A James Macpherson, poeta británico de fines del siglo XVIII, precursor
según Borges del movimiento romántico, le encargaron que publicara todo lo que
fuera posible documentar sobre antiguos manuscritos gaélicos, con el objeto de
compilar la narrativa oral de los pueblos pertenecientes a las Highlands de
Escocia, las tierras altas de aquel pueblo de guerreros. Tareas como esas ya no
se encomiendan a los poetas contemporáneos, como tampoco se estila que cada monarca
tenga su poeta o poetisa que exalte las gestas que lo enaltecen.
Se sabe que Macpherson acepto el pedido y estuvo cerca de un año
investigando documentos mientras recorría las aldeas de las serranías escocesas.
Lo ayudó el oficio y el haber escuchado de niño narrativas épicas recitadas en
gaélico, tal cual se estilaba en la Escocia de esos años. Lo cierto es que
Macpherson tenía un conocimiento oral de la cultura celta, el había escuchado
siendo niño a los bardos, quienes solían recitar textos épicos escoceses en
idioma gaélico, de este modo pudo reunir esos fragmentos, completándolos con
versículos bajo formas rítmicas similares a los salmos bíblicos, y los publicó
en Edimburgo bajo el nombre de los “Poemas de Ossian”.
Por un momento pienso si ese encargo lo podríamos llevar
adelante con las actuales comunidades indígenas, si bien existe un trabajo de
recopilación de diversas tradiciones y mitos orales, aún quedan pueblos enteros
en las periferias de grandes ciudades, que día a día van perdiendo lo poco que
rememoran de sus ancestros. Se trata de libros dispersos que van deambulando
por allí, sin que nadie lo percate. Es el fuego de la memoria que se lleva a
los ancianos y deja inconclusas las historias que nunca tuvieron un final. Vale
decir que no estamos limitando la cuestión al contexto folclórico, que en buena
medida ha proliferado entre los gestos editoriales de algunas organizaciones y
partidos políticos. La oportunidad que se ha perdido estuvo centrada en el
conocimiento local, en los entendimientos comunitarios, en las diferentes
líneas de pensamiento vinculadas con el cultivo de la memoria, inherente a una
cultura determinada.
Nos perdimos nombres propios, historias de vida, destrezas
genuinas, pero no con el afán de estetizar la pobreza o la condición de minoría
social, sino con la idea clara y sencilla de integrar lo que cada uno sabe en
el contexto de la historia social Argentina, y porque no, política.
Nos perdimos darnos cuenta de que los paisanos son personas y no
extraños confundidos y enredados en el concepto de otredad, incapaces de
aportar conocimiento al capital social y cultural del país, especialmente a su
identidad como Nación.
Permanentemente nos perdemos esas cosas.
En el antiguo mundo, hubo un momento la necesidad de registrar,
a través de un soporte impreso, un conjunto de historias que fueron declamadas
por los rapsodas en las plazas públicas y en los templos, las generaciones
posteriores conocieron esos relatos bajo el título de la Ilíada y la Odisea, o
como bien lo expresó Eloy Martínez, esos libros “fueron la obra de muchos hombres o, si se quiere, de todos los Homero
que trabajaron en ellas entre los siglos VIII y VI antes de la era actual. Cada
copista de La Ilíada sumaba una línea o suprimía una escena, hasta que ese
espacio móvil encontró su punto de fijeza”, de algún modo el autor le
confirió al extenso poema la posibilidad de concluir la colectiva tarea, de dejar
de extenderse en el tiempo. El objeto libro cerró la narrativa oral y dispersó
por todos los rincones las verdades que se habían resguardado en la memoria.
Como se notará, a lo largo de los siglos, y en distintos
contextos geográficos y culturales, hubo necesidad de compilar narrativas
orales, a pesar de los escenarios devastados por el autoritarismo y la
intolerancia, fueron muchos los autores que pudieron recrear y recuperar
tiestos de un patrimonio en situación de vulnerabilidad, pero muy pocas veces
esa tarea fue desarrollada en el interior de una biblioteca.
No se si es una oportunidad, o acaso es parte de un paradigma
sin resolución posible, lo que persisten son los inventarios de las cruentas
mutilaciones culturales, todos los días sumamos un dato, todos los días
agregamos un pronunciado lamento, es probable que a este ritmo, el paso del
tiempo sedimente los conocimientos de los paisanos hasta aplanarlos en una masa
acrítica, sin indicio alguno de identidad, sin saber como se originaron los
hechos, sin entender el porqué de las derrotas, en todo caso habría que prestar
atención a unos versos de Juan Gelman:
“no te olvides de olvidar
el olvido”.
Fuente consultada:
Borges profesor: curso de literatura inglesa en la Universidad
de Buenos Aires / edición, investigación y notas de Martín Arias y Martín
Hadis. Buenos Aires: Emece, 2000.
Nota: la imagen corresponde al sitio Pixabay