Recientemente supe de esta iniciativa que
invariablemente asocié con decenas de emprendimientos que ubican a los
promotores de lectura en el contexto de los servicios bibliotecarios
ambulantes. Se trata del proyecto mexicano Bicilibrerías de Cambalache, que
consiste en un sistema de intercambio (similar al esquema de “libros
liberados”) cuyo acervo, proporcionado en primera instancia por las librería El
Péndulo, y contando con el apoyo de la Universidad del Claustro de Sor Juana y
la Dirección de Culturas Populares de la Secretaría de Cultura, es trasladado
en triciclos por las colonias, parques, plazas y mercados de la delegación
Cuauhtémoc.
Uno de sus responsables, Isaac Castillo, jefe de
departamento de la unidad de fomento educativo en Cuauhtémoc, explica que hoy
por hoy el 80% de los libros que está circulando por las calles de la
delegación Cuauhtémoc ya no son los que donó la Cafebrería El Péndulo, sino
libros que los vecinos han intercambiado. Esta iniciativa viene a cubrir tres
objetivos pautados por sus entusiastas colaboradores: Promover el uso de la
biblioteca, fomentar la lectura y recuperar espacios públicos.
La pregunta que nos haríamos es porque estos
proyectos generan tantas respuestas, cuando no hay cosa más simple que ofrecer
libros e intercambiarlos. Hay algo en el libro como objeto que motiva estas
intervenciones, esta aceptación de fomentar la cultura impresa, este dejar
sorprenderse por lo que encierran unas páginas que algún desconocido decidió
obsequiar con la sola exigencia de cumplir con la lectura.
Estos gestos traen el recuerdo de los ya míticos
biblioburros del profesor colombiano Luis Humberto Soriano, cuando llevaba
libros en zonas intransitables de Gloria Magdalena, promocionando la lectura en
comunidades indígenas y campesinas, una labor hermosa que aún hoy, a pesar de
haber perdido una pierna en un accidente con uno de sus burros, se mantiene
activa, ofreciendo jornadas de alfabetización al público infantil, junto con
actividades lúdicas y recreativas en formatos impresos y digitales.
Podemos pensar también en el ejemplo del “arma de
destrucción masiva”, automóvil que el artista plástico argentino Raul Lemesoff
transformó en un tanque con capacidad para 900 libros, permitiendo el libre
acceso a la lectura, y tantos otros casos que no cabrían en esta breve
exposición, pero incluso podría aventurar que si recibira algunos de esos
libros en la vía pública me motivaría leerlos para hacer después una
devolución, y permitir que la rueda siga girando.
En el ejemplo mexicano el acervo se genera de
manera comunitaria, libro que se termina de leer se devuelve para que otros lo
puedan seguir leyendo, contando con la posibilidad de intercambiarlos y de
acceder a informaciones sobre talleres y tertulias, allí radica la fortaleza e
incluso el sentido identitario de la comunidad de lectores. Se trata de un
proyecto que los vecinos cuidan entre todos, en tal sentido la bicilibrería es
un pretexto cuyo servicio desovilló una necesidad que estaba latente, porque la
lectura siempre es posible en cualquier contexto, pero a veces necesita ni mas
ni menos que alguien la promueva.
Un simple triciclo basta.
Fuentes consultadas:
El Péndulo
http://pendulo.com/paginas/bicilibreria
Diario de México:
http://www.diariodemexico.com.mx/dia-la-biblioteca-salio-pasear-bicicleta/
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