sábado, 20 de julio de 2013

Sobre la representatividad de la utilidad social de los documentos

Esta historia, que quiero compartir analizándola desde la esfera de la bibliotecología comunitaria, permite esclarecer la enorme importancia de la utilidad social de los documentos, cuyos contenidos deben representar, desde las distintas unidades de información, el contexto y las necesidades de las personas en la cual dichos espacios están insertos. En este caso se trata de la presentación de Diagnóstico esperanza, la ópera prima escrita y dirigida por César González, quien se hizo conocido bajo el seudónimo de Camilo Blajaquis (Camilo por Cienfuegos y Blajaquis por el militante sindical asesinado en la pizzería La Real, contado por Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a Rosendo?), en este caso el autor ofrece, según sus propias palabras,  “un ensayo sobre singularidades atravesadas por la violencia y la marginalidad, vidas sumergidas en la ambición, almohadas que sólo tienen sueños capitalistas, envidias, soledad, dolor y sobre la marcha un eterno retorno a lo sagrado de nuestra especie: el arte”.

Es interesante el sub-mundo de las villas que no suele ser representado en los múltiples retratos de las miradas ajenas a dicho espacio, la “villa” se transformó en un género en sí mismo, un lugar explorado desde el “afuera” del mundo. Otorgar visibilidad a las diversas problemáticas solo es posible si la construcción se genera “desde adentro”, contando con colaboraciones desde un enfoque interdisciplinario, pero facilitando el control y la toma de decisiones a quienes forman parte de dicha esfera.

Puestos a resumir los andares de una vida tan intensa como corta, este artista, oriundo de la Villa Carlos Gardel, ha encontrado en el arte la posibilidad de salir de su infierno y de poder pensar la realidad desde un lugar diferente. Siendo muy joven encontró en el robo el único modo de obtener dinero, fue “ciruja”, lo balearon y estuvo preso cinco años. En la cárcel empezó a leer y escribir poesía, se hizo conocido como el “poeta villero”, a los 21años publicó La venganza del cordero atado (ed. Continente), y luego “Crónica de una libertad condicional” (ed. Tinta limón), condujo un programa de TV (Alegría y dignidad), dirigió una revista (¿todo piola?) y organizó talleres literarios. Recientemente concluyó el film al que hacía referencia, realizado íntegramente en la villa, y con actores “villeros”, apelando a la ficción para mostrar en forma endógena el propio funcionamiento de un espacio estigmatizado por gran parte de la sociedad.

Me quiero detener en una reflexión del autor, es importante para tratar de entender el sentido mismo de los servicios ofrecidos por las bibliotecas en contextos de vulnerabilidad social:

“Las cámaras se han cansado de filmar las villas, hubo miniseries recientes, películas, cada dos o tres días en la TV pasan periodísticos dedicados a masacrar a la villa... No soy el primero que filma dentro de una villa. Pero nunca se ve una mirada villera sobre las problemáticas de la sociedad. Ni está presente la mirada que tenemos los villeros sobre nuestro hábitat; siempre están hablando por nosotros. Como si necesitaríamos un traductor al lado o alguien que nos escriba los discursos porque no somos capaces de hacerlo. Mi película puede gustar o no, pero es villera, con una visión villera e interpretada y realizada por gente de las villas, sin máscaras ni intermediarios”.

Cuando se construye un acervo es indispensable el testimonio local, la mirada propia, el conocimiento que no sabe de “bibliografía consultada”, contemplado desde ese cristal, todo lo producido será representativo de la identidad comunitaria, los conocimientos se transforman en documentos, que a su vez alimentan un catálogo que habla de la construcción de un “nosotros”, un trabajo colectivo que dice algo de lo que son, demostrándose a sí mismos que pueden ser capaces de ofrecer contenidos culturales y educativos.

Pero después el autor logra completar desde el análisis personal una observación interesante sobre la mirada estereotipada de quienes construyen dichos estereotipos sin frecuentar los lugares supuestamente investigados. Esto es frecuente, y suele haber un tono paternalista en numerosos proyectos que buscan que “ellos” sean un poco como “nosotros”, y un interés que no resulta tal, cuando la misma ayuda encubre en el fondo la necesidad de una distancia “te ayudo pero quedate donde estás”.

Hay otra situación que descubrí desde el mundo de la literatura, la idea de evitar las mediatizaciones, que desde los escritores es tomar conciencia de la necesidad de eliminar al intermediario que se queda con los mayores porcentajes de la venta de libros, y para este caso concreto de la película, la necesidad de demostrar que a los que viven en las villas no hay porqué retratarlos “como monitos de circo, las lauchas corriendo en la rueda y analizada por las ciencias sociales y periodistas amarillistas”. Es la mirada que se impone, y que es preciso desmontar desde las propias construcciones artísticas y culturales, sobre todo hacia aquellos que han producido documentales que muestran la pobreza como una virtud mientras el trabajo de edición exhibe, mediante términos narrativos, la idea de que el villero es considerado una anomalía, bajo el enfoque de un alto valor dramático, sin posibilidad alguna de cumplir un sueño dentro de la sociedad.

Por lo tanto hay una conciencia, desde el círculo de los barrios marginales, de que los grandes medios manipulan el dolor y las injusticias sociales según su propia conveniencia, al momento de defender sus intereses corporativos para atacar desde sus portadas a los gobiernos que no comparten la misma mirada. La “villa” como género, o como incidencia social, es “tenida en cuenta” para exhibir dicha realidad según la coyuntura política, mientras tanto continúan invisibles para el sistema. Allí radica la importancia de ofrecer contenidos propios, miradas internas que los grandes medios periodísticos creen ilustrar desde sus informes, porque en el fondo hay toda una sociedad, consumidora de esos medios, que se “informan” con las miradas estigmatizadas que sin embargo  hablan de una profunda indiferencia, ya que allí el consumidor reproduce esos valores inculcados, la “rata corriendo en la ruedita de la sociología”, sintiendo terror por el desconocimiento absoluto de una realidad que nunca se preocupó de comprender.

Se trata de una crítica constructiva, cuyo análisis es preciso considerar desde el espacio de las bibliotecas.


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