Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
social del bibliotecario. Documentación de archivos orales sobre el patrimonio cultural
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historias de vida. Reflexiones en torno a la bibliotecología indígena y comunitaria.

miércoles, 11 de julio de 2018

Sobre los dispositivos



He aquí el prolegómeno de una eventual articulación interdisciplinaria, o cómo una lectura permite desmalezar ciertos entendimientos, en este caso propios del plano filosófico, que necesariamente alumbran nuevas consideraciones a ser aplicadas en el espacio profesional de la bibliotecología.

Según lo entendió Foucault, el dispositivo es una máquina que produce subjetivaciones en cuerpos dóciles pero “libres”, que asumen su identidad y su “libertad” en el proceso mismo de sometimiento.
Pienso si como bibliotecarios no estamos condicionados por ciertos dispositivos (relativos a la normalización catalográfica, redacción de protocolos, establecimiento de normativas, aprobación de políticas), que nos alejan en alguna medida del entendimiento global y pragmático de la praxis bibliotecaria, incluso es para analizar con cuidado, cómo, en ciertos espacios laborales, estandarizar es cuestión de interpretación o de criterio, que no haya relación entre contenido y signatura topográfica (cuando la clasificación no representa con exactitud lo que un documento abarca), o que existan conceptos que no encuentran lugar en una clasificación, y que basta una leve consulta en catálogos colectivos para darnos cuenta que no todos definen del mismo modo determinado tipo de documento (mención aparte si tenemos que analizar los mapas, considerando que ciertos símbolos cartográficos no encuentran descripciones homologadas en las principales mapotecas del país), será por tal motivo que me resultan atractivas las bibliotecas especializadas, carcelarias o comunitarias, porque de algún modo plantean un escenario en el que todo está por hacerse, corriendo el riesgo de instalar correspondencias con ausencia de normativas, situación más que evidente en comunidades indígenas y campesinas.

En el medio de todas estas disyuntivas hay un contexto social que nos interpela, y aquí tal vez el dilema tenga un carácter existencialista, si es que somos conscientes que un determinado número de personas viven anestesiadas manipulando un control remoto delante de una pantalla, en ese caso no podríamos (no deberíamos) evitar una profunda autocrítica de nuestro devenir profesional para lograr que ese usuario invierta su tiempo de otra manera, articulando otros entendimientos, favoreciendo nuevos aprendizajes o destrezas. De alguna manera esta situación se percibe en el contexto del consumismo, en el que llega un punto en que ciertas personas, posicionándose fuera del centro neurálgico donde ocurre este fenómeno, asumen que nunca tendrán suficiente de las cosas que en realidad no quieren tener, esa idea de creernos que nos sentiremos completos si adquirimos la novedad y desechamos lo que hasta el día anterior nos era útil.

Entonces cuando me encuentro con este pequeño texto de Giorgio Agamben, titulado “Qué es un dispositivo”, pienso que nuestra profesión debería desarrollar acciones concretas, de carácter constructivista y con apoyo interdisciplinario, que vincule la participación de los usuarios (acaso un ejemplo ya lejano aunque no poco considerado, las folksonomías) para desde allí concebir un contra-dispositivo que habilite el entendimiento de un nuevo paradigma profesional.

Son solo ideas, pero considero que los escenarios deben renovarse, de allí al debate hay un trecho, y de los conceptos a las prácticas probablemente una distancia menor. Estoy tratando de comprenderlo simplemente.

Según lo ilustra Agamben, se entiende por profano aquello que siendo sagrado o religioso, es restituido al uso y a la propiedad de los hombres, en este sentido la religión es vista como algo que sustrae cosas al uso común y las transfiere a una esfera separada, con lo cual se comprende que la religión produce una separación y que el dispositivo exige una profanación que permita restituir al uso común lo que el sacrificio (la idea de sumisión) había separado.

Esa suerte de no verdad del sujeto ya no tiene que ver con su verdad, el que se deja capturar por un dispositivo no adquiere una nueva subjetividad, sino un número a través del cual es controlado, salvando las distancias, si como bibliotecarios nos dejamos capturar por dispositivos no tendremos nuevos elementos para estar alertas a los cambios sociales o a las demandas culturales de la sociedad a la cual debemos brindar un servicio.

El problema de la profanación de los dispositivos es cada vez más urgente (restituir al uso común lo que ha sido capturado y separado de ello), esta máquina atraviesa muchos planos, el mayor de ellos ligado al poder que implica gestionar información, desde el cual se despliegan las consecuentes relaciones de fuerza: política, eclesiástica, jurídica, sanitaria, tecnológica...en algún punto, las bibliotecas cuentan con elementos para articular estar urgencias, pero advertir esta situación requiere del auxilio interdisciplinario.

Siguiendo con el contexto teológico, el autor advierte la evidencia en cuanto a la capacidad de la iglesia de leer los signos de los tiempos, que llevaron a muchos creyentes a sentirse incluidos en una deliberada economía de la salvación. Ciertamente hay un momento de la historia de la iglesia católica (estimado entre los siglos II y VI) en que un concepto griego jugó un papel decisivo en la teología, se trata del término oikonomía, que reconoce la administración del oikos, casa, y más en general, la gestión. Tal como lo concibió Aristóteles, no se trató de un paradigma epistémico, sino de una praxis, la necesidad que tuvieron los padres de la iglesia de introducir en el entendimiento teológico la idea de una “economía divina” o “economía de la salvación”, la teoría que tenía por objetivo convencer a propios y extraños sobre la necesidad de creer en un dios indivisible que confía la administración de su casa a Cristo, lo cual lleva a gobernar la historia de los hombres a través de la redención y la salvación eterna, así con el tiempo los teólogos se acostumbraron a introducir en la fe cristiana la oikonomía como un dispositivo a través del cual el dogma de la trinidad, establecido fuera del contexto en el cual surgieron los hechos, permitió a las instituciones (a través de un conjunto de saberes y medidas) el poder gestionar, gobernar, controlar y orientar en un sentido que se pretende útil, los comportamientos, los gestos y los pensamientos de los hombres.

La idea de control aparece simbolizada en el supuesto acto de la libre elección (ocurre con el control remoto de la televisión, con los circuitos comerciales y publicitarios de los shoppings, con las noticias periodísticas, que alcanzan otra dimensión si incluimos el fenómeno de la posverdad y la desinformación planificada), creemos elegir pero somos controlados por una esfera inmensa en la que estamos acorrolados creyendo tomar decisiones, y en muchas ocasiones la comodidad y el no involucrarse es lo que nos hace dóciles al sistema, no lo cuestionamos ni lo objetamos, nos marca el camino que en el fondo no sabemos –porque no nos hemos detenido a cuestionarlo– si realmente lo queremos transitar, si “elegir” resulta partede una genuina demanda.

Atravesando planos en espiral

Intento ahora acercar un ejercicio literario, recordando que el dispositivo es una máquina que produce subjetivaciones, en los considerados “géneros menores” el sujeto de la enunciación, según Deleuze, está ausente, lo que existe es un dispositivo de enunciación anónimo y colectivo, que es como decir una apropiación, lo que concierne a lo propio (externamente asumido como lo “folclórico”) para desde allí oponerse a lo hegemónico, tal dispositivo no es impuesto, funciona como un contramodelo para escenificar un sentido identitario, una pertenencia cuya literatura modifica y permea entre otras cosas las expresiones, los signos y la lengua.

Según Josefina Ludmer permanentemente hay préstamos e intercambios entre lo que se entendió como estratos separados dentro de la literatura (literatura culta y literatura popular), el problema no ha sido la bifurcación que pueda darse sino en cómo se transforma el material popular al ser incorporado, trabajado y recontextualizado por la otra cultura. Cuando la autora afirma que la diferencia que podría trazarse entre la llamada literatura culta y la literatura de masas es que esta última utilizaría uno, o a lo sumo dos, géneros en su textualidad, en cambio la culta se caracterizaría por hacer un uso excesivo y mezclado de géneros, enfrentándolos entre sí, de algún modo la literatura instala un dispositivo basado en postulados críticos que deja afuera en sus  márgenes u orillas acaso “intelectuales”– una lista de géneros bajo escalas valorativas, cuyas publicaciones no merecerían la consideración lectora (crítica que busca impactar en los lectores la correspondencia de alguna tendencia, dejando afuera a un amplio sector que supuestamente “no entendería”), salvo como elementos para instalar un debate social en torno al contexto del género, adquiriendo acaso con pretendida naturalidad, un gesto condescendiente que ni siquiera es genuino, pero que incide en el análisis y en el establecimiento de un cánon.

¿Tal vez tenga que ver que lo que muchos consideran “géneros menores” (como las conversaciones, cartas, biografías, diarios, crónicas de viajes o textos en blogs) incorporen a la literatura temas discursivos del mundo cotidiano alejados de lo “literario”?, probablemente como bibliotecarios no podemos prescindir de dicha multiplicidad discursiva, y es menester establecer vinculaciones, ampliando la arborescencia de los registros (crucial tarea), relacionando textos con identidades, documentos con disciplinas, construcciones sociales con saberes autóctonos.

Cuando un género menor (como podría ser para algunos críticos la literatura gauchesca) debate que lugar ocupa el personaje conceptual dentro de un contexto político y social, lo que de alguna manera se plantea es un contra-dispositivo que pretende ilustrar a los lectores sobre el papel social literaturizado que juegan los personajes literarios, para que desde ese lugar sea posible desplazar los límites que pretenden confinar lo popular o folclórico a un mero género frecuentemente etiquetado con ligereza, contenidos que favorecen contextos a ser debatidos bajo una evidente y manifiesta superioridad intelectual. Para Ludmer el género gauchesco ha politizado la cultura popular, y esa politización de la cultura de masas es una de las características de la cultura Argentina.

Para esta destacada docente la autobiografía popular (como se registra por ejemplo en el Martín Fierro) es un tipo de autobiografía que cuenta las prácticas de resistencia frente al poder y la autoridad, aquí también tenemos los elementos de análisis que hacen a un dispositivo cuyo objeto es insertar tonos, matices y subjetivaciones con el fin de generar apropiaciones (como oposición a lo hegemónico), en este caso el dispositivo se advierte desde la literatura y atraviesa el contexto de la comprensión lectora, sin poder afirmar si dicha práctica ha sido deliberadamente concebida como dispositivo o mero instrumento de debate.

Creo en lo que alguna vez leí, que como bibliotecarios debemos desconfiar de la evidencia, la bibliotecología es una de las disciplinas que deberían interpelar lo que se torna visible en ciertos contextos, frecuentemente atravesados por la información, debemos ser conscientes de los dispositivos como también de los eventuales contra-dispositivos, que solo serán posibles si se advierte antes la naturaleza de los primeros. Se trata de habilitar discusiones que nos otorguen la posibilidad de una lectura más amplia de lo que sucede –o pueda generarse– en nuestras bibliotecas.

Vayan las disculpas por estos textos seguramente mal interpretados, aún así me ha parecido necesario compartirlo y quien sabe, esperar devoluciones mucho más sólidas y claras.

Fuente:

Que es un dispositivo / Giorgio Agamben. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2016

Un género es siempre un debate social. Entrevista a Josefina Ludmer. En: Lecturas críticas. Año II, no. 2, marzo de 1984, p. 46-51.

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