En
el año 2004, en el congreso de IFLA realizado en Buenos Aires, el escritor
Tomás Eloy Martínez pronunció un discurso sobre “el libro en tiempos de
globalización”. Hacía hincapié en la incidencia del conocimiento oral a lo
largo de la historia, tomando como anclaje los relatos orales recogidos por
Homero, y perpetuados a través del canto de los rapsodas, improvisando con sus
voces en las plazas públicas, ferias y templos, mientras “los demás oían y
modificaban lo que oían con los tañidos de su memoria…”
De
toda esa construcción colectiva derivaría la primera obra de la literatura
occidental, la
Ilíada…
Imaginemos
por un momento el ejercicio de prescindir de la escritura, y entonces vayamos,
en pleno siglo XXI, a entender la irrupción de una biblioteca conformada por
libros vivientes en Estrasburgo, organizada por
la Agencia para los Refugiados de la ONU (ACNUR) y el Consejo de Europa. Allí,
alrededor de veinte refugiados, apátridas, demandantes de asilo, expertos que
ayudan a los refugiados, trabajadores sociales y ayudantes de niños inmigrantes
no acompañados, se convierten en "libros" parlantes desplegando un
catálogo de historias en inglés, francés, árabe, ruso, farsi o kurdo, que los
“lectores” consultan dentro de la biblioteca.
Decía
Aristóteles, en su Lógica, que las palabras habladas son los símbolos de la
experiencia mental, tal vez les quede a los lectores la compleja e irresuelta
tarea de inmovilizar o fijar, mediante la escritura, la carga simbólica de
aquellos testimonios.
Las
historias que antiguamente se desplegaban en la esfera pública ahora tienen un
espacio acaso más significativo: el ámbito de las bibliotecas. Un espacio
dinámico, social, educativo, cultural, donde los recursos documentales deberían
representar una utilidad para la comunidad de usuarios. Un espacio de difusión
de ideas, de discusiones constructivas, de aceptación de otras formas de
conocimiento. Un espacio que propende a la identidad, a la pluralidad, a la
igualdad, y que toma el valor de la memoria para significar conocimiento, como
ha sido desde el amanecer de la existencia humana. Es en esta biblioteca de
libros parlantes donde la idea de documento tiene un carácter móvil, que se
torna complejo en la incidencia emisor-receptor. Si históricamente la relación
entre autor y lector sufrió un vuelco decisivo con la invención de la imprenta,
lo sucedido en Estrasburgo agrega nuevas variables al complejo vehículo de
entendimiento entre las partes (intervención del lector calificado,
construcción crítica de los relatos, variación y complementación de los
testimonios, investigaciones y entrecruzamientos de datos con otros documentos,
etc.)
Frente
al libro viviente, el tiempo deja de ser múltiple, pasa a ser único: el
presente, al cual conferir todos nuestros sentidos, no hay allí dispersión
global, existe un canal de comunicación en un espacio determinado, donde el
usuario establece con el documento viviente una construcción social.
A
modo de ejemplo: uno de los “libros” (el número 16) se titula "Un
hombre negro de un país negro que brilla: el Congo". Se trata de un
refugiado político, cuenta con la ayuda de la ACNUR, y deja un duro testimonio
sobre los prejuicios culturales y el miedo ante la violencia de Estado de
algunos países africanos. Reitera una y otra vez su historia, forma parte de un
catálogo, es un militante defensor de los derechos humanos y sueña con volver a
su país.
Los
libros vivientes están a disposición de sus ocasiones “lectores”, por lo
general pertenecientes a países africanos y en menor escala de Oriente Medio,
las historias que se escuchan dejan al desnudo constantes violaciones a los
derechos humanos básicos.
Otros
de los testimonios corresponden a una refugiada libanesa, un refugiado de Chad,
un demandante de asilo ruandés, una refugiada iraquí…libros parlantes de una biblioteca viviente.
Nota: son constantes los ejemplos con este tipo de experiencias, recientemente en Argentina, provincia de Mendoza, mediante una organización no gubernamental (Oajnu - Organización Argentina Jóvenes por las Naciones Unidas), un grupo de jóvenes replican estas iniciativas llevadas adelante en diversas partes del mundo, en este caso a través de la creación de una biblioteca sin libros, donde los llamados "libros vivientes" se sientan en las mesas a la espera de sus "lectores", logrando con el acto vencer prejuicios con respecto a testimonios pertenecientes a otras formas de conocimiento, y otorgar espacios de expresión y vías de comunicación para quienes viven en condiciones sociales vulnerables.
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