martes, 27 de diciembre de 2016

Sobre las posibilidades de las construcciones sociales en bibliotecas


A lo largo del año muchas lecturas se fueron acumulando dentro de un contexto signado por la responsabilidad social del bibliotecario, acaso el punto de entendimiento más emblemático dentro de dicha concepción haya sido el evento sobre Biblioteca Humana ocurrido en la Biblioteca Popular Florentino Ameghino de Luis Guillón, cuya realización dejó al desnudo una paradoja, advertida por Mirta Pérez Díaz bajo la forma de un cuestionamiento: preguntarnos qué nos está pasando como sociedad que para conocer otras historias de vida y otras problemáticas sociales haga falta planificar un encuentro, y que el mismo no surja espontáneamente…

Prácticamente nadie reparó en esta disyuntiva, el evento culminó, los informes se redactaron y vaya a saberse si las personas tuvieron otra posibilidad (o incluso deseo) de comunicarse, sin necesidad de esperar la propuesta institucional de un marco organizado que garantice una simple conversación.

Toda intervención tiene su significado, si genera adscripción, el paso del tiempo le agrega matices, le asigna conceptos, habilita construcciones cuyos esquemas pueden replicarse en otros contextos. La idea, como una rueda, avanza y cumple su destino, el motivo por el cual fueron conjeturados sus criterios. La idea, que a su vez lleva a cuestionar la propia naturaleza, bajo la cual se concibe toda disciplina, oficio o profesión.

Si en ese juego de espejos hacemos el esfuerzo de incluir a la bibliotecología, probablemente advertiremos que aún hay estereotipos que romper, acaso la histórica imagen del bibliotecario conservador, custodio, cuya rigidez lo aleja de toda posibilidad de construir capital social, en tal sentido aún debemos desestructurar anquilosadas estructuras de pensamiento, pasar del paradigma de la información al de la comunicación, generar contenidos, crear conceptos nuevos con un fuerte carácter dinámico, interrogativo, arbóreo.

Es entonces que considero pensar bibliotecas como casas comunales, casas de las palabras, casas de encuentro de personas. Sin alejarnos mucho, en nuestra historia como país tenemos el ejemplo de las pulperías, espacios de complejas dinámicas sociales que representaban un fuerte sentido de pertenencia, de identidad sociocultural, territorio de encuentro e intercambio entre personas de diferentes rasgos sociales, donde era posible compartir una conversación, realizar actividades lúdicas, artísticas y recreativas (juegos de naipes, tabas, carrera de sortijas, contrapuntos con guitarras, payadas, bailes tradicionales) o propiciar la comercialización de diferentes productos.

No podemos afirmar que en su mayoría las bibliotecas hayan representado ese espíritu, cuya máxima proliferación data de comienzos del siglo XX, incluso cabría preguntarse porqué se perdieron en el fondo de los tiempos los duelos de payadores (sin ir más lejos, desde el año 2010 no se realizan más payadas en el Bar Oviedo ubicado frente a la tradicional Feria de Mataderos, cuando por años fue una práctica frecuente y una “marca” registrada del lugar, cita obligada de gauchos, campesinos, folcloristas y tangueros), y es que tal vez tengamos que profundizar en aquellos ejemplos que significan para sus comunidades  las “casas de conocimiento”, ver cuánto pueden aportar, en este contexto, los abuelos y jubilados que viven cerca de una biblioteca pública o popular, cuántos testimonios propios de un fondo oral, cuantas historias de vida, cuántos documentos audiovisuales (hoy que todo lo antiguo tiene más valor comercial que los nuevos objetos, sin ir más lejos los discos de vinilo, VHS, cinta de proyector, casetes o fijarse en el precio que las fotografías antiguas tienen en librerías “de viejo”, sin contar con artefactos desusados como radios, televisores o proyectores cinematográficos).

Se tratan de oportunidades que se van perdiendo, porque en el universo de las culturas orales, los libros vivientes, cuando se van, se encienden por fuera, se hacen fuego, y al poco tiempo, la memoria documental que los acompañó –subrayada, comentada, ligada conceptualmente a otros textos– termina generalmente en manos de un hijo o un nieto, quedando sus materiales prolijamente depositados en un container, a la espera de que los cartoneros lo recojan y algún librero los adquiera, tasando el valor “a caja cerrada”.

Un documento liberado, una memoria embalada como un fardo, un entendimiento ignorado para siempre.

Que en algunas bibliotecas hay buenos ejemplos de construcciones sociales es innegable, pero ciertamente son pocos, la memoria colectiva de los pueblos se pierde si las bibliotecas no se hacen cargo de su rol de responsabilidad social, el tan reiterado concepto “rol social bibliotecario” que de tanto pronunciarse corre riesgo de perder significado.

Decía que las lecturas aumentan y que hay un contexto en el que algunos bibliotecarios elijen estar presentes, indudablemente resultan atractivas las frases como “bibliotecas de trincheras, comunitarias, rurales”, observar esta situación no implica asociar una crítica, pero son pocos los que detrás de esos pronunciamientos generan construcciones reales, documentos reales, situaciones reales de lectura y escritura, de palabras destinadas a formar parte de un documento. En algún punto la bibliotecología comunitaria requiere construcciones endógenas, necesita que los conocimientos se transformen en documentos, que los bibliotecarios ofrezcan información que los usuarios no encontrarán en otras casas de conocimiento, he allí toda fortaleza: constituir un acervo con la gente, ofreciendo nuestro tiempo, compartiendo experiencias.

El actual escenario se encuentra atravesado por relatos, teorías, consejos, opiniones, exposiciones, descripciones, revisiones…no es algo que esté bien o mal, es parte de una realidad cuya ley no escrita nos dice que si no publicamos perecemos, una realidad que no tiene correspondencia con el tiempo presente de quienes son nombrados sin ser entendidos, asumiendo la tarea de interpretar para la sociedad lo que “comprende” de dicho entendimiento, cabría analizar en tal sentido el profundo significado del concepto otredad (porque en este caso “el otro” es el indígena, el campesino, el extranjero, el inmigrante) y no hacer de algunas interpretaciones verdades soberanas.

Observando el plano (si tal acto es posible, ya que es preciso cultivar la atención) y luego de un pequeño recorrido con la mirada, si pasamos un tamiz por las intervenciones profesionales en contextos comunitarios, quedará en algunos casos solo buena literatura y la sensación de que todo está por hacerse, allí nunca faltan los análisis rigurosos, los discursos sobre la ética, las recetas profesionales, la inevitable asociación del nombre propio con el concepto, literatura de la literatura que descansa en algún repositorio y que ni siquiera llega a manos de quienes son referenciados.
Este simple texto intenta alertar sobre las posibilidades de las construcciones sociales bibliotecarias, porque aún siguen latentes en múltiples espacios de comunicación e información, y nos permiten cultivar un conocimiento con un rostro real intercambiando palabras reales en lugares donde las personas puedan encontrarse.

En tal sentido creo en el aporte de los docentes de bibliotecología, en los formadores de bibliotecarios, quienes pueden lograr, mediante pasantías, voluntariado y colaboraciones, recuperar aquel espíritu de los espacios sociales emergentes y espontáneos donde la identidad se forjaba entre el bullicio, las destrezas y la memoria, esa necesidad que como profesionales de la información debemos tener de estar alertas y dar respuesta inmediata a la cambiante dinámica social sin intención especulativa de por medio.

A ellos, bordadores de tejidos invisibles, van dedicadas estas palabras.

Nota: la imagen fue recuperada del siguiente texto:


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