Se cree que cuando un contexto es representado por la obra colectiva de
un autor -el autor que se nutre del testimonio, que revisa las fuentes, que
cita trabajos previos, que objetiviza desde la propia subjetividad para
interpretar lo sucedido- el resultado habilita una herramienta para fundamentar
sobre las causas y consecuencias de cualquier proceso histórico, sin la cual no
existiría referencia de lo ocurrido. Esto suele pasar con el aporte de los
historiadores y los investigadores, del cual Osvaldo Bayer hizo un postulado
ético y crítico, para desbrozar un territorio en el que las ideas en disputa
suelen obviar, ante los argumentos, los componentes de una verdad, y bien
valdría recordarnos, una vez más, que la etimología del concepto
"verdad", según los antiguos griegos, era "no
olvidar".
Con sus convicciones, Osvaldo Bayer le dio una sentida reparación a la memoria de los obreros de la Patagonia cruelmente asesinados por defender sus derechos, les dio correspondencia a esas vidas, les dio alivio a sus familiares, pero esencialmente puso en un lugar a resguardo, la trascendencia de las personas que cultivaron en lo más profundo el entendimiento de la dignidad -con lo poco que tenían a su alcance- y que, lejos de silenciarlos o amordazarlos, al paso del tiempo tuvieron nuevas voces, muchísimas voces, que fueron tales porque antes hubo lecturas y escrituras de un historiador que parece que aún sigue molestando a cierta parte de la sociedad.
Que curiosa paradoja, dado el contexto que estamos atravesando, ya que, de algún modo, quienes adherimos a la defensa de los derechos humanos, la tolerancia, el pensamiento crítico, y la empatía, estábamos necesitando que la gente lea a Osvaldo, y ahora con este hecho irracional, de una insensatez penosa, muchos que no lo conocían están aprendiendo que fue lo que realmente ocurrió en la Patagonia a principios de siglo, que pasó con los pueblos originarios en la denominada “campaña del desierto”, el porqué del racismo en la política, las numerosas matanzas en comunidades indígenas, el origen del movimiento obrero argentino, entre tantos otros temas. Como se suele decir, a estos funcionarios les salió el tiro por la culata.
Lo que hizo Bayer con sus andares es como el dibujo de Rep que ilustra este texto, un jardín hermoso que seguirá siendo regado por quienes aprendieron de sus ideas, no hace falta aclarar que la memoria nunca se marcha, que no es un monumento -por más que esto sirva para simbolizarla- que su ejercicio fortalece la identidad, algo que se cultiva en forma permanente, porque siempre habrá alguien que aporte un poco de discernimiento para que las ideas busquen representar las condiciones y los desarrollos de un mundo más equilibrado. Es lo que sucede con las verdades cuando se las aborda con criterio ético, con compromiso social, terminan representando una alternativa para las demandas más elementales, por eso mismo, que bueno que ahora se vuelve a sumar aquel que nunca se fue, nuevamente Bayer tiene otros brazos para sostener lo creado, la esperanza vuelve al ruedo…
La historia dirá que, en la Patagonia de los años 20, las huelgas de los trabajadores rurales fueron reprimidas por el ejército nacional, con un trágico saldo de más de mil quinientos trabajadores asesinados. Bayer supo registrar lo ocurrido en su libro “Los vengadores de la Patagonia trágica” (conocido luego como La Patagonia rebelde), y que luego el director Héctor Olivera estrenó una recordada versión cinematográfica en 1974, en donde Bayer aportó el guion junto con el mismo Olivera y Fernando Ayala. Era simbólico lo que expresaba el monumento que acaban de derribar los actuales funcionarios: “Usted está ingresando a la tierra de la Patagonia Rebelde”.
Cuando la pala mecánica de Vialidad Nacional tiró abajo el homenaje a Osvaldo Bayer -un retroceso a tiempos que creíamos superado- algo parecido a la vergüenza y la incredulidad se instaló en buena parte de la conciencia social, y es que por hechos como este estamos siendo observados en el mundo, una imagen tan insensata como cuando se quemaron libros en la dictadura, algo de lo que pensábamos no íbamos a volver a presenciar, pero vuelve a suceder, y eso nos obliga a reflexionar, una vez más, contra la barbarie.
Este concepto me hizo acordar unas palabras que pronunció Pedro López López, profesor en la Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense de Madrid, en noviembre de 2016, en ocasión de una conferencia sobre derechos humanos y bibliotecas brindada en el Instituto Superior de Formación Docente N° 35 de Montegrande:
“Una democracia formada por una masa amorfa de consumidores compulsivos que aceptan acríticamente un modelo comunicativo (especialmente en lo que se refiere a la televisión) y de consumo absolutamente alienantes, que no participan en la colectividad, que son indiferentes a la injusticia social, es solamente la cáscara de una democracia. La democracia se protege fortaleciendo la ciudadanía, y esto sólo – o principalmente- puede hacerse a través de la educación. Pero no sirve cualquier tipo de educación. Conseguir un alto nivel cultural no protege contra la barbarie, como demostró la Alemania de los años treinta y cuarenta, el país más adelantado de su época, tanto cultural como científica y tecnológicamente. El nazismo, barbarie en estado puro, tuvo dirigentes con exquisito nivel cultural. Podemos decir, con Voltaire, que la civilización no suprime la barbarie, sino que la perfecciona. Como decía Soledad Gallego-Díaz en una columna publicada en el diario El País “Desde entonces, como escribió George Steiner, ‘sabemos que los hombres pueden leer a Goethe o a Rilke por la tarde, interpretar a Bach y a Schubert por la noche, e ir a la mañana siguiente a su trabajo diario en un campo de concentración’. La cultura, toda la cultura europea, no fue capaz de protegernos de la barbarie y desde entonces todos sabemos también que, como escribió otro sabio alemán, T.W. Adorno, la única cultura verdadera es la que alienta la crítica, la que alimenta la ciudadanía, la capacidad de resistencia frente a la inhumanidad y sus dogmas... Desde Auschwitz todos deberíamos saber que lo que importa es mantener engrasados los mecanismos que permiten el libre conocimiento de los hechos frente a la propaganda... El conocimiento de los hechos y la capacidad crítica son los diques de la barbarie”.
El agravante de lo que señala Pedro, más allá de pertenecer a otro contexto geográfico y temporal, es que, en el caso ocurrido en Santa Cruz, ni siquiera estamos observando un alto nivel cultural, sino más bien, todo lo contrario. La historia debería servir para alertar sobre estos hechos, para tratar de superarlos, para aprender de los errores y desde allí construir valores ciudadanos en los cuales podamos reconocernos.
A modo de epílogo, sirve como ilustración una reflexión de carácter premonitoria que hace años hizo Carlos Busqued, un destacado escritor argentino, fallecido en 2021 a la edad de 50 años, considerado por muchos críticos como una de las voces más originales de la literatura argentina del siglo XX. Mencionando sobre la ideología de derecha, llegó a decir que en la ultraderecha había algo parecido a lo que siente alguien de izquierda, que es un mundo hacia el que uno quisiera ir, pero que lo que hay en la ultraderecha es mucha gente lastimada, y ofreció como ejemplo el nazismo, Busqued dijo que si aquellas personas hubieran sido criadas con amor, el nazismo no existiría, que básicamente el nazismo es gente destruida buscando venganza, buscando una compensación, y además, necesitada de sentirse mejor que el otro.
Salvando las distancias, vaya coincidencia con estos tiempos que nos aquejan.
Fuentes consultadas:
La Patagonia Rebelde / Osvaldo Bayer. Buenos Aires: Hyspamerica, 1985. (Biblioteca Argentina de Historia y Política).
¿Reconocimiento social sin compromiso social? / Pedro López López. Artículo publicado en Educación y Biblioteca, nº 176, marzo/abril 2010.
Entrevista a Carlos Busqued. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=D3jYzDYBF5E
Nota: la imagen, realizada por el dibujante Rep, es el afiche del documental Awka Liwen ("Rebelde amanecer" en mapuche) film con guión y libro cinematográfico de Osvaldo Bayer, realizado por Mariano Aiello y Kristina Hille.