En un documental que refleja la vida de Miles Davis, el genial
trompetista, aparece un testimonio en donde afirma que Davis solía ir al bosque
con su trompeta, tratando de imitar los sonidos de la naturaleza, si por
ejemplo escuchaba un pájaro cantando, intentaba representar ese sonido con su
instrumento, se trataba de un proceso de imitación y de creación original (que
sobrevuela en parte la Poética de Aristóteles) que lo llevaba a componer dentro
de un contexto determinado, lo mismo ocurría con el sonido del viento entre las
ramas, el aroma de la lluvia, los colores de las flores, todo le era permitido
representar, recuerdo que cuando escuché esto le vi absoluto sentido a ese modo
de entendimiento, un verdadero acercamiento a la práctica de experimentación artística,
en donde necesariamente se deja de lado la teoría académica, el no acatamiento
a discernimientos comunes, el dejar de concebir a la educación como un depósito
de conceptos a ser interpretados en un aula, el resultado refleja una
comprensión diferente, es posible afirmar que desde el punto de vista musical Miles
Davis generó nuevas aproximaciones y nuevas lecturas de la realidad.
El documento fílmico me hizo retrotraer a una experiencia
compartida en la comunidad Qom de Derqui, la vez que el libro viviente Mauricio
Maidana contó sobre un músico del Espinillo, en la provincia de Chaco, cuyas
canciones, ejecutadas con el violín de una sola cuerda (n'viqué), lograba
imitar el sonido de los diferentes pájaros del monte chaqueño, así como recrear
musicalmente el tono de las conversaciones que algunas personas podían
compartir bajo la sombra de un algarrobo.
Parecería que la respuesta la tenemos siempre delante nuestro, y
sin embargo en variadas ocasiones, mucha gente se empeña en manifestar una
copia de lo que ya ha sido descubierto, es algo que se evidencia no solo en las
creaciones artísticas, también lo vemos en las aulas, en los cursos que se
ofrecen por la Web, en las noticias que se comparten por redes sociales, la
ciclicidad de dicho criterio recae en como nombrar lo que ya existe como si
fuera novedoso.
Las expresiones propias, que conllevan tiempo y trabajo, suelen
beber de ciertas orillas cuyas aguas han aportado cauces genuinos en un
determinado campo profesional, a veces suelo observar ciertos planos,
plausibles de ser emulados bajo adscripciones académicas, en donde resulta
evidente que para algunos educadores alcanza con que los alumnos tengan una
descripción externa de la caverna de Platón, otros optan por entrar siguiendo
una estructura vinculada con información contextual, finalmente los hay quienes
deciden aventurarse a pensar-refutar-relacionar ideas, acompañando a los
estudiantes hasta dónde llega la “madriguera de los conejos”, y de allí al
resplandor terrenal, discutir el porqué del circuito, la razón detrás del
argumento.
Sería interesante entonces, en este ejercicio, trasladar una
inquietud a nuestro campo profesional, ingresar a un depósito lleno de libros,
quedarnos un largo tiempo analizando los materiales conservados en esos estantes,
pensar en la información que contienen esos documentos, reflexionar sobre la
construcción de conocimiento, y salir de ese recinto con la idea de cambiar las
cosas, porque uno de los problemas es la ausencia de lecturas de todo aquello
que forma parte de nuestro contexto laboral, porque sin abordajes específicos
no es posible la articulación con las ideas, ni tener conocimiento de las
eventuales demandas de los usuarios, no es viable asignar etiquetas de aquello
que se desconoce, trasladado a una biblioteca, y en especial a un catálogo, aplicar
este criterio implica construir artefactos con notas marginales, acervos
comentados, testimonios orales, multiplicar las notas de contenido, potenciar la
noción de “sociedad del conocimiento”, tender puentes allí donde hay caminos.
Podríamos empezar por emular procesos
creativos presentes en la naturaleza, entendimientos ilustrativos que surjan
por intermedio de la observación atenta: concebir la arquitectura de un panal, registrar
la circularidad de una tela de araña, imaginar la subterránea construcción de un
hormiguero, advertir la curva perfecta del nido de hornero, variaciones que
terminan incidiendo en una suerte de collage, tejido bajo el plano de múltiples
posibilidades, en el que infinidad de temas condensarán diversidad de
entendimientos, conceptos nuevos concebidos sin intermediarios, acaso un modo
de corresponder la realidad con discernimientos propios, una manera probablemente
genuina de no homogeneizar la capacidad de raciocinio, de pensar bajo otra
lógica nuevas problematizaciones, de no alambrar el concurrido recinto del
aprendizaje.
Si bajo estos métodos la información se dinamiza, el rol del
agente social cobraría otros matices, tendría el mismo valor de quienes en un
museo observan por un largo tiempo una pintura, o de quienes escuchan con
atención un disco, o leen con cuidado un libro: se trata de destinar tiempo
para cultivar un inevitable plano cubierto de arborescencias.
En tal sentido son muchos los momentos en que me pregunto si los
alumnos de Bibliotecología acceden a estas posibilidades de construir
conocimiento en las aulas, cuantas veces optamos por encontrar consuelo en las
evidencias, a instancias de un docente que las comparte sin incluir la
desconfianza, sin necesidad de preguntarnos si vale la pena refutar lo que
parece destinado a conformar y aplacar, en modo complaciente, el mínimo atisbo
de un pensamiento crítico, aplanando invariablemente la curiosidad de algunos
estudiantes. La pregunta es, cuándo permitimos como docentes que el alumno se
interne solo en el bosque, luego de darle algunas herramientas, y encuentre, o
al menos trate de hacerlo, su propia voz y su propio criterio para
correlacionar prácticas y pensamientos.
El tiempo pasaría a ser una variable a considerar, porque no
alcanzaría para acompañar todas las eventuales construcciones, un problema
bibliotecológico puede llevar meses de resolución, pero que valdría la pena
intentarlo no me cabe duda, ya que al igual que en la filosofía, su abordaje
nos llevaría a la creación genuina de conceptos.
Algo así me ocurrió una vez en un aula de Bibliotecología, luego
que una alumna aportara datos lingüísticos y descripciones de costumbres sociales
sobre la cultura guaraní, cuyas impresiones atravesaban el texto trabajado en
clase, a los pocos minutos un debate sobre las diferencias culturales en el
seno de las propias comunidades (indígenas, inmigrantes, afrodescendientes)
ocupó el recinto, y modificó la tarea pensada para la otra clase, hubo un
momento en que nadie quería quedarse afuera de compartir experiencias ligadas
con recuerdos familiares, y cómo dicha práctica tenía sentido con el rol social
de la profesión, creo que ese día todos aprendimos algo.
A veces, es la estructura la que otorga una impensada libertad.
Fuente:
Documento oral sobre el violín N’viqué. Entrevista a Mauricio Maidana (2013). Disponible en: http://librosvivientes.blogspot.com/2013/02/documento-oral-sobre-el-violin-nvique.html
Nota: la imagen pertenece al sitio Web Pixabay.
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