Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
social del bibliotecario. Documentación de archivos orales sobre el patrimonio cultural
intangible conservado en la memoria de los libros vivientes. Entrevistas, semblanzas,
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viernes, 4 de junio de 2021

Sobre las construcciones sociales que dejan algunas derrotas

Desde hace más de 10 años que el abogado Alberto Sarlo viene sosteniendo con su esfuerzo un emprendimiento editorial, social y cultural sin precedentes: la creación de una editorial cartonera y un taller de escritura para personas privadas de su libertad, en donde les pide a los reclusos que generen contenidos literarios con conceptos filosóficos, porque resulta innegable que es allí donde tiene más sentido esa forma de composición, de alguna manera representa una posibilidad de articular respuestas.

El documental de Diego Gachassin (guión, dirección, producción, fotografía y cámara), titulado Pabellón 4 y difundido en Canal Encuentro, ilustra lo que significa salir y entrar de un penal, lo duro que resulta cualquier situación de encierro, pero también las posibilidades que la cultura inserta en un territorio tan intervenido.

"Hace 7 años que vengo y no existo" dice Sarlo, y en esa respuesta se ve reflejado el hecho de que, a pesar de los libros cartoneros, la producción editorial y la colaboración, el proyecto no existe para el Estado, en correspondencia, tampoco existe para buena parte de la sociedad.

Boxeo, literatura, filosofía, canciones, libros cartoneros, escritores carcelarios, todo eso forma parte del Universo de Cuenteros verseros y poetas, lo que logró Sarlo a pesar de los obstáculos, es formar una comunidad, hacen lo que pueden con esa idea. Cuenta con la presencia y apoyo de Carlos Miranda Mena, quien luego de 17 años en la cárcel volvió al penal como docente para ayudar al abogado y ser un nexo entre sus palabras y el conocimiento grupal.

"Desde este infierno se puede empezar a construir la diferencia" dice uno de los reclusos, a lo que apunta Sarlo sobre la necesidad de que el proyecto lo coordine el Estado.  

Para el abogado, la literatura no reinserta, no hay moral, y para sustentar esa frase toma los casos de escritores afiliados al nazismo, personas que tuvieron un alto nivel cultural, y que sin embargo aplicaron la barbarie a sociedades marcadas por la vulnerabilidad y ausencia de derechos, “a mi me piden reiserción, es entonces cuando aparece mi sentido marxista, para decirles que yo vengo no para que sean mejores personas, eso es colonialismo, eso es dominación, eso no lo hago porque no lo sé”.

La frase me recuerda una disertación de Pedro López López, allá por noviembre de 2016, cuando compartió unas reflexiones sobre derechos humanos y sociedad de la información, derivado de un análisis del concepto crítico de la democracia:

Una democracia formada por una masa amorfa de consumidores compulsivos que aceptan acríticamente un modelo comunicativo (especialmente en lo que se refiere a la televisión) y de consumo absolutamente alienantes, que no participan en la colectividad, que son indiferentes a la injusticia social, es solamente la cáscara de una democracia. La democracia se protege fortaleciendo la ciudadanía, y esto sólo – o principalmente- puede hacerse a través de la educación. Pero no sirve cualquier tipo de educación. Conseguir un alto nivel cultural no protege contra la barbarie, como demostró la Alemania de los años treinta y cuarenta, el país más adelantado de su época, tanto cultural como científica y tecnológicamente. El nazismo, barbarie en estado puro, tuvo dirigentes con exquisito nivel cultural. Podemos decir, con Voltaire, que la civilización no suprime la barbarie, sino que la perfecciona. Como decía Soledad Gallego-Díaz en una columna publicada en el diario El País “Desde entonces, como escribió George Steiner, ‘sabemos que los hombres pueden leer a Goethe o a Rilke por la tarde, interpretar a Bach y a Schubert por la noche, e ir a la mañana siguiente a su trabajo diario en un campo de concentración’. La cultura, toda la cultura europea, no fue capaz de protegernos de la barbarie y desde entonces todos sabemos también que, como escribió otro sabio alemán, T.W. Adorno, la única cultura verdadera es la que alienta la crítica, la que alimenta la ciudadanía, la capacidad de resistencia frente a la inhumanidad y sus dogmas... Desde Auschwitz todos deberíamos saber que lo que importa es mantener engrasados los mecanismos que permiten el libre conocimiento de los hechos frente a la propaganda... El conocimiento de los hechos y la capacidad crítica son los diques de la barbarie”.

En algún punto puedo entender, desde el otro lugar donde se dicen las cosas -el otro lado del muro carcelario- que difundir este tipo de noticias no se justifica por que los autores delinquieron y por correspondencia están pagando, pero no tengo autoridad para afirmar eso, porque el error está a la vuelta de cualquier esquina. Sarlo pide tomar los libros como símbolo de lo colectivo, no sirve hacer filosofía si no sirve para ayudar al de al lado, como dice una canción de Mena “cuando sea alguien ¿me abrazarán como lo hacen hoy?”

Sarlo habla, muchos anotan, todos escuchan, por ahí sirva de algo reproducir estas palabras que escribió en el blog de los libros cartoneros, dice mucho de su día a día, donde no hace otra cosa que ponerle el cuerpo a las ideas:

Hoy, miércoles 3 de marzo, estoy saliendo para dar clase en el pabellón de máxima seguridad N° 4 de la U23 de Florencio Varela, como lo vengo haciendo desde mayo de 2010. Por el COVID, el régimen de visita familiar se ha modificado y desde hace unos meses cada 15 días mis alumnos/compañeros/docentes reciben visita el mismo día que doy clase. Son 56 compañeros en el pabellón, de los cuales aproximadamente 50 reciben visita. Muchos opinarán que sería mejor que cada quince días cambie de día, para tener la totalidad de los alumnos en el pabellón. Esas mismas personas se preguntarán si no es una pérdida de tiempo dos horas y pico de viaje (entre ida y vuelta), para luego dar tres horas de clase/charla/mateada/filosofada para tan sólo tres, cuatro o cinco compañeros. Cinco horas en un centro de tortura para tan sólo cinco alumnos como mucho… Yo respondo contundentemente que SÍ, QUE TIENEN RAZÓN. MIS CLASES SON UNA PÉRDIDA DE TIEMPO. ACLARO: TODO LO QUE HAGO EN UN CENTRO DE TORTURA ES UNA PÉRDIDA DE TIEMPO Y POR ESA RAZÓN, POR SER UNA ACCIÓN INTEMPESTIVA CONSIDERO ESENCIAL ESTE TIPO DE PEQUEÑA COMUNIDAD GESTADA EN EL PABELLÓN 4, máxime cuando quienes reciben la clase son compañeros que, además, sufren la ausencia familiar en un ámbito donde reina la angustia. Mi accionar es una pérdida de tiempo precisamente porque parto de la premisa que “uno enseña filosofía aprendiendo filosofía”. En un mundo capitalista, patriarcal y extractivista, todo aquel que deja de trabajar con fines utilitaristas es un inútil y precisamente la filosofía es caracterizada por los “libertarios y los emprendedores” como un “saber inútil”. Reivindico la inutilidad. La filosofía inútil se aprende de dos maneras: Primero leyendo un montón y segundo cediéndole el espacio al “otro”, al distinto, al marginado. No sé si soy un buen docente, pero sí sé que leo mucho. Tampoco soy consciente de cuánta apertura tengo con mis compañeros, lo que sí sé es que recibo mucho afecto de parte de ellos. Segunda aclaración: No soy un docente paternalista, no voy a realizar “buenas obras con los descarriados”, no soy pastor de rebaños, no soy resocializador ni mucho menos portavoz de contenidos bienpensantes. Soy un mero docente autodidacta que milita el territorio y que reivindica derechos pisoteados. Es más, soy algo aún más vulgar: soy un hombre blanco, un burguesito proveniente del privilegio que ingresa de prepo y sin autorización oficial en un centro de tortura estatal destinado a los marrones, a los negros, a los nadies. Si en nuestra comunidad del pabellón 4 hemos podido alfabetizar a más de mil compañeros en once años y hemos podido publicar y regalar más de 28 mil libros escritos por detenidos/torturados es porque mis alumnos/docentes advirtieron que ingresé en su territorio con una disposición subjetiva hospitalaria. Soy un visitante/compañero que permite alojar dentro suyo lo mucho que los 56 compañeros detenidos me ofrecen. Por eso voy todos los miércoles a un centro de tortura. Por eso desde hace once años me apasiona perder el tiempo.
Alberto Sarlo

Fuente consultada:

Pabellón 4 online. Cuenteros, verseros y poetas

https://cuenteros-verseros.com.ar/2021/03/pabellon-4-on-line/

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