Tuve oportunidad de ver este largometraje sobre 4 lonkos emblemáticos de la Historia Argentina, los caciques Juan Cafulcurá, Cipriano Catriel, Mariano Rosas y Vicente Catrenao Pincén. El documental ofrece las apariciones públicas de investigadores que han empatizado sobre las culturas de los pueblos originarios, tales son los casos de verdaderos hombres puente como Carlos Martínez Sarasola, Osvaldo Bayer, Alberto Rex González o Luis Eduardo Pincén. Ver esta proyección es detenerse en las postrimerías del país que no fue, y que aún hoy sigue generando grietas en la sociedad.
Hay quienes tienen la necesidad de etiquetar como incomprensible que algunos antropólogos adhieran a otras formas de creencia, propias de los indígenas, mitifican en forma despectiva aquellas posturas que confrontan con el conocimiento científico racional, en el que se han formado los historiadores blancos desde hace por lo menos tres siglos, pero más allá de esa observación, viene bien recordarnos que nombres como Julio Argentino Roca, Estanislao Zeballos o el perito Francisco Pascasio Moreno han representado la idea, esbozada en este caso por Bayer, de ser ni mas ni menos que instigadores de un holocausto, muchos de los cuales se dedicaron en vida a coleccionar cráneos de indios, para luego exhibirlos en las vitrinas de reconocidos museos del país.
Es interesante el concepto de despojo que rodea las existencias de los 4 caciques, casos como los de Panquitruz Guor (conocido como Mariano Rosas), donde la profanación de la fosa culmina, luego de un extenso derrotero jurídico-legal, en una restitución a la comunidad, instalando una pirámide donde pudieron honrar su memoria, lo que prueba que el tiempo termina equilibrando de algún modo el devenir de la historia, deja al descubierto la noción de que siempre es posible profanar un cuerpo por intermedio de la barbarie, pero que nunca se podrá profanar un nombre, este perdura a pesar de la derrota, y es parte de la memoria colectiva de una comunidad.
La ultrajación en campo abierto del cuerpo de Cafulcurá por intermedio del Coronel Nicolás Levalle, es otra página que engrosó los catálogos del llamado “museo del genocidio” (Ciencias Naturales de La Plata), mientras que nombres propios como el Perito Moreno terminaron asociados a espacios geográficos, como si fuera un héroe nacional, es acaso una revisión que en forma permanente no debe olvidarse, que sirva para medir el exacto peso de nuestra historia como pueblo.
Cipriano Catriel, un “indio amigo” (concepto que describe a los caciques asentados en la frontera que decidieron estar del lado de los criollos), tuvo por morada una vivienda en la Ciudad de Azul, al interior de Buenos Aires, su casa es la única de un cacique argentino que permanece en pie, lo que hace un aporte al patrimonio histórico y cultural del país, conocido entre los suyos como Mariñancú (10 aguilas), este paisano pampa fue finalmente recibido por su pueblo, al lograr recuperar por vías legales el cráneo y el poncho del legendario cacique, exhibidos durante años en el “Museo de la Patagonia Francisco P. Moreno” de Bariloche.
El documental finaliza con la mención de Vicente Catrenao Pincén (en lengua mapudungun “el que habla con lo sagrado”), perteneció al linaje de los Catreano (“el que cortó o cazó al jaguar”), de sangre huarpe, surgió al sur de la provincia de Buenos Aires, donde mantuvo un fuerte liderazgo entre los ranqueles, su vida es un poco el derrotero de una cultura que padeció una lamentable pérdida de valores, no se conoce sepultura ni los motivos de su muerte, su caso es entendido en la comunidad gününä ä küna-mapuche Lof “Vicente Catrunao Pincén” como el primer desaparecido de la Historia Argentina, vale citar las palabras de Luis Pincén, tataranieto del cacique, quien afirmó que su comunidad tardó cuatro generaciones en volver a equilibrar lo que por tanto tiempo estuvo mancillado, a este ngenpin o “dueño del decir”, llegaron a disfrazarlo de salvaje para una foto, noción que aún prevalece en nuestro territorio, como cuando algunas autoridades esperan que los paisanos asistan con plumas y boleadoras a ciertos actos públicos, sorprendidos de verlos con ropa informal, como si fueran extraños objetos de una época olvidada.
Este largometraje de Sebastián Díaz -investigador comprometido con la causa indígena- denuncia el genocidio perpetrado por el Estado argentino durante las Campañas al Desierto, los nombres propios abordados en el trabajo describen con documentos, lecturas y testimonios, lo que mucha gente ha negado, o dejado de interpelar, por el simple hecho de no integrar a quienes tuvieron por destino la mala fortuna de pertenecer a una cultura preexistente, en un territorio donde podía contemplarse la lejanía del horizonte, aquel que los lonkos atravesaron a caballo, desprendiendo viento a su paso.
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Queda al menos el consuelo, vestido de certeza, de que cada vez más conciencias despiertan a esta realidad y a otras tantas que a lo largo de los siglos han sido apedreadas. Siempre las hubo despiertas pero acalladas por un sistema de adoctrinamiento social cuidadosamente meditado que aisló al que no se ajustaba a sus normas, y acusó de hereje al que se atrevió a defender las diferencias. Incluso hoy. Me alegra que nuestras sociedades evolucionen. Unirse aceptando y respetando las diferencias es la única manera de continuar, sobretodo en esta etapa temporal que atraviesa la humanidad en la cual es condición imperante reconectar con los saberes ancestrales para crear un nuevo y justo mundo. Me enorgullezco de los muros derribados y de los puentes creados por tanto trabajo interdisciplinario en pos del amor, ese amor por el otro sea yuyo tierrita animal o humano. Somos tierra y árbol y raíces, somos muchos y somos uno, hermano. Luz para usted.
ResponderEliminarMuy agradecido del comentario, estamos en un contexto en el que se evidencia una necesidad de conectar con antiguos valores, por eso se aprecian los aportes culturales como este documental, en un país que de algún modo, aún conserva en la conciencia social un racismo estructural, los nombres no pueden profanarse, es memoria a enarbolar, un abrazo.
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