Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
social del bibliotecario. Documentación de archivos orales sobre el patrimonio cultural
intangible conservado en la memoria de los libros vivientes. Entrevistas, semblanzas,
historias de vida. Reflexiones en torno a la bibliotecología indígena y comunitaria.

sábado, 30 de julio de 2016

Las Bicilibrerías mexicanas de Cambalache



Recientemente supe de esta iniciativa que invariablemente asocié con decenas de emprendimientos que ubican a los promotores de lectura en el contexto de los servicios bibliotecarios ambulantes. Se trata del proyecto mexicano Bicilibrerías de Cambalache, que consiste en un sistema de intercambio (similar al esquema de “libros liberados”) cuyo acervo, proporcionado en primera instancia por las librería El Péndulo, y contando con el apoyo de la Universidad del Claustro de Sor Juana y la Dirección de Culturas Populares de la Secretaría de Cultura, es trasladado en triciclos por las colonias, parques, plazas y mercados de la delegación Cuauhtémoc.

Uno de sus responsables, Isaac Castillo, jefe de departamento de la unidad de fomento educativo en Cuauhtémoc, explica que hoy por hoy el 80% de los libros que está circulando por las calles de la delegación Cuauhtémoc ya no son los que donó la Cafebrería El Péndulo, sino libros que los vecinos han intercambiado. Esta iniciativa viene a cubrir tres objetivos pautados por sus entusiastas colaboradores: Promover el uso de la biblioteca, fomentar la lectura y recuperar espacios públicos.

La pregunta que nos haríamos es porque estos proyectos generan tantas respuestas, cuando no hay cosa más simple que ofrecer libros e intercambiarlos. Hay algo en el libro como objeto que motiva estas intervenciones, esta aceptación de fomentar la cultura impresa, este dejar sorprenderse por lo que encierran unas páginas que algún desconocido decidió obsequiar con la sola exigencia de cumplir con la lectura.

Estos gestos traen el recuerdo de los ya míticos biblioburros del profesor colombiano Luis Humberto Soriano, cuando llevaba libros en zonas intransitables de Gloria Magdalena, promocionando la lectura en comunidades indígenas y campesinas, una labor hermosa que aún hoy, a pesar de haber perdido una pierna en un accidente con uno de sus burros, se mantiene activa, ofreciendo jornadas de alfabetización al público infantil, junto con actividades lúdicas y recreativas en formatos impresos y digitales.

Podemos pensar también en el ejemplo del “arma de destrucción masiva”, automóvil que el artista plástico argentino Raul Lemesoff transformó en un tanque con capacidad para 900 libros, permitiendo el libre acceso a la lectura, y tantos otros casos que no cabrían en esta breve exposición, pero incluso podría aventurar que si recibira algunos de esos libros en la vía pública me motivaría leerlos para hacer después una devolución, y permitir que la rueda siga girando.

En el ejemplo mexicano el acervo se genera de manera comunitaria, libro que se termina de leer se devuelve para que otros lo puedan seguir leyendo, contando con la posibilidad de intercambiarlos y de acceder a informaciones sobre talleres y tertulias, allí radica la fortaleza e incluso el sentido identitario de la comunidad de lectores. Se trata de un proyecto que los vecinos cuidan entre todos, en tal sentido la bicilibrería es un pretexto cuyo servicio desovilló una necesidad que estaba latente, porque la lectura siempre es posible en cualquier contexto, pero a veces necesita ni mas ni menos que alguien la promueva.

Un simple triciclo basta.

Fuentes consultadas:
El Péndulo
http://pendulo.com/paginas/bicilibreria

Diario de México:
http://www.diariodemexico.com.mx/dia-la-biblioteca-salio-pasear-bicicleta/

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