Hace tiempo viene siendo noticia lo que se ha dado en llamar como
“la construcción de la Biblioteca Indígena más grande de Colombia”, el
denominado Centro de Memoria Indígena y Biblioteca de la Sierra Nevada, ubicada
en el Centro de Simunurwa, parte sur oriental de la Sierra Nevada de Santa
Marta, a 30 minutos del municipio de Pueblo Bello, en el departamento de Cesar,
desde donde se pretende recopilar los documentos que se publican sobre las
comunidades. El universo abarca a las culturas Arhuaco, Wiwa, Kankuamo y Kogui,
esperando incluir a futuro el total de los pueblos existentes a lo largo del
territorio colombiano.
Cuando este tipo de noticias surge, invariablemente se analizan una
serie de cuestiones abordadas desde el contexto de la bibliotecología
comunitaria, en especial aquellos bibliotecarios que investigaron sobre
comunidades indígenas a lo largo de su ejercicio profesional, una tarea que ha
sido frecuente desde aquel amanecer del “Encuentro latinoamericano sobre la
atención bibliotecaria a las comunidades indígenas”, realizado en México en el
año 2000, cuando se discutieron problemáticas concretas en torno a los
servicios bibliotecarios, las colecciones, redes indígenas y modelos de
atención en bibliotecas. Paralelamente se abordaron situaciones vinculadas con
la oralidad, la memoria y la identidad de los pueblos originarios, buscando que
las incipientes “casas de la memoria” lograsen representar el conocimiento de
las familias indígenas.
La posibilidad del emprendimiento genera un anhelo, que esta casa
grande, que contendrá salones para los cuenteros, para los tejidos, para la
realización audiovisual y para las danzas, represente por sí misma el grado de
pertenencia que han evidenciado en el pasado, construcciones similares como las
malocas amazónicas (casas comunales del amazonas, entendidas como duplicados
del universo, bajo una profunda comprensión de la totalidad), los Opy (casa de
oración Mbya Guaraní) o los Usuré (casas cónicas de conocimiento de la cultura
Bri Bri de Costa Rica, verdadero centro espiritual que representa la
cosmovisión originaria así como su organización social), por nombrar solo
algunas.
El reto es el mismo, preservar la memoria de los padres y los
abuelos, o como bien lo expresa bajo el signo de un interrogante Hugo Jamioy,
oralitor del pueblo camëntsá del Putumayo “¿Quiénes son nuestras bibliotecas
vivas y hablantes?” “Nuestros abuelos, guardadores de un conocimiento, pero
como seres humanos su vida tiene un límite, se mueren, y cuando uno de ellos se
va, se lleva todo ese saber”.
Bajo ese entendimiento nació el proyecto del Centro de Memoria y
Biblioteca Indígena Patrimonial de Colombia, que estará bajo la dirección de
Jamioy, quien desde hace tiempo trabaja en forma permanente para preservar la
tradición cultural y literaria de las culturas indígenas colombianas. Según se
registra en la nota, el nuevo centro de conocimiento se ubica en territorio Arhuaco,
en la comunidad de Simonorua de la Sierra Nevada de Santa Marta, y es, según el
cronista, la biblioteca indígena más grande que se ha construido hasta el
momento. Se erigió siguiendo técnicas arquitectónicas del pueblo, contó con la
participación de la comunidad y recibió un apoyo monetario del anterior
Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia.
Cuidar la palabra
Es interesante remarcar un hecho que respeta el criterio cosmológico
presente en numerosas comunidades indígenas, en directa relación con el
entendimiento de la arquitectura originaria. En el caso del Centro de Memoria,
al ser considerado un lugar de gran importancia para las comunidades, se están
cumpliendo actos espirituales antes de oficializar su apertura. Para el oralitor
del pueblo camëntsá no se puede hacer un bautizo en cualquier momento, sino que
es necesario esperar que el sol llegue a una posición específica para
garantizar que la ceremonia se realice de la mejor manera posible, esta
situación tiene un fuerte vínculo con el valor que las comunidades le dan a la
palabra, la biblioteca pasaría a representar un espacio donde la palabra es
cuidada y resguardada, ya que la palabra como tal está presente en el pueblo
camëntsá en cada una de las actividades de la vida, y es allí que adquiere otra
dimensión cuando la palabra incide de algún modo en el equilibrio de la
naturaleza y el vínculo con la tierra, hay en todo esto una fuerte conexión
entre la palabra y el espacio orgánico donde crece lo labrado en la tierra. Para
Jamioy, la palabra “la inventaron nuestros mayores, no solamente para designar
superficialmente un fenómeno natural, sino para ir al espíritu mismo”, y en ese
ejercicio los paisanos experimentan una profunda interacción con el
territorio.
Como bibliotecarios resulta necesario, en este planteo, analizar
aquellos elementos inherentes a nuestra praxis profesional, poder habilitar un
entendimiento entre el valor de la palabra y el sentido de una biblioteca en
dicho contexto, para no limitar su participación a la noción de resguardo,
resultaría inconducente proponer ideas si las mismas no se generan en forma
circular entre las familias y el bibliotecario, en tal caso es importante
contribuir al desarrollo de un acervo en forma endógena y dinámica, que la estructura
orgánica de una biblioteca construya identidad.
Por otro lado es muy interesante analizar el entendimiento de la
poesía en este pueblo, para Jamioy, quien ha escrito varios libros en lengua
camëntsá, las metáforas cumplen una significación muy particular, asimismo
resulta habitual que el proceso de elaboración literaria obtenga sus raíces de
las denominadas minga (reunión) de pensamiento, lo cual evidencia un conjunto
de experiencias que representan aspectos identitarios de su pueblo, y si bien
los libros se traducen, hay que tener cuidado en volcar al español el
entendimiento indígena, a modo de ejemplo la palabra Shinye no es
solo traducción literal de sol, como se encontró alguna vez cuando alguien
intentó traducir su lengua al español. Esa palabra evoca un concepto más
complejo, “hace referencia a un padre dador de luz en el tiempo”, la palabra
tiene raíces con la cosmología antigua desde las cuales se despliegan las
construcciones arborescentes, entender ese sistema de pensamiento es clave si
es que la biblioteca decida, en un futuro no lejano, generar la propia
colección dentro de la comunidad.
Letras indígenas
Por ahora, la biblioteca está dotada de libros “comunes”, cuenta
Jamioy, quien será su director, pero el gran propósito es que sea un espacio de
creación, en cuanto a las letras y otra clase de artes, pero que le den ese
factor que lo convertirá realmente en un centro de memoria. No es una tarea
sencilla, construir acervo que tenga anclaje en la memoria, para que la
identidad sea fortalecida en el exacto momento en que un conocimiento se
transforme en documento. Para el escritor indígena “ese es el reto, aportarle y
crear contenidos desde nuestra visión que nos permita decir que esta es una
biblioteca indígena”.
Aunque el saber de estas comunidades se ha divulgado principalmente
a través de la oralidad, el equipo de trabajo de la biblioteca ya está
desarrollando procesos de educación para estudiantes y profesores y así generar
contenido propio, registrar lo que les han legado sus ancestros. También a
través de otras narrativas: textos escritos, contenidos audiovisuales y audios.
Como dice el autor “que ni la muerte arrebate el conocimiento que han generado
durante siglos”.
Los paisanos tienen elementos para propiciar una construcción
cultural: conservan costumbres, experimentan destrezas, guardan registros en la
memoria, escuchan sin anular lo que el otro sabe, comunican saberes e integran
a los niños en las actividades comunitarias, y en especial establecen un
vínculo entre la literatura –sobre todo la poesía– con todo aquello que se
cultiva, Jamioy lo expresa con un recuerdo: la vez en que fue con su padre a
una chacra cuando era niño. Allí, sembraron una planta y cuando Hugo le
preguntó: “¿Ya está?”, su padre respondió: “esta semilla solo será
real cuando veamos su crecimiento y todo lo que te he enseñado se hará verdad
cuando brote su primer retoño, no antes”.
Resulta todo un desafío para un paisano representar con palabras la
sabiduría de sus ancestros, ya que las palabras heredadas a lo largo del
tiempo cobran otra dimensión cuando son trabajadas y perpetuadas en un texto,
escritura que tiene reminiscencias con la oralidad, y cuyo sentido crece
resguardando silencios, fuegos, canciones, consejos, decisiones, hilaturas que
llevan al oralitor camëntsá a entender la poesía como un ejercicio comunitario,
porque lo hilvanado pertenece al pueblo, porque la palabra puede transitar en
equilibrio hacia la belleza.
Escribir como forma de resistencia
Para Jamioy, al formar parte de la construcción de la biblioteca,
entiende que la misma debe ser un espacio para acercarse, para reconocerse
y para leerse unos a otros, no solo entre los pueblos indígenas, sino también
entre los demás colombianos.
A la pregunta de por qué escribir, Hugo contesta: “Porque
mientras estaba en la universidad yo era muy tímido, porque no encontraba
muchos lugares para contar mis historias a través de la oralidad, como me
habían enseñado. Así que empecé a escribir y me di cuenta de que así me
escuchaban más. Y luego seguí escribiendo en camëntsá con traducción al
español, para que la gente supiera que nuestras lenguas también pueden
escribirse y que la escritura no le pertenece a la tradición occidental. La
escritura simbólica e, incluso, alfanumérica, ha existido milenariamente entre
nosotros. Por eso es importante que la gente deje de vernos como museos
vivos”.
Y es que, en la medida en que el país siga creyendo que los
indígenas son piezas arqueológicas que no deben cambiar, seguirá destinándolos
a la estigmatización, a la opresión y finalmente a su extinción.
Más allá de la escritura alfabética
Miguel Rocha, el académico que más ha estudiado las oralituras en el
país, hizo un esfuerzo enorme con las comunidades y la academia para
visibilizar las creaciones contemporáneas de los autores indígenas. Con el
cine, el documental, la pintura, el tejido, el performance y la
poesía, Miguel les ha demostrado a los cientos de estudiantes que han
pasado por sus aulas en la Universidad Javeriana, que la tradición indígena
está viva y está en constante transformación, y que hay todo un mundo más
allá del Popol Vuh.
Para el autor es clave comprender que la biblioteca no reemplaza ni
supera el conocimiento ancestral para las etnias de la Sierra, solo lo
complementa, lo guarda y lo reúne en un momento esencial para las comunidades
indígenas, en un momento en que sienten que las amenazan desde afuera y en que
temen que sus costumbres y conocimientos mueran por la presión, situación que
los lleva a considerar la construcción espiritual y filosófica de puentes,
conversaciones, alianzas, en donde la biblioteca cumplirá un rol esencial, en
directa vinculación con los oralitores, guardianes del conocimiento oral de la
cultura.
Resulta valioso compartir lo que para muchos indígenas representa la
figura de Hugo Jamioy, cuya noción de confraternidad se ve reflejada en su
escritura, algo que marca junturas con la noción misma de biblioteca indígena:
las personas son bibliotecas vivientes.
Notas consultadas:
Una biblioteca indígena para la memoria / El Colombiano.com
La Sierra Nevada tendrá la biblioteca indígena más grande de
Colombia / Semana Rural
https://semanarural.com/web/articulo/la-sierra-nevada-tendra-la-biblioteca-indigena-mas-grande-de-colombia/1045
La casa del conocimiento del pueblo bri bri / Que Sabe Quien
Opy - Casa de Oración Mbya Guaraní / Crónicas de la tierra sin mal
http://cronicasinmal.blogspot.com/2013/06/opy-casa-de-oracion-mbya-guarani.html
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