"Es algo común que alguien te pida algo y cuando le explicás que no tenés idea del tema, siempre te responde que nadie sabe nada de esto, pero alguien tiene que hacerlo. Y si bien en un principio te asusta, cuando superás la prueba descubrís que lograste algo que nunca te hubieras imaginado que podías hacer".
Clara O’Farrell, ingeniera argentina.
Es
recurrente este pensamiento, en muchas ocasiones ha sido inevitable sentir la
incertidumbre ante una intervención, sea cual sea su incidencia, cuando
descubrimos que no tenemos otra opción que seguir avanzando desde el no
entendimiento de una problemática. Probablemente eso lo hayan experimentado quienes
tuvieron que empezar un trabajo en una inmensa biblioteca sin un manual de
procedimientos.
Salvando las distancias, es cuando analizamos, o pretendemos analizar, lo no pensado del pensamiento, ese plano que abordó Gilles Deleuze desde el campo de la filosofía para desentrañar la estructura arbórea de los conceptos.
La intención original es abordar un problema en la profesión, y dilucidar cómo este se manifiesta. La finalidad es encontrar respuestas, que tal como sucede en el campo de la ciencia o de la filosofía, conlleva un ejercicio analítico y crítico que demanda tiempo, esa preciada y limitada magnitud física que mide la duración o separación de los acontecimientos.
En nuestra profesión son varios los problemas teóricos que requieren una praxis basada en la evidencia empírica, y muchas veces, esas "respuestas" tienen por sustento el sentido común o la interpretación, no sujeto a reglas académicas que se imparten en el contexto de la formación educativa. Esto a veces me lleva a pensar, cada vez que observo el plano de la catalogación, si no es conveniente dinamitar las reglas y ceder espacio al universo de las folksonomías.
En ocasiones, es la curiosidad la que nos pone enfrente de un dilema, y en base a las herramientas aprendidas en el espacio profesional, intentamos aplicarlas para posteriormente evaluar si el ejercicio se corresponde con la demanda, con lo que el requerimiento supone que ese elemento sea aplicado en beneficio de la sociedad de la información.
Pienso en la construcción de documentos orales, en el análisis de los mapas, en la metodología utilizada para describir herbarios, en cómo asignar entidad a una simple fotocopia, y lo que muchas veces vemos, es el criterio de una interpretación para tratar de representar un valor dentro de un documento.
No creo que evitar la complejidad sea una respuesta, más bien pienso en la exhaustividad de la descripción, que permita recuperar información inédita, ofrecer la mayor cantidad posible de datos, en un marco estandarizado cuyos contenidos puedan ser compartidos entre instituciones, en donde sus objetos digitales puedan ser cosechados sin inconvenientes, habilitando las notas locales, los manuscritos, los informes.
La prueba que supera la mujer de ciencia es aplicable a nuestro entorno. Pero ese sentido de aplicación no tiene entidad si no hay detrás una práctica consciente de la lectura. Alguna vez escuché que no debe perderse de vista la lectura atenta de documentos analógicos. Entonces surge la pregunta: ¿Cuántos leen atentamente un mapa? ¿Cuántos minutos le dedicamos a la observación exhaustiva de una pintura? sin ir más lejos ¿Cuántos bibliotecarios/as dedican un tiempo a la lectura -aunque más no sea de los sumarios- de las antiguas colecciones encuadernadas que integran los acervos y/o depósitos de nuestras bibliotecas? Y en este mismo escenario, sorprende el desconocimieto que las autoridades de una biblioteca tienen de las actas con las cuales se fundaron sus propias instituciones. Por que en esa conducta se corre el riesgo de perder de vista el rumbo con el cual se forjó la identidad de una organización.
Y la respuesta a todo este cuestionamiento es simple, invariablemente simple: leer, con atención, un documento.
Porque bien sabemos que la palabra investigación, vinculada con la bibliotecología, cobra otro sentido dentro de las escuelas, archivos, centros de documentación o universidades. Porque tal vez se trate de cumplir con nuestra tarea, la que en ocasiones descuidamos, para que otros autores, de otras disciplinas, decidan por nosotros, planifiquen por nosotros, profesionales de la información.
No es menester ofrecer garabatos que se parezcan a una queja amarga, la intención es para recordarme, en esta suerte de bitácora, que debemos seguir “bibliotecando”, como alguna vez lo comentó el gran Robert Endean Gamboa. Que podamos avanzar un casillero, confiando que algún día entendamos el tablero, que sepamos el rol de cada pieza.
Fuente consultada:
Conquista
espacial: la historia de la ingeniera argentina que trabaja
en la NASA y llegó hasta Marte. Disponible en:
https://www.clarin.com/tecnologia/historia-ingeniera-argentina-trabaja-nasa-llego-marte_0_Oiv7OD2F9.html
Nota:
la imagen pertenece al sitio Web Pixabay https://pixabay.com
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