Finalmente, el
sábado 15 de octubre, se llevó a cabo en la Biblioteca Popular Florentino Ameghino de Luis Guillón, el evento sobre Biblioteca Humana, una idea y un
concepto que nos trasciende en tanto personas, en tanto profesionales de la
información, con un fuerte sentido comunal, comprensivo, comunicativo, de
pertenencia y empatía.
Sería muy complejo discernir sobre lo que vivenciamos
aquella tarde, por un lado, hay un contexto que Mirta Pérez Díaz, en su
soberbio trabajo sobre Biblioteca Humana (el tejido de la trama), torna visible
en la introducción del documento: la preocupación de algunos científicos
sociales sobre el progresivo deterioro del tejido social, que es algo que
ciertamente observamos a diario en relación a los distintos niveles de
violencia, racismo e intolerancia que sufre y padece buena parte de la
sociedad. De algún modo, eventos de este tipo permiten aportar soluciones que
reparan, o permiten reparar, aquel pronunciado y sensible dilema.
No es algo nuevo, pero es diferente. Siempre que hubo
talleres de tambores en medio de favelas o talleres de escritura dentro de
penales se comprobó posteriormente que los niveles de delincuencia bajaban
considerablemente. Siempre la educación y la cultura
ofrecen respuestas concretas a quienes viven bajo la sombra de la marginación y
la estigmatización social. Pero en este caso es distinto, muchos libros
humanos, por primera vez, sintieron que tenían algo para decir, porque sabían
que tenían un público que los quería escuchar, y eso, la comunicación directa,
no intermediada por la tecnología, fue algo que aprendimos a valorar de otra
manera.
Es aquí donde considero necesario detenerse un poco, para
poder articular una mayor comprensión del escenario compartido. Se trata de un
descubrimiento tardío: un texto de Walter Benjamin sobre el entendimiento de la
experiencia: como una verdadera construcción de sentido en donde es necesaria
la interpelación y la comunicación genuina. Este filósofo, cuyo pensamiento se
asocia con la Escuela de Frankfurt (investigadores adherentes a las teorías
hegelianas, marxistas y freudianas), expresaba que a buena parte de la sociedad
le ocurre en su día a día cotidiano (algo que ciertamente se puede extender a
semanas) un fárrago de situaciones que nada tienen que ver con la experiencia,
desde que ingresamos al trabajo y realizamos nuestras habituales rutinas
laborales, las veces que quedamos un tiempo atascados en el tránsito, o cuando
vamos al supermercado y a la noche cenamos mientras vemos televisión, nada
de todo eso es experiencia, necesariamente la experiencia es otra cosa,
experiencia es aquellos que nos pasa, no aquello “que pasa”, es algo que nos
trasciende, que nos modifica, que nos transforma, y lo que vimos el sábado ha
sido un conjunto de experiencias que los libros humanos compartieron con
historias de vida, una oportunidad única (de hecho es la segunda vez que ocurre
en el país) que nos permitió la posibilidad de hacer una construcción de
sentido, una interpelación de lo sucedido, una reflexión de lo conversado.
Si vamos a la etimología, según lo recupera Jorge Larrosa
-apoyándose conceptualmente en Benjamín-, tenemos que "La palabra
experiencia viene del latín experiri, probar. La experiencia es en primer
término un encuentro o una relación con algo que se experimenta, que se prueba.
El radical es periri, que se encuentra también en periculum, peligro. La raíz indo-europea
es per, con la cual se relaciona primero la idea de travesía y,
secundariamente, la idea de prueba. En griego hay numerosos derivados de esa
raíz que marcan la travesía, el recorrido, el pasaje: peiro, atravesar; pera,
mas allá; perao, pasar a través; peraino, ir hasta el final; peras, límite. Y
en nuestras lenguas todavía hay una hermosa palabra que tiene ese per griego de
la travesía: la palabra peirates, pirata. El sujeto de la experiencia tiene
algo de ese ser fascinante que se expone atravesando un espacio indeterminado y
peligroso, poniéndose en el a prueba y buscando en el su oportunidad, su
ocasión. La palabra experiencia tiene el ex del exterior, del extranjero, del
exilio, de lo extraño, y también el ex de la existencia. La experiencia es el
pasaje de la existencia, el pasaje de un ser que no tiene esencia o razón o
fundamento, sino que simplemente ex-iste de una forma siempre singular, finita,
inmanente, contingente. En alemán experiencia es Erfahrung, que tiene el fahren
de viajar. Y del antiguo alemán fara también deriva Gefahr, peligro y
gefahrden, poner en peligro. Tanto en las lenguas germánicas como en las
latinas, la palabra experiencia contiene inseparablemente la dimensión de
travesía y de peligro".
La experiencia -afirma el autor- la posibilidad de que algo
nos pase, o nos acontezca, o nos llegue, requiere un gesto de interrupción, un
gesto casi imposible en los tiempos que corren, requiere pararse a pensar,
pararse a mirar, pararse a escuchar, cultivar la atención, cultivar el arte del
encuentro, darse tiempo y espacio.
En el encuentro cité brevemente una frase de Alfredo Mires
Ortiz, bibliotecario peruano de las Bibliotecas Rurales de Cajamarca, este
entrañable colega dijo una vez que los “libros no nacieron para segregar, nacieron
para congregar”, y lo había comentado en función de los libros campesinos
que hacían los propios comuneros, si Alfredo afirmó esto en relación al
libro-objeto o libro-herramienta, que no podemos decir entonces de los libros
humanos, porque claramente lo ocurrido el sábado 15 fue una congregación, que en este caso puntual tuvo la
particularidad de que al conversar con un desconocido sobre temas que no
frecuentamos o del que teníamos escasas referencias concretas, lo que estábamos
haciendo era poner a prueba nuestros preconceptos, nuestros prejuicios, nuestra
ignorancia, eso solo debería propiciar –al final de la jornada o al día
siguiente– una construcción de sentido.
De hecho los alumnos de Mirta tuvieron que hacer una construcción bibliográfica
ofreciendo documentos que tenían relación con el conocimiento compartido por
los libros humanos. De allí el entendimiento de la intertextualidad, en el cual
se vinculan las dos colecciones: la colección “humana” y la colección
documental. Allí también entra en juego la construcción que pueden hacer los
oyentes/lectores, tornando arborescente el sentido de la trama.
De mi parte quise conversar con libros humanos, y en dos
oportunidades (con Camila, artista callejera y con Sergio, la persona privada
de su libertad) pude compartir verdaderas experiencias, por conocer en primera
persona un modo de entendimiento que generalmente aparece estereotipado por los
medios de comunicación (favorecido por aquello que Benjamin denominaba una
falaz combinación: la información y la opinión como destructoras de toda
experiencia) la realidad es bien distinta, aparecen los matices, y los motivos
por los cuales resultan ciertas decisiones. Fue interesante indagar sobre los
códigos de convivencia entre los artistas callejeros que “pasan la gorra” en
los semáforos, como se “gana el espacio” en la calle, como se les dificultan
accesos a plazas y parques, como son maltratados en la vía pública y hasta
agredidos por los policías en ciertos espacios céntricos, contaron sobre sus
anhelos y sus dificultades, y el coraje que se requiere día a día para llevar a
sus casas el sustento cotidiano.
La conversación con Sergio (libro humano privado de su
libertad) fue la última del día, y una de las más concurridas, ciertamente
éramos muchos los que lo escuchamos motivando diversas intervenciones producto
de una traumática experiencia. En un momento Sergio comentó que necesitó el
perdón para poder continuar con su vida fuera del penal, y el perdón, tal como
lo dijo, no es un sentimiento, es una decisión. Yo creo que a todos nos sirvió
el testimonio “del otro lado” de la reja, que es como decir del otro lado de la
realidad, que sin embargo avanza en paralelo sin atravesarse ni frecuentarse ni
tampoco comprenderse. Allí se habló de posibilidades, que no solo deben ser
externas, también para los reclusos deben ser internas, con un fuerte eje en
educación y cultura, una vez más.
El encuentro de Biblioteca Humana nos permitió sumar un hilo
al tejido de la trama, un hilo compartido entre libros humanos y oyentes/lectores
(incluso para los bibliotecarios resultó propicio analizar nuestro estereotipo
profesional), si tuviéramos por virtud elevar la imagen y poder observarla
desde un plano más alto, lo que seguramente veremos es un tejido, con sus
diferentes texturas, colores y tamaños, que no es otra cosa que una
construcción de carácter colectivo, algo que nos pertenece y que a la vez nos
trasciende, ciertamente esperemos (lo anhelamos) que estos encuentros se puedan
replicar, y que de este modo podamos tener más elementos para intentar reparar
los tiestos dispersos de aquel simbólico tejido social.
Al final de la jornada –tal como lo supimos todos– notarán
que el esfuerzo valdrá la pena.
Vale un reconocimiento para Mirta Pérez Díaz por su inmenso trabajo, a los
alumnos del ISFD 35 de Montegrande que tuvieron que investigar, tabular
encuestas y colaborar con los visitantes (paralelamente tuvieron que asistir a
clases aquel mismo día, con lo cual vivenciaron una verdadera maratón de
actividades), a Sandra Caputi y Javier Areco por su entusiasta colaboración y a
la gentileza de Anabella Manoukian por ceder el espacio y estar permanentemente
presente en la organización del evento, junto con la colaboración de la
bibliotecaria Rosa González.
Por último resalto la gentileza de Hernán Esteban Martínez por compartir su excelente trabajo fotográfico.
Por último resalto la gentileza de Hernán Esteban Martínez por compartir su excelente trabajo fotográfico.
A todos muchas gracias.
Bibliografía consultada:
Jorge Larrosa (2002) Experiencia y pasión en, Entre las
lenguas. Lenguaje y educación después de Babel, Barcelona, Laertes, 2003. p. 165-178. Consultar en:
Walter Benjamín (1933) Experiencia y pobreza. Consultar en:
http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/benjaminw/esc_frank_benjam0005.pdf
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