Recientemente
participé de un curso impartido por el profesor Edgardo Vannucchi, denominado
“(Des)enterrando libros prohibidos”, en el Centro Cultural de la Memoria
Haroldo Conti: Espacio para la memoria y para la promoción y defensa de
los derechos humanos, dentro de la Ex-ESMA, un lugar representativo
donde la memoria es interpelada, permitiendo nuevas construcciones de sentido,
otorgando un marco apropiado para entender lo sucedido en un contexto
particular de la Historia Argentina.
Delgado, Verónica - Merbilháa, Margarita - Príncipi, Ana - Rogers, Geraldine: “Censura cultural y dictadura”. Disponible en: http://comisionporlamemoria.org/bibliografia_web/ejes/cultura_delgado.pdf
A modo de introducción se podía leer lo siguiente:
“La vigilancia, el control ideológico y la censura se
aplicaron sobre autores, libros y editoriales y abarcó diferentes géneros y
públicos. El taller se propone abordar las características del dispositivo de
represión cultural instrumentado por la última dictadura cívico-militar y
compartir fragmentos de algunos textos considerados "subversivos" que
lograron resistir la persecución y el olvido”.
Me ha resultado muy valioso el aspecto analítico del curso,
ya que el mecanismo planteado por el docente habilitó la construcción reflexiva
sobre hechos puntuales relacionados con la represión cultural que se vivió en
Argentina en los oscuros años de la última dictadura cívico-militar
(1976-1983), dicha comprensión abordó desde un principio dos instancias relacionadas: la represión de los cuerpos y
la represión de los símbolos (cultura, ideas), una represión simultánea que
tuvo dos aristas bien diferenciadas, por un lado la represión física de las personas
tuvo un carácter ilegal (clandestina, terrorista), por otro lado la represión
física de los objetos (libros, documentos) tuvo en contrapartida un carácter
“legal” (de orden público, jurídico). Cabe agregar al respecto lo expresado por
Judith Gociol en una entrevista: “La desaparición de personas tenía que
corresponderse con la desaparición de símbolos culturales”. [Entrevista a Judith Gociol. Revista Tesis 11 Nro. 84.
Marzo-Abril 2007.]
En aquella época los militares hicieron una apropiación de
los medios de comunicación (televisión y radio), la cultura fue concebida como
un campo de batalla, en donde era práctica común instalar la idea de
“infiltración subversiva” en los jóvenes estudiantes (especialmente en los
colegios), términos como “destrucción de valores”, “marxismo”, “detención e
identificación del enemigo cultural” eran manipulados a través de mecanismos
“legales” (normas públicas, decretos, resoluciones, ordenanzas). En cambio las
personas eran secuestradas o detenidas-desparecidas a través de mecanismos
ilegales: listas negras, memorandos, “rumores”, “recomendaciones” (en el que se
sumaban medios de comunicación oficialistas). En este sentido en los enunciados
de la DSN (Doctrina de Seguridad Nacional) era frecuente registrar documentos
sobre el “enemigo interno”.
Según vimos en el taller, en el año 1961 se realiza en la
Escuela Superior de Guerra, el primer curso interamericano de Guerra
contrarrevolucionaria, que permite indagar cuáles fueron las transformaciones
del Ejército Argentino luego del golpe de Estado del ’55 y los inicios de la
DSN. Esta situación, tal como lo investigó Daniel Mazzei, permite observar la
introducción progresiva de nuevas formas de guerra tanto como la influencia
militar francesa. [Mazzei, Daniel: La
misión militar francesa en la escuela superior de Guerra y los orígenes de la
Guerra Sucia, 1957-1962. Disponible en internet]
En dicho contexto la estrategia de la desaparición de
personas implicaba la exclusión de toda legalidad. La destrucción de libros en
cambio tuvo por objeto que parecieran situaciones legales y legítimas, en
“beneficio” de la sociedad.
Existen indicios que evidencian el trabajo de inteligencia
realizado desde el ejército para establecer parámetros de qué era o no motivo
de censura (estableciendo distintos grados de complicidades con medios de
comunicación, artistas o personas que adherían al gobierno de facto y por lo
general perteneciente a otras ideologías políticas). Asimismo el control
represivo se instrumentaba entre el Ministerio de Educación y Cultura y el
Ministerio del Interior a través de la DGP. Dirección General de Publicaciones.
En ese dispositivo represivo las máximas autoridades establecían fórmulas de
calificación ideológica de las distintas publicaciones en 3 niveles:
F1: Carece de referencias ideológicas
F2: Contiene referencias ideológicas
F3: Propicia la difusión de ideologías que atentan contra la
Constitución Nacional
En sus orígenes existían un nivel F4 que después prescribe
(SIDE, registrado por decreto). La apreciación del contenido de las
publicaciones era realizada por la Asesoría Literaria del Departamento de
Coordinación de Antecedentes.
A modo de ejemplo se toma el caso de un libro de Haroldo
Conti titulado “Mascaró el cazador americano” (1975), editado por Casa de las Américas,
en donde figura en legajos la causa: “propicia la difusión de ideologías,
doctrinas o sistemas políticos, económicos, sociales marxistas, tendientes a
derogar los principios sustentados por nuestra Constitución Nacional”.
Entre los espacios que sufrieron acciones de terrorismo de
Estado se encuentran las editoriales (cuyos listados de publicaciones con
–supuestos o reales– contenidos marxistas eran analizados por la SIDE), allí se
buscaba discriminar la idea de un “nosotros” y un “ellos” (estableciendo
niveles de peligrosidad según los contenidos requisados), meras acciones
represivas contra una minoría que los militares no consideraban como
“argentinos”, agregando conceptos como “infección” e “invasión” propagados en
listas secretas, el listado de acciones represivas es amplio:
-intervención de editoriales
-tareas de espionaje
-elaboración de informes secretos
-requisado de librerías
-modificación de contenidos curriculares, de los que se
registran algunos ejemplos (los manuales ERSA. Estudio de la Realidad Social
Argentina, por Emilio Mignone, 1974, son eliminados y reemplazados en 1981 por
Formación Cívica, de Roberto Kechichian, Editorial Stella, luego Formación
Moral y Cívica, donde ya desde la portada se focaliza en la familia como idea
de institución, con una mirada puesta en lo “esencialista” bajo un orden social
inmodificable, con lo cual se deshistorizaban y a la vez naturalizaban los
distintos procesos sociales y políticos que desde la Junta se iban imponiendo).
En esta etapa se cierran carreras universitarias, se censuran
textos y autores, se prohíben palabras y conceptos, empiezan las quemas masivas
de libros, se elaboran materiales por parte del Estado Mayor General del
Ejército para detectar los vínculos entre marxismo y subversión en ámbitos
laborales, educativos y artísticos (a modo de ejemplo “Subversión en el ámbito
educativo (conozcamos a nuestro enemigo)”, editado por el Ministerio de
Educación y Cultura). Asimismo la publicación de libros como “El terrorismo en
la Argentina” en el año 1979 (que entre otros temas analizaba la noción de
“depuración ideológica”) circularon para dar respuestas a las denuncias de la
CIDH. Comisión Interamericana de Derechos Humanos).
Cabe destacar, dando un brinco en el tiempo, los documentos
secretos que se publican en 1996 “Los archivos secretos de la represión
cultural Operación Claridad”, donde es posible observar registros de los
llamados “comunicadores llave” (artistas puente) con temas de ideología
política expuestos en el terreno de la comunicación artística, que abarca dos
etapas: de Acumulación (1962-1973) y de Sistematización (desde 1974 en
adelante), los ejemplos son variados: canciones, “palabras infieles”, “discos
guerrilla”, donde según los militares existían modos de probar actos de “captación
ideológica” en el ámbito educativo, considerado una “grave enfermedad moral”.
En otros casos se censuraron libros por el solo hecho de incluir citas sobre
Marx (por más que los textos del libro no dijeran nada sobre temas políticos
contrarios al Ejército), como también el particular caso de los escritores que
tuvieron que modificar su escritura para establecer un guiño cómplice con los
lectores, constituyendo verdaderos espacios de resistencia en donde
cuestionaban la censura instalando metáforas de lo que ocurría, personalmente
me ha resultado interesante analizar este tipo de resistencia cultural, ya que
si estos escritores no hubieran empleado dicho método sus libros hubieran sido
quemados.
Salvando las distancias (y a título personal) se podría trazar
un paralelo con los casos de resistencias culturales surgidos en contextos
carcelarios en épocas de dictadura, tal como lo expresa Alfredo Alzugarat en el
prólogo del libro “Trincheras de papel: Dictadura y literatura carcelaria en
Uruguay" donde se pone de manifiesto la “osada respuesta, constructiva
y colectiva, paciente y eficazmente forjada en esas cárceles, es decir, en el
vientre mismo del enemigo. Resistencia y respuesta que abarcó todos los ámbitos
del saber y del quehacer, abierta a la amplísima gama de cuanto podemos
reconocer como cultura de salvación. Si
las cárceles de la dictadura fueron uno
de los mayores emblemas de la peor época de este país, también es posible
afirmar que en ellas la dignidad humana libró una dura batalla que, entre sus
múltiples consecuencias, dejó obras artísticas y literarias de inapreciable
valor”. Ciertamente nada parece más frágil que una trinchera de papel, y
tal como lo dice el autor, nada hay más perdurable, ya que “cuando la
escritura es un acto de resistencia, las palabras permanecen mucho más allá de
los verdugos”.
Resta incluir en este apartado los casos de películas cuyas
escenas “inmorales” eran cortadas por los censores de turno.
Hubo un tema al cual Edgardo Vannucchi dedicó especial
atención, que es sobre aquel mito de la ignorancia de los militares con
respecto a los contenidos de las publicaciones (recordándose acaso el máximo
exabrupto conocido: la requisa del libro “La cuba electrolítica” por suponer
que se trataba de material sobre Cuba como país comunista cuando en realidad se
sabe que se trata de un libro sobre electroquímica), el otro ejemplo conocido
fueron las publicaciones sobre “cubismo”, que como se comprende es un
movimiento artístico representado por algunos pintores a principios del siglo
XX (también se extiende al denominado cubismo literario expresado desde la
poesía) y no como lo entendieron algunos censuradores relacionándolo como una
alegoría de la doctrina marxista-leninista impulsada en Cuba por Fidel Castro).
Es decir, que asociar a los militares con bestias que no tenían idea de qué
requisaban es erróneo, en líneas generales hubo un articulado trabajo de
inteligencia para detectar, perseguir, censurar, prohibir o quemar
publicaciones que la Junta consideraba inapropiada para la sociedad en su
conjunto, en este punto cabe citar lo investigado por Invernizzi-Gociol:
“De un lado estaban los campos de concentración, las
prisiones y los grupos de tareas. Del otro, una compleja infraestructura de
control cultural y educativo, lo cual implicaba equipos de censura, análisis de
inteligencia, abogados, intelectuales y académicos, planes editoriales,
decretos, dictámenes, presupuestos, oficinas... Dos infraestructuras
complementarias e inseparables desde su misma concepción. Dos caras de la misma
moneda”.
Otro punto nodal del curso lo representó el análisis de
cuentos infantiles prohibidos en dictadura, acentuando la mirada en la
finalidad de “adoctrinamiento como tarea de captación ideológica del accionar
subversivo”. Es interesante evaluar como se entendió en aquella época la imagen
del “ser nacional” instalada desde la ausencia de interpelación de lo que ese
“ser nacional” significó y representó (una mera naturalización del discurso represivo formulado mediante
moldes rígidos donde no era posible el cuestionamiento ciudadano).
Con respecto a las editoriales que publicaron cuentos
infantiles hubo registros sobre el caso de la editorial “Rompan fila” (para
leer juntos), en donde se tornaba evidente cómo los militares querían evitar
sus títulos para favorecer la mirada individualista (el sentido filosófico de
esa editorial era favorecer la lectura pública y colectiva, la discusión de
textos, el debate, todo aquello que chocaba con los intereses de la Junta), sin
embargo muchas publicaciones establecieron guiños con sus lectores (a modo de
ejemplo “El pueblo que no quería ser gris”) donde aparece la cifra 33.333 en
clara alusión a los 33 orientales de Lavalleja y Oribe.
Se tratan de contenidos que coadyuvan a mantener y agravar
las causas que determinan la implementación del Estado de sitio (muchos de esos
decretos llevaban la firma de Jorge Rafael Videla y Albano Harguindeguy, entre
ellos el decreto 1888 fechado el 3/9/76). En este contexto existieron críticas
periodísticas que avalaron la censura y que en algunos casos sirvieron para
advertir al gobierno de facto de algunas producciones contrarias a sus
intereses políticos.
En algún momento se mencionó una colección que se editó
durante la dictadura y que pretendía convertirse en el soporte ideológico-“cultural”
del autodenominado PRN (Proceso de Reorganización Nacional), la misma era
dirigida por el historiador Armando Alonso Piñeiro. Fueron 10 títulos de la
editorial De Palma sobre el accionar subversivo en distintos campos.
Algunos de esos títulos publicados fueron los siguientes:
-Crónica de la subversión en la Argentina / Armando Alonso
Piñeiro
-Derechos humanos y terrorismo / Ismael Montovio
-La universidad de la violencia / Gustavo Landivar
Es interesante agregar en este espacio las expresiones, en mayo de 1976, del entonces Subsecretario de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, Francisco Carcavallo, quien pronunciaba la siguiente advertencia:
Es interesante agregar en este espacio las expresiones, en mayo de 1976, del entonces Subsecretario de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, Francisco Carcavallo, quien pronunciaba la siguiente advertencia:
“La cultura ha sido y será el medio más apto para
infiltración de ideologías extremistas. En nuestro país, los canales de
infiltración artístico-culturales han sido utilizados a través de un proceso
deformante basado en canciones de protesta, exaltación de artistas y textos
extremistas. Así logran influenciar a un sector de la juventud, disconformista
por naturaleza, inexperiencia o edad”.
Bajo una densidad discursiva por parte de los enunciados de
la Junta, los lectores de entonces no eran pensados como una parte activa del
intercambio cultural, sino como sujetos pasivos, fácilmente influenciables por
“ideologías contrarias al orden y a los intereses de la Nación, de la Iglesia o
de las Fuerzas Armadas”.
En esta etapa se evaluaron distintos casos de censura, los
motivados por los medios de comunicación y los que propendieron a la
instigación (pensado desde el marco jurídico).
Un caso emblemático ha sido la publicación del cuento
infantil “5 dedos” (para nivel prescolar) donde se muestra un puño izquierdo
cerrado pintado de rojo venciendo a 5 dedos pintados de verde, este cuento
llegó a manos de la esposa de un coronel neuquino, quien lo compró para
leérselo a sus hijos, el material fue visto por el coronel, motivando la
posterior requisa y prohibición del mismo, cuando por omisión no fue incluido
por los militares entre los materiales censurados.
Incluso hubo casos de autores censurados en algunas
dependencias del Ejército y en otras no, con lo cual se trataban de situaciones
que no se analizaban entre las diversas estructuras del gobierno de facto
(Ejército, Armada, Fuerza Aérea). En otros casos, cuentos como el de “Noche de
las barricadas” (con clara reminiscencia al Cordobazo, que como se sabe
alentaría la intervención de las fuerzas armadas en el conflicto que en primer
lugar tuvieron los manifestantes con la policía local) resultaban prohibidos
por brindar información a los lectores sobre cómo había que defenderse,
este cuento testimonial, redactado en
tiempo presente con datos históricos concretos, tuvo decreto de prohibición
(número 1459) el 20/5/77. En el
documento se lee que el texto “describe tácticas subversivas con propósitos de
adoctrinamiento y captación ideológica”, lo cual determinó finalmente la
prohibición de la obra colectiva.
Aquí también se da lo que figura en el texto de Andrés
Avellaneda: una etapa de acumulación de títulos y una etapa de sistematización,
estableciendo categorías de censura de las diferentes obras publicadas.
Cuentos como el de Feiguele (de Cecilia Absatz), son
prohibidos por tocar cuestiones de
índole moral, en donde se advierte una distorsión de la idea de familia,
el libro refleja conflictos internos a nivel familiar y la intromisión de un
elemento disruptivo que es la relación que la protagonista tiene con una amiga
cuyo padre está preso por motivos políticos (era comunista). La joven es
permanentemente observada y estigmatizada tanto por la familia como por la
sociedad (mostrando cánones estéticos sobre la idea de belleza). La
discriminación incluye la figura de un padre indiferente. Por el solo hecho de
mostrar un concepto de familia que no se correspondía con la imagen que los
militares pretendían instalar, era motivo suficiente para decretar el retiro y
prohibición de los libros.
Es interesante advertir en estas obras como paulatinamente el
concepto de subversión experimenta un desplazamiento semántico, donde primero
es adjetivado para luego pasar a
sustantivizarse. Las prohibiciones tienen dos cuestiones: políticas y/o
morales, los libros prohibidos tuvieron un mismo destino pero con dictámenes
claramente diferenciados, las consecuencias de ambas situaciones habilitaron
las tareas de requisas y censuras.
Por tal motivo el curso permitió reflexionar, mediante al
análisis de algunos textos, desde qué lugar incomodaban, ejemplo de esto lo
representó la lectura del cuento infanto-juvenil “Nuestros muchachos” de Alvaro Yunque, donde se evidencian en los
protagonistas algunos prejuicios lindantes con el antisemitismo y la
pseudo-democracia. Se ejemplifica cómo a los militares no les interesaba
mostrar lo que el autor permitía desmontar a través de los personajes infantiles
de la trama, ya que podía ser problematizado por los lectores por sus actitudes
contrarias a las imposiciones y arbitrariedades del poder militar, por el mero
hecho de mostrar a dos adolescentes que no aceptan el mandato de sus
superiores. Cabe evaluar la relación de los lectores como meros recipientes
cuyos contenidos debían evitar todo tipo de situación que de algún modo
favoreciera o alentara el propio discernimiento crítico. En el caso del cuento
los protagonistas no cuadran con sus actitudes el esquema de comportamiento que
los militares buscan reproducir, el libro es publicado en 1976 y si bien el
autor no estaba involucrado con temas de militancia política, lo que se prohíbe
es la obra.
Es interesante tomar nota de las consecuencias que ciertos
autores sufrieron cuando fueron notificados que sus libros iban a ser
censurados y prohibidos, en esos casos las resoluciones militares han
perjudicado el contexto de relaciones de los autores con su entorno familiar y
social (distancias, sospechas, silencios, indiferencias, etc.), mientras que
por otra parte hubo autores que ofrecieron otro tipo de resistencia mediante
sus trabajos, algunos directamente mostrando realidades contrarias a las
impuestas por el poder militar y otros metaforizando aspectos de la misma para
buscar complicidades con lectores avezados (quisiera aportar un ejemplo
paralelo que tal vez no corresponda pero que de algún modo se relaciona, quien
suscribe recuerda las pinturas de Giuseppe Arcimboldo (1527- 1593) cuyas
imágenes aparentemente triviales con rostros representados a partir de flores,
frutas, plantas y objetos ofrecían una lectura cínica y burlona de la sociedad,
este autor fue acusado de cortesano y bufón de la pintura, cuando en realidad
fue un hombre culto que vivió la transición del Renacimiento al Manierismo, los
cuadros que pintó fueron celebrados precisamente porque no fueron entendidos,
causaban risa entre el público cuando en realidad representaban un espejo de la
sociedad banal, una lectura mordaz que no pudo ser comprendida en su época y
que fue redescubierta siglos más tarde por los surrealistas, de su pintura
Eduardo Galeano escribiría lo siguiente “Arcimboldo se dio el lujo de
cometer mortales pecados de idolatría, exaltando la comunión humana con la
naturaleza exuberante y loca, y pintó retratos que decían ser juegos
inofensivos pero eran burlas feroces…”)
Volviendo al curso la lectura que incomoda en la dictadura es
entre otras cosas aquella cuya trama revela cuestiones que no deben mostrarse,
todo lo que implique un cuestionamiento es motivo de sospecha y posterior
prohibición. En algunos casos las citas o epígrafes (como las de Yunque)
otorgaban elementos para la censura, ya representaba desde ese inicio un
condicionante para poder avanzar sobre el resto de la lectura del cuento o
novela (se recuerdan algunos textos no
políticos pero cuyos autores citaron a Marx, logrando con ese único gesto la
censura del material).
En este caso se trataba del deseo de los autores por querer
ser leídos en esa clave, para comunicar desde la literatura lo que ocurría
políticamente en el país. Algunas citas dejaban en evidencia un contexto en el
cual ciertos autores adscribían sin margen de ambigüedad su posicionamiento
político ideológico y literario, textos
que trascienden por su contenido aspectos sensibles de la realidad.
Por otra parte es interesante analizar cómo, en el marco de la DSN, la mención “estamos en
guerra” era utilizada como clave explicativa tanto en ciertos discursos como en
documentos internos, aludiendo a la “agresión marxista internacional”, a una
“guerra no convencional”, a “características excepcionales de esa guerra” que
en el relato de las Fuerzas Armadas fue “impuesta por el enemigo”.
El objetivo de los militares no era la desarticulación de la
guerrilla sino disciplinar a la sociedad, modificar la subjetividad, bajo la
técnica de deshistorizar, mostrando imágenes que no siguen un hilo conductor
que justifique las intervenciones, el porqué de su origen, nunca un análisis o
entendimiento de lo que sucedía. Las clasificaciones o categorías discursivas
en las portadas de los documentos eran contundentes, pero al no haber un
desarrollo periodístico articulado con la investigación (no visualizar en el
texto el porqué de lo anunciado) generaba un efecto acrítico en buena parte de
la sociedad, reduciendo el hecho a las suposiciones y sospechas (“algo habrán
hecho”).
Sobre la mención del discurso de guerra, en un suplemento
“Zona” de Clarín se afirmó que los militares comenzaron a hablar recién luego
del ‘83, ’84; cuando estos documentos ofrecidos por el docente demuestran sin
margen de dudas que históricamente no fue así.
Algunos ejemplos:
“Había comenzado la guerra. Una guerra oblicua y diferente,
una guerra primitiva en sus procedimientos pero sofisticada en su crueldad...". (Massera, 02.09.1976)
“Hoy más que nunca las FF.AA. tienen la convicción plena
de su victoria (…) victoria en la que, sin lugar a dudas, habrá vencedores y
vencidos”. (Comandante E. E. Massera, 22.06.76)
“En medio de la incredulidad de algunos, de la complicidad
de otros y el estupor de muchos había comenzado la guerra”. (…) No vamos a
combatir hasta la muerte, vamos a combatir hasta la victoria, esté más allá o
más acá de la muerte”. (Comandante E. E. Massera, 02.11.76)
…esto es una guerra entre los idólatras de los más
diversos tipos de totalitarismo y los que creemos en las democracias
pluralistas… (Comandante E. E. Massera, 02.11.76)
“Aquí han pasado cosas: hemos vivido una guerra”.
(Gral. E. R. Videla, 02.01.78)
“Aquí no ha habido violación alguna de los derechos
humanos. Aquí ha habido guerra”. (Gral. E. Viola 29.05.78)
"Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con
las órdenes escritas de los comandos militares... la guerra fue conducida por
la Junta militar de mi país a través de los Estados Mayores". (General
Omar Riveros, 24.01.1980)
Incluso sectores de la Iglesia recurrieron a este discurso:
"...esta es un lucha también por sus altares (...), en defensa de Dios.
Por eso pido la protección divina en esta 'guerra sucia' en la que estamos
empeñados". (Monseñor Voctorio Bonamín).
La mecánica con respecto a cómo justificar la censura de
ciertos libros estaba fundamentada en la denominada “crisis de valores”, sin
embargo es obvio que al censurar esos textos no se contribuye a modificar esos
valores positivamente, en los años 60 hubo una necesidad de reconstruir valores
mientras que en los 90 la praxis social fomentaba el individualismo, acaso
meros resabios de las prácticas impuestas durante los años de la dictadura.
Otro caso emblemático ha sido Julio Cortázar, cuyos libros se
prohíben estando el escritor auto-exiliado desde hace años, cabe aclarar que no
es la literatura de Cortázar la que se prohíbe sino el escritor público, su
posicionamiento político expresado en entrevistas, comunicados y discursos. En
el caso del libro analizado “Alguien anda por ahí” trata sin ningún tipo de
elemento fantástico el tema de una desaparición, una persona que va a hacer un
trámite y no sale por el pasillo por donde entró, apenas advertido por un testigo
casual, en este caso lo extraliterario es lo que realmente está pasando en el
país, alguien desaparece, en ese entrecruzamiento y tensión entre literatura y
política Cortázar lo resuelve buscando articular los sucesos contemporáneos con
la literatura, en el libro hay un “nosotros” que sabe todo lo que va a pasar,
un nosotros omnipresente, jerárquico, superior, leído en ese contexto lo
de Cortázar problematiza la realidad
que los militares no quieren que se vea.
Finalmente uno de los últimos textos analizados, el libro
“Proteo”, de Morris West, ofrece otra variable; una denuncia a las
multinacionales que apoyaron la dictadura, se registra como este material es
denunciado por el presidente del JNG (Junta Nacional de Granos) alertando al
ministro Harguindeguy sobre su contenido, lo que derivó en el posterior
ordenamiento de prohibición (edicto de la SIDE 94912/80), acaso una muestra más
de las diferentes colaboraciones y delaciones con las que contó el poder
militar en ese proceso (salvando las distancias podríamos agregar en este
contexto las series televisivas tendientes a idealizar un tipo de sociedad como
también el conjunto de películas argentinas donde era frecuente una bajada de
línea en cuanto a las actividades del ejército, incluyendo los programas televisivos
donde solían mencionarse “virtudes” del aparato oficialista).
Como se puede advertir, es muy interesante lo que logra
Edgardo Vannucchi con este curso
introductorio, ya que permite desmontar, mediante el análisis y la lectura de
obras literarias, ciertos aspectos llevados a cabo por quienes pretendieron
instrumentar un control represivo a escalas inimaginables para aquellos que
padecieron la censura y prohibición, en muchos casos ligados invariablemente
con desapariciones, torturas y asesinatos.
(Des)enterrar un libro es de algún modo revisar un pasado que
los militares no pudieron arrebatar de la memoria colectiva -aquella poética de
la resistencia enarbolada por utopías- cuyos documentos, desde el retorno de la
democracia, han vuelto a ocupar los estantes de las bibliotecas. En todo ese
tiempo las palabras han quedado intactas, y permiten cultivar nuevas lecturas,
como las compartidas en este taller.
La imagen de los libros quemados nos permite retrotraernos a
un contexto, pero sobre todo a valorar ciertas resistencias, en tal sentido, la
mesa disponible en el pasillo del centro cultural con el listado de libros
prohibidos, nos invita a pensar el porqué de un país que no fue, cómo fue
posible que esto sucediera, y en consecuencia pensar para no olvidar, o como
diría Juan Gelman en un poema, “No te olvides de olvidar el olvido...”
Nota:
Cabe señalar que estos apuntes representan apenas una pequeña
parte de lo registrado en el curso, en un total de 4 clases de 3 horas reloj
cada una, en tal sentido muchísimas reflexiones del profesor no pudieron ser
incluidas en este texto, incluyendo los breves debates suscitados con el resto
de los alumnos, contenidos valiosos cuyo discernimiento exceden el alcance de
este espacio colaborativo.
Asimismo los documentos que se agregan en la bibliografía
–entre otros textos y fuentes literarias trabajadas en el curso– permiten la
contextualización y una primera aproximación a la temática. La intención de los
apuntes es que los lectores vayan descubriendo nuevas lecturas críticas, para
lo cual se recomienda especialmente la asistencia y participación en los
sucesivos Talleres que el autor brindará sobre la temática.
Agradezco al profesor Edgardo Vannucchi no solo por el curso
compartido en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti entre septiembre y
octubre de 2015 (de acceso libre y gratuito), sino también por la generosidad
en corregir los apuntes que se publican en este espacio, sin los cuales no
hubiera sido posible un cabal entendimiento de las reflexiones orales que se transcribieron en cada clase, personalmente recomiendo el destacado nivel e
importancia de los contenidos ofrecidos por el docente.
Bibliografía:
Avellaneda, Andrés. Censura, autoritarismo y cultura.
Argentina 1960-1983/1. Bs. As. CEAL. 1986.
Invernizzi, Hernán - Gociol, Judith: Un golpe a los libros.
Represión a la cultura durante la última dictadura militar. EUDEBA. 2002
Gociol, Judith: “La desaparición de personas tenía que
corresponderse con la desaparición de los símbolos culturales”. Entrevista a Judith
Gociol en Revista Tesis 11. Marzo-Abril de 2007.
A título personal, consulté estos documentos:
Alzugarat, Alfredo. Trincheras de papel: Dictadura y
literatura carcelaria en Uruguay". Trilce, 2007.
Delgado, Verónica - Merbilháa, Margarita - Príncipi, Ana - Rogers, Geraldine: “Censura cultural y dictadura”. Disponible en: http://comisionporlamemoria.org/bibliografia_web/ejes/cultura_delgado.pdf