Alguna vez me interesó la asociación de estos conceptos, bastó ver una película de Orson Welles para dirimir los complejos alcances de dicha incidencia en contextos laborales, académicos y artísticos. En el mundo de la ciencia, la virtud del fracaso tiene directa relación con los resultados de un experimento, muchos científicos coinciden que la práctica del registro de un error deberíamos cultivarla y fomentarla, su aplicación se extiende en el campo deportivo, de ingeniería, diseño gráfico, arte, microbiología, escultura, arquitectura, física, vida en general. La pregunta sencilla que se hace el articulista de esta nota alcanza para validar el sentido de priorizar esta forma de entendimiento: ¿Qué es la ciencia después de todo si no una manera de aprender de aquellas cosas que no funcionan, de nuestros propios errores?
Compleja perspectiva que traza los recorridos de las ideas en amplios contextos culturales, y para los cuales, invariablemente, sus resultados van atravesados por el estigma del fracaso, y es que a veces, para que un sistema represente una solución, la reiteración de pruebas que fuerzan las fallas inherentes de su estructura, resulta el mejor camino para llegar al éxito.
Mencioné una película de Welles, se trata de “Al otro lado del viento”, dirigida, coescrita, coproducida y coeditada por el genial director de “Ciudadano Kane”, un film experimental que instaló la idea de cine dentro del cine, cuyo director empezó a grabar en 1970 y que luego de numerosos conflictos económicos, políticos y judiciales, nunca pudo terminar en vida. Al otro lado del viento, luego de idas y vueltas, fue estrenada en el año 2018, 33 años después del fallecimiento del director, y casi 50 años después de haber sido concebida en un estudio de grabación.
La lectura que puede hacerse de la narración -el acto de narrar sea cual sea su plano de ejecución- subsume el sentido mismo del artefacto creado. En este caso, la noción del fracaso implica otro tipo de abordaje, que es cuando una idea empieza a generar una conceptualización, como un espejo que la refleja, y que termina generando una innovación al incluir una mirada conceptual (parcialmente entendida en su tiempo, como por ejemplo la satirización del cine atmosférico europeo de los años 60), en cuanto a la comprensión del concepto “falso documental”, algo imprevisto para la época del film.
En algún tramo del documental “Me amarán cuando esté muerto”, realizado sobre la vida del legendario cineasta, el autor arroja una teoría: que pasaría si la película es una película sobre la película, que en el medio surjan inquietudes que permitan analizarla mientras es rodada, la posibilidad de que no haya final porque nunca fue concebido de esa manera, que pasaría si de pronto la película, sin detenerse en su proceso de rodaje, cobra otra forma autoconsciente que le permita introducir el cuestionamiento dentro de su propio esquema de construcción, como si el extraño mecanismo habilitara, por su propia naturaleza, a explicar para el espectador el submundo habitado de una cámara encendida en un set de filmación.
Imaginemos en este proceso a un director que mientras filma, es a su vez filmado. Pensemos hasta que punto podríamos incluir otra cámara que permita analizar lo que se está creando, una concepción para la cual no existen límites, un ejercicio libre y anacrónico. Es en este momento en donde pienso si es posible replicar dicho entendimiento en la Bibliotecología: discutir conceptos a medida que las prácticas se van extendiendo, como si se tratara de una holográfica fuente terciaria de información aplicada a través de diversas intervenciones multidisciplinarias, vincularlo todo: imágenes, textos, vocabularios, escenas, comentarios, audios, debates, artefactos, encontrar una única fórmula, llevar al límite, desde un carácter semántico, el alcance del hipertexto.
En esta cinta, Welles utilizó un estilo narrativo en el que mostraba una película dentro de una película, que sigue el último día en la vida de un envejecido director de Hollywood (John Huston) mientras hace de anfitrión en una fiesta organizada para el visionado de su último proyecto inacabado, intentando atraer inversores para finalizarlo, este entendimiento cruzaba en paralelo la ficción y la realidad, no puede dejar de apreciarse como una genialidad, que ha sido caracterizada por la edición de cortes abruptos, el uso de diversos formatos de imagen y la alternancia en el empleo del color y el blanco y negro. De algún modo, tanto en su método como en su accidentada composición, representó una sátira de la decadencia profesional del Hollywood clásico por medio de capas, estilos, formatos y lecturas, parece una película reciente, post-moderna, y sin embargo nunca se pudo terminar en el tiempo estimado, cobrando otras formas al paso de los años.
De algún modo se percibe, a través del proceso narrativo fractal y arbóreo, las proyecciones oníricas del director, probablemente moldeadas en arcilla en la etapa de planificación, que anticipan de alguna manera el conflicto mientras el mismo es filmado, llega un punto en que parece advertirse el documental del documental de una película imposible de llevar a buen puerto. Extendiendo la mirada, es como si le dieran argumentos al televidente para entender los pormenores de una industria representada bajo la forma de una picadora de carne.
Las
discusiones que serpentean entre los integrantes técnicos y artísticos del
proyecto, bien podrían haber sido cámaras ocultas grabadas para el filme, por momentos,
lo que se entiende como película -en ese esfuerzo permanente de salirse de esa
idea- se aparta del guión y encuentra auxilio en una discusión entre directores
invitados a la filmación, quienes debaten sobre la imposibilidad de hacer películas
bajo la premisa del cine-arte “si la audiencia no entiende ¿qué propósito
tiene un filme?”.
La virtud del fracaso. El error en el contexto científico. Una producción cinematográfica condenada a su incompletitud, pero habilitando un sentido. La inabarcabilidad de una biblioteca.
Volviendo a Welles, lo que va ocurriendo en el plano del filme se desplaza, ampliando la articulación de una idea. No hay hilo narrativo prefijado, lo disruptivo que ocurre debe tener su casillero cubierto bajo el entendimiento de la prefiguración, se preside sobre esas ocurrencias y se las incluye en la trama. En muchas profesiones, desde el punto de vista de la investigación, se avanza en esa infrecuente dirección, la Bibliotecología no está excenta, sobre todo si consideramos su carácter interrogativo, y los rumbos políticos que su devenir incorpora.
Desde lo que implica un mecanismo cinematográfico, es posible comprender el trabajo de elaborar datos sobre datos, es un problema que algunos escritores construyen a través de la metaliteratura, su aplicación no termina de licuar como ejercicio o como recurso permanente en el entramado de una obra, es una excusa para agregar ideas articuladas con máscaras, un modo de acercarnos desde otro lugar a los artefactos creados por el intelecto humano. Un modo de pensar la profesión.
Cuando veo películas como estas, pienso en los problemas suscitados en el ámbito bibliotecario, pienso que toda biblioteca es imperfecta, que no llegará nunca el día de completar un criterio colectivo en una unidad de información, que nos permita entender que, a partir de allí, solo queda seguir un protocolo minuciosamente estipulado para cada una de las tareas.
Es hacia este lugar donde me llevó la incidencia de una película, atravesada por la idea del fracaso, que sobrevuela de alguna manera, la posibilidad del error en nuestro campo de acción.
Esa inevitable necesidad de “entender el plano”.
Fuente:
La virtud del fracaso
/ Kevin Kelly
https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/6799-1329-2011-01-30.html
Al otro lado
del viento (película)
https://www.filmaffinity.com/es/film942547.html
Me amarán cuando
esté muerto (documental)
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