Como todo gran antropólogo,
John Palmer, nacido en Inglaterra, desasnó un recorrido endógeno hacia otras
formas de conocimiento, solo que, en este caso, su andar se mimetizó con las
huellas de los paisanos, correspondido y aceptado en el silencio atento, a la
vez que sus intervenciones fueron valoradas con respeto. En Tartagal, provincia
de Salta, durante más de 30 años habitó una trinchera sin necesidad de levantar
la voz, y fue consecuente con sus actos. Entendió la lengua wichi como pocos,
se involucró con los problemas de la comunidad, formó una familia con una joven
mujer aborigen, Tojueia, con quien tuvo 5 hijos que balbucean inglés, wichi y
español, y contempló criterios que ampliaron el plano de entendimiento de su
disciplina, enriqueciéndolo y extendiéndolo hasta donde el monte lo permitía.
De algún modo, les dijo a
muchos de sus contemporáneos que era posible hacer las cosas de otra manera,
representando las verdades de los silenciados, habilitando un modo genuino de
pensar una problemática, con una conjunción acaso simétrica y poco transitada:
el pensamiento crítico y el conocimiento cultural de la comunidad. Allí donde
todo era sequedad, este renombrado antropólogo cultivó un jardín lleno de
conceptos y arborescencias comunitarias, se lo recuerda andando en bicicleta,
yendo a pie a los barrios, conversando con calma y obrando con prudencia.
Todo en John Palmer me
recuerda a Carlos Martínez Sarasola, el equilibrio en la afirmación, la escucha
atenta, el gesto solidario, ambos hombres-puente, cada vez que lo cruzaron, las
culturas indígenas encontraron una manera amplia de acordar entendimientos,
cada vez que terminaron su jornada, dejaron una respuesta y una eventual solución,
una línea trazada para meditar colectivamente, y es un silencio que a partir de
ahora se lamenta, porque se sabe que ciertas personas no se pueden reemplazar,
donde el consuelo último es resignificar lo realizado, pero conscientes de que
ante preguntas nuevas, no tendremos otra opción que aventurarnos en nuestro
criterio, cuestionándonos secretamente bajo la forma de una interrogación ¿Qué
diría John Palmer si ahora estuviera? ¿Qué diría Carlos?
En el documental del cineasta
Ulises Rosell, titulado “El etnógrafo”, se aprecia la historia de John Palmer, quien,
por su sincera preocupación, llega a ser representante legal de la comunidad
Lapacho Mocho, ubicada en el Chaco Salteño, en un contexto de lucha por la
posesión de tierras frente al avance de la agricultura intensiva y a la
explotación minera en manos de empresas multinacionales.
No sé porque, me viene a la
mente esta frase de Luis Chitarroni, también reciente -y lamentablemente-
fallecido, desconozco si mide el acto colaborativo de John Palmer, ese que en
silencio personificó cada día que le tocó estar en la comunidad, pero quizás
algo acerca lo mucho que hizo mientras se dejó vivir, el texto dice así:
“En términos de relato
consecuente, morir implica, acaso con desgano, una sola peripecia anterior, que
se denomina en tercera conjugación del infinitivo con un verbo de rima
consonante: vivir. Que se derrama y se derrocha y se despilfarra en un
pleonasmo o una redundancia”.
Y tal vez valga sumar esta
disquisición, de que John Palmer reinventó de alguna manera el alcance de su
disciplina -así como lo hizo Martínez Sarasola con el entendimiento de la identidad
nacional- porque recogió verdades, porque plasmó en ellas su propia -serena, inconmensurable-
sabiduría.
Se lo va a extrañar.
Versión para El Orejiverde: http://www.elorejiverde.com/toda-la-tierra-es-una-sola-alma/6735-john-palmer-el-de-los-wichi
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