Dos años sin Carlos Martínez Sarasola, el hombre puente que completó un círculo
con sus actos, el del paso firme, la palabra oportuna, el que fue llamado Colilonko/Colinao
(cabeza colorada/jaguar colorado) por la Comunidad Lof Vicente Catrunao Pincén,
el que dijo “los hermanos indígenas y su
manera de estar en el mundo me ayudan enormemente a integrarme como persona y a
articular mis campos temáticos, todo maravillosamente entrelazado bajo el cielo
sabio y protector de la espiritualidad”, el que abrió puertas donde antes
había muros, el primer Winka (hombre blanco) purrufe (danzante) en la danza del
Choike Purrún del Nguillatún (Ceremonia mapuche) en la Comunidad de Chorriaca,
Neuquén, el que comprendió como pocos el significado de una rogativa, el guía
espiritual de una forma de entendimiento, el que recorrió los andares de la
empatía, Carlos el de los abrazos, el de la sonrisa fraterna, el que cultivó la
sabiduría, el que escribió hace unos 30 años un libro fundamental para comprender
las culturas indígenas “lo que tengo
frente a mí es una enorme incertidumbre. Sin embargo, los que creemos que la
utopía de un mundo más justo todavía está vigente, y que su concreción es
posible; los que sentimos que la vida es una lucha incesante por alcanzar cada
día algo más de bienestar entre todos los hombres, cualquiera que sea su forma
de vida; los que trabajamos pensando que la revaloración de la cultura de un
pueblo es una meta permanente, nos vemos comprometidos a persistir en la tarea,
sin bajar los brazos, a pesar de todos los obstáculos”.
Como bien dicen tus amigos mapuches, duele fuerte todavía tu ausencia. Golpea con la fuerza de tus firmes
pasos y la grandeza de tus palabras… con esa rabia amorosa que nos empuja a
seguir.
Lo seguimos intentando en tu nombre Carlos, continuando con tu
legado del modo más honesto posible, porque sabemos que vale la pena encontrarnos
en tu memoria.
Fuente:
No hay comentarios:
Publicar un comentario