… una piedra, una hoja, una puerta ignota; de
una piedra, una hoja, una puerta. Y de todas las caras olvidadas. Desnudos y
solos llegamos al desierto. En su oscuro seno, no conocimos el rostro de
nuestra madre; desde la prisión de su carne, vinimos a la prisión indecible e
inexplicable de este mundo. ¿Quién de nosotros conoció a su hermano? ¿Quién de
nosotros observó el corazón de su padre? ¿Quién de nosotros no estuvo siempre
prisionero? ¿Quién de nosotros no será siempre un extranjero solitario? Erial
de perplejidad, en los ardientes laberintos; perdidos, entre brillantes
estrellas, en esta tediosísima ceniza, ¡perdidos! Recordando sobrecogidos,
buscamos el gran lenguaje olvidado, el perdido sendero que conduce al cielo,
una piedra, una hoja, una puerta ignota. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¡Oh fantasma perdido,
batido por el viento, vuelve a nosotros!
Tom Wolfe, El ángel que nos mira
Alguna vez compartí este texto con mi amigo Rafael, siempre me pareció clarividente el inicio de “El ángel que nos mira”, un libro que aún espera ser leído, en su
momento me bastó una versión cinematográfica para darme cuenta (y no darme cuenta) que lo que
allí decía representaba una clamorosa invocación hacia las antiguas formas de
concebir la literatura -especialmente la poesía- el deseo de que la belleza y
la verdad, luminosamente descubiertas, vuelvan desde los ardientes laberintos a
poblar los nuevos cielos de los poetas, hoy pienso si alguno lo ha logrado,
ahora que las formas de la literatura encuentran otros esquemas, otros métodos,
otros tipos de composición, algo une sin embargo: el trabajo con las palabras.
Podría trasladar esta forma de entendimiento a los esenciales
documentos que antiguos bibliotecarios nos legaron, podría simplemente compartir una digresión, acaso furtiva, en medio de este contexto, cuando de
algún modo tiene que ver con mi ejercicio diario, mi trabajo como profesional
de la información.
Rafael llegó a decirme que “volver
al encuentro desnudo y virginal, del poeta con la belleza y la verdad es el
único objetivo que justifica el trabajo con las palabras”, esto lo
dijo en un momento en que un tratamiento oncológico lo estaba llevando a
experimentar “la prisión indecible e
inexplicable de este mundo”.
El martes 21 de abril, por si faltaba algo más que acelere lo
inextricable del destino, mi amigo Rafael Bardas se fue de este mundo luego de
haber contraído coronavirus, en un hospital de New York, quiero homenajear lo que representó para mi su ayuda desinteresada, las traducciones que hizo, las opiniones siempre valiosas, desde la mirada de un filósofo con título de arquitecto,
era inevitable compartir varios mails a la semana, invariablemente a las pocas
horas aparecía su respuesta.
Los irremplazables se van yendo, lo que sigue es la complicada
tarea de enfrentar nuevos problemas sabiendo que no tendremos referentes para
poder solucionarlos de la mejor manera posible.
Como hojas de otoño, van cayendo sus palabras:
“no puedo dejar de aceptar ésta, mi curiosidad de hoy. Una curiosidad
muy amiga de la duda. Emparentada con la ignorancia. Con la
incertidumbre. Con el no saber. Con el silencio. Con la no respuesta. Una
curiosidad condenada a ser una eterna incógnita. ¿Eterna? ¿Qué es la
eternidad? “Algo” que no tiene principio ni fin, dicen. Pero no tener principio
ni fin es un sin sentido. Entonces…ese “algo” ¿es o no es? Parece que sí es…pero como no
lo podemos entender, lo hemos llamado “misterio”.
Lo que escribió Wolfe nos recuerda lo que otros pudieron, y le
pedimos secretamente a ese fantasma, a ese modo de creación y de entendimiento,
que vuelva a nosotros.
Así también espero que este gran amigo, esté donde esté, pueda
completar en otro lugar lo que no supo o no pudo en esta vida, vaya mi profunda gratitud
por haberme acompañado con su amistad.
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