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historias de vida. Reflexiones en torno a la bibliotecología indígena y comunitaria.
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martes, 21 de diciembre de 2021

Detección de dispositivos biblioclásticos en la Dictadura Cívico-Militar Argentina

A través de una técnica denominada dripping (de drip, “gotear” en inglés), que tuvo en Jackson Pollock uno de sus principales cultores, el expresionismo abstracto encontró un modo de experimentar dentro del plano de la pintura, en ocasiones prescindiendo de los pinceles e incorporando diferentes tipos de materiales. Hubo quienes, por las semejanzas, trazaron un paralelismo con la escritura automática surrealista. Si fuera posible reducir un entendimiento al simple acto de observar con atención un cuadro, se podría afirmar que hay algo que conecta cada trazo de este genial pintor, quien en su adolescencia se inspiró en la técnica empleada por artistas navajos, en donde los indígenas solían elaborar cuadros de arena sobre el suelo, utilizando diversidad de materias primas y desarrollando prácticas de pintura abstracta gestual, que de algún modo ligaban la pintura con la escultura.

En algunas de sus pinturas, se advierte el espacio totalmente cubierto en el lienzo, desgarrando sobre la tela una secuencia cromática sobre un fondo abigarrado, bajo la cual el autor aplica una serie de patrones que se repiten en distintos espacios del cuadro, generalmente asociados a un color, estas imágenes serían conceptos de los cuales podemos encontrar ejemplos en el campo de la música, uno de ellos, el ritornello, que a mediados del siglo XVIII representaba, dentro de cada composición, un arco de tensión tonal que se reiteraba en determinados momentos (en filosofía, sobre todo a partir de Gilles Deleuze, este concepto es pautado como una “teoría del devenir”, que permite a las personas aplicar un patrón de referencia que sirve de orientación en medio de un supuesto caos, una suerte de repetición de una melodía que recuerda el sentido de una composición), otro caso podría ser el bebop, un desprendimiento del swing dentro del mundo del jazz, en donde se aprecia una estructura rítmica invisible que le permite a los músicos la libertad de experimentar sonidos sin salirse de un estándar.

Esos conceptos, en algunos cuadros de Pollock, están entrelazados, incluso se advierten sobre ellos una serie de conectores que, bajo la forma de salpicaduras, semejan un sistema de energía, otorgando a la obra el sentido de una unidad coherente, una entidad propia. De algún modo, esas líneas que serpentean en múltiples direcciones bajo entendimientos semánticos, entrelazan ideas que recuerdan la necesidad de conectarlas, asignando planos, componentes y conceptos.

El ejemplo podría ser válido para intentar entender la complejidad de los dispositivos biblioclásticos que se emplearon en el contexto de la Dictadura Cívico-Militar Argentina, desde donde es necesario conectar los conceptos para articularlos en un eventual vocabulario controlado, tarea que desde el año 2000, registra un antecedente que tuvo por escenario el CAICYT-CONICET, mediante un trabajo de recuperación bibliográfica sobre hechos biblioclásticos llevado adelante por el bibliotecario argentino Tomás Solari, que culminó en el libro “Biblioclastía, Los robos, la represión y sus resistencias en Bibliotecas, Archivos y Museos de Latinoamérica”, publicado por Eudeba en 2008. Esta obra reunió los trabajos seleccionados en el Concurso Internacional de Bibliotecología Fernando Báez, inspirado en la Historia Universal de la Destrucción de Libros, del destacado bibliotecario venezolano.

Bajo el objetivo de continuar este proyecto, la lingüista y documentalista Mela Bosch y la bibliotecaria Tatiana Carsen, desarrollaron un vocabulario controlado con fuentes bibliográficas y con aportes de casos de biblioclastía, recopilados por Vanesa Berasa, con colaboración de bibliotecarios y bibliotecarias en cuanto al aporte de terminologías. El vocabulario cuenta con más de 300 términos y está alojado en el Servidor semántico de CAICYT. De este modo, se buscó promover el conocimiento, memoria y prevención de destrucción, desvalorización o invisibilización de los recursos de información. El vocabulario controlado significó la construcción de una herramienta que, dada su complejidad, requiere de eventuales articulaciones interdisciplinarias, así como de estudios asociados para seguir discutiendo su arquitectura conceptual.

Las autoras consideraron a la biblioclastía como el conjunto de conductas, prácticas, procedimientos, dispositivos y políticas que conducen a la destrucción, desvalorización o invisibilización de recursos de información, de los espacios físicos donde se alojan y circulan, y que atentan contra las personas que se relacionan tanto con esos recursos como con esos espacios físicos. Así como las conductas, prácticas, procedimientos, dispositivos y políticas que vulneran los derechos asociados a la información y el conocimiento. Se mencionaron distintos tipos de dispositivos biblioclásticos, entre ellos arancelamientos, pago por acceder a servicios, leyes que castigan el uso de recursos de información si no se pagan, algoritmos que habilitan sesgos de recuperación o indización que invisibiliza la producción alternativa, la desactivación de bibliotecas o recursos digitales. Las herramientas para evitar nuevos oscurantismos, tal como lo afirma Bosch, son la identificación, la designación y la visibilización.

En la publicación del libro Biblioclastía, los autores Hérnan Invernizzi y Judiht Gociol afirmaron en el prólogo que dicho término no existe en el diccionario de la Real Academia Española, reduciendo su significado a cualquier tipo de destrucción de libros. Es posible adscribir al alcance del concepto una amplitud mayor, asociando la destrucción de diferentes tipos de soportes, como también vincular las situaciones de secuestros, desapariciones, torturas, excarcelaciones o exilios en el que numerosos artistas, escritores, bibliotecarios y periodistas se vieron involucrados, por diferentes situaciones ligadas al objeto libro, durante el denominado “Proceso de Reorganización Nacional” que los militares argentinos llevaron a cabo entre 1976 y 1983, una de las páginas más oscuras de nuestra historia como país.

No solo se secuestraron y destruyeron libros en aquel período, sino también originales, apuntes y borradores (prueba de testimonio ha sido la publicación del libro “Palabra viva”, de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina, con poemas, cuentos, ensayos, cartas y artículos de escritores perseguidos por el Terrorismo de Estado), abriendo el escenario donde necesariamente se involucraron editoriales y libreros. En el prólogo de Biblioclastía, los autores advierten un plano mayor en el vasto campo de la destrucción cultural perpetrada por las fuerzas militares, que era precisamente la ausencia de datos sobre quienes escribían los estudios de los cuales resultaba prohibir un libro, modificar un plan de estudios o perseguir una tendencia artística. Esa y otras variables relacionan el concepto con otros campos semánticos, en algunos casos en forma jerárquica y en otros vinculando diferentes tipos de escenarios.

Tal como lo formularon los integrantes del colectivo Basta Biblioclastía (conformado por archivistas, bibliotecarias/os, docentes, escritoras/es, trabajadores en archivos y bibliotecas, en informática, investigación científica, centros de datos y de información), el objetivo ha sido el estudio, registro, visibilización y acciones para la prevención, reparación, resistencia y resiliencia contra la biblioclastía. Según lo planteado, resulta imperativo hacer una deconstrucción de micro y macro acciones, donde es preciso desmontar el detrás de ciertas conductas, prácticas, procedimientos, dispositivos y políticas, que tuvieron por intención negar una posibilidad de lectura, entremedio de un contexto vinculado con la desinformación en relación con el poder político.

En primer lugar, es necesario comprender lo que implica hablar de dispositivos, según Michel Foucault, el dispositivo es una máquina que produce subjetivaciones en cuerpos dóciles, pero “libres”, que asumen su identidad y su “libertad” en el proceso mismo de sometimiento. Un dispositivo que tiene por escenario la biblioclastía, necesariamente se entiendo bajo un contexto determinado que, en nuestra historia como país, se circunscribe al terrorismo cívico-militar ocurrido entre 1976 y 1983. Una vez aplicado el dispositivo, su entendimiento-aceptación se estandariza, habilitando la secuencia destructiva de volúmenes cuyos contenidos están disociados con el discurso autoritario. No es posible obviar que el contexto represivo fue tanto clandestino como ilegal, los dispositivos se aplicaron sin que la ciudadanía pudiera corroborar empíricamente su metodología y su consecuencia, tanto en el plano social, ideológico como cultural.

De este modo, dada la ausencia de un sistema judicial que garantizara derechos básicos, no es viable probar la totalidad de libros requisados en las distintas unidades de información, así como los diferentes procedimientos que derivaron en quemas y destrucciones. Trazando un paralelo con las desapariciones forzadas de personas, es posible encontrar una explicación sobre la imposibilidad de conocer el número exacto de víctimas producidos en esos años, tal como lo afirma el escritor Martín Kohan, la cantidad total de los desaparecidos en Argentina hay que postularla, a partir de la estimación de los casos no denunciados, por ende la cifra 30.000 expresa que no sabemos exactamente cuántos fueron porque el Estado ilegal, que reprimió entre las sombras, no abrió los archivos, ni dio la información de dónde están los desaparecidos ni la información de dónde están los nietos secuestrados, la cifra es una respuesta al cinismo macabro que ocultó su accionar criminal y clandestino propio de aquella dictadura. La simbólica cifra no puede corroborarse hasta tanto no se permita el acceso a la documentación que muy probablemente haya sido destruida por completo.

En relación con los libros prohibidos, censurados y desaparecidos, debemos tener presente esa dimensión si pretendemos, a través de un vocabulario controlado, concebir una herramienta que habilite el entendimiento de un nuevo paradigma profesional, o al menos, la concepción de un elemento que permita describir cuestiones ligadas con derechos vulnerados en relación con la información, el conocimiento, los soportes, las prácticas, los recursos y las personas involucradas en dichos procesos. Esos derechos, bajo el plano del retorno de la democracia, fueron ampliándose paulatinamente en relación con los avances, científicos y tecnológicos, con amplia incidencia en el contexto bibliotecológico.

Tomando algunos conceptos esbozados por Giorgio Agamben, se entiende que los dispositivos empleados en la dictadura, sustrajeron cosas al uso común, transfiriéndolas a una esfera separada, clandestina, de no acceso, ausencia e invisibilidad y que, por lo tanto, dichos bienes deben ser restituidos al uso común por el profesional de la información. Lo que la noción de “moralidad” había separado, bajo múltiples discursos potenciados por el temor y/o la sospecha, el bibliotecario debe restituirlo, no solo desde el esquema de los materiales vulnerados, sino esencialmente desde el desmontaje del entendimiento “inmoral” vinculado al bien cultural censurado.

El ciudadano que se dejó capturar por un dispositivo biblioclástico, dejó de representar un problema para el censurador, no adquirió una nueva subjetividad, sino que, por el contrario, pasó a invisibilizar un hecho cuya aceptación habilitó una suerte de anestesia social que le permitió vivir bajo reglas impuestas, sin darse cuenta de lo que realmente estaba sucediendo. Agamben sostuvo que el problema de la profanación de los dispositivos (su discurso fue empleado en el contexto de la religión), es cada vez más urgente, porque requiere restituir al uso común lo que ha sido capturado y separado de ello, “instruyendo” a una sociedad sobre lo que debía ser considerado “normal” y “apropiado”, para instalar de este modo un patrón único de conducta. Esta máquina supo atravesar en aquellos siete años un plano ligado al poder, que desplegó siniestras relaciones de fuerzas, ejecutadas con discursos políticos, sociológicos, eclesiásticos, jurídicos y empresariales, imposible de correlacionar enunciados con pruebas empíricas.

La frase “algo habrán hecho” es la mera aplicación de la aceptación social sobre temas que excedían a buena parte de la población en cuanto a información verídica que fuera posible analizar, su entendimiento, en el plano bibliográfico, se vincula con la idea impuesta de que algunos libros fueron prohibidos porque contenían “información con referencias ideológicas” que tenían el potencial de inducir “preocupantes captaciones” que en el seno de las fuerzas armadas se consideraba como una “grave enfermedad moral”, de allí se puede analizar, a modo de lectura externa, el problema que tuvieron aquellos ciudadanos en cuanto al acceso a la información, en donde hubo un filtro aplicado desde un oscuro parámetro que detuvo la dinámica de toda conciencia crítica a causa de una ausencia democrática. Esta praxis, permitió a los militares controlar y orientar, en un sentido que se pretendió útil, los comportamientos, los gestos y los pensamientos de los hombres y mujeres que coexistieron en dicho entorno.

Biblioclastía como concepto se inserta dentro de la necesidad de interpelar la memoria, como si se tratara de una serie de conjuntos documentales que desprenden fragmentos ocultados por el terrorismo de estado. El estudio pretende orientar nuevas construcciones de sentido en vinculación con los derechos humanos vulnerados, otorgando un marco apropiado para entender lo sucedido en un contexto particular de la Historia Argentina. Los dispositivos de represión cultural ejecutados en el contexto biblioclástico, permitieron aplicar sobre las personas, libros, bibliotecas, editoriales, centros educativos y culturales, una permanente práctica de vigilancia, control ideológico y censura, tanto con los cuerpos, los materiales, como con los símbolos, donde fue necesaria una conducta de apropiación informativa por parte de la Junta Militar, especialmente los medios de comunicación (televisión, radios, periódicos). De allí, el concepto de valor ciudadano pasó a ser manipulado en directa asociación con el entendimiento de “enemigo cultural”, lo que implica el grado de importancia que puede tener un vocabulario controlado en el ejercicio de vinculación de conceptos arborescentes dentro de una estructura semántica.

Hay un caso que merece una mención especial, a diferencia de lo expuesto, esta situación ocurre también en democracia, y tiene relación con la destrucción de libros bajo la excusa de “favorecer el reciclado de papel” y el “cuidado del medio ambiente”. Es muy probable que la cantidad de unidades de información que adoptaron (y aún adoptan) este tipo de prácticas sea considerable, especialmente bibliotecas ubicadas en universidades. En estos casos, sin establecer ningún tipo de consenso con el personal bibliotecario, sus directivos toman por decisión no donar el material bibliográfico acumulado en los depósitos, para de este modo enviarlo a organismos externos (fundaciones, asociaciones, empresas), para transformar esa documentación en papel picado. Claramente se trata de un acto encubierto –y no reconocido- de Biblioclastía, que tal vez pueda representarse en un vocabulario como un componente del concepto “Instigación de la Biblioclastía”, en el que se toma la decisión más fácil con respecto a colecciones amplias o ítems duplicados: destruir-eliminar-vaciar estantes, cuando bien sabemos, que elaborar listados para eventualmente donarlos a otras instituciones, supone la necesidad de trabajar sobre esos documentos, lo cual invariablemente requiere de tiempo y recursos humanos.

Volviendo a Foucault, un dispositivo sería entonces un conjunto de estrategias de relaciones de fuerzas, que son manipuladas desde una posición de poder, para desestabilizar, bloquear o desviar lo que debe ser aceptado por la sociedad, dentro de un parámetro sostenido por el propio mecanismo de subjetivación, con amplia incidencia en el entendimiento de la moralidad. Estos dispositivos “morales” se ejecutaron en una etapa en donde se cerraron carreras universitarias, se censuraron textos y autores, se prohibieron palabras y conceptos, y en forma clandestina se empezaron a realizar quemas masivas de libros, conjuntamente con la elaboración de materiales ligados con la “depuración ideológica” por parte del Estado Mayor General del Ejército, con el objetivo de poder detectar los vínculos entre marxismo y subversión en ámbitos laborales, educativos y artísticos, donde resultaba evidente la necesidad de instalar una noción de “enemigo” (un “nosotros” que tuviera por ánimo “derogar” los principios sustentados por la Constitución Nacional), un “adversario” al cual perseguir, separar y/o adoctrinar por el bien común y la concordia social.

Por un lado, tenemos un plano moral, donde se justifica la eliminación de todo aquello que supone la contaminación del precepto a defender y, por otro lado, una serie de acciones fundamentadas en criterios absolutos, que llevan a la aplicación de movimientos mecánicos para eliminar elementos contrarios a dichas premisas. En tal sentido, los informes oficiales elaborados por la Junta Militar, tuvieron por objetivo no solo dar respuestas a las denuncias de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en cuanto a los rumores que circulaban sobre las personas desaparecidas, sino también para establecer una norma rígida que pretendía vehicular el entendimiento ético de los ciudadanos, acaso un modo de justificar una idea de rectitud que por fuera de las fronteras asumía el inevitable entendimiento de una dictadura.

Por otra parte, hay ideas y conceptos que fueron parte de la censura, y de los cuales los militares brindaron elementos para contextualizar los dispositivos biblioclásticos: textos escritos en cárceles, escenas cinematográficas eliminadas por “inmoralidad”, letras de canciones (ya sea explícitamente de protesta o con palabras que podían entenderse bajo un código común), libros con citas de pensadores de izquierda (por más que los textos del libro no dijeran nada sobre temas políticos contrarios al Ejército), nombres propios que no podían nombrarse, escritores que tuvieron que modificar su escritura para establecer un guiño cómplice con los lectores, constituyendo verdaderos espacios de resistencia, en donde cuestionaban la censura instalando metáforas de lo que ocurría, método que en ocasiones permitió evitar la quema de estos libros.

En este tramo me permito una digresión, ocupando momentáneamente el espacio de la crítica literaria, en este caso bajo el entendimiento de Josefina Ludmer, profesora, ensayista, escritora, quien, citando al filósofo Roland Barthes, afirmó que no existe el acabamiento del texto -en el caso de correlacionar esta idea con el vocabulario controlado- siempre un texto es un fragmento y todo cierre es arbitrario, solo la muerte le pone fin. En este criterio entra en juego el concepto de ideología, en donde podríamos tomar al vocabulario bajo la comprensión de una lógica tabular, en el que se pueda discutir la eventual jerarquía de los términos, la complejidad de niveles que termina incidiendo en la producción de sentido, que tal como lo plantea Ludmer, en sí mismo no traduce una ideología, sino que la constituye, en donde los términos que integran el vocabulario son respuestas en una cadena indefinida de escrituras y lecturas que pueblan espacios significativos de la sociedad, una serie de valores que son decididos desde una comunidad educativa, y que por eso mismo, el mecanismo -y la herramienta- requiere revisión, nuevos planteos, nuevas teorías. No deja de representar un valor al que debemos poner a prueba en forma permanente.

Por lo que representa el vocabulario con relación al componente ideológico y documental, su arbórea complejidad da lugar a una pluralidad de formas que buscan representar los incidentes y las manifestaciones de los diversos elementos que constituyen toda biblioclastía, y el modo en cómo funciona el vocabulario controlado es lo que produce sentido, esa construcción -o tal vez podamos decir experiencia conceptual- se inicia con una bolsa de palabras y sigue un derrotero que en este caso abarca 4 etapas:

-       - Creación de una colección sobre Biblioclastía en la base DOCSA de la Biblioteca Ricardo Gietz.

-       - Desarrollo de un lenguaje controlado sobre Biblioclastía.


-       - Colaboración con el libro sobre Bibliotecarios Detenidos-Desaparecidos.

-      - Observatorio de Biblioclastía sobre destrucción, memoria, rescate y prevención.

Me parece válido agregar notas a esta suerte de bitácora colectiva, con todo lo que significa teorizar un plano donde poder ubicar un problema. El taller sobre identificación de micro y macro acciones biblioclásticas, surgido en diciembre de 2020 y auspiciado por la Comisión de Homenaje a Bibliotecarios Desaparecidos y Asesinados por el Terrorismo de Estado en Argentina y por la Asociación Bibliotecarios de Córdoba, originó un movimiento bibliotecológico que, por el recorrido llevado a cabo, es posible afirmar que este grupo ya superó la etapa de las concepciones sobre la problemática, y que, dada la utilidad del vocabulario, requiere seguir conectando términos, ideas, relaciones, no dar por cerrados ciertos conceptos publicados en el servidor semántico, ampliar descripciones, agregar nuevas líneas de pensamiento.

Este criterio entraña reconocer que la aplicación de la herramienta, en el contexto bibliográfico, necesita de la estandarización de los conceptos asociados a un territorio donde se disputa la construcción de sentido en relación al pasado histórico de nuestro país, y para que haya estandarización debe concebirse previamente la legitimización, esto nos lleva a evaluar modos de significar lo interpretado en un campo de tensiones, en el cual es necesario validar las ideas representadas en los términos consensuados, ideas que condensan los posicionamientos ideológicos, estéticos, políticos y/o bibliotecológicos del colectivo Basta Biblioclastía, cuyas prácticas permiten afirmar -a través de los eventos virtuales que están disponibles para los usuarios- que la revisión y la discusión terminológica se encuentran habilitadas, dado el grado de interés que pueda suscitar en el ámbito académico, y que seguramente motivará eventuales aperturas -y probables modificaciones- a largo plazo.

Hay que anteponer el interrogante a cada término, y pensar que los conceptos que delimitan un análisis son prefigurados por ideas sociales propias de su tiempo político, que reproducen una representación con sustento en el entendimiento del rol social de nuestra profesión. Asimismo, en lo personal me deja una duda en cuanto al alcance que puede llegar a tener este vocabulario con respecto al concepto de identidad en nuestra historia como país, interpelado por los componentes de la memoria, la censura y la reparación histórica.

Lo que hay son disputas de sentido de la memoria, donde se cruzan concepciones sobre métodos sistémicos de opresión, ocultamientos, deconstrucciones, resistencias, violencias, reparaciones, oscurantismos, preservaciones, resiliencias, imposiciones, represiones, memoricidio, sentido crítico del entendimiento del bien común, de los valores cívicos, de la democracia en su conjunto. Se tratan de pequeñas reflexiones sobre un concepto inabarcable, que requiere nuevas lecturas y aproximaciones, nuevos desbrozamientos, así como un permanente proceso de sedimentación y difusión del conocimiento desarrollado en el campo cultural de los derechos humanos.

Espero que el próximo año sea un tanto más benévolo con nuestras realidades, que podamos compartir experiencias, con todo lo que etimológicamente esa palabra significa.

Fuentes consultadas:

Agamben, Giorgio (2016). Que es un dispositivo. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.

Apuntes sobre el curso (Des)enterrando libros prohibidos, profesor Edgardo Vannucchi, Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (septiembre/octubre de 2015). Disponible en: http://librosvivientes.blogspot.com/2015/10/

Báez, Fernando (2005). Historia universal de la destrucción de los libros. Buenos Aires: Sudamericana.

Biblioclastía. Los robos, la represión y sus resistencias en Bibliotecas, Archivos y Museos de Latinoamérica. Concurso Báez. Tomás Solari y Jorge Gómez compiladores. Buenos Aires, Eudeba, 2008.

Bosch, Mela (2017). Biblioclastia: vocabulario controlado para la ampliación y profundización del concepto / Mela Bosch, Tatiana M. Carsen. Disponible en: https://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/41864/CONICET_Digital_Nro.79e804bb-509c-4643-96a8-cbf3308a63ec_A.pdf?isAllowed=y&sequence=2

Bosch, Mela (2021). Biblioclastia, profundización del concepto y nuevos oscurantismos. Disponible en: https://bastabiblioclastia.org/wp-content/uploads/2021/01/Bosch_M_Texto-Biblioclastia-profundizacion-del-concepto-y-nuevos-oscurantismos.pdf

Bossié,Florencia (2006). Historias en común: censura a los libros en la Ciudad de La Plata durante la última dictadura militar (1976-1983) Trabajo final de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencia de la Educación. Disponible en: www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.265/te.265.pdf

Bossié, Florencia (2008) Biblioclastía y bibliotecología: recuerdos que resisten en la ciudad de La Plata [En línea]. Congreso “Textos, autores y bibliotecas”, 24 al 26 de septiembre de 2008, Córdoba, Argentina. Disponible en: http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.703/ev.703.pdf

Invernizzi, Hernán - Gociol, Judith: Un golpe a los libros. Represión a la cultura durante la última dictadura militar. EUDEBA. 2002.

Gociol, Judith: “La desaparición de personas tenía que corresponderse con la desaparición de los símbolos culturales”. Entrevista a Judith Gociol en Revista Tesis 11. Marzo-Abril de 2007.

Fois, Silvia (2012). Comisión de Homenaje Permanente a los Trabajadores de Bibliotecas Desaparecidos y Asesinados por el Terrorismo de Estado: Una iniciativa para la memoria. Disponible en: https://ffyh.unc.edu.ar/libros-prohibidos/wp-content/uploads/sites/17/2012/03/articulo-silvia-fois.pdf

Ludmer, Josefina (2015). Clases 1985: algunos problemas de teoría literaria. Buenos Aires: Paidós.

Infonews (2021). Por qué los desaparecidos son 30.000: la mejor explicación. Disponible en: https://www.infonews.com/24-marzo/por-que-los-desaparecidos-son-30000-la-mejor-explicacion-n264103

Vocabulario controlado sobre Biblioclastía. Disponible en: http://vocabularios.caicyt.gov.ar/portal/index.php?v=5

Encuentros del Taller sobre Micro y macro acciones biblioclásticas:

Encuentro 1: https://www.youtube.com/watch?v=JPgLp5sx0n4

Los temas tratados fueron: panorama veloz de los Derechos humanos, la progresividad de las acciones y su ampliación en generaciones de la primera a la cuarta que llega al hábeas data. Testimonios de los integrantes.

Encuentro 2: https://www.youtube.com/watch?v=arPrfctiKIM

El tema tratado fue deconstrucción de acciones biblioclásticas.

Encuentro 3: https://www.youtube.com/watch?v=BktEF_z7NFI

Se trataron temas relacionados con la identificación, registro y memoria de acciones biblioclásticas.

Encuentro 4: https://www.youtube.com/watch?v=kJMvQotSWu0

 

Se desarrolló un formato de registro de incidentes biblioclásticos para su deconstrucción y análisis. Se analizaron los pasos futuros hacia una ley contra la biblioclastía, para avanzar hacia normativas de amparo para el acceso equitativo al conocimiento, idea que incluye ir contra los oscurantismos y contra la represión.

Basta Biblioclastia
Página web: 
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Correo electrónico: bastabiblioclastia@gmail.com

Biblioclastía:

Definición sintética:

Es la destrucción, obstrucción, limitación del acceso u ocultamiento de los soportes de conocimiento documental, y la persecución física o moral de las personas que trabajan en relación con esos documentos en sus distintos soportes y/o sus usuarios.

Definición por extensión:

Comprende la destrucción, obstrucción, limitación del acceso u ocultamiento de libros y otros documentos de diferentes tipologías, bibliotecas, archivos y soportes de conocimiento en formato digital de documentos primarios, de fuentes secundarias, catálogos y bibliografías, ya sea por acción directa, indirecta o desidia.  Comprende asimismo la persecución física o moral de las personas que se ocupan de la recopilación, circulación y promoción de bibliotecas, archivos y circulación digital del conocimiento documental y/o con sus usuarios.

sábado, 5 de agosto de 2017

Las bibliotecas africanas: crónicas de una resistencia contra el olvido


En esta sorprendente crónica, Fernando Báez comparte las vicisitudes de los bibliotecarios africanos en defensa de sus bibliotecas y sus libros, registrando parte de los innumerables saqueos, incendios intencionales,  destrucciones y actos terroristas, que durante años padecieron estas verdaderas casas de la memoria en los antiguos países de África. El informe es también una oportunidad para corroborar el inmenso daño que provoca la destrucción de manuscritos en la historia de la humanidad.

La lucha de los bibliotecarios africanos por defender sus bibliotecas

“!Pasajeros a Malí!”, grita una indiferente joven uniformada que lleva en sus manos una gruesa carpeta azul con el logotipo de una empresa de atención al público. Nos mira, pero tal vez no nos vea. “!Pasajeros a Malí”, repite otra vez con un megáfono al minúsculo y heterogéneo grupo que la seguimos por los pasillos como si se tratara de una líder religiosa con la indecisión propia que sienten al final los devotos fatigados. Dadas las reticencias que conforman la filosofía del pasajero que sufre la metamorfosis del maltrato y las mentiras habituales de los operadores turísticos, el grupo sabe que está en presencia de un milagro y aprovechamos el momento para compartir, en francés, en bambara, en árabe o inglés, incluso en un dialecto tuareg frases que resumen la transición y la aventura que vamos a vivir.

En Malí, aunque su nombre deriva del bambara y significa àmakɔ̌  o cocodrilo pantanoso, es habitual decir que quien no ha sido picado por un escorpión es porque no ha pisado la arena. Hay que vencer supersticiones y saber que un viaje al África subsahariana no es sólo un prodigio dada la ineficiencia controlada de las pésimas líneas aéreas sino una oportunidad única para planificar de una vez y para siempre un éxodo por los rincones más remotos de nuestra propia memoria, hacia aquello que recordamos y olvidamos que somos y estamos siendo justo en estos precisos momentos.

Cuando el avión aterriza –si aterriza y no hay un desvío por una tormenta de arena, una amenaza terrorista o por cualquier otra razón que sólo el protocolo secreto podría explicar en la ruta París-Malí– si se llega hasta la rampa principal, si no se cancela todo como correspondería ese día de rumores, entonces es posible agradecer la buena nueva del anuncio de haber llegado al Aeropuerto Internacional de Bamako, donde además de un calor asfixiante, el atropello de la sección de migración, el colorido repentino que debe ser asumido como natural, pasa uno a un cambio vertiginoso de ritmo ante la probabilidad cierta de estar a punto de ser testigo de un golpe de estado.

El caso es que, después de escuchar varias versiones sobre la huída apresurada de los moriscos de la antigua Al Ándalus, no me convencieron los argumentos y llegué a Tombuctú, la perla del desierto, para conocer la verdad de los hechos y pude evidenciar que la idea antropológica colonialista, de mentalidad primitiva, en el caso de África se derrumbaba justo en esa pequeña villa, y contra la versión espuria de la circunscrita perspectiva de Hegel sobre el desarrollo del pensamiento mundial, hoy puedo argumentar que había visitado la capital de uno de los centros culturales más importantes del mundo antiguo, donde se produjeron volúmenes sobre historia, teología y filosofía, y donde un gran Reino mantuvo vínculos formidables con La Meca, Constantinopla y Al Andalus, la sede del Islam en Europa durante siete siglos. El orientalismo ignoró por siglos –o para ser más exacto, omitió– el mestizaje curioso entre el mundo musulmán y los cultos antiguos ocurrido en diversos lugares de Etiopía, Somalia, Nigeria o  Malí, esta última una nación que conserva por fortuna un testimonio directo con la gran biblioteca de Mahmud Kati, apenas estudiada a finales del siglo XX.

El cambio tras la llegada del Islam desde el siglo XIII se observa en el relato mitológico de los pueblos mandinga (que abarcaría desde Gambia, pasando por  Guinea, Guinea-Bissau, hasta Senegal, Liberia, Malí, Sierra Leona, Costa de Marfil, y finalmente Burkina Faso), que cambió desde la creación del universo hasta la batalla de Kaibar, los comienzos de la monarquía mansaya en los mandinga, la saga de Sunjata, la genealogía de los clanes mandingas, la lista de las Treinta Familias Mandinga y el asentamiento y hegemonía de Keyita Kandasi. Es fascinante el sincretismo en algunas aldeas donde los cultos locales se combinan con la ortodoxia musulmana más próxima al misticismo. En Tarik al-fattash, de Mahmud B. Muttawakkil Ka´ti, se lee que en las tierras de Bilad al-Sudán (la tierra de los Negros) el Caos dominó, tal cual pensaban los pobladores, hasta que se aceptó el credo de Alá. Todavía puede encontrarse entre los ancianos una práctica esotérica con miembros de sus tribus y las antiguas prácticas islámicas con la comunidad. El aprendizaje del árabe estuvo relacionado con la incorporación social, pero además facilitaba la actividad comercial, de modo que los africanos hicieron del árabe una lengua común y siguen haciéndolo. Hasta los pueblos dogón, que son animistas, han preservado sus costumbres al mismo tiempo que asimlan el Islam.

En particular, la inestable ciudad de Tombuctú que en marzo de 2012 volvía a estar sitiada por rebeldes, de fuerte influencia tuareg, con sus 55.000 habitantes ha admirado turistas e investigadores a lo largo de estos últimos años, pero más allá de cualquier especulación de la ciudad de los 333 santos que capturó el interés de Bin Battuta, el gran viajero, y de los sufíes, hay que recordar que tiene las tres mezquitas más interesantes del Islam africano.
La leyenda de la riqueza del sitio lo forjó el viajero Heródoto: “Hay un país, al sudoeste de Libia, más allá del gran desierto que los comerciantes cartagineses suelen visitar. Cuentan que, después de un viaje muy largo y fatigoso, llegan a una playa donde descargan sus mercancías. Una vez dispuestas ordenadamente sobre la arena, las dejan allí, y ellos se alejan y encienden grandes hogueras para anunciar su llegada a quienes viven en aquellas tierras. Al ver el humo, los nativos salen de sus poblados y van hacia la playa, se acercan a las mercancías, las examinan y, tras depositar junto a ellas tanto oro como creen que valen, desaparecen de la vista. Entonces, son los cartagineses quienes se aproximan, y si consideran que el oro es suficiente, lo recogen y se van; pero si no les parece bastante, no lo tocan y se retiran de nuevo, y reavivan el fuego hasta que el humo vuelve a cubrir el cielo. Los nativos acuden entonces por segunda vez y añaden algo más de oro, y así se repiten las idas y venidas hasta que los comerciantes se dan por satisfechos”.
Esta leyenda prosiguió de la mano de los caravaneros que fueron luego reemplazados por los comerciantes marítimos, lo que concluyó el ciclo africano del oro.

La ciudad de Tombuctú, que fue El Dorado de África y hoy el oro es una rareza, llegó a tener 200 madrazas para enseñar teología y no menos de 40.000 estudiantes divulgaron su doctrina. Los maestros, austeros y exigentes, eran recompensados para que no tuvieran que distraerse con otras actividades: un tombouctoukoi en el siglo XVI señalaba que un maestro podía ganar 1275 cauris en un día, cantidad más que suficiente para su dedicación absoluta a la enseñanza. Las dos ramas usuales eran la exégesis coránica, la rememoración de los hadizes o tradiciones orales, la jurisprudencia o fiq y fuentes legales o usul. Por otra parte, la lengua demandaba buen conocimiento de la gramática  y las ciencias en las que los árabes eran pioneros: matemática, astronomía, medicina. La palabra algoritmo viene del árabe y deriva de al Jwarizimi.
De las mezquitas habría que mencionar Djinguereiber ó Yinguereber (la colosal), erigida hacia 1325 por Ishaq es-Saheli, el escéptico arquitecto granadino nacido en 1290 que enriqueció por la millonaria fortuna que le pagó el espléndido emperador malinké Kankan Musa o Mansa Musa, quien también se distinguió porque hizo su peregrinación a La Meca con sesenta mil personas y cien camellos cargados de oro como una prueba de devoción.

El edificio es extraño, versátil, y su estilo desconcertante y mimético, en donde se advierte la combinación del adobe y la palmera, como puede verse también en la milagrosa Sidi Yahya, que estuvo abandonada hasta que un iluminado apareció del desierto con las llaves y pudo abrirla siglos más tarde, o en la gigantesca Mezquita de Djenné o Yené: esta estructura fue declarada Patrimonio Cultural de la Unesco porque además de sus formidables medidas es un templo de una sola pieza con materiales excepcionales que han soportado todo tipo de desastres y se ha reconstruido una y otra vez sobre sus mismas bases. Ishaq, el constructor, macilento y atónito,  murió respetado e ignorado, también traicionado por muchos, en Tombuctú en 1346, pero su influencia llegó hasta Antonio Gaudí, el genio de la arquitectura de Europa.

Además de las mezquitas, las escuelas coránicas propagaron la fe aprovechando el desplazamiento de sus alumnos por el río Níger, alfabetizaron a la población y produjeron una impactante escuela de escribas. En Tombuctú funcionó la que se estima como la primera universidad del mundo de Sankore o Sankore Masjid  (aunque Bolonia mantenga el merecido prestigio europeo), una obra que dejó la huella de Modibo Mohammed Al Kaburi y  Abu Abdallah Ag Mohammed bin Al Moctar 'n-Nawahi; gracias a la erudición de sus creadores, la universidad alcanzó el número aproximado de 25.000 estudiantes y escolares entre los que se contaron hombres que llegaron a ser sabios: como Abu Al Baraaka, Mohammed Bagayogo, Ahmed Baba, Al Aqib bin Faqi Muhmud, Abu Bakr bin Ahmad Biru, Abd Arahman bin Faqi Mahmud o Mohammed bin Mohammed Kara.

El amor por la música ennoblecía a muchos habitantes. Ahmed Baba contaba que su maestro Mohamed Bagayogo, cuyo placer consistía en oír el violín, pero sin faltar a su deber de leer el Corán y ser devotó a Alá. En fiestas, encuentros, la música estuvo y sigue presente como una actividad que revela la identidad de los pobladores, en los que instrumentos árabes se mezclan con tambores y 24 danzas, no todas admitidas, daban cuenta de la variedad.
La protección de los askias favoreció la escritura. León el Africano ya señalaba: “jueces, imanes y eruditos, todos bien pagados por el rey, que muestra gran respeto hacia los hombres de saber”. Según el propio León, cuya vida es tan fantástica, los libros eran el equivalente de una moneda y entre grandes personajes se consideraba un libro el mejor obsequio.
De las grandes patrimonios de Tombuctú, sin duda se destacan sus bibliotecas y libros. Una de ellas fue la biblioteca errante que conformó lo que hoy se llama Fondo Kati: salió de España tras la expulsión del cadí Ali Ben Ziyad al-Quti, un juez civil de los musulmanes de Toledo que antes de irse recitó El Corán en la mezquita de las Tornerías y se llevó sus 400 manuscritos en árabe, hebreo y castellano aljamiado que atravesaron el desierto en camello, llegó a la comercial ciudad de Gumbu en Ghana hasta que murió en 1516.

De Mahmud Kati, sucesor en el linaje, hay pocos datos: su apellido verdadero era al-Quti (que significa “godo”) y estaba relacionado la dinastía de Witiza, que ocupó un espacio prominente en lugares como Toledo y  Córdoba así como tuvo a personalidades ilustres como Hafs bin Albar al-Quti y Suleymán bin Harit al-Quti. Vagó por el Magreb, cumplió su peregrinaje a La Meca, siguió el Tanezruf rumbo a Walata, la resplandeciente y negada Biru y no dejaba de adquirir libros-
La vida de Mahmud cambió al conocer a Askia Mohamed, militar de alto rango de la etnia soninké que se había convertido al Islam y tenía el propósito de llevar su fe hasta los confines del imperio songai, lo que logró no sin sangre (exterminó a toda una villa judía en Tindirma y los enterró en fosas comunes) y conflictos interminables que no impidieron a Mahmud casarse con una hija suya y servirle como perito en leyes. De su obra, misteriosa y aguda hay numerosos tratados, pero ninguno tan singular como Tarik el-Fettach, su Crónica del Viajero, donde se atrevió a romper el silencio sobre la cultura africana y restituir vívidamente las costumbres, la cultura y la historia del África subsahariana.
Coleccionista, bibliófilo perseverante, aprovechó la fortuna que le proporcionó la posesión de tierras que superaban en extensión las que tuvo en Al Andalus, fue reconocido por su amor hacia la cultura y no se detuvo en adquirir los más extraños volúmenes de su tiempo. Uno de sus libros, recibido del propio Askia Mohamed, era un tratado matemático que todavía se lee con las imprecisas marcas personales, pero sus notas sobre geografía e historia son una enciclopedia de los datos nunca revelados de España y África. Una de sus notas mencionaba que había adquirido la Kitab as-Shifa (Biografía de Mahoma) de Iyad, un al-andalusí procedente de Ceuta, y fijaba el precio del libro en 225 gramos de oro pagados el 22 de julio de 1468.

El Fondo Kati nunca fue una biblioteca común. Ni su número es habitual en las bibliotecas ambulantes (comenzó por superar la cifra de 400 volúmenes y sobrepasó para el siglo XXI los 7000); tampoco deja de sorprender que sus manuscritos híbridos salieron en unas condiciones clandestinas de España, pasaron de mano en mano de Marruecos a Walata en Mauritania y estaban en el Níger hacia el siglo XVI. Aproximadamente en 1818, ya con los aportes del sufismo, sus herederos la escondieron cuando los franceses la buscaban en Malí para llevársela a París.
Volvió a reaparecer la colección en 1990 y para 1999 estaba abierta al público, con los apuntes que solía hacer el malhumorado de Mahmud Kati a sus textos que proceden de fuentes árabes, españolas, hebreas e incluso francesas y que León el Africano admiró sin medida. Según la versión de Ismael Diadiè Haïdara, descendiente autorizado de los Banû l-Qûtî (corrompido como Kati), hay más de 300 archivos que permitirían reescribir los lazos entre Tombuctú y el exilio morisco español, lo que es maravilloso, irremplazable y nos pone ante una situación privilegiada para dejar atrás los libros de historia tradicional en España y recuperar una crónica íntegra y más honesta.

Ismaël Diadié Haïdara, quien ha afirmado que más que un hombre es una biblioteca multicultural, estuvo buscando sus orígenes desde afuera sin saber que la clave estaba en la biblioteca de los godos islamizados donde habían guardado los libros de esa España extraviada en un espacio muy humilde, volvió como en las leyendas a las tierras de sus antepasados para pisar la plaza de Zocodover tras el revuelo de prensa de 1999, y obtuvo el apoyo de la Junta de Andalucía, la cual hacia 2033 finalmente reivindicó la denuncia que hizo José Ortega Y Gasset en 1924 y creó la Biblioteca Andalusí de Tombuctú, en un hermoso edificio de 800 m2 donde se hizo el esfuerzo inicial, que lamentablemente se ha perdido, de restaurar algunos volúmenes.
Uno de los tres manuscritos aljamiados de  El Corán, junto a los de Estambul y El Cairo, es el de Malí copiado en el año 1203 con folios fabricados de pieles de decenas de animales seleccionados y purificados, escrito con cursiva andalusí y cúfico, con una cubierta mudéjar que tuvo al principio incrustaciones en oro que desaparecieron. Es el Corán más antiguo del África subsahariana.

En un manifiesto público fechado el 25 de Febrero de 2000 autores como el fallecido Premio Nóbel de Literatura José Saramago y autores de enorme importancia como Juan Goytisolo, Antonio Muñoz Molina, José Da Silva Horta y Ousmane Diadié Haidara, entre muchos otros,  alertaban sobre el estado del Fondo Kati: "Hoy, tres mil manuscritos de una familia exiliada de Toledo –la Familia Kati– están en peligro de destrucción en Tombuctú. El diario ABC de España, News and Events de la Northwestern Uiniversity de EEUU, el Boletín de la Saharan Studies Association de EEUU, y el 26 Mars de Mali llevan meses señalándolo en vano.
John Hunwick, de la Universidad de Evanston, EEUU, considera que esta Biblioteca se puede comparar con la curva del Níger al Nilo y al Mar Muerto en lo que a manuscritos se refiere. Estamos de hecho, a nivel de documentos, ante el más importante legado andalusí fuera de las fronteras de España.

La familia Kati (Banú l-Qûtî), se exilió en Toledo en Mayo de 1468. Se instaló desde entonces en la Curva del Río Níger (Mali), donde se mestiza con la familia real de los Sylla (1470), los  renegados portugueses (1591), y los comerciantes sefardíes de Fez (1766).
El más conocido de esta familia es Mahmûd Kati, cuya obra histórica, el Ta´rîkh el Fettaâsh fue reeditada bajo los auspicios de la UNESCO en su colección de obras representativas, Serie Africana. Los trabajos de Brun (Francia), Nehemia Levtozion (Israel), J. Hunwick (EEUU) Madina Ly Tall (Mali), Zakari Dramani Issofi (Benin), Adam Bâ Konaré (Mali) y Michael Timowsky (Polonia) muestran la importancia de esta obra de los Kati y su importancia en el nacimiento de la escritura de la historia en África.
En este Fondo existen documentos únicos sobre la penetración del Islam en España, el destino de las familias visigodas después de la caída del reino de Toledo, el exilio en África de miles de hombres de letras andalusíes como Es-Saheli de Granada y Sidi Yahya al Tudelí, el paso de León el Africano por la curva del Níger o la conquista del Imperio de Songhay por el almeriense Yawdar Pasha y su ejército de moriscos y renegados españoles y portugueses....así como varios centenares de manuscritos andalusíes.

Tememos la dispersión y desaparición de 5 siglos de historia de una familia ibérica en África. Cada día que pasa, un documento puede destruirse y con cada manuscrito perdido desaparece una porción de la historia de la humanidad. Por tanto, sumamos nuestra voz a la del poeta José Angel Valente para que “se salve urgentemente este tesoro hispano-portugués, único en África".
Lamentablemente, para 2012 el Fondo Kati todavía esperaba buena parte de la ayuda de la Junta de Andalucía, dispersada por demagogos y políticos irresponsables. Los 7000 libros que ha cuidado Haïdara están en peligro ante el silencio de una humanidad sobre la que operan los agentes de la amnesia, pese a que el tatarabuelo del intelectual escribió: “Hemos perdido el color y la lengua, pero nos queda la memoria”.

Bastó un golpe de estado en Malí el 22 de marzo de 2012 para que fuera más evidente su precariedad tras la captura de la ciudad de Tombuctú junto a Gao y Kidal por el Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA), que aspira a crear un territorio autónomo sahelo-sahariano para el nómade pueblo Tuareg, lo que genera enfrentamientos con sus adversarios naturales, hoy en el poder desde fines del 29 de marzo tras un golpe de Estado que llevó a la conformación del Comité Nacional para el Retorno de la Democracia y el Restablecimiento del Estado (CNRDR), dirigido por el ambiguo capitán Amadou Sanogo.


Sobre la abnegación y la perseverancia: el anónimo trabajo de los bibliotecarios africanos

Hay autores como Abu al-Abbas Ahmad bin Ahmad al-Takruri Al-Massufi al-Timbukti (nacido en 1556), que da nombre a la biblioteca pública de Tombuctú y preserva 20.000 manuscritos, donde resguarda sus crónicas, que resultan fascinantes porque era un contemporáneo de Shakespeare que se afectó por la traición y por el amor. En un sublime poema se atrevía a expresar un tema que se volvería nostálgico, identitario y popular: “La sal viene del Norte, el oro viene del sur, la plata viene de los blancos, pero la palabra de Dios, los cuentos hermosos y las posturas santas sólo los hallarás en Tombuctú”.

El amor por los libros no era inusual y se citan anécdotas que tal vez exageran, pero definen un contexto. Se dice, por ejemplo, que Al Uaqidi al morir en el año 823 dejó 823 baúles de libros y que el erudito Al Jahiz fue uno de los primeros hombres víctimas de su biblioteca porque al caerle un armario con libros lo aplastó y murió. Son curiosidades, pero asombrosas porque en la misma fecha una biblioteca en Europa apenas llegaba a 2000 títulos en un monasterio. Sobre todo a partir de la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 el exilio de familias morismas al África estableció distintas rutas de libros que fueron sacados para ser salvados de la hoguera, y entre algunos de los que huyeron estaban Al Fazzazi el Qurtubi (1229), Alí ben Ziyad (1468), el arquitecto y poeta Es Saheli (1290), el “último visigodo”, Yuder Pachá y el mitológico Azzan el Wazani mejor conocido como “León el africano”.

Una prueba de la enorme inversión en conocimiento que se hizo en esta región son sus legados, aunque hay que admitir que el 50% de 500.000 libros y archivos han desaparecido. Hoy nada más en Malí hay 408 colecciones privadas de manuscritos, entre las que sobresalen unas 25 cuyas características de organización son peculiares: ʿAbd el-Raḥmān Haman Sīdī, Aḥmad Būlaʿrāf al-Tikni, Fondo Aḥmad Goumou, al-Ḥassānī, Al-Imām al-Aqib, Al-Imām Alfa Sālem, Al-Imām Al-Suyūtī, Al-Muṣṭafā Konate, Al-Anṣārī and Sons, Alfa Bābā de Sankore, Al-Qādī ʿĪsā, Al-Wangarī, Fondo Kaʿti, Mamma Haidara, Muḥammad Maḥmūd (Ber), Muḥammad Tashīr Shirfī, Muḥammad Yaḥyā w. Bou, Shaykh al-Arawānī, Shaykhna Bul Kheyr, Shaykhna Sīdī ʿAlī, Sheibani Maiga, Sīdī Lamine Sīdī Goumou, Sīdī ʿUmar Idje, Zawiyatou al-Kunti y Zeinia (Bou Djebeha).

En la casa de la familia El Sayuti hay 2.500 textos clásicos, fue fundada en el siglo XVIII por al-Ḥājj Muḥammad al-Irāqī, quien abandonó su país para divulgar la doctrina de Mahoma y llegó hasta Tombuctú. La Biblioteca Zeinia, en la villa de Bou Djebeha llegó a ser creada por Ṭālib Sīdī Aḥmad b. al-Bashīr Sūqī al-Adawī hacia 1762 como un centro para manuscritos sagrados, en los que el dueño era un connotado especialista. Su hijo Ibrāhīm continua la tarea de copiado, poniendo fondos de su propio bolsillo y ahora está Shaykh Baye b. Shaykh Zeini, quien se ha ocupado de difundir la importancia de sus obras para atraer el apoyo extranjero que permita financiar proyectos de conservación.

La Biblioteca Mama Haidara, fundada en el siglo XVI en la villa de Bamba que está a 200 kilómetros de Tombuctú, tiene 21.000 manuscritos algunos quemados por un fuego accidental y tuvo su origen en una idea de Muḥammad al-Mawlūd. A mitad del siglo XIX, cuando todo era peor y nada prometía tiempos mejores, la colección fue asumida por Muḥammad al-Ṣāliḥ y reorganizada en un nuevo edificio por Haidara, quien vivió entre los años 1895–1981. Hacia 1973, un grupo de ladrones saqueó parte de sus libros, pero Haidara no se desmoralizó y contribuyó a constituir las bases de lo que sigue siendo un centro especializado en libros medievales de gran nivel. Como suele suceder, su crónica incluye interminables trámites para mejorar el actual edificio, con doce cuartos, oficinas, dos cuartos de huésped, Sala de Libro Raros y Manuscritos, cuartos de digitalización, laboratorio de conservación y restauración, sala de computadoras, sala de lectura y hasta un Café con wifi que mantiene la dignidad de las mejores bibliotecas del mundo africano con exposiciones frecuentes y cursos de formación para jóvenes generaciones.

En cuanto al Centro de Documentación e Investigación Aḥmed Bābā (CEDRAB) hay que indicar que fue creado en 1970, tras un congreso de expertos de la Unesco realizado en Tombuctú en 1967. Bajo el patrocinio de Kuwait, el lugar pasó a disponer de mejores recursos y hoy es un pilar de los institutos de investigación sobre el pensamiento islámico-africano  con un catálogo apenas culminado en 2003. Por otra parte la Biblioteca Shaykh al-Arawanī fue fundada en el siglo XVII a 230 km de Tombuctú en la villa de Arawān por Muḥammad Maḥmūd y heredada por su hijo Adel, que se ha dedicado a afianzar la biblioteca en un nuevo edificio.

La biblioteca Aḥmad Būlaʿraf al-Tikni le perteneció a Aḥmad Būlaʿrāf, quien había nacido en 1884 en Guelmīm, y de sus fondos en los empleó 11 copistas incluido su hijo valdría la pena citar obras como al-Wahāj, Naḥū al-Shaharaynī y Nazmūl ʿAshmawi del polémico Muḥammad Yaḥyā b. Salīm al-Walātī; también estaría Manfaʾatu al-Ikhwāni fi Shuwābil al-Iman de Aḥmad b. Būlaʿrāf; un clásico como al-Abqarīʾ fī Nazmi Saḥwi al-Akhdārī de Aḥmad b. Muḥammad b. Ubba al-Mazmarī. De Būlaʿrāf sobresale un título poco conocido como Izālat al-Rayb wa al-Shak wā al-Tarīt fī Zikr al-Muʾalīfīn min ʿulamāʾ al-Takrūr wa al-Ṣaḥrāʾ wa Shinqīṭ, en el que se utilizó la mano experto de copistas y el consejo de bibliófilos. Son joyas, pero no hay olvidar que solo el 13% de la literatura en lengua árabe ha sido traducido en Occidente.

De la biblioteca de Aḥmad Bābā b. Abiʾl ʿAbbās, hay que decir se fundó en el siglo XIX bajo el protectorado francés. No ha tenido mucha fortuna porque parte de su legado se ha perdido, pero se ha mantenido la continuidad de la institución: en 1930 al-Qāḍī Muḥammad al-Amīn se encargó de la biblioteca y tras su muerte en 1982 lo hizo al-Qāḍī ʿUmar Shirfī. El caso de la biblioteca del copista y bibliófilo Muḥammad Maḥmūd, en la villa de Ver, a unos 50 kilómetros al este de Tombuctú, es interesante porque demuestra cómo vence la perseverancia: el hijo Fida Muḥammad Maḥmūd, en 1988, reunió los manuscritos e hizo el primer inventario que hoy llega a casi 2700 manuscritos sobre los más heterogéneos tópicos del conocimiento humano.

Por ahora, aquí dejo las primeras líneas de un informe en proceso que atestigua el gran valor de los bibliotecarios en defensa de las bibliotecas contra toda forma de terrorismo. En enero de 2017, un grupo yihadista quiso incendiar los manuscritos más antiguos. Pero esta resistencia contra el olvido sigue como una tradición evolutiva digna de nuestro mayor reconocimiento en la noble historia de África.



Fernando Báez. Autor de Las maravillas perdidas del mundo: Breve historia de las grandes catástrofes de la civilización (3 tomos, 1600 pags.,2017). Es experto en Biblioclastía, sus obras pueden consultarse en el siguiente sitio: http://fernando-baez.blogspot.com.ar/

Se recomienda especialmente consultar el microblogging Twitter de Fernando Báez:
https://twitter.com/CuentaBaez

Nota: Las imágenes pertenecen a estos espacios:
http://www.bbc.com/news/world-africa-21248951

domingo, 11 de septiembre de 2016

El emancipatorio destino de los libros


Como encargado de la sección biblioteca del diario digital El Orejiverde, suelo consultar, entre otras fuentes, las notas de prensa de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, hace unos días una de ellas me impactó mucho por su fuerte carga simbólica, se trata del gesto que un militante del Partido Comunista de Santiago del Estero, Luis Alarcón, tuvo con el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, al obsequiarle las obras completas de Vladimir Ilich Uliánov Lenin, en el marco de la visita del mandatario a la Argentina, con motivo de recibir el título de Doctor Honoris Causa entregado por la Universidad Nacional de Santiago del Estero. Allí, en medio de los presentes, el militante comunista, de profesión tornero, y cuyos padres cordobeses fueron obreros, sorprendió a Linera al obsequiarle los 44 tomos que en plena Dictadura Argentina fueron salvados de ser devorados por el fuego. En tal sentido vale replicar las palabras que Alarcón dedicó al vicepresidente boliviano en una carta:

De allí nace mi interés por los libros y la lectura, que no abandoné hasta hoy. Mi biblioteca llegó a tener 3.000 libros, pero la persecución que vivimos durante la dictadura militar de 1976-83 la diezmó y la hizo peligrosa”.

Habría que imaginar el contexto para entender el valor de este gesto, como también reflexionar porqué es peligrosa una biblioteca, tanto como en ocasiones resulta conflictivo ejercer el pensamiento público, la peligrosa empatía de las ideas, y sin embargo su emancipatorio sentido, su vuelo sin frontera.Vaya gesto para Álvaro García Linera, destinatario de un legado que supo de armarios cerrados y cuidadas lecturas. Para el compañero de Evo Morales seguramente esa carga en su equipaje no tendrá por destino una delicada vitrina de museo sino que ocuparán estantes de una biblioteca, donde se doblarán y ajarán cada una de esas hojas, pero que ciertamente ayudarán a discenir un poco mejor el entendimiento de este complicado mundo.

Al final de la carta Alarcón expresa lo siguiente:
Decidí poner en sus manos, viendo en ellas las de todo su pueblo, esta colección de libros que honrarán la biblioteca de Bolivia. Le pido aceptar este modesto presente como un gesto fraterno de un santiagueño a los estudiantes de Bolivia, que también son torneros del pensamiento de su tiempo”.

Dicen que los torneros tienen la virtud de otorgarles formas a las piezas, pero también la vida los va tallando, creciendo con las lecturas y luchando por la igualdad de derecho, es parte de un compromiso irrenunciable, de conciencia y participación, que probablemente los acompañe toda su vida, nunca es posible imaginar el destino de unos libros, a veces están condenados al silencio de un estante desvencijado, a veces logran salir al ruedo, favoreciendo el razonamiento crítico y ético de quienes los frecuentan solitariamente en un determinado período de tiempo.

Cabría analizar en que plano de la Biblioclastía podemos ubicar esta experiencia de vida de Luis Alarcón, como también la incidencia de las bibliotecas obreras entre los trabajadores, muchos de ellos obreros cultivados por encendidas lecturas, vinculados a bibliotecas anarquistas, socialistas o comunistas, que tuvieron por criterio organizar bibliotecas con carácter solidario, estrechando manos allí donde hubo carencias, y es aquí donde aparece una pregunta que alguna vez se formuló Osvaldo Bayer:

¿por qué estos gestos altruistas en un contexto político donde prima el egoísmo?

Y tal vez la respuesta la sabemos pero no nos hacemos el tiempo para desmenuzar lo que encierran en sí mismas estas palabras: porque son necesarios y porque son imprescindibles, también por que son inevitables, en ese sentido la historia se trata de un permanente desbalanceo que es preciso equilibrar, los gestos nunca alcanzan del todo para balancear ese eterno eje moral, en el cual un conjunto de intereses buscan instalar socialmente una conciencia en modo singular, pero esas actitudes no son invisibles y dejan una profunda enseñanza. No deja de ser una derrota, una hermosa derrota. Es como aquel cuento sufi sobre el muchacho que pasaba todas sus mañanas recogiendo estrellas de mar para lanzarlas al agua, un día de le acercó un escritor y le preguntó porque hacía eso, el joven respondió “recojo las estrellas de mar que han quedado varadas y las devuelvo al mar: la marea ha bajado demasiado y muchas morirán”, entonces el escritor le dice que eso no tiene sentido, “hay miles de estrellas en la playa y nunca tendrás tiempo de salvarlas a todas”, he allí que el joven miro fijamente al escritor, tomó una estrella de mar de la arena, la lanzó con fuerza por encima de las olas y exclamó “para esta...si tiene sentido”.

Tal vez fue esa la tarea de Luis Alarcón, y lo que hagan mañana los nuevos lectores con su vieja biblioteca sea ir a la playa a salvar algunas estrellas. A veces, bastan los libros para que todo vuelva a comenzar.

Nota completa:

El vicepresidente recibió las “Obras completas” de Lenin rescatadas de la dictadura por un militante del Partido Comunista de Santiago del Estero.

Miércoles 31 de agosto de 2016
Santiago del Estero, Argentina.

Después de recibir el título de Doctor Honoris Causa, entregado por la Universidad Nacional de Santiago del Estero, la semana pasada, el vicepresidente del Estado, Álvaro García Linera, fue sorprendido por Luis Alarcón, militante activo del Partido Comunista, quien le obsequió las “Obras Completas”, de Vladimir Ilich Uliánov Lenin, las mismas que fueron salvadas de ser devoradas por el fuego, iniciado en su biblioteca personal, en tiempos de la dictadura argentina.

En esa ocasión, la emoción embargó a García Linera por el gran significado que tiene esta colección de 44 tomos, publicados por la editorial Cartago, para él al tratarse de libros que guían su pensamiento revolucionario, además por la confianza depositada en su persona, para preservar los mismos.
Luis Alarcón, tornero de profesión, nació en 1943, de padres obreros cordobeses, quienes le inculcaron la pasión por la lectura, pese a que ellos apenas sabían leer y escribir, como él mismo cuenta en una carta que escribió al mandatario de Estado boliviano.
“De allí nace mi interés por los libros y la lectura, que no abandoné hasta hoy. Mi biblioteca llegó a tener 3.000 libros, pero la persecución que vivimos durante la dictadura militar de 1976-83 la diezmó y la hizo peligrosa”, relata Alarcón en la misiva.
Asimismo, Alarcón comentó que, desde siempre, es un militante activo del Partido Comunista de Santiago del Estero, también es miembro de la Pastoral Social Religiosa de la ciudad de La Banda, perteneciente a la provincia de Santiago del Estero, de la República Argentina, donde reside actualmente junto a su esposa, quien lo acompañó en esta oportunidad.

Al momento de la entrega, con una sencillez destacable y con profunda emoción reflejada en el abrazo fraterno que le dio al jefe de Estado nacional, encomendó uno de sus más grandes tesoros para que pueda contribuir a los logros de Bolivia y al proceso que vive, y así se convierta en un ejemplo para las naciones del continente.

“Decidí poner en sus manos, viendo en ellas las de todo su pueblo, esta colección de libros que honrarán la biblioteca de Bolivia. Le pido aceptar este modesto presente como un gesto fraterno de un santiagueño a los estudiantes de Bolivia, que también son torneros del pensamiento de su tiempo”, afirma al finalizar su carta.

El contenido de la carta recibida por el vicepresidente, entre los libros, es transcrito en extenso por el gran valor que encierra.

“La Banda, Provincia de Santiago del Estero, República Argentina, 22 de agosto de 2016.
Sr. Álvaro García Linera
Presente.-
Estimado Compañero:

Primero quiero celebrar su visita, que nos da la oportunidad de escucharlo y escucharnos, pensando juntos sobre nuestros pueblos, que siguen buscando los caminos hacia la libertad.
Sabemos que es una larga marcha, y hoy hacemos un alto para reflexionar sobre el rumbo, el momento, las estrategias y los medios.
Más allá de la investidura de su honroso cargo, permítame que le hable con la confianza y el espíritu fraterno de un compañero de ruta.
Provengo de un hogar de obreros de Córdoba, donde nací. Mi padre y mi madre apenas sabían leer y escribir, pero supieron enseñarnos a pensar y estudiar.
De allí nace mi interés por los libros y la lectura, que no abandoné hasta hoy. Mi biblioteca llegó a tener 3.000 libros, pero la persecución que vivimos durante la dictadura militar de 1976-83 la diezmó y la hizo peligrosa.
Era peligroso que un tornero, que es mi oficio, tuviera una biblioteca, sobre todo si sus obras tenían contenido social y revolucionario. En 1977 me radiqué en La Banda, que hoy es mi hogar, traje los libros que quedaban y los cuidé en esos años difíciles.
Como tornero aprendí a darle forma a las piezas, y como nunca dejé de leer me di cuenta que los libros, al mismo tiempo que la vida, nos van tallando y nos ayudan a crecer.
Por eso, sabiendo de su visita y conociendo algo de su pensamiento, así como de la historia y el momento actual del hermano Estado Plurinacional de Bolivia, compartiendo los obstáculos de su camino pero también valorando sus logros, que son un ejemplo para todas las naciones del continente…

(…) decidí poner en sus manos, viendo en ellas las de todo su pueblo, esta colección de libros que honrarán la biblioteca de Bolivia. Se trata de las “Obras Completas” de Lenin –Vladimir Ilich Uliánov–, publicadas por la Editorial Cartago, de Buenos Aires, entre 1957 y 1963. Son 44 tomos, dos de ellos conteniendo el índice.

Le pido aceptar este modesto presente como un gesto fraterno de un santiagueño a los estudiantes de Bolivia, que también son torneros del pensamiento de su tiempo.
Luis Alarcón”.

Fuente: