Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
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historias de vida. Reflexiones en torno a la bibliotecología indígena y comunitaria.
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lunes, 3 de febrero de 2025

Documentar una memoria

Siempre consideré el valor de quienes deciden resguardar un patrimonio documental, ocurre en varias disciplinas, y su sola ejecución recupera para siempre un conocimiento vinculado con su época, con las herramientas propias de un contexto difícil de imaginar, sea cual sea el soporte bajo el cual se labra el invaluable testimonio. Algo así se acabó de registrar en el Repositorio del Servicio Geológico Minero Argentino (SEGEMAR), con un trabajo sobre la memoria topográfica llevado adelante por el topógrafo Felipe Enrique Godoy Bonnet, que resume un trabajo de campo de 20 años, escrito a mano y con imágenes fotográficas que se vinculan con el texto, cuyo largo título es el siguiente:

Memoria Topográfica de los años 1973 a 1993: vivencias, imprevistos, vicisitudes y sorpresas en los relevamientos topográficos extensos, obteniendo coordenadas geográficas y cotas de nivel para la confección de las hojas topográfico-geológicas, previo a la invención del G.P.S. (Global Positioning System), disponible para su consulta en el siguiente enlace: https://repositorio.segemar.gov.ar/handle/308849217/4582 

Se trata de una memoria topográfica que abarca desde 1973 a 1993, escrito a mano, con una caligrafía perfecta, iniciado bajo una petición realizada por el Jefe del Departamento de Geografía, Carlos Alejandro Turco Greco, para llevar a cabo la restitución de 108 hojas de la Carta Geológico Económica de zonas no relevadas del Plan NOA 1 y Plan Patagonia Comahue, aproximadamente una superficie de 400.000 kilómetros cuadrados a escala 1:100.000. Era el comienzo de lo que terminó siendo una aventura. En aquella época las zonas solicitadas carecían de triangulaciones fundamentales de primero, segundo y tercer orden, lo que implicaba ejecutar conjuntamente, con el apoyo fotogramétrico, la utilización de instrumental tradicional para la realización de trabajos topográficos con teodolitos optomecánicos.

El informe revela los inconvenientes de campaña en un contexto agrestre y con dificultades mecánicas en los transportes. El documento incluye dos anexos: por un lado, los datos de los equipos utilizados en las campañas y, por otro lado, datos sobre la fauna encontrada. Se agrega en este registro una valiosa carpeta con las 374 fotografías tomadas en forma analógica por el topógrafo en las diferentes provincias asignadas, con su ordenamiento numérico tal como figura detallada en el manuscrito. Se destacan menciones y colaboraciones con geólogos y topógrafos de reconocida trayectoria, así como nombres de baqueanos contratados en las campañas.

Se sabe que todo cambió con la llegada del GPS, lo que pocas veces se sabe, es cómo se trabajaba en el campo con aquellos instrumentos de medición, soportando tormentas de polvo, nieve, lluvias, vientos inclementes, atravesando la estepa a lomo de burro, cruzando las montañas, vadeando los valles. Cuánto se le debe a aquellos profesionales que permitieron delimitar el territorio, registrar la toponimia de cada lugar, y avanzar posteriormente en la descripción de los recursos minerales, trabajos genuinos en medio de una soledad abrumadora, para tener por todo resultado un conjunto de datos, manuscritos, medidas, dibujos y fotografías que permitieron bosquejar los límites de los eventuales mapas.

El valor de este documento es que lo nombrado va acompañado de lo contemplado, una experiencia que trasciende los criterios y las prácticas, y que permite imaginar, en medio del silencio, lo complicado que es hacer triangulaciones en un terreno, representar con un gráfico el camino transitado.

Todas las disciplinas suelen contar, en algún momento de la historia, con este tipo de aventureros, y es que a veces la lectura suele ser muy simple: sin estos expertos no habría posibilidad de concebir un documento cartográfico. En Bibliotecología, suele ser común encontrar con más frecuencia el concepto de bibliotecario incrustado, que es aquel que, en líneas generales, aporta su conocimiento para integrar equipos de trabajo interdisciplinarios. Muchas veces somos invisibles en esas disquisiciones, pero el concepto cobra otro sentido cuando está presente el espacio propio de una biblioteca, cuando el lugar es punto de encuentro, que en este caso involucra a los geólogos, topógrafos y geógrafos con los bibliotecarios. Lo que nos queda, una vez concebida la suerte de recibir semejante patrimonio, es registrar con cuidado aquel legado de la profesión.

Es un poco lo que ocurrió con esta historia.

Registro:

Godoy Bonnet, F. E. 2024. Memoria Topográfica de los años 1973 a 1993: vivencias, imprevistos, vicisitudes y sorpresas en los relevamientos topográficos extensos, obteniendo coordenadas geográficas y cotas de nivel para la confección de las hojas topográfico-geológicas, previo a la invención del G.P.S. (Global Positioning System). 48 pp. Buenos Aires, Servicio Geológico Minero Argentino. Instituto de Geología y Recursos Minerales. Archivo Histórico Visual de Topografía-Cartografía.

sábado, 7 de diciembre de 2024

Cuando la fe mueve montañas: nuevas lecturas de un hecho simbólico

 

Alguna vez ocurrió, se trató del acto de voluntarismo poético más significativo realizado en las afueras de Lima, Perú, sobre la zona de Ventanilla, un 11 de abril de 2002, donde más de 500 estudiantes equipados con palas, y formando una sola línea en torno a una duna, avanzaron juntos cavando a cada paso hasta desplazarla unos diez centímetros más allá de su ubicación natural. Lo que detallan las crónicas es que, literalmente, movieron una montaña de arena.

En tiempos en donde, por lo grotesco que resulta todo, ya es difícil dimensionar lo que está ocurriendo, estas acciones serían necesarias para creer en otro tipo de sociedad. Va más allá de la fe, tiene arraigo en la conciencia humana, en lo que podemos llegar a lograr si tan solo lo planteamos desde el escenario del pensamiento crítico, de que todo efectivamente depende de los pueblos, de que todo es viable si aplicamos el conocimiento para promover el bien común.

Ya no es admisible el enojo para justificar una elección, ya no tiene sentido fingir ignorancia para habilitar un despropósito cuyo alcance aún es impredecible, ya no sirve creer en promesas políticas sin antes indagar sobre la coherencia de cada propuesta.

Esta obra colectiva, que fue concebida para intentar cambiar nuestra mentalidad por medio de una fábula, se nos presenta como una oportunidad para evaluar la distancia que puede tomar el concepto de la desigualdad. No importa si la concepción del acto estuvo marcada por la desmesura, o haber contado con errores de cálculo en su desarrollo, o no tener impacto por fuera de la comunidad.

Lo que importa es darnos cuenta, al menos por una vez, de que ninguna sociedad se salva desde la especulación y el juicio arbitrario sesgado por el odio, de que estos hechos -absolutamente infrecuentes- fueron posibles y que aún resuenan, porque incluye a todos los otros: los nadies, los postergados, los imprescindibles.

Se trata de un problema que debemos corregir, originado por la falta de autocrítica de quienes, como funcionarios públicos, no supieron representar las demandas sociales más elementales de la ciudadanía, esas que vinculan el plato de comida con el desarrollo educativo y la asistencia sanitaria. Se trata, tal vez, de lo que representa la palabra empoderamiento, y la necesidad de que los reclamos puedan ser capitalizados a través de la honestidad y de la ética, esa urgente necesidad de cambio que hace más de dos décadas fue simbolizada en un simple acto comunitario.

En todo caso, que sirva también para pensar, en esta curva de la historia, si aún vale la pena que lo intentemos nuevamente.

Fuente:

Francis Alÿs en PROA21: Cuando la fe mueve montañas (2002). Dos décadas después. PROA. Disponible en: https://proa.org/proanoticias/2024/07/31/francis-alys-en-proa21-cuando-la-fe-mueve-montanas/

martes, 19 de marzo de 2024

Juancito, Viviano, Pérez y Alejandro

A veces, el ejercicio de la lectura atenta, aunque fortuita y efímera, acerca algunos descubrimientos que no parecen estar visibles en la portada del documento, sin embargo, dejan una enseñanza que excede el objetivo de la publicación, y aporta un modo de concebir la profesión dejando una marca que el paso del tiempo ignora, en donde lo humanístico en su conjunto pierde un elemento de significación de lo construido.

Algo de eso ocurrió hojeando un libro titulado “Historia de la Comisión”, de un tal Bailey Willis, geólogo de profesión, quien publicó en 1911 el resultado de una investigación – ejemplar obsequiado al Museo de la Patagonia "Perito Francisco P. Moreno"- en la que formó parte precisamente de la Comisión de Estudios Hidrológicos, entre 1911 y 1914, en el norte de la Patagonia -el ofuscamiento blanco de un territorio que por entonces seguía siendo un desierto- donde el autor llevó adelante una descripción pormenorizada de las actividades llevadas a cabo con relación a los estudios geológicos y mineros, mientras realizaba la primera cartografía detallada del sur de la Provincia de Río Negro. Una de las propuestas era proveer de agua potable a San Antonio Oeste, y facilitar el tendido de una línea férrea al lago Nahuel Huapi y a Chile, en un contexto en el que se daba inicio -a decir de Bailey Willis- a una de las más importantes obras públicas de gobierno, que de este modo llevaron a un mayor acercamiento entre la Capital Federal y la Patagonia.

El material documentado es de singular importancia, ya que sus estudios y exploraciones sirvieron de base para el trazado y desarrollo del Parque Nacional Nahuel Huapi, información que el autor hizo llegar a la Dirección de Parques Nacionales y Turismo en calidad de donación, junto con el envío de sus planos, estadísticas e impresiones personales. Cabe señalar un dato que aportó este reconocido geólogo, que si bien era cierto que los especialistas del relevamiento eran todos estadounidenses, quien respaldaba todo ese proyecto era el Estado Argentino, y que hubiera sido difícil, para quienes formaron parte del proyecto, haber llegado a conclusiones satisfactorias si no hubieran contado con la experiencia de un ayudante argentino, el ingeniero D. Emilio E. Frey.

Habría que hacer el ejercicio mental de imaginar el contexto en el cual la Comisión de Willis, trasladándose a caballo y viviendo en campamentos precarios, llevó adelante este proyecto, ni mas ni menos que la Patagonia de principios de siglo, con sus rigores, desafíos y una soledad poblada de asperezas y privaciones. Se sabe que hay un libro titulado "Un yanqui en la Patagonia", del propio Bailey Willis, que explica en detalle lo que significó la experiencia de trabajar en esas campañas, pero su lectura no es motivo de este abordaje, como tampoco detallar el alcance de la obra, sino más bien una práctica que intuyo, en líneas generales, se está perdiendo (acaso un ejemplo similar, lo representa un testimonio del destacado topógrafo Felipe Enrique Godoy Bonnet cuando comentó que las últimas camadas de geólogos y topógrafos ya no hacen toponimia al registrar sus trabajos de campo, característica que nutrió buena parte de las primeras hojas geológicas de principio del siglo XX).

En este caso el hallazgo fue la inclusión de una fotografía en donde 4 obreros, sentados ante un fogón, comían con sus cuchillos un poco de carne asada, paisanos cuyos nombres propios quedaron vinculados al contexto del trabajo. No recuerdo una situación igual, de parte de un autor que, al registrar las tareas propias de una obra marcada por la geología y la minería, se haya tomado la gentileza de incluir los nombres de quienes, a pico y pala, avanzaron en el territorio siguiendo las órdenes de sus patrones. La foto muestra a ese grupo de trabajadores en un alto de la tarea, descansando seguramente luego de una dura jornada, y de alguna manera, inmortalizados para la posteridad por quienes supieron de sus labores, modificando el territorio al paso de los días.

Creo que es un gesto notable que lamentablemente ya no es común. Sin esas historias apenas reconocidas en los libros, no se podría comprender, en su cabal concepción, el sentido de las obras que avanzan merced a la conjunción de tiempo y ejercicio, donde la tierra cede a la presión de los instrumentos que esas manos sostuvieron en largos meses de trabajos forzados. Nada de todo eso se hubiera podido llevar a cabo, el progreso, o la idea de tal entendimiento, sin los obreros de por medio, no tendría lugar, reconocerlo es hacer visible la historia misma del desarrollo humano, el motivo por los cuales las sociedades crecen, y lo que implica la necesidad de construir algo.

El ejemplo sienta un precedente, si es que pretendemos entender lo que hay detrás de una obra colectiva, cuyo alcance beneficia a un país en su conjunto, aportando datos a las ciencias de la tierra, dejando un testimonio que no debería olvidarse. 

Fuente consultada:

Willis, Bailey. (1943), Historia de la Comisión de Estudios Hidrológicos del Ministerio de Obras Públicas: 1911 – 1914. Ministerio de Agricultura, Dirección de Parques Nacionales y Turismo. Buenos Aires, pp. 1-170.

Riccardi, Alberto (2020). Bailey Willis: Un geólogo yanqui y el desarrollo del norte de la Patagonia. Disponible en: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/mlizrraga,+08-archivo_v3.pdf

lunes, 3 de mayo de 2021

Pensar en pensar

Hace un tiempo, en el sitio Edge.org, se reunieron profesionales de distintas disciplinas para analizar conceptos críticos sobre temas esenciales del pensamiento humano. A fines de enero del año 2011, la consigna fue directamente que pensaran en pensar:

 ¿Qué idea nos ayudaría a pensar mejor?

Las respuestas proveen un marco de análisis que resulta posible extrapolar a cualquier contexto (bibliotecario, artístico, literario, filosófico, científico, entre otros). Resulta clave dirimir los alcances de ciertas apreciaciones.

Los físicos Carlo Rovelli y Lawrence Krauss, por ejemplo, afirmaron que todos nos beneficiaríamos si manejásemos mejor el concepto de incertidumbre, que en dicho campo disciplinar permite evaluar los errores que se producen durante una medición comparativa, que otorgue valor a una observación. El matemático Rudy Rucker sugirió la idea de impredictibilidad del mundo (un ejercicio paralelo e interesante sería incluir el concepto de azar en la física, de donde se desprenderían elementos probatorios en la dinámica de sistemas complejos o caóticos), mientras que el emprendedor Vinod Khosla hizo una propuesta similar, pero con la noción de la impredictibilidad de la tecnología (o principio del cisne negro, una metáfora que si bien nació dentro del contexto económico, se puede aplicar como teoría a la aparición del coronavirus, de algún modo describe aquellos sucesos que ocurren por sorpresa, no previstos por los analistas, en donde para bien o, generalmente, para mal, terminan teniendo un gran impacto y repercusiones trascendentales). En otras áreas, el psicólogo Jonathan Haidt sugirió “pensarnos como un superorganismo” (unidad social cuyos miembros pueden actuar juntos para producir fenómenos gobernados por el colectivo, ejemplos conocidos de este concepto lo constituyen las hormigas y abejas). El físico Gino Segre incitó a hacer Gedankenexperiments (o experimentos mentales), de los cuales muchos ejemplos se aplicaron en temas cruciales como la mecánica cuántica y la relatividad. Por último, el físico teórico Sean Carroll lo recordó: el universo no tiene sentido.

¿Que diríamos de nuestra profesión? ¿seguir renombrando conceptos? ¿incorporar informática en los planes de estudio? ¿focalizar nuestra atención a cuestiones relativas con el lenguaje inclusivo? ¿discutir nuevos sistemas de gestión? ¿aplicar eventuales estándares para describir recursos bibliográficos? ¿tener visibilidad en proyectos interdisciplinarios? ¿debatir una mayor inserción en la educación intercultural bilingüe?

La necesaria tarea de articular entendimientos en un plano.

Fuente consultada:

http://edge.org/

miércoles, 7 de octubre de 2020

Sobre el problema de la traducción en diferentes contextos

 

Suelo problematizar esta disyuntiva: el intento de traducir contenidos en lenguas indígenas sin incluir, en el criterio, la pertinencia cultural. No deja de representar un enorme conflicto, que nos retrotrae a experiencias en las que se involucraron investigadores europeos que incursionaron en la recuperación de mitos y leyendas indígenas, cuyas versiones terminaron publicadas, sin contar en el proceso con la mirada y la revisión de los paisanos, quienes solo limitaron su accionar al relato de las experiencias narradas por sus abuelos.

Un ejemplo ilustra este contexto. A principios del siglo XX, el etnográfo y explorador sueco Erland Nordenskiöld, recopiló un relato wichí conocido como “El robo del fuego”. Unos treinta años después, uno de sus discípulos, el antropólogo suizo Alfred Métraux, quien vivió muchos años en Argentina, escuchó el mismo cuento, pero narrado por otro wichí, y lo publicó en 1946. Más tarde, el antropólogo y editor argentino Miguel Ángel Palermo, reelaboró el texto y le dio un estilo ágil y ameno. Luego lo incluyó en su obra "Cuentos que cuentan los Matacos" en 1987.

Si trazamos el recorrido de esta narración, entre la primera recopilación y las dos publicaciones, pasaron más de 80 años, tiempo en el cual el texto sufrió modificaciones sin que los propios wichí incorporaran criterios lingüísticos al relato. Lo cual implica reconocer que, si ese libro se incluyera en las bibliotecas de las escuelas con modalidad Educación Intercultural Bilingüe, lo que los alumnos wichí estarían leyendo es la interpretación de una interpretación, bajo entendimientos ajenos a la cultura.

Una de las situaciones más frecuentes, siempre y cuando exista el consenso de trabajar con lingüistas indígenas, tiene relación con ciertas palabras que son imposibles de traducir desde la lengua originaria al castellano, con lo cual se considera criterioso dejar la palabra sin traducción. Es todo un tema ya que, en el caso que la palabra requiera un cabal entendimiento dentro del texto, la sola idea de representarla con un concepto aproximado, debería contar con la aprobación de los lingüistas indígenas, porque no todo puede traducirse, más aún cuando no existen parámetros similares en la cosmovisión de pueblos antagónicos tanto en lo cultural, como en lo social y educativo. 

En este punto vale acercar un ejemplo presente en el mundo del tango, hace unos años pude ver un CD con este tipo de música, editado desde Estados Unidos, donde el disco contaba con un sobre interno en el cual detallaba  la historia del tango en Argentina, todo el texto estaba en inglés menos una palabra: "piringundín", realmente sería imposible traducir ese término coloquial a otra lengua, que pueda representar por sí misma la noción de lugar en un contexto de arrabales, propios de una geografía urbana muy particular, cuyo sentido se define tanto en el tiempo como en el espacio.

Es probable que encontremos respuestas en el plano de la literatura. Rodolfo Alonso, gran poeta y traductor argentino (ha recuperado poesías en lengua inglesa, portuguesa, italiana y alemana, entre otras), afirma que “nadie vive en estado de diccionario. Toda gran poesía, todo poema logrado, hecho carne en su idioma, es un ser soberano y autónomo, de lenguaje vivo, orgánico. Intentar transferirlo a otra lengua será siempre utópico. Pero también irreprimible. De los muchos problemas que plantea una versión honesta: sonido, sentido, ritmo, acentos, tono, densidad, timbre, medida, y rima si la hubiere, no todos pueden ser resueltos. Hubo poetas bilingües –lo soy y nunca pude– incapaces de transportarse con vida de una a otra de sus lenguas”.

Ya lo dijo otro poeta argentino, Carlos Mastronardi: “todo es traducible excepto el lenguaje”. Mientras que César Vallejo, sentenció en su tiempo la frase “todos sabemos que la poesía es intraducible”, aduciendo que solamente “se pueden traducir los versos hechos de ideas”. Si esto ocurre con lenguas que forman parte de un mismo tronco lingüístico como el español y el francés, qué no podemos decir, en cuanto a imposibilidad, de lo que significa traducir al castellano, contenidos culturales pautados oralmente en lenguas indígenas. Parecería que la respuesta consiste en lograr acuerdos mínimos entre lingüistas, como para asegurar un entendimiento de lo que cada paisano estuvo cultivando en la memoria durante siglos.

Recientemente, El Orejiverde publicó una nota sobre la docente indígena peruana Yesica Patiachi Tayori (cuya imagen ilustra este texto), autora del libro “Relatos del pueblo Harakbut”, una de las primeras docentes de su etnia que publicó una investigación, donde rescata y revaloriza la historia y cultura del pueblo Harakbut. Esta publicación es un compilado de diversos relatos orales que le fueron compartidos a la autora desde su infancia, y que vienen siendo narrados por los propios ancianos y ancianas de las diferentes comunidades harakbut desde su contacto.

Tal como figura en el artículo, mitos como Anamei y Amarinke están presentes en la publicación que se encuentran disponible para leer y descargar de manera gratuita; conformada por 16 relatos escritos tanto en harakbut como en castellano, que nacen de las voces de narradores provenientes de las comunidades de Puerto Luz y San José de Karene, Perú.

Esta reconocida autora ha participado en conferencias en defensa de los bosques amazónicos, denunciando problemáticas relacionadas con la minería ilegal, la contaminación de los ríos, el despojo de tierras y la colonización entre otros conflictos. Su investigación académica “Literatura oral Harakbut” le permitió dar origen a este libro, y a la vez obtener el título de profesora de educación secundaria en la especialidad de comunicación, en el Instituto Superior Pedagógico Público “Nuestra Señora del Rosario” de Puerto Maldonado, Madre de Dios. No deja de representar un ejemplo genuino de trabajo sobre narrativas orales “sin intermediarios” lingüísticos que puedan, consciente o inconscientemente, deformar el sentido de lo que se pretende traducir.

No deja de ser un saludable detalle que el libro haya sido publicado por la Dirección General de Educación Intercultural Bilingüe y Rural (DIGEIBIR) del Ministerio de Educación, de Perú, como parte de su política de alentar las publicaciones elaboradas por los mismos profesionales indígenas, y a la vez permitir que los niños y niñas indígenas tengan acceso a textos y materiales educativos en su propia lengua. Traducir estas enseñanzas en lengua materna, allanan el camino hacia una mejor comprensión de las culturas originarias.

A modo de anécdota, siempre recordaré la lectura de unas pocas páginas de un libro de Oscar Wilde, traducido del francés al castellano, si se considera que este autor escribió en inglés, lo que estaba leyendo era la traducción de una traducción, recuerdo que desistí de continuar con la lectura porque la obra, cotejada con el original, parecía otra, totalmente mutilada del sentido lírico con la que había sido concebida, lo que deja en evidencia la problemática de la traducción.

Fuentes consultadas:

Relatos del pueblo Harakbut. El Orejiverde:

http://www.elorejiverde.com/el-don-de-la-palabra/5632-relatos-del-pueblo-harakbut

El robo del fuego. El Orejiverde

http://www.elorejiverde.com/toda-la-tierra-es-una-sola-alma/4809-el-robo-del-fuego

Entrevista a Rodolfo Alonso. Página 12:

https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-31849-2014-04-08.html

Entrevista a Rodolfo Alonso: El enigma de la poesía / Raúl Olvera Mijares

https://luvina.com.mx/foros/index.php?option=com_content&task=view&id=3068&Itemid=77

Nota: la imagen pertenece al siguiente sitio:

https://www.servindi.org/actualidad-noticias/19/01/2018/yesica-patiachi-tayori


sábado, 16 de noviembre de 2019

La Rueda Medicina como círculo de entendimiento en bibliotecas indígenas



Resumen
Se plantean una serie de reflexiones en torno al concepto Rueda Medicina, presente en comunidades indígenas de Estados Unidos y sur de Canadá, se asocia la noción de círculo según el entendimiento de algunas culturas originarias. Se establece una serie de posibles interrelaciones con prácticas orales registradas en casas comunales de conocimiento, pertenecientes a la Amazonía colombiana y peruana, finalmente se propone considerar la arquitectura en relación a la circularidad como modo de representar simbólicamente el espacio de una biblioteca indígena.

La Rueda Medicina como círculo de entendimiento en bibliotecas indígenas

“Habéis visto que todo lo que hace el indio lo hace en un círculo, y todas las cosas tienden a ser redondas. En los días de antaño, cuando éramos un pueblo fuerte y feliz, todo nuestro poder nos venía del círculo sagrado de la nación, y en tanto el círculo no se rompió, la nación floreció. El árbol florido era el centro vivo del círculo, y el círculo de las cuatro direcciones lo nutría [...] Todo lo que hace el poder del Mundo se hace en un círculo. El cielo es circular y he oído decir que la tierra es redonda como una bola, y también las estrellas son redondas. El viento en su fuerza máxima, se arremolina. Los pájaros hacen sus nidos en forma de círculo, pues tienen la misma religión que nosotros. El sol sale y se pone en un círculo. La Luna hace lo mismo, y ambos son redondos. Incluso las estaciones, con sus cambios, forman un gran círculo y siempre regresan a donde estaban. La vida del hombre es un círculo de infancia a infancia, y así en todas las cosas en que se mueve el poder. Nuestros tipis eran circulares como los nidos de los pájaros, y estaba siempre dispuestos en círculo, el círculo de la nación, un nido hecho de muchos nidos en el que el Gran Espíritu quería que cobijásemos a nuestros hijos”.

Black Elk (Alce Negro), Jefe Sioux, célebre sabio indígena.

En algunos casos, los textos intervenidos generan nuevas construcciones cuyas variables tejen conceptos en espiral, completando y adscribiendo teorías que buscan conjeturar ideas   surcadas por planos interdisciplinarios, de algún modo se trata de ciertas libertades generadas en contextos bibliotecológicos, que llevan a relacionar diferentes discernimientos en torno a una problemática, estos ejercicios o experimentos han sido frecuentes en el mundo de la literatura, en ocasiones su tratamiento suele ser propicio tomando como anclaje las notas periodísticas, donde es posible agregar nuevos entendimientos que nos lleven a plantear eventuales respuestas a recurrentes manifestaciones socioculturales.

En este caso, la intervención se debe a un texto publicado en El Orejiverde, Diario de los Pueblos Indígenas,  por la docente María Ester Nostro [Nostro, 2019], sobre las “ruedas medicina”, un entendimiento que representa en sí mismo un concepto, como tantas otras veces ha ocurrido en comunidades que históricamente prescindieron de los alfabetos y las escrituras, se trata de grandes círculos de piedras, cruzados por ejes dirigidos a los puntos cardinales que se encuentran principalmente en Estados Unidos y sur de Canadá y son utilizados con fines rituales, de sanación chamánica y también pedagógicos, en su simbolismo del universo y su relación con el ser humano. Montículos que se extienden sobre una planicie, bordeando riscos y escarpadas colinas, cuya imagen se vincula, desde la sacralidad, con espacios energéticos destinados a la celebración y a la meditación espiritual.

Un sentido cosmológico cuya construcción remite, desde el punto de vista de una vivienda, a la espacialidad de las malocas construidas por los paisanos huitotos y muinanes [Urbina, 1994],  (pueblos indígenas de la Amazonía colombiana y peruana, cuyos territorios se encuentran sobre las márgenes del río Caquetá y sus afluentes), un lugar frecuentado para compartir conocimientos que es aceptado como duplicados del universo por sus chamanes, abordando la idea de totalidad, y en cuyo interior se engendra la palabra a través de los mambeaderos, lugares de reunión de los ancianos que van hilando a través de la oralidad verdaderos canastos de conocimiento, y cuya pertenencia no excluye las diferencias que pudiesen existir entre caciques, curacas (jefe político y administrativo de comunidades familiares), gobernadores, sabedores, brujos, médicos, mujeres, niños, jóvenes y adultos. Tal como lo reseña el investigador colombiano Fernando Urbina, los mambeaderos representan simbólicamente el útero de la madre maloca, un territorio donde es frecuente desovillar el frondoso tejido de la interculturalidad, el total entendimiento de las cosas...

La mayoría de las culturas ha utilizado el círculo en sus representaciones sagradas, una forma geométrica que ha sido aceptada como una concepción de la totalidad, conforme a los ciclos de la naturaleza tal como ha sido representado en la construcción de templos funerarios (especialmente la cultura micénica) o de antiguos anfiteatros griegos, la realización de cálculos calendáricos entre los mayas, o instrumentos de meditación como los mandalas de los hindúes [Nostro, 2019], el trabajo de los artesanos precolombinos con cuencos, mosaicos y cerámicas en donde las formas circulares eran moldeadas con la arcilla, la reconocida "piedra del sol" en el que cada círculo representa un ciclo del tiempo y un estrato del cosmos, el simbolismo del kultrun mapuche, donde se trazan los rasgos de la cultura a través de la música, apenas unos ejemplos que dan cuenta de la complejidad del entendimiento antiguo. Asimismo cabe señalar el modo en que las numerosas culturas indígenas de Colombia han llevado adelante los Círculos de la palabra, a través de los palabreros pütchipü'ü pertenecientes al pueblo Wayuu, cuyas experiencias han estado consustanciadas con la oralidad, el conocimiento, la memoria histórica y la identidad [Epinayu Pushaina, 2013].

Tal como lo señala Carlos Martínez Sarasola [Martínez Sarasola, 2004], “...desde el tiempo (los calendarios circulares como el azteca que nos proponen una idea del tiempo diferente, fundamentalmente no lineal, no una sucesión progresiva de acontecimientos) hasta ciertos rituales como la cabaña de sudar (sweat lodge o inipi) e incluso la misma danza del sol de los indios norteamericanos, por mencionar sólo algunos, están llenos de manifestaciones circulares que son el símbolo de la totalidad”. "Lo mismo ocurre con rituales mapuches como el Nguillatún (rogativa) en el cual toda la ceremonia se realiza durante tres días en una estructura de círculos concéntricos".

En este punto el antropólogo argentino asocia a la noción de totalidad una serie de múltiples manifestaciones, entre ellas la concepción de los opuestos (en sentido complementario), visibles en los principios de caos y cosmos, buscando un permanente equilibrio, a modo de ejemplo es posible verificarlo en la actividad de los pueblos agricultores, en donde el trabajo con la tierra no es una mera actividad económica sino un ritual, a través del cual se transforma el caos -lo no cultivado- en la tierra domesticada por el hombre –el cosmos, lo cultivado-. Asimismo a la idea de totalidad se asocia la concepción de la dualidad, expresada en la cosmovisión indígena a través de una extensa nómina de dioses andróginos, hombre y mujer al mismo tiempo, esta noción a su vez se vincula con la condición de la multiformidad de los dioses, en donde no representan un solo atributo sino varios, incluyendo cualidades contradictorias (ser benéficos y maléficos a la vez), acaso un ejemplo emblemático lo constituye el Dios de la lluvia entre los mayas, Chaac, considerado el Dios de la fertilidad y la agricultura, pero representado en cuatro dioses, uno para cada punto cardinal y para un color en particular.

De este modo Martínez Sarasola resalta la forma geométrica del círculo y la noción de circularidad como la representación más acabada de la concepción de totalidad [Martínez Sarasola, 2010], se trata de una serie de elementos que nos llevan a concebir el entendimiento del círculo en el espacio de una biblioteca, sentido que cobra otro significado cuando dicho ámbito se encuentra dentro de una comunidad indígena.

El círculo en las casas de conocimiento: posibles interrelaciones


Los pueblos originarios de América del norte han trazado en su interior el mapa del universo con sus Cuatro Direcciones y la ubicación del hombre en él, y no cuesta ver en este caso una analogía con las casas comunales de los indígenas del Amazonas, ya que su construcción no puede ser arbitraria, si en dicho proceso al momento de colocar el primer soporte no se respeta la ubicación de las estrellas, la casa de la cultura puede llegar a “deteriorar el paisaje” y no ser representativa de la sabiduría de los ancianos [Urbina, 1994].

En este punto encontramos elementos para vincular la arquitectura de los pueblos originarios en la tarea de construcción de una biblioteca indígena, la noción de círculo se encuentra consustanciada con los elementos simbólicos de las pinturas, guardas, tejidos e imágenes de la naturaleza, que los paisanos han venido realizando desde el fondo de los tiempos, no solo las decisiones que se toman en comunidad habitan una esfera, invariablemente las creaciones artísticas son trazadas bajo dicha comprensión.

Tal como se reseña en la cita introductoria, en el universo Sioux Lakota, se aprecia el entendimiento del anciano Alce Negro (Hehaka Sapa en lengua materna), quien describía la importancia del círculo diciendo: “Todo lo que hace el indio lo hace en círculo /…porque el poder del mundo actúa en círculo…/ Todo lo que hace el poder del mundo se hace en un círculo”, un círculo que, en el caso de la Rueda Medicina, terminó asociándose a la rueda en su movimiento y retorno sin fin, tan próximo, a la idea del devenir circular del tiempo entre los originarios americanos.

Según lo explica Nostro, más que una construcción, la rueda medicina es un símbolo sagrado que representa el orden cósmico, el eterno patrón de vida y muerte, el sendero del sol y la luna, el diseño del tipi (vivienda circular) y la forma del tambor…donde la línea vertical indica el sendero del hombre y la horizontal el sendero del sol. La sagrada intersección de ambas representa el centro de la tierra, así como, entre los Sioux, la infaltable presencia de la pluma de águila evoca y activa al poder de WakanTanka –el Gran Espíritu- sobre todo lo creado y la armoniosa interacción entre los seres vivos y la Madre Tierra. También es necesario recordar que la imagen de la rueda remite a un movimiento, tal como lo representa la bandera de la cultura gitana, la rueda del pueblo Rrom, que expresa los deseos de libertad de circulación más allá de las fronteras establecidas, un deseo que es la vez una señal de identidad en recuerdo de las innumerables persecuciones padecidas por este pueblo a lo largo de su historia [Vegas, 2011]. Simbologías que diferencian a unas culturas de otras, pero cuyos entendimientos tienden un puente hacia nuevas ideas.

Desde el espacio de una unidad de información comunitaria es preciso entender lo que implica la noción de círculo, la idea de una totalidad circular, analizar el sentido de los tejidos hilvanados a través del conocimiento, encontrar elementos para aplicar en eventuales bibliotecas indígenas, acaso un espacio donde la palabra debe ser perpetuada mientras su hilatura lo permita, un escenario donde las voces confrontan verdades, conceptos que asocian cultura con identidad, consensos que representan una historia y un devenir, un círculo que se completa documentando información que se inicia con un recuerdo, al que se une el registro de una destreza, la continuación de un legado familiar, la finalización que es en realidad una pausa, interrupción o abandono, la memoria que en su giro se completa.

Desde el punto de vista chamánico, el término “medicina” alude al poder y fuerza de la naturaleza, lo sagrado del universo que guía al hombre en el campo de energías que lo rodean. Son las energías de las Cuatro Direcciones básicas: norte, sur, este y oeste, que marcan las estaciones del año y las etapas de la vida (nacimiento, infancia, adultez y ancianidad) en relación con el centro, punto del cual todo emerge y al cual todo regresa.
Los acercamientos a este tipo de sabiduría se encuentran connotados en muchas culturas ancestrales, en el cual las construcciones respetan los ciclos de la naturaleza, tal como ocurre con los pueblos guaraníes y chanás, en ellos las reconocidas casas de espiritualidad  (templos en donde se realizan rituales marcados por una profunda religiosidad, acaso uno de los más emblemáticos corresponden al Opy, frecuente en comunidades Mbya Guaraní), forman un componente que podemos situar en un plano mayor, donde es posible dimensionar la importancia de la arquitectura indígena como eje desde el cual reconstruir procesos de identidad y espiritualidad. Esta situación es visible en aquellas comunidades sin territorio que han decidido llevar adelante procesos de reetnización y recuperación de antiguas ceremonias [Martínez Sarasola, 2010], buscando volver a equilibrar la tierra, bajo una idea de coexistencia social, armonía ecológica y apertura de conciencia hacia el otro.

Al intervenir este texto, he querido ver en las distintas etapas referenciadas, el traspaso de conocimiento entre quienes cultivan un saber ancestral, así como en nuestras universidades otros jóvenes toman el testimonio para continuar el camino de los docentes, de la misma manera se construye identidad entre las paredes de una biblioteca indígena, desde lo que saben los abuelos hasta la comprensión lúdica de los nietos. No son habituales los ejemplos de este tipo de construcciones, sin embargo basta conversar con los referentes de algunas comunidades, para encontrar en ellos similitudes en cuanto a la arquitectura que se pretende representativa de un modo de comprensión que aún persiste, a pesar de los permanentes obstáculos con los que los referentes de pueblos originarios se enfrentan en las actuales sociedades occidentales, un modo de comprensión que desde el espacio orgánico de una biblioteca puede recuperarse.

En este análisis que se plantea no estamos hablando de los materiales empleados en una construcción que representan el contexto geográfico en el cual está inserta una comunidad (acaso un ejemplo emblemático -no exento de crítica- lo constituya la Biblioteca “La Casa del Pueblo”, de la cultura Nasa, situada en Guanacas, municipio de Inzá, departamento del Cauca, suroccidente de Colombia, construida con cañas y techo de paja), como tampoco de los colores característicos de las diferentes culturas (por citar algunos casos, la simbología de la bandera Mapuche, la utilización de la Whipala, o ciertas arcillas de tonos amarronados utilizadas en artesanías o vasijas por los Qom), sino de una representación esquemática de los valores culturales dentro de un espacio físico, cuyo plano mayor lo cubre el entendimiento de la arquitectura.

La concepción de dispositivos endógenos: eventuales construcciones


Se impone en este caso discutir el concepto de lugar, asociado a los espacios donde el conocimiento es generado desde el aporte de libros vivientes, sin necesidad de plantear un ordenamiento físico, propio de la cultura escrita. Esta particularidad interpela el concepto de otredad en relación con la identidad indígena, habilitando dispositivos endógenos que representan el contexto y la cotidianidad de los usuarios, de alguna manera se trata de comprender, en este tránsito que las distintas arquitecturas bibliotecarias han recorrido desde la antigüedad, “la ductilidad y maleabilidad  de espacialidades que eran fijas o predeterminadas y que ahora migran hacia localidades que necesariamente no son no-lugares, sino quizás, lugares signados por la ambivalencia de un espacio implementado desde la fugacidad” [Parada, 2015] es aquí donde el espacio, anárquico e infinito, brinda la posibilidad de consustanciar la propia identidad con un sentido de pertenencia ligado a la memoria, desde el cual organizar y dar sentido a lo que se construye y a lo que se cultiva.

Personalmente he presenciado, en comunidades Qom de Derqui (en el Partido de Pilar, Provincia de Buenos Aires) y Rosario, al sureste de Santa Fe (una experiencia que me ha honrado formar parte), la recreación del círculo dentro de la biblioteca, un círculo de personas, conectado a la concepción de lugar, frecuente en la organización de asambleas, reuniones o conversatorios, en donde todos podían mirarse desde un plano igualitario, sin jerarquías sociales de ningún tipo, contando con un tiempo libre de exposición, para al final tratar de lograr consensos. Las decisiones más trascendentes fueron tomadas en un círculo, como históricamente ha sucedido con los antiguos parlamentos.

Siguiendo los lineamientos de la cosmovisión Cherokee (sudeste de Estados Unidos), en las ruedas medicina cada dirección tiene su color, su animal guía, sus características climáticas y espirituales, como también espacio para los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego en una imagen integradora, de equilibrio, armonía sanadora y crecimiento personal, pues su comprensión lleva implícita la adquisición de la mayor sabiduría.
En este escenario podríamos trazar las variables de dos ejes a confluir: la noción circular de meditación espiritual del eje Rueda Medicina, y la noción de cultivo de conocimiento del eje Biblioteca Indígena, y así como algunos movimientos de pueblos originarios necesitaron un estandarte para visibilizar simbólicamente sus reclamos, así también las bibliotecas indígenas necesitan una arquitectura que represente los valores de su cosmovisión, rasgos y entendimientos que el paso del tiempo fue ocultando bajo otro ropaje.

Si bien los principios generales son comunes para todos, cada pueblo otorga a las direcciones características su propia cosmovisión, sus tradiciones, sus condiciones geográficas y circunstancias históricas, es decir que coexisten a través de un entendimiento común, cuidando de no instalar imposiciones en cuanto a lo que cada pueblo comprende, sobre estos postulados se avanza hacia el fortalecimiento de las propias creencias, y en ocasiones se generan nuevos planos de entendimiento, en especial en culturas plurilingües, cuyas representaciones artísticas toman elementos de las culturas geográficamente más cercanas.

Si acaso fuera posible, podríamos trazar un paralelo con el arte collage cubista [Ludmer, 2015], en donde el concepto de textura adquirió otra dimensión, allí se puede apreciar, en algunas pinturas, cómo un recorte de diario o un pedazo de tela terminaba formando parte de un cuadro abstracto, de algún modo ese accionar representaba sacar un elemento de contexto para ponerlo en un nuevo contexto, pero el plano artístico seguía teniendo referencias del cubismo, eran expresiones que en algún punto exhibían, mediante dichas junturas, otros entendimientos sin perder representatividad. De algún modo, trenzar un tejido es ofrecer un servicio bibliotecario, la intervención genera un vínculo que termina perpetuado en un registro, los matices de cada concepto, de cada conversación, de cada conocimiento endógeno, encuentran correlaciones con las notas subyacentes de los documentos.

En estas circunstancias el catálogo demarca un plano inabarcable, en donde muchas veces estará significado por una serie de datos analizados desde una periferia, probablemente aquellos bibliotecarios que tuvieron la inquietud e interés de ingresar a una comunidad indígena, comprendan este razonamiento y este sentido de pertenencia, esa responsabilidad profesional de presenciar el exacto momento en que un conocimiento se transforma en documento. No solamente debemos pedir permiso para generar un acervo, sino sobre todo debemos entender -y no se trata en este punto de ofrecer nuestro entendimiento de lo que un paisano sabe- sino lisa y claramente compartir lo que cada persona conoce, poblar de verdades el catálogo, constituirlo de representaciones genuinas, que los propios libros humanos puedan decir “allí está guardada nuestra memoria, nuestro conocimiento, nuestra historia, nuestra identidad”...

Según lo reseña la autora del artículo periodístico, el pueblo cherokee describe de la siguiente manera las Direcciones: “además del norte, sur, este y oeste, debemos recordar de dónde venimos, la Madre Tierra, MakaIna o UnciMaka, la quinta dirección. Es nuestra conexión con la vida, representada por el color verde. Luego está el Padre Cielo, azul, la sexta dirección, representando el mundo presente y el mundo hacia el cual nos dirigimos. Por último está la séptima dirección, TU, como ser material y espiritual y centro de todo lo demás buscando la armonía y conexión entre nuestros cuatro aspectos, físico, emocional, mental y espiritual pero fundamentalmente entre lo que fue, lo que es y lo que será”.

Como se notará, se trata de diferentes formas de entendimiento que requieren de parte de nuestra sociedad una mirada atenta, no “comprensiva” sino más bien legítima en cuanto a la necesidad de aprender nuevos enfoques filosóficos, porque ciertamente estamos atravesando una crisis de la cual no está exenta la naturaleza en su conjunto, plantas y animales, una biodiversidad que corre riesgo de desaparecer al ritmo de los actuales procesos, y que requiere del conocimiento de los pueblos indígenas para encauzar lo que por diversos motivos como sociedad fuimos devastando, allí necesitamos adscribir al concepto de rueda medicina, intervenirlo, agregarle nuevas variables, completar renovadas esferas, enhebrar inevitables hipótesis.

Hacia estos pensamientos no lineales me llevaron las actuales inquietudes y preocupaciones de quienes aún preservan sus costumbres y tradiciones, buscando recrear nuevos planos en armonía con el contexto, sin embargo desde nuestro ámbito, especialmente con profesionales de la información que se acercan desde una periferia sociocultural a problemáticas que los exceden, sobrevuela la duda de la imposición de ideas en relación a la representación documental de los espacios habitados por la palabra, en donde se supone que es posible plantear una metodología con base en la formación académica, sin previamente habilitar un mínimo esfuerzo en escuchar e indagar lo que “el otro” sabe, comprende o necesita, en tal sentido es preciso seguir desentrañando la diversidad de conjeturas que dicha complejidad plantea, si pretendemos como bibliotecarios abrir una puerta cuyas posibilidades sean realmente apreciadas por los paisanos de una comunidad indígena.

Es posible empezar por la forma más sencilla: escuchar lo que el otro sabe, conversar sin anular lo que el otro cree, decidir colectivamente lo que forma parte de nuestro círculo.

Fuentes consultadas: 

EPINAYU PUSHAINA, Ignacio Manuel. (2013). La palabra y el palabrero Wayuu: entre la tradición y la ignorancia. [Mensaje en un blog]. Ignacio Manuel Epinayu Pushaina. Recuperado de:

LUDMER, Josefina. (2015) Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria. Buenos Aires: Paidos.

MARTÍNEZ SARASOLA, Carlos. (2004). El círculo de la conciencia: una introducción a la cosmovisión indígena americana. En: El lenguaje de los Dioses: arte, chamanismo y cosmovisión indígena en Sudamérica / Ana Maria Llamazares y Carlos Martínez Sarasola. Buenos Aires: Biblos.

MARTÍNEZ SARASOLA, Carlos. (2010). De manera sagrada y en celebración. Buenos Aires: Biblos/Desde América.

NOSTRO, María Ester. (2019). La rueda medicina como círculo de sabiduría. El Orejiverde. Diario de los Pueblos Indígenas. Recuperado de: http://www.elorejiverde.com/el-don-de-la-palabra/4805-la-rueda-medicina-como-circulo-de-sabiduria

PARADA, Alejandro. (2015). Espacialidad y bibliotecas: reflexiones sobre una breve tipología del espacio bibliotecario. Información, Cultura y Sociedad. vol. 33, diciembre 2015. Recuperado de: http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/ICS/article/view/1907/1891

PISI, Raquel. (2008). El simbolismo de las figuras circulares: con un ejemplo del área andina. Mendoza. Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía y Letras. Seminario de Licenciatura. Recuperado de: http://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/3887/rpisitesis.pdf

URBINA RANGEL, Fernando. (1994). El hombre sentado: mitos, ritos y petroglifos en el río Caquetá. Banrepcultural. Boletín Museo del Oro. Recuperado de: https://publicaciones.banrepcultural.org/index.php/bmo/article/view/6989

VEGAS, Carolina. (2011). Los gitanos. [Mensaje en un blog]. Maestros comprometidos con la etnoeducación. Recuperado de:

Nota:
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