Hace unos
años, esta problemática sobre las culturas originarias que desaparecieron en el
país, encontraba al final de los textos unos signos de interrogación. Es
probable que, para representar esta disyuntiva, podamos utilizar la imagen de
una caída en espiral, cuyo fondo nunca es visible, y en el cual quedaron
atrapados, a lo largo del tiempo, los diferentes entendimientos que formaron
parte de un territorio, hoy limitado a un triste listado del país que no fue.
Se trata de un conjunto de leyendas, mitos,
tradiciones, cuentos, cosmovisiones, costumbres, lenguas, que lentamente se
fueron perdiendo, en el cual sus prácticas quedaron reducidas a los confines de
pueblitos apenas registrados por la historia, meras culturas extinguidas que
nos hablan de recuerdos familiares, rasgos étnicos, aprendizajes y enseñanzas:
todo aquello que invariablemente conforma una identidad, el sentido de
pertenencia a una cultura, la conciencia histórica de un linaje y de un
destino, una estadística que representa un conjunto de patrimonios extinguidos
para siempre, la imagen de ancianos que se llevaron lo que supieron cultivar,
memoria quemada, olvido que crece.
Algunos documentos certifican que numerosas culturas originarias de Argentina desaparecieron, divididos en grupos, tenemos los siguientes casos (Asociación Guadalupe, consulta julio 2020):
Regiones del Litoral y del Chaco, las etnias de los abipones, aguilotes, cainaróes, carcarañáes, chaná-timbúes, chandules o guaraníes del Delta del Paraná, cocolotes (guaykurues), gualachíes (kaíngangs), guaraníes de Santa Ana, mataráes, mbayás, payaguaés, querandíes, yaros y tapes (guaraniés). Dentro de la rama perteneciente a los wichis figuran los agoyáes o guisnay, taynoaés o noctenes y testas. Entre los grupos étnicos con vinculación al tronco vilela encontramos registro de los ataláes o atalayas, guamalcas, ipas, ocoles, pazaines, vacaas, y yecomoampas. Con respecto a la rama de los lules figuran los axostinés, casutinés, esistinés, guaxastinés, oristinés, toquistinés y tambostinés. De la rama perteneciente a los Charrúas o Kaíngangs se encuentran los bohanes. Con relación al tronco chaná figuran extintos los pueblos de los carcaráes, corondas, mepenes, timbúes y calcines. Luego tenemos los jaaukanigas o yaaucanigas (rama de los abipones) y los minuanes (rama de los charrúas). De las regiones del Noroeste, Centro, Cuyo y Patagonia hay informaciones de culturas extinguidas como las de los ayanpitín, capayanes, chichas, haush-manekenks, jujuyes, olongastas y yacampis. Dentro de la rama lingüística del pueblo ocloya encontramos a los amanatas, apanatas, estoybalos, gaipetes, opras, osas, paypayas, tactacas y tilcalaisos. Asimismo, del grupo de los jujuyes se desprenden las siguientes ramas: chirimanos, churumatas y palomos. Finalmente con respecto a los diaguitas existen dos ramas extintas: los pulares y los tucumanastas.
Un listado del olvido, cuya función estadística es cuantificar el olvido. Según la UNESCO, en Argentina figuran actualmente menos de 20 lenguas en peligro de desaparición (entre ellas kunza, avá-guaraní, chaná, puelche, yojwaja, guaraní mbyá, mocoit, selk’nam, pilagá, tapieté, aonikenk, qom, vilela, wichí), al menos el 43% de las 6.000 lenguas -que se estima aún son habladas en el mundo- están en peligro de extinción. De este porcentaje se desprende un caso interesante, la de las lenguas trasfronterizas, de las cuáles en el país, el quechua es un claro ejemplo. Para los lingüistas, ciertas comunidades de hablantes, en contexto de frontera entre países, continúan con las prácticas culturales, logrando comunicar experiencias en una lengua local común. Bajo este sentido, las lenguas transfronterizas son naturalmente dinámicas porque son utilizadas por personas pertenecientes a distintos países, con diferentes registros orales, en lo que pareciera estar ausente las cuestiones gramaticales, en este escenario los códigos lingüísticos van mutando en directa relación con la necesidad de interactuar, ya sea por cuestiones de comercio, actividades sociales o ceremonias compartidas. En el caso del quechua, histórica lengua del antiguo Imperio Inca, se ha convertido en una familia de lenguas indígenas relacionadas, habladas por unos 8 a 10 millones de personas en Perú, Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia y Argentina.
Algunos documentos certifican que numerosas culturas originarias de Argentina desaparecieron, divididos en grupos, tenemos los siguientes casos (Asociación Guadalupe, consulta julio 2020):
Regiones del Litoral y del Chaco, las etnias de los abipones, aguilotes, cainaróes, carcarañáes, chaná-timbúes, chandules o guaraníes del Delta del Paraná, cocolotes (guaykurues), gualachíes (kaíngangs), guaraníes de Santa Ana, mataráes, mbayás, payaguaés, querandíes, yaros y tapes (guaraniés). Dentro de la rama perteneciente a los wichis figuran los agoyáes o guisnay, taynoaés o noctenes y testas. Entre los grupos étnicos con vinculación al tronco vilela encontramos registro de los ataláes o atalayas, guamalcas, ipas, ocoles, pazaines, vacaas, y yecomoampas. Con respecto a la rama de los lules figuran los axostinés, casutinés, esistinés, guaxastinés, oristinés, toquistinés y tambostinés. De la rama perteneciente a los Charrúas o Kaíngangs se encuentran los bohanes. Con relación al tronco chaná figuran extintos los pueblos de los carcaráes, corondas, mepenes, timbúes y calcines. Luego tenemos los jaaukanigas o yaaucanigas (rama de los abipones) y los minuanes (rama de los charrúas). De las regiones del Noroeste, Centro, Cuyo y Patagonia hay informaciones de culturas extinguidas como las de los ayanpitín, capayanes, chichas, haush-manekenks, jujuyes, olongastas y yacampis. Dentro de la rama lingüística del pueblo ocloya encontramos a los amanatas, apanatas, estoybalos, gaipetes, opras, osas, paypayas, tactacas y tilcalaisos. Asimismo, del grupo de los jujuyes se desprenden las siguientes ramas: chirimanos, churumatas y palomos. Finalmente con respecto a los diaguitas existen dos ramas extintas: los pulares y los tucumanastas.
Un listado del olvido, cuya función estadística es cuantificar el olvido. Según la UNESCO, en Argentina figuran actualmente menos de 20 lenguas en peligro de desaparición (entre ellas kunza, avá-guaraní, chaná, puelche, yojwaja, guaraní mbyá, mocoit, selk’nam, pilagá, tapieté, aonikenk, qom, vilela, wichí), al menos el 43% de las 6.000 lenguas -que se estima aún son habladas en el mundo- están en peligro de extinción. De este porcentaje se desprende un caso interesante, la de las lenguas trasfronterizas, de las cuáles en el país, el quechua es un claro ejemplo. Para los lingüistas, ciertas comunidades de hablantes, en contexto de frontera entre países, continúan con las prácticas culturales, logrando comunicar experiencias en una lengua local común. Bajo este sentido, las lenguas transfronterizas son naturalmente dinámicas porque son utilizadas por personas pertenecientes a distintos países, con diferentes registros orales, en lo que pareciera estar ausente las cuestiones gramaticales, en este escenario los códigos lingüísticos van mutando en directa relación con la necesidad de interactuar, ya sea por cuestiones de comercio, actividades sociales o ceremonias compartidas. En el caso del quechua, histórica lengua del antiguo Imperio Inca, se ha convertido en una familia de lenguas indígenas relacionadas, habladas por unos 8 a 10 millones de personas en Perú, Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia y Argentina.
Para la UNESCO existen diferentes niveles, que
permiten clasificar la vulnerabilidad de cada lengua en relación al número de
hablantes:
A salvo: todas las generaciones hablan
la lengua y su transmisión de una generación a otra es continua.
Vulnerable: la mayoría de los niños
hablan la lengua, pero su uso puede estar restringido a determinados ámbitos (especialmente
el familiar).
En peligro: los niños ya no la aprenden
en sus familias como lengua materna.
Seriamente en peligro: sólo los abuelos
y las personas de las viejas generaciones hablan la lengua. Los miembros de la
generación parental, si bien pueden comprenderla, no la hablan entre sí, ni
tampoco con sus hijos.
En situación crítica: los únicos
hablantes son los abuelos y las personas de las viejas generaciones, pero sólo
usan la lengua parcialmente y con escasa frecuencia.
Extinta: sin hablantes, el Atlas
contiene las referencias de las lenguas extintas desde el año 1950.
A pesar del contexto desfavorable, todavía
quedan paisanos que se resisten a ser considerados fósiles por la sociedad. Se
trata de libros vivientes que aún cultivan la pureza de la lengua, con un
elevado entendimiento de las costumbres culturales, cuyas incidencias van
asociadas a la práctica del lenguaje, a la historia y al capital social de cada
comunidad.
Hablar en lengua significa muchas cosas, es por
un lado un acto de resistencia identitaria, la noción de que los pueblos
indígenas estuvieron ancestralmente ligados a un territorio, por un vínculo que
respetó tanto el contexto natural como geográfico. La lengua es también un modo
de desarrollo endógeno con repercusión en las prácticas agrícolas, mediante las
cuales los chamanes supieron verbalizar conocimientos que más tarde
beneficiaron a muchos científicos. En algún punto, el mecanismo de publicación
no incluyó la mención por autoría o colaboración, lo que llevó a la
invisibilización de los informantes indígenas, sin reconocimiento alguno por
parte de la sociedad.
Es válido admitir que las bibliotecas indígenas, los centros de documentación, las radios comunitarias bilingües y los museos etnográficos, son algunos de los espacios vivos que permiten preservar, recuperar, crear y compartir conocimientos de los pueblos originarios, que inciden positivamente en el fortalecimiento de la identidad cultural, desde donde sea posible generar una sinergia genuina con las prácticas lingüísticas, para lo cual es necesario vincular en dicho movimiento el accionar docente y la Educación Intercultural Bilingüe. Por otra parte resulta deseable incluir, en este contexto, a las editoriales cartoneras, con el fin de poder difundir conocimiento propio en el formato libro de cartón, que las voces bilingües pasen a la escritura y a la pintura, que no haya límites para que llegue lejos lo que cada uno sabe y conoce.
Es válido admitir que las bibliotecas indígenas, los centros de documentación, las radios comunitarias bilingües y los museos etnográficos, son algunos de los espacios vivos que permiten preservar, recuperar, crear y compartir conocimientos de los pueblos originarios, que inciden positivamente en el fortalecimiento de la identidad cultural, desde donde sea posible generar una sinergia genuina con las prácticas lingüísticas, para lo cual es necesario vincular en dicho movimiento el accionar docente y la Educación Intercultural Bilingüe. Por otra parte resulta deseable incluir, en este contexto, a las editoriales cartoneras, con el fin de poder difundir conocimiento propio en el formato libro de cartón, que las voces bilingües pasen a la escritura y a la pintura, que no haya límites para que llegue lejos lo que cada uno sabe y conoce.
Por ende, es preciso que la biblioteca, como
institución gestora de la memoria humana, como mediadora entre la comunidad y
el mundo exterior, como espacio de encuentro y vehículo de comunicación,
propenda a la equidad social, respetando las diferentes formas de conocimiento
e integrándolas entre las etnias que conforman su radio de acción y servicio
dentro de la comunidad, es importante que se puedan trabajar materiales
bilingües en forma oral y escrita, que el espacio articule actividades con la
escuela, que los documentos sirvan de soporte para los docentes, para lo cual
será necesario que el bibliotecario dedique tiempo a la investigación de la
propia cultura, con ayuda de colaboradores locales y apoyo interdisciplinario.
Será un modo, probablemente utópico, de evitar
que el listado de lenguas en peligro se siga extendiendo al paso de los años.
Bibliografía
consultada:
UNESCO. Día Internacional de
la Lengua Materna:
Moseley, Christopher (ed.).
2010. Atlas de las lenguas del mundo en peligro, 3ra edición. París,
Ediciones UNESCO. Versión en línea: http://www.unesco.org/culture/en/endangeredlanguages/atlas
Endepa.
Equipo Nacional de Pastoral Aborigen
Asociación
Guadalupe
Nota: la imagen pertenece al sitio Pixabay.
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