Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
social del bibliotecario. Documentación de archivos orales sobre el patrimonio cultural
intangible conservado en la memoria de los libros vivientes. Entrevistas, semblanzas,
historias de vida. Reflexiones en torno a la bibliotecología indígena y comunitaria.

lunes, 7 de octubre de 2024

Por el Taller Leñateros


Es conocida la historia del Taller Leñateros (el nombre se desprende de quienes recogen leña sin talar el bosque), un ya legendario colectivo editorial operado por artistas mayas contemporáneos en Chiapas, México, que fuera fundado en 1975 por la poeta estadounidense Ámbar Past, la misma que simbólicamente plantó un árbol de aguacate a 2.200 metros de altura, creciendo contra toda lógica desde hace casi 50 años, en el exacto lugar donde un grupo de mujeres y hombres mayas decidieron difundir literatura con libros en lengua tzotzil, tzeltal, cachiquel o zapoteco. Desde entonces, el Taller ha publicado los primeros libros escritos, ilustrados, impresos y encuadernados (con papel de su propia manufactura) por el pueblo maya en más de 400 años, con aportes de escritores y pintores indígenas, muchas de esas publicaciones presentadas en Alemania, Francia, Inglaterra, Japón y Estados Unidos, y reconocidas por numerosos referentes de la cultura a nivel latinoamericano. 

El motivo de este texto es propio de estos tiempos críticos que como sociedad estamos atravesando, ya que los artesanos del Taller Leñateros se encuentran denunciando una situación de despojo en San Cristóbal, y un pedido concreto de intervención al gobierno para poder conservar su histórica sede. Para este colectivo, la idea original de poder desarrollar la sustentabilidad de la propuesta requería contar con un espacio propio, con lo cual, en el año 1976, tomaron la decisión grupal de rentar una vivienda que es donde actualmente funciona el Taller Leñateros, dentro del barrio de Guadalupe en San Cristóbal de las Casas, para de esta manera realizar serigrafías, grabados, cuadernos y todo tipo de artefactos con diversas técnicas ancestrales de reciclado. Es un hecho público que el taller sobrevive de las ventas de sus materiales artesanales, en donde a consecuencia de la pandemia de 2020, tuvieron dificultades para poder participar de ferias y eventos, y por esta circunstancia sufrieron la partida de muchos integrantes y colaboradores, por no contar con suficientes ingresos para cubrir los salarios.

Pero el principal problema es el que recientemente ha testimoniado su actual Director, Javier Silverio Castillo, ya que recibieron un pedido de desalojo luego de haber pagado la vivienda con recibos de parte del anterior propietario. Según se registró, esos recibos no contaron con la garantía de una escritura pública, situación que se complicó en el año 2016 con el fallecimiento del ex propietario, quien no dejó un testamento. Esa casa adquirida por los artesanos, fue abonada con dichos recibos firmados por el entonces propietario hasta el año 1982, cumpliéndose el total del costo pautado. Sin embargo, en el año 2017 unas personas los demandaron exigiendo desalojo por parte de los nietos del ex propietario, si bien los jueces de primera y segunda instancia les dieron la razón a los leñateros, la contraparte logró desde un juez federal emitir una sentencia que tomó en cuenta los derechos de los familiares del ex propietario, exigiendo incluso pagar las rentas que según los demandantes el Taller adeuda, cuando no hubo rentas que pagar en ese contrato verbal que de algún modo habían establecido, con recibos de pago sin aparente valor legal.

Por lo tanto, se trata de un llamado a la solidaridad para impedir que el Taller Leñateros se quede sin su tradicional editorial, desde donde han producido infinidad de publicaciones sobre la cultura ancestral. Sin espacio no hay modo de utilizar las herramientas que han acumulado al paso del tiempo. Esta noticia llega en un momento en que las editoriales cartoneras continúan transitando su camino en el complejo universo de las ediciones independientes, ejemplos de resiliencia en muchos casos, y de oportunidades a diversos colectivos culturales, que tuvieron en las editoriales cartoneras un modo de dar a conocer otras formas de conocimiento, tanto cultural como artístico.

Es alentador cuando vemos que, desde hace pocos meses, un nuevo país ha sumado otra experiencia cartonera, en este caso en Honduras, llegando a 29 la cantidad de países que llevaron adelante un proyecto de editorial cartonera con múltiples derivaciones. Desde hace unos años, el movimiento de dichas experiencias literarias se va registrando en este blog bajo el esquema de un Directorio de Editoriales Cartoneras, y también en la página Web de Olga Cartonera https://olgacartonera.cl/editoriales-amigas/ actualmente llega a 380 editoriales. El Taller Leñateros es probablemente -junto a Eloísa Cartonera, Sarita Cartonera, Animita Cartonera o Dulcinéia Catadora- una de las editoriales más emblemáticas del continente americano, de las precursoras que abrieron andares. Por ende, es necesario que puedan seguir adelante con su trabajo, porque es eso lo que hicieron en estos últimos 48 años, trabajar a conciencia aspectos genuinos de su propia cultura. 


Se comparte red social para visibilizar la noticia:

Taller Leñateros - Instagram:

https://www.instagram.com/p/Ctadsv1ugop/?igsh=ZjFkYzMzMDQzZg==

Taller Leñateros – Página Web:

https://tallerlenateros.com/

Taller Leñateros – Facebook:

https://www.facebook.com/TallerLenaterosChiapas/?locale=es_LA

Nota: la imagen corresponde al siguiente sitio:

https://elpais.com/mexico/2022-08-09/taller-lenateros-historia-de-una-imprenta-maya-y-del-arbol-que-crecio-donde-nadie-esperaba.html

Versión para El Orejiverde

https://www.elorejiverde.com/toda-la-tierra-es-una-sola-alma/6929-por-el-taller-lenateros

domingo, 22 de septiembre de 2024

Un tal David Berman

Este texto es parte de una crítica que nace en una conversación ocasional, tiene que ver con algunas publicaciones que se realizan en un determinado momento, en donde el sentido del aporte no tiene ninguna relación con el interés académico, sino con una especie de producto circunstancial que otorga “créditos” a quienes terminan poniendo su nombre en una escueta bibliografía, sin un trabajo de campo detrás, sin un intercambio honesto sobre las ideas. El plano en el cual se ubican estas reflexiones es el de la vocación. Su interés va más allá de la disciplina, ocurre universalmente, y lo que agregan en ese inmenso arenero, es cantidad y no sustancia, en ocasiones hasta incluso una suerte de revisión de lo realizado, como si ese criterio fuera en sí mismo el aporte a la profesión.

El ejemplo parte del contexto de la música, pero la idea se extrapola, sin pretender cerrar la eventual discusión. El punto es que alguna vez le pregunté a mi amigo Rafael Bardas si lo tenía presente a David Berman, un músico que en un determinado momento transformó en belleza su dolor, pérdida que alcanzó otra dimensión a través de una simple guitarra y un puñado de canciones. Supo tener definiciones claras con relación a ese entendimiento fatuo de la industria musical:

Me gusta sacar un disco sin tener que decirle a la gente que lo compre ni después pedirles que compren también una remera, un ticket para un show y el video con la grabación de ese show. Hay algo entre todo eso donde se pierde la dignidad de lo que hiciste”.

Berman decía estas cosas mientras se cuestionaba el volumen de información que circulaba en la Web, añorando ser leído “en algunas de mis entrevistas, antes de pasar a otra cosa y olvidarla a los cinco segundos”. Un poco la sentencia que alguna vez profirió Andy Warhol cuando dijo que en el futuro todos serían famosos por 15 minutos. Lo que estaba haciendo era sacar una fotografía de un problema existencial, y no es que tenemos una respuesta a ese problema, solo tenemos una fotografía de ese problema, y probablemente no sea posible dilucidar que esos 15 minutos, representados en una obra acaso pequeña y fragmentada, tenga por destino la extraña posteridad de un consuelo, bajo otra esfera temporal, certera e invisible.

Reitero una sentencia apropiada de otro contexto:

El arte conserva dijo Gilles Deleuze “y es lo único en el mundo que se conserva”.

Este ejercicio narrativo puede habilitar una relación con los autores que buscan denodadamente asociar un nombre propio a un concepto vinculado con una tendencia, llega un punto en que la contribución deja al desnudo la indisimulable especulación, y es algo muy criticable cuando esa asociación se hace sobre un tema históricamente nunca frecuentado, pero que “abre puertas” para formar parte de un proyecto, publicación, antología, invitación a un congreso o realización de un taller, siempre ligado a beneficios económicos.

Tal vez encontremos un jardín conceptual en medio de estas aparentes disquisiciones, una forma de recordarnos, pasado cierto tiempo, que pocas cosas quedan en la superficie del conocimiento, una vez retirado el tamiz de las ideas previamente cultivadas. 

domingo, 15 de septiembre de 2024

Adelino, el último gaitero

 

El 14 de abril de 2019 se fue el último gaitero de la familia, ese noble instrumento donde se marcaron a fuego baladas prohibidas y marchas heroicas, solo que con aquella gaita el hermano de mi padre homenajeó a sus ancestros con una sonrisa, recreando el legado del antiguo folclore de Galicia. Durante años formó parte de una reconocida agrupación “Airiños de la Casa de Galicia de Buenos Aires”, donde llegó a ser director musical, leí que ese grupo de músicos fue creado en la década del ’50, que su primera directora fue la profesora Celia Caneda, que con los años logró gran popularidad y repercusión en importantes actuaciones en Buenos Aires y el interior del país. En 1963 intervino en un concurso internacional de folclore conquistando el primer premio de todas las categorías entre cincuenta y nueve países participantes. En 1990, después de diez años de inactividad, se reunió nuevamente bajo la dirección y coordinación general de Manuel Rodríguez Alfonso. Durante los últimos seis años realizó ciento ochenta y cuatro presentaciones, incluyendo actuaciones en teatros y canales de televisión.

Se trató de un conjunto que buscó representar la emigración a través de las canciones y las danzas tradicionales, ingresaban caminando y tocando sus instrumentos desde atrás del escenario, y se iban del mismo modo, sin dejar de tocar, sin dejar de reír. Se dice que la gaita fue utilizada por los pueblos babilonios, hebreos, fenicios, romanos y celtas, y que las primeras representaciones europeas se remontan a la Baja Edad Media. Pero todos acuerdan que cuando a finales del siglo XV dejó de utilizarse en los eventos festivos, religiosos y militares, en Galicia, Asturias y Mallorca los gaiteros siguieron acompañando sus recuerdos aferrándose a la antigua cultura, mientras que, en países como Escocia, Inglaterra, Francia y la Baja Bretaña, la gaita marcó a fuego la melancolía de una época que nunca volvió.

Siempre pensé en el destino de ese cilindro de madera perforada, nacido para enmarcar la épica de los combates, con melodías que venían desde el fondo de los tiempos, y que con los gallegos adquirió otra entidad: la de acompañar la alegría, la danza, la festividad. Nunca olvidé un cumpleaños en el que mi tío sacó del estuche la gaita, para iniciar una melodía que mi padre acompañó con una pandereta, mientras otros familiares se sumaron con castañuelas, en plena ciudad de Wilde estaban recreando la infancia que les habían arrancado, y lo hacían a su manera, celebrando, gritando, bebiendo delante de una paella revuelta con pala, y dando palmas, eso lo llevaron siempre en la sangre.

Por eso cuando falleció mi tío fue como presenciar un enmudecimiento. De aquella familia numerosa solo queda mi padre para testimoniar una historia, que parece cubrir con un manto de niebla las resonancias del monte alejado entre la penumbra, acaso una ría que baja entre los árboles, la puerta de la casa grande abierta de par en par, los antiguos que aún moran mientras los recuerdos van inclinándose hacia el ocaso, el canto lejano que se pierde en un murmuro.

Es hora de cerrar la ventana, ya se ha callado el viento, por unos segundos algo parecido a una memoria se arremolina en un prado lleno de cabras, queda aún aire en aquel odre, Adelino va a bajar su brazo para comprimir el único fuelle, se pondrá de pie, y sin soplar aquella gaita, hará que salga música para todos lados,

se va a ir sonriendo, con paso firme, la mirada al frente.

Nota: en la fotografía que acompaña este texto, Adelino Canosa está parado del lado derecho, con su gaita.

viernes, 23 de agosto de 2024

El viaje de un antropólogo por los misterios de la cultura huitoto-muinane

EI mito, ¿Cuándo aparta el velo?... ¿Cuándo vela la presencia misteriosa?

Fernando Urbina Rangel

Todo antropólogo tiene un gran viaje”, dice Fernando Urbina Rangel, quien tras varios años de investigación y trabajo de campo es hoy por hoy uno de los expertos en mitología y arte rupestre de la Amazonía más respetados en Colombia y en América Latina. Lo realizado implica un sentido de experiencia que no todos atraviesan en sus vidas, la experiencia tal y como la concibió Walter Benjamin, que no puede ser nunca llevada adelante por el sujeto individual, si este no cuenta con los elementos de una cierta tradición que dote su vivencia de sentido y la inscriba en un marco comunitario que la excede a la vez que hace posible su elaboración (Staroselsky, 2015). En dicho tránsito, el cruce de palabras como peligro, aventura, incertidumbre, otorgan una comprensión que resignifica la posibilidad de lo que implica tomar una decisión, el marco que ampara ese concepto subjetivo es algo que cambia para siempre la percepción de quien lo origina, y por lo tanto produce una modificación, teniendo por escenario una cultura ancestral y un horizonte por delante.

Explorar un territorio, intercambiar conocimiento con un libro viviente, subirse a un barco sin saber que hay del otro lado de la línea del horizonte, son acciones que añaden complejos componentes al plano de la experiencia, y en este punto, algo de todo eso le ocurrió a Fernando Urbina Rangel, cuando presentó su libro ‘Boca de maguaré’, basado en un relato del abuelo José García, uno de los más grandes sabedores del pueblo indígena muinane. La historia en sí representa un mito clásico de esta cultura, sin embargo, para que fuera escrita, hubo otra historia que también resulta fascinante:

Al abuelo Kima Baiji lo brujean y queda enfermo, con la barriga inflada. Aun así, emprende camino para llevar un encargo a la cauchería donde trabaja su tribu, en lo profundo de la selva amazónica. Allí se encuentra con Tizi, el Hombre-esqueleto, un temible y poderoso espíritu que, a cambio de un poco de mambe y ambil, lo cura y además le revela el secreto para una buena cacería. Entrando en sus sueños, Tizi le advierte que no debe cazar más de cinco perdices cada noche; de lo contrario, al abuelo podría ocurrirle una desgracia”.

Lo anterior es la sinopsis de ‘Boca de maguaré’, una crónica donde se narra la muerte del abuelo del narrador. “Es un episodio de la vida real, el narrador (el abuelo José García) era niño cuando presenció la muerte de su abuelo y participó en los acontecimientos que rodearon su muerte. Se llamaba Boca de maguaré”, expuso Urbina Rangel. Como todos los relatos indígenas, de crónicas y su vida, siempre se introducen elementos míticos. Estos elementos permiten que esas crónicas se conviertan en fuente de enseñanzas, de moralidad, expresa el autor.

Es decir, la crónica de la muerte del abuelo Boca de maguaré trae una serie de enseñanzas muy importantes en relación, sobre todo, a cómo debe ser el manejo del entorno natural cuando uno se vale de él para sobrevivir. Esa es la importancia de este relato: en primer lugar, muestra la sabiduría indígena y la finura de esa sabiduría. En segundo lugar, nos pone de presente que a través de esa sabiduría debemos tener muy en cuenta nuestro manejo del entorno natural para tratarlo equilibradamente y que de esa manera no resulte perjudicada la especie humana. Estas apreciaciones equilibran los entendimientos, bajo la urdimbre de un tejido labrado entre la cultura y el contexto que nos rodea.

Es de mucho valor concebir para el estudio qué saber encierra el mito, Fernando Urbina considera que lo que encierra en sí mismo el mito es El Saber, y esto nos lleva invariablemente a los orígenes “el inicio, cuando las realidades emergen, cuando fijan su ser que servirá de norma, de arquetipo a las futuras presencias”. En un prólogo de un artículo de este notable investigador se sintetiza el entendimiento del concepto, dice lo siguiente: “Hablar del mito ... sería preferible el silencio, aquel que nace del asombro, del sentimos inmersos en lo maravilloso, en lo eterno, en lo sagrado…De hecho la palabra mito tiene que ver con el silencio. La voz griega que le da origen tiene significación ambigua: de una parte, quiere decir oculto, cerrado, velado, por tanto: lo silente; de otra parte, significa lo que se muestra, lo que se dice, lo dicho con palabras que transparentan La Verdad y por tanto no necesitan justificación. Es lo cierto, la realidad misma en estado puro” (Safiama, Rangel, 1973).

Es interesante cuando el autor expresa que hay historias que para ser contadas implican concebir otra historia detrás, una aventura, una travesía que no necesariamente queda plasmada en el relato, pero sí en la memoria del autor. Este fue el caso de ‘Boca de maguaré' y la fascinante experiencia que Fernando Urbina Rangel define como su gran viaje. Esa hilatura que vincula a una historia con un conjunto de historias, remiten en algún punto a la noción de certidumbre sobre el alcance del propio conocimiento, pero también de inciertos horizontes donde se desenvuelven esas historias. El relato acompaña lo que el camino revela, y traza algún designio a pesar de la niebla.

Fue en 1971 cuando Fernando tuvo conocimiento de José Octavio García, cuyo nombre en huitoto es Jitoma Safiama. En ese entonces, recibió sus cuadernos para estudiar sus manuscritos. Pero Fernando vio la necesidad de ir al territorio para compenetrarse con la cultura y hacer, como él mismo dice, “un trabajo juicioso”. Después de todo, es en terreno donde se logra una mejor sinergia con la historia. Y eso fue justo lo que hizo, viajó a Leguízamo, donde vivía José Octavio, y experimentó durante un mes la cultura muinane y huitoto. Es primordial esta mirada, si lo que se pretende es contar la historia en forma endógena, cultivando un saber oral y ancestral.

José Octavio era hijo del abuelo José, que era muinane, y de Miguelina, quien era huitoto”, anotó Fernando en diálogo con esta revista. Para 1974, la relación con José Octavio (Jitoma Safiama) continuaba. Ese año, el abuelo José vino a Bogotá en condición de informante para los investigadores -así les decían a los sabedores que compartían sus relatos con la academia-. En esa oportunidad, el propósito era ayudarlos en una investigación sobre el castellano que se habla en Leticia.

José Octavia llamó a Fernando y le dijo que su papá estaba en Bogotá. Era una oportunidad perfecta para conocerlo. “Empatamos de una. No obstante, mostré mucho interés de estar con él, pero me hizo esperar dos años antes de sentarme en su maloca. Es una prueba para ver si la gente tiene interés y no es un calor del momento”, recordó. En este punto, es realmente interesante el dato que aporta el destacado antropólogo, el tiempo es medida para corroborar si efectivamente hay interés por cultivar los conocimientos de una cultura oral, y a su vez, se circunscribe con la percepción que tienen los miembros de culturas indígenas cuando registran la ausencia posterior del interesado, luego de obtener en una primera y única visita, los datos que necesitaba para su trabajo de campo o artículo de investigación. Suele ser común esa práctica, que no hace otra cosa que generar desconfianza en las comunidades cada vez que alguien ingresa por primera vez para solicitar una entrevista o realizar una observación de la comunidad.

En 1976, Fernando se fue con su familia a Leticia y allí se quedó con el abuelo José durante un mes, escuchando sus historias y paseando por la región. Según destacó, son esos ambientes los que permiten que el intercambio de ideas sea extraordinario. Se trata de otro entendimiento oportuno, adentrarse en la propia comunidad, observar lo que el observador observa, escuchar atentamente, propiciar el diálogo y no el monólogo, respetar los códigos de la comunicación, los silencios, los entendimientos que vienen de otra cosmovisión, solo de ese modo es posible generar un acercamiento a un conocimiento en riesgo de desaparición, y también en cierto punto es para indagar si ese conocimiento, ignorado por quienes no forman parte de la comunidad, no termina mutando en una serie ilimitada de construcciones arbóreas propias de la oralidad, que les permite a los originarios conservar en la memoria un saber necesario para la identidad y la autopreservación.

Todo antropólogo tiene un gran viaje dice Fernando Urbina, ocurre invariablemente en algún momento de la enseñanza y el aprendizaje, mientras se transita a cielo abierto buscando respuestas a preguntas nunca realizadas, a interrogantes de los cuáles se desconoce la fuente donde abrevan las dudas y las inciertas certidumbres. Cuando algo de toda esa búsqueda ocurre, cuando se cruzan los caminos en medio de lo exuberante y bello, lo que queda por completar es un hermoso entendimiento de una verdad, que solo es posible si el encuentro es correspondido. Se podría decir que todo profesional, sea cual sea su disciplina, experimenta en algún momento ese gran viaje, Fernando Urbina Rangel lo supo entender como pocos.

Valdría la pregunta al lector/a, en una hora alejada del acontecer diario –ese tipo de interrogante, a decir de Deleuze-Guattari, planteado con moderada inquietud, a medianoche, cuando ya no queda nada por preguntar– para pensar cuál sería ese gran viaje, irremediablemente ligado con la vocación.

Fuentes consultadas

Deleuze, G., Guattari, F. (1991) ¿Qué es la Filosofía?. Anagrama. Colección Argumentos.

La asombrosa aventura de Fernando Urbina Rangel para escribir el libro ‘Boca de maguaré’: “fue mi gran viaje”. Revista Semana, enero 2023. Disponible en: https://www.semana.com/cultura/libros/articulo/la-asombrosa-aventura-de-fernando-urbina-rangel-para-escribir-el-libro-boca-de-maguare-fue-mi-gran-viaje/202343/

Safiama, J y Rangel, F. (1973). Un mito cosmogónico de los murui-muinane. Universidad Nacional de Colombia. Disponible en: https://repositorio.unal.edu.co/handle/unal/40232

Staroselsky, T. (2015). Consideraciones en torno al concepto de experiencia en Walter Benjamin. X Jornadas de Investigación en Filosofía, 19 al 21 de agosto de 2015, Ensenada, Argentina. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.7648/ev.7648.pdf

Nota:

Para quienes deseen abordar las lecturas de los artículos de Fernando Urbina Rangel, perteneciente a la Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Filosofía, se comparte acceso a varias de sus publicaciones en el siguiente enlace: https://unal.academia.edu/FernandoUrbinaRangel

sábado, 20 de julio de 2024

La farmacia del universo Maya


Recientemente, un artículo publicado en México, revalorizó una concepción muy arraigada entre los antiguos pobladores de comunidades indígenas, vinculado con los conocimientos endógenos que la sociedad occidental suele catalogar como etnobotánica o medicina aborigen, pero que en este caso es llevado a otro plano, ligado a lo simbólico y espiritual, un concepto acaso inabarcable que implica toda mención al universo. Para los antiguos mayas, el término K’ÁAX, remite al entendimiento de monte, un espacio natural cuya importancia ha sido, es y será fundamental para los pueblos indígenas, que lo conciben como un área física que cobija especies, fauna y flora, y que está determinado por elementos como la situación geográfica, el clima, así como una comprensión cabal de los recursos naturales.

Afirmar este saber nos recuerda la sabia sentencia de algunos montaraces del noroeste argentino, cuando consideraron ese espacio como el almacén y la farmacia de la comunidad, no es únicamente un lugar “lleno de árboles y arbustos”, sino, tal como lo afirma la científica Mirna Rubí Aguiar Paz en la nota, se trata de “un mundo que, desde el pensamiento de los pobladores de las comunidades originarias de la península de Yucatán, es el universo maya”. Lo que comenta esta investigadora del Centro de Investigación Regional Dr. Hideyo Noguchi (CIR) de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), nos retrotrae al entendimiento revelado por el filósofo e investigador colombiano Fernando Urbina Rangel, de cómo es posible concebir la imagen del universo en un canasto labrado a mano por libros vivientes, a través de un hilo formado con palabras que teje en silencio la trama de ese canasto, que contiene el total entendimiento de las cosas.

Se trata de una comprensión basada en el conocimiento oral, que fue pasando de voz en voz, una voz primigenia que ya no existe, pero que pervive a través de un murmullo coral que se esparce en el tiempo. Se necesitan puentes para comprender que hay del otro lado de esa forma de concebir algo tan abstracto y a la vez tan inconmensurable, los mismos puentes que la sociedad occidental se encargó de derribar en nombre de la civilización, tomando por pretexto los desarrollos industriales y tecnológicos. Hoy necesitamos restaurar ese puente, a pesar de reconocer que ya es tarde para reparar el inmenso daño, sin embargo, es necesario prestar atención, con una mínima posibilidad de escucha, hacia dónde nos ha llevado el tan mentado criterio evolutivo de la ciencia en desmedro del cuidado del medio ambiente.

Algo de todo eso está mencionado en el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, cuando se relata que un gran huracán vino del cielo, inundó la tierra y de ahí surgieron los árboles, las plantas, los animales, las cuevas y todo lo que se ve alrededor, es decir, las fuerzas creadoras de lo existente, pero también es necesario recordar que son las fuerzas que también destruyen. Tal como lo afirma la maestra en Ciencias Antropológicas “el monte es un espacio físico natural y tangible donde el ser humano es parte del entorno, al igual que los otros elementos que los constituyen, pero también es un lugar donde se pervive con otros seres, no tangibles a los ojos, pero que son de gran importancia e incluso definen prácticas de culto y las actividades cotidianas en las zonas rurales”. Esto me recuerda la mención del pomberito, en las comunidades qom del Chaco, cuyos lugareños afirman haber observado al atardecer “a la hora de la siesta”, se trata de un pequeño ser mitológico que se deja ver en medio del monte, entre los árboles, escuchar sobre su existencia por parte del libro viviente Roque López de la comunidad qom de Derqui, habilita una escucha atenta, y un juicio criterioso. 

También se evidencia una similitud con la ceremonia de la Pacha Mama, en especial cuando los mayas se adentran en el monte cuidando respetar el equilibrio biológico del entorno, tal como lo afirmó Don Asterio Chi, poblador y fundador de la Comunidad de Nuevo Xcán, en Quintana Roo, quien compartió un relato sobre la necesidad de conocer y respetar el vínculo con el espacio “por eso nosotros hacemos nuestra milpa y tenemos que pedir permiso a los dueños de los montes y cuando llega el tiempo de la cosecha ofrecemos lo que la milpa no da para que sobrevivamos, pero hacemos la primicia y luego agarramos lo que servirá para nosotros”. La investigadora explicó que, en el Popol Vuh, la creación se describe perfectamente como la aparición de los demás elementos que conforman el universo maya, y entre éstos la naturaleza tiene límites, y en los relatos sobre la vivencia en los montes se puede percibir claramente. Uno de los más conocidos, refiere sobre la posibilidad de que aparezca el “Rey de los Venados” si la persona ingresa al monte y mata venados, este ciervo gigante simplemente reclamará con su actitud el hecho de que se esté acabando con estos animales.

Otro de estos relatos hace alusión a los aluxes, cuidadores del monte que vigilan y siguen a los que toman elementos de ese territorio, llegando a tirar piedras, hacer bromas o incluso provocar enfermedades a quienes perjudican con sus acciones este equilibrio de la biodiversidad, como dice la investigadora “estos testimonios son tan ricos en información que podríamos llevarnos mucho más tiempo reproduciéndolos y compartiendo las anécdotas que nuestros contemporáneos mayas tienen para compartir”.

Por último, la antropóloga puso énfasis en la importancia del Monte y especialmente lo complejo y profundo que implica el vocablo K´ÁAX en su significado, porque mientras quienes estudian estos temas se preocupan por dar definiciones, “los pobladores de las comunidades nos remiten a considerar que la cultura y el universo maya están plagados de elementos simbólicos, lo cual nos obliga a valorar la riqueza que los saberes mayas nos ofrecen, en el acercamiento a la compresión de su espacio”. Como se notará, dos mundos diferentes en cuanto al entendimiento de un patrimonio plagado de contextos, en el que no siempre importa lo que se pretende definir desde el ámbito académico, sino más bien acompañar con serena prudencia el equilibrio de este plano habitado por múltiples entidades.

Fuente consultada

Quadratin Yucatán

https://yucatan.quadratin.com.mx/cultura/el-monte-es-el-universo-maya-para-las-comunidades-indigenas/

Centro de Investigación Regional Dr. Hideyo Noguchi (CIR), Universidad Autónoma de Yucatán

https://uady.mx/investigacion/cir

Casas Como Réplicas del Universo

https://www.elorejiverde.com/buen-vivir/6537-casas-como-replicas-del-universo 

Versión para El Orejiverde

https://www.elorejiverde.com/buen-vivir/6899-la-farmacia-del-universo-maya

Foto: Maira Tulia. Cuaroscuro.com 


viernes, 21 de junio de 2024

Daniel David Lado

Nunca entendí porque una vez dejé una flor amarilla para recordar la vida de alguien, dicen que es el color del olvido, como si fuera algo que se va desgajando al paso del viento, un pequeño murmuro, una memoria que se esparce. No fue así como ocurrió con el gallego Daniel, el primer amigo de la infancia que tuve, cuando me dijeron que había partido. Ese día las paredes de su casa perdieron todos los colores, sin plantas en los canteros, la persiana apenas inclinada. Será porque había nacido el mismo año que yo nací, que me hizo entender lo efímero que es toda existencia cuando se transita en un borde, sin darnos cuenta cómo podemos caer, hacia alguna sombra que parece amena, que es también una forma de vivir lo que apenas se comprende.

Me cuesta nombrar a Daniel como si quedara para siempre anclado en un pasado, para la gente de mi barrio era David, el rey David "el de las boleadoras" como había dicho una vez, mientras enamoraba a la chica más linda del aula, que miraba embelesada como aquel niño, parado en una mesa de la escuela número 8 de Wilde, enarbolaba su candidez simulando arrojar una boleadora, en vez de la piedra y la honda con la que la historia conoció aquella disputa entre un rey y un gigante. Todavía lo recuerdo decir eso con una sonrisa desbordante:

¡Soy el Rey David!

Es la única imagen que tengo de la escuela primaria con aquel amigo, pasó una brisa llevándose los guardapolvos blancos que serpenteaban en la hora del recreo, los pasillos en tonos pasteles, los pupitres de madera, el izamiento de la bandera, el patio donde moraban algunos pájaros. Era esa imagen y la del primer día de clases, que entramos tomados de la mano, temerosos, callados, sin saber que nos esperaba del otro lado de esa puerta enorme que parecía un muro. Le entristecía saber que a un tal Jesús lo clavaron en una cruz, le pareció terrible ese dolor, empatizaba con la desdicha ajena, sea cual fuere el rostro que estuviera detrás.

Con los años, compartimos varios encuentros en el barrio, David vivía a la vuelta de mi casa, una tarde fuimos con una lupa a ver las plantas de su jardín, y en aquella hora en que los mosquitos reemplazan a las moscas, buscamos una linterna para seguir observando la crepuscular existencia de los escarabajos y las hormigas, David tenía una libreta y allí, en medio de la oscuridad, tomaba notas de todo lo que veía. En ese momento, viendo aquel cuaderno, entendí que esas anotaciones representaban algo nuevo, una forma distinta de sobrellevar el día, acaso la imagen de una playa distante poblada de luciérnagas.

Es extraño el paso del tiempo cuando está atravesado por la ausencia, todo se pierde como en un remolino anclado en el sosiego, los años se transforman en pequeños murmullos que obliteran la resonancia de un conjuro de voces perdidas en la infancia, Daniel David andaba por el barrio como si estuviera extraviado, parecía un náufrago, tardé en darme cuenta que había empezado a experimentar con algunas formas de evasión, y que mucho más tarde eso no alcanzó y que buscó otros modos de eludir todo aquello que carecía de interés. Una tarde, después de añares, lo crucé en la esquina de casa, me pidió ir al kiosco a comprar un vino, lo pusimos en un botellón de plástico con hielo y fuimos a su terraza, a dejar que las evocaciones cubran con un manto piadoso aquel amparo sin edad. 

Recuerdo que al mirar los cables tendidos de los postes telefónicos supimos que eso siempre estaría ahí, que ese barrio se iba a quedar en el tiempo, aquella tarde el gallego se dejó vivir mientras hablaba de los amores truncos, decía que recordar de alguna manera lo ayudaba a seguir, no supe que decirle, antes habíamos pasado por el pasillo que separaba el comedor de la cocina, donde me mostró como cultivaba unos hongos comestibles en el armario, que comía junto a una miel que el mismo preparaba, era raro ver hongos colgando de un perchero, como si fuera una ristra de ajos, y que todo eso formara parte de su alimentación, junto con algunas frutas y galletas, era medio cinematográfico todo, la casa en penumbras, los hongos, la miel, el botellón con el vino, pero lo que hablamos ese día lo guardé en algún lugar entrañable, y tal vez por ese motivo, no tengo modo alguno de recordar exactamente aquella conversación.

Si fuera siempre así esto que llamamos vivir una vida, y no dejar todo reducido a un simple encuentro. Si fueran siempre así todos los encuentros, todas las palabras reunidas en un atardecer. Si fuera siempre así intentar retener lo que ha ocurrido, hacer trampas con el tiempo, volver a encontrar lo que dejamos partir.

En aquel crepúsculo David me mostró unos poemas en una caligrafía imposible de entender, casi un jeroglífico, pero cuya lectura en voz alta me permitió adivinar que el gallego Daniel era también un poeta, de esos que descienden a los infiernos, los "malditos", los que ven cosas que otros creen ver, acaso una forma de poder detener al tiempo. Pasaron años, como días, sin que nos volviéramos a ver. Era común en esos atardeceres compartir conversaciones en la vereda, a veces el gallego Daniel amontonaba unas palabras sobre diferentes temas, y a todos nos causaba gracia la mirada que sostenía esos dichos, casi como un niño que se asombra del inequívoco desfile de unas cuantas verdades, y quiere agregar su propio criterio al contexto histórico de cualquier relato. Daniel se iba a su casa y a todos nos quedaba la sensación de no saber cuándo lo volveríamos a ver.

Una tarde, lo vi comiendo un tomate en la vereda, pero no era simplemente describir lo que estaba comiendo, sino cómo lo hacía, ese tomate parecía que fuera el último que quedaba en el  mundo, no pude evitar ir a casa a buscar un tomate en la heladera, llevarlo al patio con un cuchillo y disfrutarlo como algo nuevo que se conoce, fue como Tom Sawyer convenciendo a los amigos del barrio del inmenso placer que significaba pintar una cerca, fue como ese poema de Martín Gambarotta cortando un pomelo transversalmente "partió la mañana en gajos raros, la carne rosada expuesta por primera vez, hirió con énfasis su mundo intraducible, generando una pausa acá, en el contexto de la fruta acuchillada".

Una tarjeta de una casa de sepelios dice que el 21 de junio de 2017, Daniel David Lado se fue a otro plano, acaso libre, del que nada sabemos, o creemos saber. A ese instante siguió el silencio, la incredulidad, algo que se cae y que se rompe sin ningún tipo de sonido, algo que se desvanece en el mismo segundo que se convierte en pasado. Supe después que lo enterraron en el Cementerio de Avellaneda, y que la bolsa negra que estaba en su vereda eran sus pertenencias, la misma bolsa que un cartonero recogió bajo la lluvia, la misma bolsa que, acaso por la culpa o la intromisión, no me decidí a revisar, el libro con sus poemas que nunca encontré. Se me hizo difícil asumir que todo lo acumulado en su vida podía caber en una bolsa.

Un tubito de caña sobra pa’ eso, cantó alguna vez un anciano a quien Rubén Patagonia acompañó con su guitarra. Un tubito de caña para guardar las cenizas. Una bolsa negra para guardar los atavíos. El carro de un cartonero cubierto de trapos bajo la lluvia.

El destino a veces es impiadoso, solo permite una posibilidad, si en ese momento se cruza una duda o una niebla, el arrepentimiento te acompañará por mucho tiempo, por más que quieras hacer de cuenta que no había nada que hacer.

En esta curva de la vida, contar una historia es lo que muchos hacen, y en ese cuento sin final, hay un poema perdido, una lápida sin nombrar, una tumba sin flores.

De Daniel se dirá que vivió siempre en la misma casa de Wilde, el poeta del cual los muertos no saben su nombre, el que juntaba moras de un árbol que ya no existe, el que sostuvo con su inocencia las junturas de alguna remembranza.

David el que se fue pronto, el de la soledad concurrida, el que no supo que hacer con su alma.

Nota: en la imagen fotográfica, Daniel David es el último del lado derecho.

martes, 28 de mayo de 2024

Lo analógico y lo digital


Alguna vez frecuenté esta disyuntiva, personas analógicas en un mundo digital, donde la tecnología resulta una pantalla sin necesidad de entender los algoritmos, en esa lógica en donde una buena idea puede quedar sin posibilidad de articularse, plantearlo no deja de representar una situación que podíamos extrapolar a cualquier contexto, especialmente con las tecnologías de información y comunicación.

Desde el punto de vista de la bibliotecología no deja de ser una discusión bizantina, porque en líneas generales los fuegos artificiales prevalecen, hasta que alguien -en una tarea que requiere sobre todo tiempo- pasa un tamiz dejando evidencia del poco alcance que el invento supone.

En ese plano, se percibe la necesidad que muchos tienen de nombrar el artefacto, solo para asociar el nombre propio, al final del día son palabras, pero no lenguaje, un sistema ya hilvanado.

La verdadera preocupación es la creación de conceptos.