Otra instancia relevante es cuando los profesionales deciden, paralelamente al desarrollo de su profesión, compartir lo que saben, y es allí que los cursos, talleres, cátedras, foros, encuentros, conferencias, y tantos otros espacios, resulten puentes donde poder transitar lo aprendido, mientras invariablemente las inquietudes arborecen al costado de los caminos.
Estas reflexiones son motivadas por apuntes tomados en el conversatorio organizado por la OEI (Organización de Estados Iberoamericanos), acerca de las bibliotecas antes y después del Covid-19, en ocasión de acompañar el Día Nacional de la Cultura en Ecuador, el 7 de agosto, cuyos invitados fueron Didier Álvarez, profesor colombiano de la Escuela Interamericana de Bibliotecología, y el bibliotecario peruano Alfredo Mires Ortíz, quienes compartieron un valioso intercambio sobre estos temas. Subrayo algunas preguntas que compartió Alfredo, en el blog de las Bibliotecas Rurales de Cajamarca, para empezar a hilar un entramado con las ideas:
- ¿Qué implica la reestructuración de una biblioteca? Tenemos que revisarles la partida de nacimiento, refundarlas en contenido y alcance, en esencia y en trascendencia.
- La barriga de la pregunta “¿cómo?” ha crecido mucho: lo que es
fundamental es que se respondan las preguntas “¿por qué?” y “¿para qué?”, el
resto podría caer por su propio peso.
- ¿Quién reestructura a los reestructuradores?, ¿desde qué utopía se
reestructura?, ¿cómo participa la comunidad?
- La forma es hija del fondo: tenemos que trabajar ese fondo. Deberíamos
volver al ciclo comunitario.
- El mundo anda partido, polarizado en dos visiones: una que ve a la
tierra como una madre a la que hay que cuidar, y otra que mira a todos como
objetos que hay que explotar.
- El punto de partida es vital en el proceso de reestructuración de una
biblioteca.
Cuando se habla de reestructura habría que
revisar antes porque se originó la necesidad de contar con una estructura, “hacer”
una biblioteca es un proyecto a construir, pero nace desde un fondo que muchas
veces no se explora, sino que es sedimentado por prácticas y servicios sin
contemplar objetivos ni misiones, como cuando una pila de libros tapan un
agujero en la pared.
A veces, las respuestas están implícitas en los
ciclos comunitarios, pero no nos detenemos a observarlos, hablo realmente de
observar: establecer una pausa (todo un tema si consideramos el vértigo en el
cual se genera y disemina la información), y analizar con datos ese contexto. Tal vez cabría preguntarse que es lo que hace que un lector necesite ir a una
biblioteca, con el actual escenario de coronavirus esa necesidad cobra otros
matices, el vínculo se establece desde una distancia no marcada por la
institución, las propuestas indefectiblemente están mediatizadas por una
pantalla, nos vemos y nos escuchamos, pero pareciera que en muchos casos acumulamos
opiniones que no encontrarán registro en un catálogo, entonces advierto un
desfile de testimonios sobre las prácticas que ya conocemos, o un tópico en
común (pandemia) que muchos profesionales de la información están descubriendo
sin necesidad de establecer nuevos conceptos. Entiendo que existen otras
miradas, y cómo los servicios se “readecuaron” a esta situación impensada, pero
noto un patrón común que descuida la conceptualización, en aras de ofrecer una
presencia desde la virtualidad, para recordarnos que hacemos y hacia donde
vamos.
Por otra parte, resulta evidente que muchos espacios en línea no sostienen sus intervenciones con trabajos de campo, como tampoco elaboración de artículos técnicos en todo el sentido de la palabra, igualmente se tiene conocimiento que hay nuevas herramientas informativas, así como investigaciones genuinas generadas desde la profesión (si limitamos la cuestión a los artículos sobre Covid-19, la OEI ha identificado más de 300 instituciones que se han dedicado a investigar este fenómeno epidemiológico, en especial universidades), pero la mayoría, parafraseando a Thoreau, vive en un silencioso desaliento este tránsito hacia la virtualidad, y en muchos ejemplos por causas que los exceden.
Por tal motivo, y dado que me interesó la propuesta, que entiendo se aparta de este plano que acabo de esbozar a modo de introducción, intentaré compartir una serie de reflexiones en virtud de las notas tomadas en el conversatorio, en principio hay algo que mencionó Alfredo que es muy cierto: los números invisibilizan, “si aplicamos mecánicamente el tema estadístico podríamos decir que en la ciudad del Vaticano hay dos papas por kilómetro cuadrado, considerando que la superficie del Vaticano es de medio kilómetro”, lo cual todas las estadísticas que se manejan en torno a la pandemia son plausibles de ser analizadas separando los contextos, tanto sociopolíticos, como sanitarios, económicos y culturales, que dichas cifras pretenden instalar. Se percibe una incapacidad para ver y leer el contexto global, lo que observamos en muchos casos es que las autoridades aplican medidas paliativas y que eso se toma como algo episódico que los gobernantes tienen que arreglar para volver a la llamada “normalidad”.
Es claro que la pandemia no es un evento coyuntural, es consecuencia de las acciones y las responsabilidades que cada espacio político tiene en relación al cuidado del bien común, de lo que significa invertir en educación, salud pública, cultura, con lo cual es preciso reacomodar los sentidos luego de haber experimentado aquello que Didier describió como fases de estupor, negación, miedo y desconcierto que el virus provocó a nivel mundial en la población. Esta situación exige un cuestionamiento fuerte en cuanto a la importancia que tiene la representatividad en términos comunitarios, discutir el porqué de la necesidad, entender el principio de trascendencia.
Los distintos eventos virtuales que proliferan en la Web han intensificado el uso de la palabra, o como lo expresó el profesor colombiano “una perdida de la visión diacrónica de la vida”, así como una incapacidad de no salir de la coyuntura, que a su vez implica desconocer el pasado, una idea dura dice que los hombres han perdido la fuerza del acumulado de sus pueblos, y que el declive no es tanto técnico sino espiritual. Sabemos que el encierro aísla y que en muchos escenarios no se encuentran respuestas creativas para salir de la crisis, mientras resulta evidente cómo los dueños del capital están aprovechando el escenario. Dijo Alfredo que “se trabaja una terapéutica de las consecuencias, pero no una sanación de las causas”, y puso el ejemplo platónico de que una ciudad con muchos hospitales no deja de ser una ciudad mal gobernada, porque se identifica la salud con las farmacias, que es como decir que más médicos y camas por habitante implica un mejor nivel de la salud, cuando en realidad es la confirmación del deterioro en el eje salud-enfermedad, como consecuencia de los fenómenos socioculturales y la alteración de los ecosistemas, que dan lugar al tránsito de enfermedades por diversos patógenos, todo esto que está ocurriendo atenta contra la otredad, y los que la pagan son los más postergados.
En el conversatorio quedó claro cómo la crisis afecta nuestra comprensión de la vida y nuestra relación con el mundo, es un desafío y una oportunidad, y es desde la biblioteca, como organismo comunitario, que deberemos tener presencia en los proyectos de cultura, salud y educación que la sociedad necesita recibir y compartir, es preciso, bajo el entendimiento de los movimientos sociales, correlacionar ideas y prácticas, una noción que interrelaciona conocimiento, lenguaje y memoria, en ese desarrollo, la biblioteca ES comunidad, un ciclo vital que debe ser analizado porque el contexto así lo exige, y recordarnos que desde los albores de la humanidad el conocimiento se mantenía vivo en cada comunidad, porque en ese círculo se encontraba tallada la identidad, producto de esos tiestos y esas junturas.
Hay que preguntarse, y debatirlo, como participa la comunidad en esta reestructuración, y no ceder al discurso vacío, una cosa es pronunciar la palabra “empoderar”, y otra muy distinta aplicarla en el contexto real de una sociedad que exige la apropiación y el ejercicio de dicho término, si la biblioteca no tiene conciencia de su devenir, en tanto espacio orgánico en un contexto vulnerable, su sentido se verá supeditado a la mera organización de un catálogo de testimonios inconexos e insustanciales. Como afirmó Didier, “estructura es juntanza”, algo necesario por cultivar en la vida comunitaria, situación que hoy por hoy corre riesgo de disgregarse si tomamos en cuenta la cantidad de comunidades que no tienen acceso a computadoras, y a servicos sanitarios básicos.
Entonces como bibliotecarios y bibliotecarias volvamos a ver por donde estuvimos caminando, resulta claro que el individualismo es la pandemia de las pandemias, y virtualidad no implica sucumbir sino establecer “un correlato de la presencialidad en las bibliotecas”, por ende, la juntura es una clave que por el momento no encuentra espacio a través de la virtualidad, porque muchas cosas que se dicen últimamente no tienen receptores para discutir ideas y propuestas desde otro lugar, hay que “repoblar” esos conceptos para que tengan algún significado, y eso no es posible desde la ausencia de un conjunto de rostros y voces, causada por la inexistencia de la conectividad.
Didier expresó que era necesario recuperar oficios comunitarios, como el del cartero en las comunidades rurales y campesinas, esto me lleva a pensar que también es necesario recuperar el fuego de una ronda, el abrazo, la construcción del conocimiento. Por lo tanto, no dejo de pensar el día que la realidad vuelva a su curso, qué suerte correrá todo lo producido en estos meses, cuando el paso del tiempo remueva el tamiz de cada conversatorio, que nos permita ver algo más que discursos, algo más que prolijas descripciones, allí quizás tengamos algunos elementos para advertir si de algo sirvió lo que como sociedad tuvimos que padecer, recuperar esas verdades sea, probablemente, nuestra tarea en medio de este desconcierto que tanto abruma.
Todo el conversatorio puede verse en este sitio:
https://www.facebook.com/OEIEcuador/videos/2385678828402455/
El mismo ha contado con la moderación de Sebastián Concha, de la OEI, organismo
que organizó el evento desde territorio virtual ecuatoriano, pautando una
actividad en línea cuyos ejes temáticos estuvieron vinculados a la promoción de
la lectura, el Plan Nacional de Lectura José de la Cuadra del Ministerio de
Cultura y Patrimonio y la Organización de Estados Iberoamericanos para la
Educación, la Ciencia y la Cultura.
Agradezco mucho a Didier y Alfredo por haber compartido su conocimiento en este tema tan crucial que estamos atravesando.
Para los/as colegas bibliotecarios y bibliotecarias, se agradecerá el aporte de nuevas ideas en relación a las reestructuraciones motivadas por esta emergencia sanitaria, el texto no pretende aleccionar ni mucho menos, es acaso una propuesta entre tantas, que busca orientar el sentido de los andares en esta profesión, o al menos encontrar un rumbo donde proseguir.
Fuente consultada:
http://bibliotecasruralescajamarca.blogspot.com/2020/08/bibliotecas-en-y-despues-del-covid19.html
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