viernes, 29 de mayo de 2020

Dos años bajo el cielo sabio



Dos años sin Carlos Martínez Sarasola, el hombre puente que completó un círculo con sus actos, el del paso firme, la palabra oportuna, el que fue llamado Colilonko/Colinao (cabeza colorada/jaguar colorado) por la Comunidad Lof Vicente Catrunao Pincén, el que dijo “los hermanos indígenas y su manera de estar en el mundo me ayudan enormemente a integrarme como persona y a articular mis campos temáticos, todo maravillosamente entrelazado bajo el cielo sabio y protector de la espiritualidad”, el que abrió puertas donde antes había muros, el primer Winka (hombre blanco) purrufe (danzante) en la danza del Choike Purrún del Nguillatún (Ceremonia mapuche) en la Comunidad de Chorriaca, Neuquén, el que comprendió como pocos el significado de una rogativa, el guía espiritual de una forma de entendimiento, el que recorrió los andares de la empatía, Carlos el de los abrazos, el de la sonrisa fraterna, el que cultivó la sabiduría, el que escribió hace unos 30 años un libro fundamental para comprender las culturas indígenas “lo que tengo frente a mí es una enorme incertidumbre. Sin embargo, los que creemos que la utopía de un mundo más justo todavía está vigente, y que su concreción es posible; los que sentimos que la vida es una lucha incesante por alcanzar cada día algo más de bienestar entre todos los hombres, cualquiera que sea su forma de vida; los que trabajamos pensando que la revaloración de la cultura de un pueblo es una meta permanente, nos vemos comprometidos a persistir en la tarea, sin bajar los brazos, a pesar de todos los obstáculos”.

Como bien dicen tus amigos mapuches, duele fuerte todavía tu ausencia. Golpea con la fuerza de tus firmes pasos y la grandeza de tus palabras… con esa rabia amorosa que nos empuja a seguir.

Lo seguimos intentando en tu nombre Carlos, continuando con tu legado del modo más honesto posible, porque sabemos que vale la pena encontrarnos en tu memoria.

Fuente:

lunes, 25 de mayo de 2020

4 Lonkos


Tuve oportunidad de ver este largometraje sobre 4 lonkos emblemáticos de la Historia Argentina, los caciques Juan Cafulcurá, Cipriano Catriel, Mariano Rosas y Vicente Catrenao Pincén. El documental ofrece las apariciones públicas de investigadores que han empatizado sobre las culturas de los pueblos originarios, tales son los casos de verdaderos hombres puente como Carlos Martínez Sarasola, Osvaldo Bayer, Alberto Rex González o Luis Eduardo Pincén. Ver esta proyección es detenerse en las postrimerías del país que no fue, y que aún hoy sigue generando grietas en la sociedad.

Hay quienes tienen la necesidad de etiquetar como incomprensible que algunos antropólogos adhieran a otras formas de creencia, propias de los indígenas, mitifican en forma despectiva aquellas posturas que confrontan con el conocimiento científico racional, en el que se han formado los historiadores blancos desde hace por lo menos tres siglos, pero más allá de esa observación, viene bien recordarnos que nombres como Julio Argentino Roca, Estanislao Zeballos o el perito Francisco Pascasio Moreno han representado la idea, esbozada en este caso por Bayer, de ser ni mas ni menos que instigadores de un holocausto, muchos de los cuales se dedicaron en vida a coleccionar cráneos de indios, para luego exhibirlos en las vitrinas de reconocidos museos del país.

Es interesante el concepto de despojo que rodea las existencias de los 4 caciques, casos como los de Panquitruz Guor (conocido como Mariano Rosas), donde la profanación de la fosa culmina, luego de un extenso derrotero jurídico-legal, en una restitución a la comunidad, instalando una pirámide donde pudieron honrar su memoria, lo que prueba que el tiempo termina equilibrando de algún modo el devenir de la historia, deja al descubierto la noción de que siempre es posible profanar un cuerpo por intermedio de la barbarie, pero que nunca se podrá profanar un nombre, este perdura a pesar de la derrota, y es parte de la memoria colectiva de una comunidad.

La ultrajación en campo abierto del cuerpo de Cafulcurá por intermedio del Coronel Nicolás Levalle, es otra página que engrosó los catálogos del llamado “museo del genocidio” (Ciencias Naturales de La Plata), mientras que nombres propios como el Perito Moreno terminaron asociados a espacios geográficos, como si fuera un héroe nacional, es acaso una revisión que en forma permanente no debe olvidarse, que sirva para medir el exacto peso de nuestra historia como pueblo.

Cipriano Catriel, un “indio amigo” (concepto que describe a los caciques asentados en la frontera que decidieron estar del lado de los criollos), tuvo por morada una vivienda en la Ciudad de Azul, al interior de Buenos Aires, su casa es la única de un cacique argentino que permanece en pie, lo que hace un aporte al patrimonio histórico y cultural del país, conocido entre los suyos como Mariñancú (10 aguilas), este paisano pampa fue finalmente recibido por su pueblo, al lograr recuperar por vías legales el cráneo y el poncho del legendario cacique, exhibidos durante años en el “Museo de la Patagonia Francisco P. Moreno” de Bariloche.

El documental finaliza con la mención de Vicente Catrenao Pincén (en lengua mapudungun “el que habla con lo sagrado”), perteneció al linaje de los Catreano (“el que cortó o cazó al jaguar”), de sangre huarpe, surgió al sur de la provincia de Buenos Aires, donde mantuvo un fuerte liderazgo entre los ranqueles, su vida es un poco el derrotero de una cultura que padeció una lamentable pérdida de valores, no se conoce sepultura ni los motivos de su muerte, su caso es entendido en la comunidad gününä ä küna-mapuche Lof “Vicente Catrunao Pincén” como el primer desaparecido de la Historia Argentina, vale citar las palabras de Luis Pincén, tataranieto del cacique, quien afirmó que su comunidad tardó cuatro generaciones en volver a equilibrar lo que por tanto tiempo estuvo mancillado, a este ngenpin o “dueño del decir”, llegaron a disfrazarlo de salvaje para una foto, noción que aún prevalece en nuestro territorio, como cuando algunas autoridades esperan que los paisanos asistan con plumas y boleadoras a ciertos actos públicos, sorprendidos de verlos con ropa informal, como si fueran extraños objetos de una época olvidada.

Este largometraje de Sebastián Díaz -investigador comprometido con la causa indígena- denuncia el genocidio perpetrado por el Estado argentino durante las Campañas al Desierto, los nombres propios abordados en el trabajo describen con documentos, lecturas y testimonios, lo que mucha gente ha negado, o dejado de interpelar, por el simple hecho de no integrar a quienes tuvieron por destino la mala fortuna de pertenecer a una cultura preexistente, en un territorio donde podía contemplarse la lejanía del horizonte, aquel que los lonkos atravesaron a caballo, desprendiendo viento a su paso.

Fuente:

lunes, 4 de mayo de 2020

Sobre la necesidad de compilar narrativas orales



A James Macpherson, poeta británico de fines del siglo XVIII, precursor según Borges del movimiento romántico, le encargaron que publicara todo lo que fuera posible documentar sobre antiguos manuscritos gaélicos, con el objeto de compilar la narrativa oral de los pueblos pertenecientes a las Highlands de Escocia, las tierras altas de aquel pueblo de guerreros. Tareas como esas ya no se encomiendan a los poetas contemporáneos, como tampoco se estila que cada monarca tenga su poeta o poetisa que exalte las gestas que lo enaltecen.

Se sabe que Macpherson acepto el pedido y estuvo cerca de un año investigando documentos mientras recorría las aldeas de las serranías escocesas. Lo ayudó el oficio y el haber escuchado de niño narrativas épicas recitadas en gaélico, tal cual se estilaba en la Escocia de esos años. Lo cierto es que Macpherson tenía un conocimiento oral de la cultura celta, el había escuchado siendo niño a los bardos, quienes solían recitar textos épicos escoceses en idioma gaélico, de este modo pudo reunir esos fragmentos, completándolos con versículos bajo formas rítmicas similares a los salmos bíblicos, y los publicó en Edimburgo bajo el nombre de los “Poemas de Ossian”.

Por un momento pienso si ese encargo lo podríamos llevar adelante con las actuales comunidades indígenas, si bien existe un trabajo de recopilación de diversas tradiciones y mitos orales, aún quedan pueblos enteros en las periferias de grandes ciudades, que día a día van perdiendo lo poco que rememoran de sus ancestros. Se trata de libros dispersos que van deambulando por allí, sin que nadie lo percate. Es el fuego de la memoria que se lleva a los ancianos y deja inconclusas las historias que nunca tuvieron un final. Vale decir que no estamos limitando la cuestión al contexto folclórico, que en buena medida ha proliferado entre los gestos editoriales de algunas organizaciones y partidos políticos. La oportunidad que se ha perdido estuvo centrada en el conocimiento local, en los entendimientos comunitarios, en las diferentes líneas de pensamiento vinculadas con el cultivo de la memoria, inherente a una cultura determinada.

Nos perdimos nombres propios, historias de vida, destrezas genuinas, pero no con el afán de estetizar la pobreza o la condición de minoría social, sino con la idea clara y sencilla de integrar lo que cada uno sabe en el contexto de la historia social Argentina, y porque no, política.

Nos perdimos darnos cuenta de que los paisanos son personas y no extraños confundidos y enredados en el concepto de otredad, incapaces de aportar conocimiento al capital social y cultural del país, especialmente a su identidad como Nación.

Permanentemente nos perdemos esas cosas.

En el antiguo mundo, hubo un momento la necesidad de registrar, a través de un soporte impreso, un conjunto de historias que fueron declamadas por los rapsodas en las plazas públicas y en los templos, las generaciones posteriores conocieron esos relatos bajo el título de la Ilíada y la Odisea, o como bien lo expresó Eloy Martínez, esos libros “fueron la obra de muchos hombres o, si se quiere, de todos los Homero que trabajaron en ellas entre los siglos VIII y VI antes de la era actual. Cada copista de La Ilíada sumaba una línea o suprimía una escena, hasta que ese espacio móvil encontró su punto de fijeza”, de algún modo el autor le confirió al extenso poema la posibilidad de concluir la colectiva tarea, de dejar de extenderse en el tiempo. El objeto libro cerró la narrativa oral y dispersó por todos los rincones las verdades que se habían resguardado en la memoria.

Como se notará, a lo largo de los siglos, y en distintos contextos geográficos y culturales, hubo necesidad de compilar narrativas orales, a pesar de los escenarios devastados por el autoritarismo y la intolerancia, fueron muchos los autores que pudieron recrear y recuperar tiestos de un patrimonio en situación de vulnerabilidad, pero muy pocas veces esa tarea fue desarrollada en el interior de una biblioteca.

No se si es una oportunidad, o acaso es parte de un paradigma sin resolución posible, lo que persisten son los inventarios de las cruentas mutilaciones culturales, todos los días sumamos un dato, todos los días agregamos un pronunciado lamento, es probable que a este ritmo, el paso del tiempo sedimente los conocimientos de los paisanos hasta aplanarlos en una masa acrítica, sin indicio alguno de identidad, sin saber como se originaron los hechos, sin entender el porqué de las derrotas, en todo caso habría que prestar atención a unos versos de Juan Gelman:

no te olvides de olvidar el olvido”.


Fuente consultada:

Borges profesor: curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires / edición, investigación y notas de Martín Arias y Martín Hadis. Buenos Aires: Emece, 2000.

El libro en tiempos de la globalización /Tomas Eloy Martinez. World Library and Information Congress: 70th IFLA General Conference and Council 22-27 August 2004 Buenos Aires, Argentina, disponible en: https://archive.ifla.org/IV/ifla70/papers/162s-Eloy-Martinez.pdf


Nota: la imagen corresponde al sitio Pixabay