Alba Kobs
aprendió el oficio de partera de su abuela Ceferina (nacida en Polonia, mujer
guapa y corajuda según la recuerda su nieta), tratando casos de urgencia en
medio del monte, prácticamente sin condiciones higiénicas adecuadas, sin
instrumental apropiado, aún así Alba hizo igual su trabajo, en medio de la
oscuridad, con lámparas precarias, yendo a caballo (se llamaba partero), donde
no importaba el frío, ni las lluvias, ni el viento, esta mujer llegaba a los
ranchos para atender en muchos casos alumbramientos en estados críticos, de
todos los nacimientos que tuvo (calcula más de 1000) muy pocos fallecieron (en
donde las causas la excedieron, como el frío y la falta de alimentos), por tal
motivo es posible decir que todos los niños que nacieron en las comunidades de
Taruma (localidad paraguaya ubicada en el departamento de Itapua o “Punta de
Piedra”, conocido como el granero de Paraguay) fueron salvados por la vocación
de servicio de esta madre de la tierra.
Y lo que
cuenta Alba es difícil imaginarlo, cómo una mujer sola en medio del campo,
contando con apenas hilo de madeja –que se tejía para atar el cordón umbilical–
una gillete que limpiaba en un vaso con alcohol y una vela para quemar y cortar
el cordón, se las arreglaba para traer hijos al mundo. Con los años, su hijo
Antonio le consiguió una “linterna con 8 pilas” para poder continuar con su
misión en la vida, y en muchos casos recuerda la vergüenza que las mujeres
campesinas tenían de ser observadas mientras pujaban.
Entre los recuerdos
rescata uno guardado para siempre en la memoria, cuando le tocó ser partera de
una criatura prematura (7 meses de gestación) que apenas se movía, pero que
salvó quitándole la leche de la madre con una cuchara, y dándole con un
goteador la leche materna, así, de a gotas y por muchos días, lo alimentó hasta
salvarlo, lo que habla de un firme compromiso con la asistencia sanitaria.
Finalmente después de 15 días el bebé pudo mamar de la madre, con los años ese
bebe se hizo hombre, se casó y tuvo una hija, como muchos nació en un rancho,
entremedio de trapos mojados, sin incubadora, pero gracias a Alba tuvo un
destino que cumplir, una vida que vivir.
Como tantos
otros inmigrantes, esta partera (y también curandera según lo afirma su sobrina
Liliana) llegó a Paraguay en barco, teniendo por morada un lugar que lleva el
nombre de un árbol característico de la
zona, el Taruma (especie frutal, con propiedades medicinales, cuya posible
traducción al guaraní es “Fruta de los padres de la aldea”, según lo que se
entiende de los vocablos ta, “pueblo, aldea”, ru, “padre”, e îvá “fruto”),
árboles de los que quedan pocos ejemplares, uno de ellos precisamente en la
casa de Alba, y que forman parte de la literatura paraguaya, de hecho el gran
Roa Bastos, que lo consideró un árbol mágico, lo nombra en uno de sus cuentos
(del Trueno entre las hojas), en donde un profesor que vivía en el campo ingresaba por las noches en las entrañas del
tarumá y que cada mañana volvía a nacer.
Como
campesinos que fueron, los familiares de Alba vivieron de la cosecha, sobre
todo algodón y caña de azúcar, supieron convivir con los guaraníes, de quienes
Alba conoció parte de su historia, a pesar de ser pocos, dice que estaban
desparramados, pero que a veces hubo quienes llegaron a su casa para solicitar
servicios de parto, los recuerda músicos, tocaban la guitarra, algunos
participaban de entreveros, había también curanderas indígenas, una tía del
marido de Alba curaba con palabras, con restos de animales, rezos, y ella
también aprendió esas técnicas, y suele decir algo que tiene mucha relación con
el contexto: “los que creen se curan” “los que creen se sanan”, porque de eso
se trata también, el componente psicológico de la tarea de parto, el
acompañamiento que Alba hizo con cada paciente. Recuerda también que otra tía
suya curaba a los chicos con plumas de picaflor, hacía humos y curaba dolores
de cabeza, usando palabras, y para sostener la curación también era necesaria
la fe del paciente, hacerlo sentir que estaba en buenas manos.
En otros
casos, cuando los chicos no podían ir de cuerpo, la partera hacía una masa con
un jabón común, de color negro, y untando con aceite le masajeaba en la zona de
los intestinos, era un remedio casero que hizo junto a su abuela, en donde se
le sumaba una serie de fricciones realizadas en la nalga del niño o niña, con
ceniza tibia, para finalmente eliminar la molestia, recetas que resultaban
efectivas incluso con los dolores de estómago, ya que visitar a un doctor en
medio del campo era una tarea prácticamente imposible.
Los que
nacían en el monte, sin caminos marcados, no tenían recursos, entonces Alba iba
a caballo, es una imagen que plantea un desamparo pero a la vez una esperanza,
“ese compromiso tenés que hacerlo” le decían, “no podes hacerte esperar”, es
así que esta mujer, con frío o con lluvias, igual salía en medio del campo
buscando el rancho, donde todos aguardaban un nuevo nacimiento, es algo más que
vocación, es pensar en el otro para que tenga una oportunidad, así falten
velas, hilos o agua caliente, al final de la jornada será otro motivo más para
la felicidad de esta mujer tan corajuda y guapa como su abuela.
Las prácticas
ancestrales que aún perduran en comunidades indígenas
La tarea de
parto siempre ha estado rodeada de significados profundos para las comunidades
indígenas, en la comunidad qom de Derqui la práctica de entierro de la placenta
se sigue conservando, es así que las familias de la comunidad han solicitado a
los médicos del hospital de Derqui que les permitan retirar la placenta, para
ser enterrada en la cercanía de un árbol o jardín, para los paisanos este
ritual permite de algún modo que el recién nacido no olvide nunca de donde
viene, y en esa ceremonia es la abuela la que danza alrededor de la placenta
enterrada, percutiendo la tierra con un bastón, y cantando en lengua madre,
incluso lo entienden como una energía espiritual que siempre acompañará al
nacido.
Solo por
tomar un ejemplo en el contexto latinoamericano, en México las parteras son
consideradas tesoros vivos, estas mujeres, pertenecientes a diferentes etnias
indígenas, se han ganado un lugar de autoridad en las comunidades y son, a la
par de las personas curanderas, rezadoras, hueseras y médicas tradicionales,
recursos comunitarios muy valiosos en la prestación de servicios de apoyo
esenciales para la salud y la vida de las mujeres y los recién nacidos, sobre
todo en regiones y áreas marginales rurales, que no cuentan con servicios
gubernamentales de salud, o son escasos, de difícil acceso geográfico, que
significan altos gastos económicos. Otra práctica muy recurrente en estas
regiones son los baños del temazcal, un baño de vapor de origen prehispánico
que se emplea durante el embarazo y el post-parto para purificar y proteger a
la mujer de enfermedades, mejorar la circulación sanguínea y prepararla para el
parto o bien ayudarla a recuperarse después del parto.
Históricamente las parteras han llevado confianza y ánimo a las mujeres en los procesos de embarazo, incluyendo el parto y post-parto, es para destacar el soporte emocional que brindan durante el momento del alumbramiento, y cómo en comunidades indígenas y campesinas cobra otro valor el hecho de poder comunicarse bajo los mismos códigos lingüísticos y culturales, prestando atención domiciliar, respetando la presencia de familiares conforme el deseo de la parturienta, un contexto en el que suelen brindar un servicio esencial sin ningún tipo de ayuda por parte del Estado.
Históricamente las parteras han llevado confianza y ánimo a las mujeres en los procesos de embarazo, incluyendo el parto y post-parto, es para destacar el soporte emocional que brindan durante el momento del alumbramiento, y cómo en comunidades indígenas y campesinas cobra otro valor el hecho de poder comunicarse bajo los mismos códigos lingüísticos y culturales, prestando atención domiciliar, respetando la presencia de familiares conforme el deseo de la parturienta, un contexto en el que suelen brindar un servicio esencial sin ningún tipo de ayuda por parte del Estado.
Mientras
tanto, se la puede ver a Alba en su rancho, cerca del único Taruma, regando su
huerta, viendo crecer lo que cultiva, del mismo modo que fueron creciendo los
niños que ayudó a nacer.
Fuente:
Entrevista a
Alba Kobs por parte de Amalia Vargas.
Consulta a
Liliana López, notas y transcripción de audios por parte de Daniel Canosa
Parteras
Indígenas, Tesoros Vivos de México
http://www.cimacnoticias.com.mx/noticia/parteras-ind-genas-tesoros-vivos-de-m-xico
http://www.cimacnoticias.com.mx/noticia/parteras-ind-genas-tesoros-vivos-de-m-xico
Árboles
nativos: Citharexylum montevidense (tarumá, tarumán, espina del bañado)
Árboles:
sombra, color y vida
Versión para
El Orejiverde
http://www.elorejiverde.com/buen-vivir/4323-alba-kobs-la-mitica-partera-de-taruma
Aquellos que enaltecen a las y los campesinos.tienen el poder de la verdad en su ser.
ResponderEliminarAquellos que dedican el tiempo a lo más humildes ,su vida trasciende a lo más alto de los merecimiento de gratitud ,los que escriben la verdad son los hombres más poderosos.
Gracias periodista Daniel Canosa y Ameli Vargas.
Muchas gracias por el comentario, en verdad personas como Alba te reconcilian con la raza humana, un gusto grande dar a conocer estos anónimos esfuerzos.
ResponderEliminarSaludos!