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jueves, 28 de junio de 2018

Alba Kobs, la mítica partera de Taruma


Alba Kobs aprendió el oficio de partera de su abuela Ceferina (nacida en Polonia, mujer guapa y corajuda según la recuerda su nieta), tratando casos de urgencia en medio del monte, prácticamente sin condiciones higiénicas adecuadas, sin instrumental apropiado, aún así Alba hizo igual su trabajo, en medio de la oscuridad, con lámparas precarias, yendo a caballo (se llamaba partero), donde no importaba el frío, ni las lluvias, ni el viento, esta mujer llegaba a los ranchos para atender en muchos casos alumbramientos en estados críticos, de todos los nacimientos que tuvo (calcula más de 1000) muy pocos fallecieron (en donde las causas la excedieron, como el frío y la falta de alimentos), por tal motivo es posible decir que todos los niños que nacieron en las comunidades de Taruma (localidad paraguaya ubicada en el departamento de Itapua o “Punta de Piedra”, conocido como el granero de Paraguay) fueron salvados por la vocación de servicio de esta madre de la tierra.

Y lo que cuenta Alba es difícil imaginarlo, cómo una mujer sola en medio del campo, contando con apenas hilo de madeja –que se tejía para atar el cordón umbilical– una gillete que limpiaba en un vaso con alcohol y una vela para quemar y cortar el cordón, se las arreglaba para traer hijos al mundo. Con los años, su hijo Antonio le consiguió una “linterna con 8 pilas” para poder continuar con su misión en la vida, y en muchos casos recuerda la vergüenza que las mujeres campesinas tenían de ser observadas mientras pujaban.

Entre los recuerdos rescata uno guardado para siempre en la memoria, cuando le tocó ser partera de una criatura prematura (7 meses de gestación) que apenas se movía, pero que salvó quitándole la leche de la madre con una cuchara, y dándole con un goteador la leche materna, así, de a gotas y por muchos días, lo alimentó hasta salvarlo, lo que habla de un firme compromiso con la asistencia sanitaria. Finalmente después de 15 días el bebé pudo mamar de la madre, con los años ese bebe se hizo hombre, se casó y tuvo una hija, como muchos nació en un rancho, entremedio de trapos mojados, sin incubadora, pero gracias a Alba tuvo un destino que cumplir, una vida que vivir.

Como tantos otros inmigrantes, esta partera (y también curandera según lo afirma su sobrina Liliana) llegó a Paraguay en barco, teniendo por morada un lugar que lleva el nombre de un  árbol característico de la zona, el Taruma (especie frutal, con propiedades medicinales, cuya posible traducción al guaraní es “Fruta de los padres de la aldea”, según lo que se entiende de los vocablos ta, “pueblo, aldea”, ru, “padre”, e îvá “fruto”), árboles de los que quedan pocos ejemplares, uno de ellos precisamente en la casa de Alba, y que forman parte de la literatura paraguaya, de hecho el gran Roa Bastos, que lo consideró un árbol mágico, lo nombra en uno de sus cuentos (del Trueno entre las hojas), en donde un profesor que vivía en el campo  ingresaba por las noches en las entrañas del tarumá y que cada mañana volvía a nacer.

Como campesinos que fueron, los familiares de Alba vivieron de la cosecha, sobre todo algodón y caña de azúcar, supieron convivir con los guaraníes, de quienes Alba conoció parte de su historia, a pesar de ser pocos, dice que estaban desparramados, pero que a veces hubo quienes llegaron a su casa para solicitar servicios de parto, los recuerda músicos, tocaban la guitarra, algunos participaban de entreveros, había también curanderas indígenas, una tía del marido de Alba curaba con palabras, con restos de animales, rezos, y ella también aprendió esas técnicas, y suele decir algo que tiene mucha relación con el contexto: “los que creen se curan” “los que creen se sanan”, porque de eso se trata también, el componente psicológico de la tarea de parto, el acompañamiento que Alba hizo con cada paciente. Recuerda también que otra tía suya curaba a los chicos con plumas de picaflor, hacía humos y curaba dolores de cabeza, usando palabras, y para sostener la curación también era necesaria la fe del paciente, hacerlo sentir que estaba en buenas manos.

En otros casos, cuando los chicos no podían ir de cuerpo, la partera hacía una masa con un jabón común, de color negro, y untando con aceite le masajeaba en la zona de los intestinos, era un remedio casero que hizo junto a su abuela, en donde se le sumaba una serie de fricciones realizadas en la nalga del niño o niña, con ceniza tibia, para finalmente eliminar la molestia, recetas que resultaban efectivas incluso con los dolores de estómago, ya que visitar a un doctor en medio del campo era una tarea prácticamente imposible.

Los que nacían en el monte, sin caminos marcados, no tenían recursos, entonces Alba iba a caballo, es una imagen que plantea un desamparo pero a la vez una esperanza, “ese compromiso tenés que hacerlo” le decían, “no podes hacerte esperar”, es así que esta mujer, con frío o con lluvias, igual salía en medio del campo buscando el rancho, donde todos aguardaban un nuevo nacimiento, es algo más que vocación, es pensar en el otro para que tenga una oportunidad, así falten velas, hilos o agua caliente, al final de la jornada será otro motivo más para la felicidad de esta mujer tan corajuda y guapa como su abuela.


Las prácticas ancestrales que aún perduran en comunidades indígenas

La tarea de parto siempre ha estado rodeada de significados profundos para las comunidades indígenas, en la comunidad qom de Derqui la práctica de entierro de la placenta se sigue conservando, es así que las familias de la comunidad han solicitado a los médicos del hospital de Derqui que les permitan retirar la placenta, para ser enterrada en la cercanía de un árbol o jardín, para los paisanos este ritual permite de algún modo que el recién nacido no olvide nunca de donde viene, y en esa ceremonia es la abuela la que danza alrededor de la placenta enterrada, percutiendo la tierra con un bastón, y cantando en lengua madre, incluso lo entienden como una energía espiritual que siempre acompañará al nacido.

Solo por tomar un ejemplo en el contexto latinoamericano, en México las parteras son consideradas tesoros vivos, estas mujeres, pertenecientes a diferentes etnias indígenas, se han ganado un lugar de autoridad en las comunidades y son, a la par de las personas curanderas, rezadoras, hueseras y médicas tradicionales, recursos comunitarios muy valiosos en la prestación de servicios de apoyo esenciales para la salud y la vida de las mujeres y los recién nacidos, sobre todo en regiones y áreas marginales rurales, que no cuentan con servicios gubernamentales de salud, o son escasos, de difícil acceso geográfico, que significan altos gastos económicos. Otra práctica muy recurrente en estas regiones son los baños del temazcal, un baño de vapor de origen prehispánico que se emplea durante el embarazo y el post-parto para purificar y proteger a la mujer de enfermedades, mejorar la circulación sanguínea y prepararla para el parto o bien ayudarla a recuperarse después del parto.

Históricamente las parteras han llevado confianza y ánimo a las mujeres en los procesos de embarazo,  incluyendo el parto y post-parto, es para destacar el soporte emocional que brindan durante el momento del alumbramiento, y cómo en comunidades indígenas y campesinas cobra otro valor el hecho de poder comunicarse bajo los mismos códigos lingüísticos y culturales, prestando atención domiciliar, respetando la presencia de familiares conforme el deseo de la parturienta, un contexto en el que suelen brindar un servicio esencial sin ningún tipo de ayuda por parte del Estado.

Mientras tanto, se la puede ver a Alba en su rancho, cerca del único Taruma, regando su huerta, viendo crecer lo que cultiva, del mismo modo que fueron creciendo los niños que ayudó a nacer.



Fuente:

Entrevista a Alba Kobs por parte de Amalia Vargas.
Consulta a Liliana López, notas y transcripción de audios por parte de Daniel Canosa


Árboles nativos: Citharexylum montevidense (tarumá, tarumán, espina del bañado)

Árboles: sombra, color y vida

Versión para El Orejiverde
http://www.elorejiverde.com/buen-vivir/4323-alba-kobs-la-mitica-partera-de-taruma

2 comentarios:

  1. Aquellos que enaltecen a las y los campesinos.tienen el poder de la verdad en su ser.
    Aquellos que dedican el tiempo a lo más humildes ,su vida trasciende a lo más alto de los merecimiento de gratitud ,los que escriben la verdad son los hombres más poderosos.
    Gracias periodista Daniel Canosa y Ameli Vargas.

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  2. Muchas gracias por el comentario, en verdad personas como Alba te reconcilian con la raza humana, un gusto grande dar a conocer estos anónimos esfuerzos.
    Saludos!

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