Espacio que pretende resguardar voces, experiencias y conocimientos desde el rol
social del bibliotecario. Documentación de archivos orales sobre el patrimonio cultural
intangible conservado en la memoria de los libros vivientes. Entrevistas, semblanzas,
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domingo, 15 de septiembre de 2024

Adelino, el último gaitero

 

El 14 de abril de 2019 se fue el último gaitero de la familia, ese noble instrumento donde se marcaron a fuego baladas prohibidas y marchas heroicas, solo que con aquella gaita el hermano de mi padre homenajeó a sus ancestros con una sonrisa, recreando el legado del antiguo folclore de Galicia. Durante años formó parte de una reconocida agrupación “Airiños de la Casa de Galicia de Buenos Aires”, donde llegó a ser director musical, leí que ese grupo de músicos fue creado en la década del ’50, que su primera directora fue la profesora Celia Caneda, que con los años logró gran popularidad y repercusión en importantes actuaciones en Buenos Aires y el interior del país. En 1963 intervino en un concurso internacional de folclore conquistando el primer premio de todas las categorías entre cincuenta y nueve países participantes. En 1990, después de diez años de inactividad, se reunió nuevamente bajo la dirección y coordinación general de Manuel Rodríguez Alfonso. Durante los últimos seis años realizó ciento ochenta y cuatro presentaciones, incluyendo actuaciones en teatros y canales de televisión.

Se trató de un conjunto que buscó representar la emigración a través de las canciones y las danzas tradicionales, ingresaban caminando y tocando sus instrumentos desde atrás del escenario, y se iban del mismo modo, sin dejar de tocar, sin dejar de reír. Se dice que la gaita fue utilizada por los pueblos babilonios, hebreos, fenicios, romanos y celtas, y que las primeras representaciones europeas se remontan a la Baja Edad Media. Pero todos acuerdan que cuando a finales del siglo XV dejó de utilizarse en los eventos festivos, religiosos y militares, en Galicia, Asturias y Mallorca los gaiteros siguieron acompañando sus recuerdos aferrándose a la antigua cultura, mientras que, en países como Escocia, Inglaterra, Francia y la Baja Bretaña, la gaita marcó a fuego la melancolía de una época que nunca volvió.

Siempre pensé en el destino de ese cilindro de madera perforada, nacido para enmarcar la épica de los combates, con melodías que venían desde el fondo de los tiempos, y que con los gallegos adquirió otra entidad: la de acompañar la alegría, la danza, la festividad. Nunca olvidé un cumpleaños en el que mi tío sacó del estuche la gaita, para iniciar una melodía que mi padre acompañó con una pandereta, mientras otros familiares se sumaron con castañuelas, en plena ciudad de Wilde estaban recreando la infancia que les habían arrancado, y lo hacían a su manera, celebrando, gritando, bebiendo delante de una paella revuelta con pala, y dando palmas, eso lo llevaron siempre en la sangre.

Por eso cuando falleció mi tío fue como presenciar un enmudecimiento. De aquella familia numerosa solo queda mi padre para testimoniar una historia, que parece cubrir con un manto de niebla las resonancias del monte alejado entre la penumbra, acaso una ría que baja entre los árboles, la puerta de la casa grande abierta de par en par, los antiguos que aún moran mientras los recuerdos van inclinándose hacia el ocaso, el canto lejano que se pierde en un murmuro.

Es hora de cerrar la ventana, ya se ha callado el viento, por unos segundos algo parecido a una memoria se arremolina en un prado lleno de cabras, queda aún aire en aquel odre, Adelino va a bajar su brazo para comprimir el único fuelle, se pondrá de pie, y sin soplar aquella gaita, hará que salga música para todos lados,

se va a ir sonriendo, con paso firme, la mirada al frente.

Nota: en la fotografía que acompaña este texto, Adelino Canosa está parado del lado derecho, con su gaita.

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