lunes, 19 de marzo de 2018

¿Hay bibliotecas sin bibliotecarios?



Me ha resultado oportuno el comentario que Robert Endean Gamboa escribiera hace unos años en “Problemas del Campo de la Información” –un reconocido espacio crítico referente de la Bibliotecología- en relación a una disyuntiva que últimamente ha corroído el contexto bibliotecario argentino con respecto a los despidos masivos en bibliotecas. Se trata de un texto cuya intervención pública motivó en su momento airados cuestionamientos, en donde lo que se puso en discusión fue la necesidad de que haya bibliotecarios atendiendo en bibliotecas. Para Robert Gamboa “la biblioteca la hace el bibliotecario, y que si no hay bibliotecario entonces tenemos una colección de recursos, pero no una biblioteca”.

Cuando se está en contra de este entendimiento, lo que se desprende es asumir el hecho, tal como lo plantea el autor, de que en algún punto se ha cosificado al bibliotecario, y que a la ignorancia recurrente de su formación, se le suma la idea generalizada de que su campo de acción se basa en un conjunto de rutinas que puede realizar cualquier administrador, basta tener un mínimo conocimiento de orden y que básicamente los libros no se pierdan, en este contexto habría que preguntarse cual es el argumento de los funcionarios de turno para justificar el despido de bibliotecarios en bibliotecas, imaginemos por un momento si el criterio se expandiera transversalmente hacia el resto de las profesiones, o mismo con los políticos, pautar su no-necesidad, que todo se redujera a un protocolo actualizado, que todo se tratase de recetas, para evitar que la idoneidad justifique un sueldo.

Para el colega mexicano ha sido pertinente problematizar este asunto y pensar un poco sobre la posibilidad de que haya bibliotecas sin bibliotecarios, para ello tenemos que preguntarnos quien es el bibliotecario y qué lo caracteriza como bibliotecario. En este apartado recomiendo directamente la lectura del artículo, incluso abordado desde el punto de vista histórico (la necesidad que tuvieron algunos pueblos de organizar bibliotecas, luego de prácticas de acumular soportes con información en sitios determinados, como un rasgo cultural diferenciador de esas sociedades), situación que como sabemos encuentra ejemplos latinoamericanos antes de la llegada de los españoles (sin ir muy lejos los libros pintados de la cultura náhuatl –cuya macrolengua yuto-nahua se habla en México desde el siglo V– conservados en las reconocidas “Amoxcalli” o casa de documentos, verdaderas bibliotecas prehispánicas), por ende lo que tenemos en todas las sociedades son conocimientos organizados por personas preparadas para dichas labores.

Ciertamente hay un desconocimiento del carácter orgánico de la tarea que realizan los profesionales de la información, ignorancia que se suma a la ausencia absoluta de entendimiento por las inevitables consecuencias que su ausencia provocaría en las diferentes unidades de información que forman parte del contexto cultural y educativo de un país, y aquí el autor propuso en su momento un juego inverso: proceder en negativo para efectivamente sustraer al bibliotecario de la biblioteca y corroborar que sucedería en ese hipotético escenario, el resultado es lo que sigue:

Las autoridades deciden que ya no necesitan que haya un bibliotecario en su biblioteca.
El personal que hace el aseo abre la biblioteca cada día por órdenes de las autoridades, quienes mandan que vigilen la biblioteca. Sin embargo, este personal se niega a hacerlo porque esas son funciones del bibliotecario.
Los usuarios comienzan a llegar y preguntan por el bibliotecario, a lo que les responden que ya no habrá nadie para atenderlos y que la biblioteca será de autoservicio. Cuestionan cómo sacarán los libros en préstamo a domicilio, por lo que les presentan una máquina de autopréstamo. Asimismo, les informan que todos los libros tienen el sistema RFID, por lo que si alguien se llevara un libro sin registrarlo en el autopréstamo las autoridades se darían cuenta y lo sancionarían.
A los dos días, hay tal cantidad de libros acumulados en las mesas y el mostrador, además de una revoltura en los estantes, que las autoridades deciden enviar a algunas secretarias para acomodarlos en los libreros. Sin embargo, ellas se quejan y detienen el trabajo, pues no entienden la clasificación.
Las autoridades deciden hablar con su proveedor de los equipos y proponerle que les ayude a que su biblioteca funcione sin un bibliotecario. El proveedor hace un plan en el que cancela el uso del sistema de clasificación e instala un sistema automatizado desde el catálogo electrónico, donde al elegir el registro de un libro se activa una pistola de búsqueda tipo GPS que conduce al usuario al libro que busca.
Varios usuarios se quejan con las autoridades porque ya no hay nadie que les ayude con las búsquedas en bases de datos, para la elaboración de bibliografías, con la recuperación de los documentos y en el servicio de referencia y orientación. Las autoridades deciden que esos problemas se deben a la falta de un programa de alfabetización informacional efectiva, por lo que emprenden una reforma institucional e incorporan cursos en los diversos temas que deben dominar los sujetos para ser autosuficientes en la biblioteca.
Se compran más computadoras para el recinto y se amplía el acceso a la red. Para ello, se decide liberar espacio a través de un descarte de la colección de referencia y de la hemeroteca, pues según las autoridades únicamente son colecciones caras, voluminosas e inútiles, ya que todo lo que contienen debe estar en la Internet.
Los libros continúan acumulándose en las mesas, el mostrador y el piso, los estantes están semivacíos, pero no importa, pues se les puede encontrar con el sistema que instaló el proveedor. El mobiliario y el equipo muestran huellas de vandalismo, por lo que se decide instalar cámaras de seguridad y se estipulan sanciones para los infractores en el reglamento. Los usuarios aprenden a identificar los puntos ciegos del sistema de seguridad y siguen los actos ilícitos en la biblioteca.
Seis meses después, la biblioteca da muestras de gran deterioro y abandono. Los usuarios ya no van. Aunque se ha cuidado que los libros no se queden en las mesas, y menos aún en el piso, exhiben claras muestras de mutilación y abuso, manchas de alimentos, quemaduras de cigarro y otros daños. Desde tres meses antes, los usuarios se quejaban de que los libros que buscaban ya no se hallaban en la biblioteca, que nunca encontraban nada, que nadie estaba para ayudarlos, y que la biblioteca era un desastre.
Las autoridades descubrieron que había ocurrido un saqueo de un número indeterminado de libros, por lo que mandaron hacer un inventario que corroboró el delito y aportó una alarmante cantidad de pérdidas. Entonces, decidieron deshacerse de la biblioteca y utilizar su espacio para poner una sala de Internet con un responsable al frente. Su perfil debía ser de bibliotecario para asegurar el éxito en las búsquedas que hicieran los usuarios y para darles clases de alfabetización informacional.

Aunque pensemos que este relato es improbable que ocurra en la vida real, seguramente estaremos de acuerdo en que la realidad muchas veces supera la ficción. Empero, la duda permanece y por tal motivo le daremos cabida a este problema: El que los propios bibliotecarios crean que puede haber bibliotecas sin bibliotecarios. Es un problema tan espinoso que seguramente lo volveré a tratar más adelante…

Nótese que las “soluciones” al conflicto equivalen a partidas presupuestarias mucho más costosas que los sueldos cobrados por los bibliotecarios, y a pérdidas sensibles de materiales, lo que equivale a imaginar una biblioteca deteriorada en el corto plazo, situación que probablemente lleve a las autoridades a sugerir su cierre por falta de público.

Hagamos un brinco de 6 años. El testimonio viene a cuento luego de los sucesivos despidos masivos que por estos días estamos presenciando en espacios institucionales como el INTI o el CDI-MECON, sumado a una serie de declaraciones desafortunadas del Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación, Lino Barañao, quien ha llegado a considerar “obsoletas” a las bibliotecas, mencionando la necesidad de “reconvertir” bibliotecarios desconociendo por completo la actualización permanente que exige el actual desarrollo de nuestra profesión.

Quien suscribe recuerda una anécdota de un estudiante de ingeniería quien se sorprendió al saber que se estudiaba bibliotecología “para entregar en mano libros a los lectores”, es por eso que podemos afirmar que el problema de fondo sigue siendo la ignorancia, aunque sería interesante preguntarnos porqué ahora surgen estos cuestionamientos políticos, porqué lo especulativo de estas argumentaciones para justificar el vaciamiento de profesionales en estos espacios, porqué la imposibilidad de que dichos entornos sigan favoreciendo relaciones semánticas entre las colecciones y los usuarios, y porqué el entendimiento de aplicar parches, dando a entender que la solución alcanza y sobra poniendo en práctica ciertos verbos: conservar, ordenar, tal vez informar, y a lo sumo disciplinar, que estos lugares de encuentro conocidos como bibliotecas dejen de ser lugares para transformarse en otra cosa, probablemente no-lugares, seguir sosteniendo que en las grandes bibliotecas hay demasiados bibliotecarios, que todos entran en esa inmensa bolsa y que invariablemente la profesión deberá limitar su campo de acción hasta perder toda entidad, sin ser nunca parte de la identidad cultural de una organización educativa.

Para quienes estamos del otro lado sabemos que el problema es otro, y que aún es posible discutirlo desde el disenso, aplicando lógica y no emociones, dando a entender el sentido de nuestra presencia.

Fuente consultada

¿Hay bibliotecas sin bibliotecarios?
En “Problemas del Campo de la Información” / Robert Endean Gamboa

Texto relacionado
¿Dónde están los bibliotecarios?

La imagen corresponde al siguiente sitio:
https://unsplash.com/search/photos/bibliotecas-vacias


Nota: debo decir que cuando me llegó el artículo en una lista de bibliotecología, di por entendido que se trataba de un texto actual, sin embargo el documento de Robert Gamboa es de noviembre de 2012, me ha sorprendido la vigencia del tema, y la estrecha relación que tiene hoy por hoy con el contexto que se experimenta en Argentina, se trata de una reflexión intemporal, que mucho dice de algunas situaciones que se reiteran, lo cual motiva una profunda relectura.

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