Alguna vez ocurrió, se trató del acto de voluntarismo poético más significativo realizado en las afueras de Lima, Perú, sobre la zona de Ventanilla, un 11 de abril de 2002, donde más de 500 estudiantes equipados con palas, y formando una sola línea en torno a una duna, avanzaron juntos cavando a cada paso hasta desplazarla unos diez centímetros más allá de su ubicación natural. Lo que detallan las crónicas es que, literalmente, movieron una montaña de arena.
En tiempos en donde, por lo grotesco que resulta todo, ya es difícil dimensionar lo que está ocurriendo, estas acciones serían necesarias para creer en otro tipo de sociedad. Va más allá de la fe, tiene arraigo en la conciencia humana, en lo que podemos llegar a lograr si tan solo lo planteamos desde el escenario del pensamiento crítico, de que todo efectivamente depende de los pueblos, de que todo es viable si aplicamos el conocimiento para promover el bien común.
Ya no es admisible el enojo para justificar una elección, ya no tiene sentido fingir ignorancia para habilitar un despropósito cuyo alcance aún es impredecible, ya no sirve creer en promesas políticas sin antes indagar sobre la coherencia de cada propuesta.
Esta obra colectiva, que fue concebida para intentar cambiar nuestra mentalidad por medio de una fábula, se nos presenta como una oportunidad para evaluar la distancia que puede tomar el concepto de la desigualdad. No importa si la concepción del acto estuvo marcada por la desmesura, o haber contado con errores de cálculo en su desarrollo, o no tener impacto por fuera de la comunidad.
Lo que importa es darnos cuenta, al menos por una vez, de que ninguna sociedad se salva desde la especulación y el juicio arbitrario sesgado por el odio, de que estos hechos -absolutamente infrecuentes- fueron posibles y que aún resuenan, porque incluye a todos los otros: los nadies, los postergados, los imprescindibles.
Se trata de un problema que debemos corregir, originado por la falta de autocrítica de quienes, como funcionarios públicos, no supieron representar las demandas sociales más elementales de la ciudadanía, esas que vinculan el plato de comida con el desarrollo educativo y la asistencia sanitaria. Se trata, tal vez, de lo que representa la palabra empoderamiento, y la necesidad de que los reclamos puedan ser capitalizados a través de la honestidad y de la ética, esa urgente necesidad de cambio que hace más de dos décadas fue simbolizada en un simple acto comunitario.
En todo caso, que sirva también para pensar, en esta curva de la historia, si aún vale la pena que lo intentemos nuevamente.
Fuente:
Francis Alÿs en PROA21: Cuando la fe mueve montañas
(2002). Dos décadas después. PROA. Disponible en: https://proa.org/proanoticias/2024/07/31/francis-alys-en-proa21-cuando-la-fe-mueve-montanas/
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