómetros al este de Tombuctú, es interesante
porque demuestra cómo vence la perseverancia: el hijo Fida Muḥammad Maḥmūd,
en 1988, reunió los manuscritos e hizo el primer inventario que hoy llega a
casi 2700 manuscritos sobre los más heterogéneos tópicos del conocimiento
humano.
Por ahora, aquí dejo las primeras líneas de un
informe en proceso que atestigua el gran valor de los bibliotecarios en defensa
de las bibliotecas contra toda forma de terrorismo. En enero de 2017, un grupo
yihadista quiso incendiar los manuscritos más antiguos. Pero esta resistencia
contra el olvido sigue como una tradición evolutiva digna de nuestro mayor
reconocimiento en la noble historia de África.
Fernando Báez. Autor de Las maravillas perdidas
del mundo: Breve historia de las grandes catástrofes de la civilización (3
tomos, 1600 pags.,2017). Es experto en Biblioclastía, sus obras pueden
consultarse en el siguiente sitio: http://fernando-baez.blogspot.com.ar/
Se recomienda especialmente consultar el microblogging
Twitter de Fernando Báez:
https://twitter.com/CuentaBaez
Nota: Las imágenes pertenecen a
estos espacios:
http://www.bbc.com/news/world-africa-21248951
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