lunes, 4 de mayo de 2020

Sobre la necesidad de compilar narrativas orales



A James Macpherson, poeta británico de fines del siglo XVIII, precursor según Borges del movimiento romántico, le encargaron que publicara todo lo que fuera posible documentar sobre antiguos manuscritos gaélicos, con el objeto de compilar la narrativa oral de los pueblos pertenecientes a las Highlands de Escocia, las tierras altas de aquel pueblo de guerreros. Tareas como esas ya no se encomiendan a los poetas contemporáneos, como tampoco se estila que cada monarca tenga su poeta o poetisa que exalte las gestas que lo enaltecen.

Se sabe que Macpherson acepto el pedido y estuvo cerca de un año investigando documentos mientras recorría las aldeas de las serranías escocesas. Lo ayudó el oficio y el haber escuchado de niño narrativas épicas recitadas en gaélico, tal cual se estilaba en la Escocia de esos años. Lo cierto es que Macpherson tenía un conocimiento oral de la cultura celta, el había escuchado siendo niño a los bardos, quienes solían recitar textos épicos escoceses en idioma gaélico, de este modo pudo reunir esos fragmentos, completándolos con versículos bajo formas rítmicas similares a los salmos bíblicos, y los publicó en Edimburgo bajo el nombre de los “Poemas de Ossian”.

Por un momento pienso si ese encargo lo podríamos llevar adelante con las actuales comunidades indígenas, si bien existe un trabajo de recopilación de diversas tradiciones y mitos orales, aún quedan pueblos enteros en las periferias de grandes ciudades, que día a día van perdiendo lo poco que rememoran de sus ancestros. Se trata de libros dispersos que van deambulando por allí, sin que nadie lo percate. Es el fuego de la memoria que se lleva a los ancianos y deja inconclusas las historias que nunca tuvieron un final. Vale decir que no estamos limitando la cuestión al contexto folclórico, que en buena medida ha proliferado entre los gestos editoriales de algunas organizaciones y partidos políticos. La oportunidad que se ha perdido estuvo centrada en el conocimiento local, en los entendimientos comunitarios, en las diferentes líneas de pensamiento vinculadas con el cultivo de la memoria, inherente a una cultura determinada.

Nos perdimos nombres propios, historias de vida, destrezas genuinas, pero no con el afán de estetizar la pobreza o la condición de minoría social, sino con la idea clara y sencilla de integrar lo que cada uno sabe en el contexto de la historia social Argentina, y porque no, política.

Nos perdimos darnos cuenta de que los paisanos son personas y no extraños confundidos y enredados en el concepto de otredad, incapaces de aportar conocimiento al capital social y cultural del país, especialmente a su identidad como Nación.

Permanentemente nos perdemos esas cosas.

En el antiguo mundo, hubo un momento la necesidad de registrar, a través de un soporte impreso, un conjunto de historias que fueron declamadas por los rapsodas en las plazas públicas y en los templos, las generaciones posteriores conocieron esos relatos bajo el título de la Ilíada y la Odisea, o como bien lo expresó Eloy Martínez, esos libros “fueron la obra de muchos hombres o, si se quiere, de todos los Homero que trabajaron en ellas entre los siglos VIII y VI antes de la era actual. Cada copista de La Ilíada sumaba una línea o suprimía una escena, hasta que ese espacio móvil encontró su punto de fijeza”, de algún modo el autor le confirió al extenso poema la posibilidad de concluir la colectiva tarea, de dejar de extenderse en el tiempo. El objeto libro cerró la narrativa oral y dispersó por todos los rincones las verdades que se habían resguardado en la memoria.

Como se notará, a lo largo de los siglos, y en distintos contextos geográficos y culturales, hubo necesidad de compilar narrativas orales, a pesar de los escenarios devastados por el autoritarismo y la intolerancia, fueron muchos los autores que pudieron recrear y recuperar tiestos de un patrimonio en situación de vulnerabilidad, pero muy pocas veces esa tarea fue desarrollada en el interior de una biblioteca.

No se si es una oportunidad, o acaso es parte de un paradigma sin resolución posible, lo que persisten son los inventarios de las cruentas mutilaciones culturales, todos los días sumamos un dato, todos los días agregamos un pronunciado lamento, es probable que a este ritmo, el paso del tiempo sedimente los conocimientos de los paisanos hasta aplanarlos en una masa acrítica, sin indicio alguno de identidad, sin saber como se originaron los hechos, sin entender el porqué de las derrotas, en todo caso habría que prestar atención a unos versos de Juan Gelman:

no te olvides de olvidar el olvido”.


Fuente consultada:

Borges profesor: curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires / edición, investigación y notas de Martín Arias y Martín Hadis. Buenos Aires: Emece, 2000.

El libro en tiempos de la globalización /Tomas Eloy Martinez. World Library and Information Congress: 70th IFLA General Conference and Council 22-27 August 2004 Buenos Aires, Argentina, disponible en: https://archive.ifla.org/IV/ifla70/papers/162s-Eloy-Martinez.pdf


Nota: la imagen corresponde al sitio Pixabay

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