Esta
historia, que quiero compartir analizándola desde la esfera de la
bibliotecología comunitaria, permite esclarecer la enorme importancia de la
utilidad social de los documentos, cuyos contenidos deben representar, desde
las distintas unidades de información, el contexto y las necesidades de las
personas en la cual dichos espacios están insertos. En este caso se trata de la
presentación de Diagnóstico esperanza, la ópera prima escrita y dirigida por César
González, quien se hizo conocido bajo el seudónimo de Camilo Blajaquis (Camilo
por Cienfuegos y Blajaquis por el militante sindical asesinado en la pizzería
La Real, contado por Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a Rosendo?), en este
caso el autor ofrece, según sus propias palabras, “un ensayo sobre singularidades atravesadas por la violencia y
la marginalidad, vidas sumergidas en la ambición, almohadas que sólo tienen
sueños capitalistas, envidias, soledad, dolor y sobre la marcha un eterno
retorno a lo sagrado de nuestra especie: el arte”.
Es interesante el sub-mundo de las
villas que no suele ser representado en los múltiples retratos de las miradas
ajenas a dicho espacio, la “villa” se transformó en un género en sí mismo, un
lugar explorado desde el “afuera” del mundo. Otorgar visibilidad a las diversas
problemáticas solo es posible si la construcción se genera “desde adentro”,
contando con colaboraciones desde un enfoque interdisciplinario, pero
facilitando el control y la toma de decisiones a quienes forman parte de dicha
esfera.
Puestos a resumir los andares de
una vida tan intensa como corta, este artista, oriundo de la Villa Carlos
Gardel, ha encontrado en el arte la posibilidad de salir de su infierno y de
poder pensar la realidad desde un lugar diferente. Siendo muy joven encontró en
el robo el único modo de obtener dinero, fue “ciruja”, lo balearon y estuvo
preso cinco años. En la cárcel empezó a leer y escribir poesía, se hizo
conocido como el “poeta villero”, a los 21años publicó La
venganza del cordero atado (ed. Continente), y luego “Crónica de una libertad condicional” (ed. Tinta
limón), condujo un programa de TV (Alegría y dignidad), dirigió una revista
(¿todo piola?) y organizó talleres literarios. Recientemente concluyó el film
al que hacía referencia, realizado íntegramente en la villa, y con actores
“villeros”, apelando a la ficción para mostrar en forma endógena el propio
funcionamiento de un espacio estigmatizado por gran parte de la sociedad.
Me quiero detener en una reflexión
del autor, es importante para tratar de entender el sentido mismo de los
servicios ofrecidos por las bibliotecas en contextos de vulnerabilidad social:
“Las cámaras se han cansado de
filmar las villas, hubo miniseries recientes, películas, cada dos o tres días
en la TV pasan periodísticos dedicados a masacrar a la villa... No soy el
primero que filma dentro de una villa. Pero nunca se ve una mirada villera
sobre las problemáticas de la sociedad. Ni está presente la mirada que tenemos
los villeros sobre nuestro hábitat; siempre están hablando por nosotros. Como
si necesitaríamos un traductor al lado o alguien que nos escriba los discursos
porque no somos capaces de hacerlo. Mi película puede gustar o no, pero es
villera, con una visión villera e interpretada y realizada por gente de las
villas, sin máscaras ni intermediarios”.
Cuando se construye un acervo es
indispensable el testimonio local, la mirada propia, el conocimiento que no sabe
de “bibliografía consultada”, contemplado desde ese cristal, todo lo producido
será representativo de la identidad comunitaria, los conocimientos se
transforman en documentos, que a su vez alimentan un catálogo que habla de la
construcción de un “nosotros”, un trabajo colectivo que dice algo de lo que
son, demostrándose a sí mismos que pueden ser capaces de ofrecer contenidos
culturales y educativos.
Pero después el autor logra
completar desde el análisis personal una observación interesante sobre la
mirada estereotipada de quienes construyen dichos estereotipos sin frecuentar
los lugares supuestamente investigados. Esto es frecuente, y suele haber un
tono paternalista en numerosos proyectos que buscan que “ellos” sean un poco
como “nosotros”, y un interés que no resulta tal, cuando la misma ayuda encubre
en el fondo la necesidad de una distancia “te ayudo pero quedate donde estás”.
Hay otra situación que descubrí
desde el mundo de la literatura, la idea de evitar las mediatizaciones, que
desde los escritores es tomar conciencia de la necesidad de eliminar al
intermediario que se queda con los mayores porcentajes de la venta de libros, y
para este caso concreto de la película, la necesidad de demostrar que a los que
viven en las villas no hay porqué retratarlos “como monitos de circo, las
lauchas corriendo en la rueda y analizada por las ciencias sociales y
periodistas amarillistas”. Es la mirada que se impone, y que es preciso
desmontar desde las propias construcciones artísticas y culturales, sobre todo
hacia aquellos que han producido documentales que muestran la pobreza como una
virtud mientras el trabajo de edición exhibe, mediante términos narrativos, la
idea de que el villero es considerado una anomalía, bajo el enfoque de un alto
valor dramático, sin posibilidad alguna de cumplir un sueño dentro de la
sociedad.
Por lo tanto hay una conciencia,
desde el círculo de los barrios marginales, de que los grandes medios manipulan
el dolor y las injusticias sociales según su propia conveniencia, al momento de
defender sus intereses corporativos para atacar desde sus portadas a los
gobiernos que no comparten la misma mirada. La “villa” como género, o como
incidencia social, es “tenida en cuenta” para exhibir dicha realidad según la
coyuntura política, mientras tanto continúan invisibles para el sistema. Allí
radica la importancia de ofrecer contenidos propios, miradas internas que los
grandes medios periodísticos creen ilustrar desde sus informes, porque en el
fondo hay toda una sociedad, consumidora de esos medios, que se “informan” con
las miradas estigmatizadas que sin embargo
hablan de una profunda indiferencia, ya que allí el consumidor reproduce
esos valores inculcados, la “rata corriendo en la ruedita de la sociología”,
sintiendo terror por el desconocimiento absoluto de una realidad que nunca se
preocupó de comprender.
Se trata de una crítica
constructiva, cuyo análisis es preciso considerar desde el espacio de las
bibliotecas.