El
paisaje es un libro que se lee...
Hace
años, en un congreso sobre interculturalidad y Biblioteca Pública que se
realizó en Bogotá, Colombia, el filósofo, investigador, docente, poeta y
fotógrafo Fernando Urbina Rangel
compartió conocimientos que le fueron confiados por paisanos huitotos y
muimanes (nación amerindia que habita en la Amazonia colombo-peruana) a los
cuales frecuentó por mucho tiempo, y que le llevó a comprender que “el
paisaje es un libro que se lee, si se deteriora no se puede leer”.
Esta
frase provocó múltiples reflexiones sobre el sentido de las bibliotecas en
comunidades indígenas, tenía relación directa con la idea de representatividad
de las casas de las palabras en contextos multiétnicos, y fue entonces que
escuché por primera vez sobre las malocas, casas comunales del amazonas, que
son tenidas como duplicados del universo, duplicados hechos a escala del
hombre, pero que comprenden (resumen, sintetizan) la totalidad.
Su
construcción no puede ser arbitraria, debe respetar la ubicación de las
estrellas y realizarse según el criterio arquitectónico indígena, de lo
contrario, una maloca puede “deteriorar el paisaje”.
Es el lugar ritual por excelencia, la síntesis Universo-Memoria, donde el
abuelo (eje de los mundos y de los tiempos), es la autoridad máxima, cuya
misión es enseñar, curar, entregar las plantas, hacer los bailes, dirigir y
señalar a las personas que deben encargarse de la construcción y reparación de
la maloca, de la hechura del maguaré (tambor ritual), la simbología tradicional
ubica al abuelo sentado en el mambeadero (útero de la madre-maloca, el lugar
más sagrado de la gran choza comunal), engendrando la palabra, (el saber) a la
comunidad humana, sentados en media luna en bancos-de saber, de mínima altura.
Junto al abuelo permanece en vela su esposa, que es su respaldo, y en cierta
medida, su mayor fiscalizadora. Estos espacios suelen ser frecuentados en
rituales (eventos cósmicos totalizadores) como en tareas colectivas de interés
comunitario (donde es preciso que las palabras se transformen en obras).
El
canasto del saber...
Para
estas culturas la palabra tiene una importancia decisiva, según Fernando Urbina
su poder creador, vitalizador y cosmológico la convierte en la noción y
realidad fundamental del sistema, “Es la primera concreción de los murmullos
primordiales: la ausencia-aire-Palabra, que una vez configurada le confiere
existencia a las cosas nombradas entre los sueños de los demiurgos primigenios”,
el hilo de la palabra va tejiendo la trama del canasto, “el canasto del saber”
que lo es todo, los hombres que pretenden vivir a plenitud han de tomar el hilo
de la historia y a partir de el y siempre en el, ir tramando el tejido de su
vida que será su propio canasto, cuyo contenido será el saber, el total
entendimiento de las cosas.
Cabe
aclarar que el etnónimo –término para denominar una etnia– fue producto de un
“acuerdo” entre lingüistas y autoridades tradicionales indígenas, sin embargo
para el autor la importancia del nombre
propio en la lengua de origen es un problema cultural profundo que no se
resuelve con una declaración formal entre lingüistas y antropólogos, su estudio
obliga a remontarse varios siglos atrás. Dice Fernando Urbina: Tanto los
muimanes como los huitotos poseen una lengua emparentada con el bora (que
también denomina otra nación amazónica), razón por la cual los lingüistas la
denominan «muinane-bora», cuando el reconocido investigador les pregunto a
los muinanes cómo llaman a los uitotos, le respondieron diciendo que los llaman
murui; este entendimiento se debe a la ubicación geográfica que en el caso de
los huitotos equivale a las cabeceras de los ríos que fluyen hacia oriente (de
hecho occidente lo conocen como murumio) ya que los uitotos eran gente de
cabeceras en tanto que los muinanes lo eran de las bocanas. Así pues, «los
uitotos son de arriba», en tanto que «los muinanes son de abajo», con lo cual a
los que vivían hacia el occidente los llamaron murui, mientras que aquellos que
eran vecinos de los muinanes, o sea los que vivían más abajo, hacia oriente,
los denominaron muina o «muinanes no propios», como si fueran muinanes pero sin
serlo. Reuniendo los dos tendremos entonces la denominación murui-muina, que
algunos antropólogos usaron para designar a los uitotos.
La
razón principal para proponer la denominación murui-muina para los uitotos
tiene relación con las malocas indígenas, ya que tradicionalmente se han venido
escalonando a lo largo de las riberas de los ríos, que son la principal vía de
transporte. Así, cuando la gente de una maloca invita a las de otras a un
baile, los invitados han de concurrir desplazándose desde arriba –cabecera del
río–, o desde abajo –a donde fluye el río–; se dice entonces que «quienes
llegan desde arriba, vienen como murui», y «quienes llegan desde abajo, vienen
como muina».
Sería
para discutir en otro artículo el complejo tema de las auto-denominaciones
indígenas y los términos con los que sin embargo son representados por la
sociedad occidental, en muchos casos se conservan denominaciones despectivas de
culturas consideradas inferiores, desconociendo que los paisanos son gente, y
que como tales se reconocen en su lengua materna, lejos de las interpretaciones
erróneas que desde hace décadas fueron volcadas en los libros y enseñado por
los maestros en las aulas.
Pensando
bibliotecas como malocas
Hay
preguntas y cuestionamientos que son inevitables, nacen desde la vocación pero
deben hilarse bajo un ejercicio crítico, donde sea posible abrirnos a las
verdades de los otros, proponiendo las nuestras sin apagar las otras, una
genuina coexistencia de las ideas. Si por algún momento nos fuera dado
situarnos en el contexto de la selva amazónica, allí donde no existen bibliotecas
y probablemente no exista necesidad de ellas, que un bibliotecario, luego de
comprobar en base a sus investigaciones que la cultura oral de una comunidad
corre riesgo de perderse y que, siempre atendiendo a su criterio académico y
desde una posición respetuosa hacia otra cultura, considera necesario proponer
la instalación de una biblioteca en medio de la selva para salvaguardar dicho
conocimiento, esa acción, aún contando con buenas intenciones y favoreciendo la
recuperación de un patrimonio ¿no deteriora en cierto modo el paisaje?
¿Debemos
pensar bibliotecas como malocas?
Hay una enorme disyuntiva: el corpus académico de las ciencias de la
información puede contribuir a preservar conocimientos orales que hacen al
patrimonio cultural, pero el carácter orgánico de su estructura interna (la
sola idea de su arquitectura) puede significar una intromisión, un elemento
ajeno a la cultura, una imposición desde otra vereda. Es necesario tomar
herramientas propias de la descripción densa para entender de qué estamos
hablando. Seguramente la construcción, si resulta aceptada, debería seguir los criterios
y fundamentos de una maloca, pero probablemente no podría tener un vínculo
genuino con la gente, ya que históricamente nunca lo necesitaron. Si corremos
el contexto y lo ampliamos, como bibliotecarios estaríamos ante un debate
complejo sobre la idea de concebir bibliotecas en comunidades, la respuesta
solo es posible de obtener con un diálogo profundo, en modo horizontal,
generando propuestas bajo la representación canónica del tiempo en las culturas
orales: el círculo.
Toda
maloca es circular, la palabra se genera desde un plano horizontal, la
construcción no altera la biodiversidad ecológica y respeta una ubicación
cosmológica.
Toda
biblioteca debería prolongar en diferentes soportes el sentido de la palabra
compartida, pero eso significaría fijar las palabras para luego poder
recrearlas, con lo cual estaríamos alterando un orden primigenio, una
construcción de sentido. Desde el punto de vista intercultural el resultado
podría generar intercambios enriquecedores, desde el punto de vista nativo el
modelo sería difícil de comprender, porque simularía un laboratorio donde
buscar adaptar un sistema de entendimiento ajeno, para poder expresar al resto
de la sociedad como entendemos lo que los paisanos entienden, con lo cual
perdería sentido. Así planteado, las
personas podrían malinterpretarse como unidades de análisis y no como usuarios
que generan su propia información.
No
existen protocolos, directrices o normativas
que impliquen por sí mismos guías adecuadas para generar modelos
representativos como las malocas, porque en dichos contextos no se incluye el
entendimiento local de quienes viven bajos otros parámetros culturales, limitando en algunos casos la interpretación
ajena (explicando explicaciones) como
modo de concebir una intervención o proyecto. Así también resultan comunes las
actitudes paternalistas que buscan modificar los comportamientos suponiendo un
beneficio social que en el fondo no comprenden. No suele ser frecuente la necesidad de cultivar conocimiento con
informantes locales, visitando realmente los sitios de interés, estableciendo
comunicaciones directas con los libros vivientes que por lo general no figuran
en las citas correspondientes luego de haber sido consultados, el foco
parecería estar puesto en nombrar conceptos para luego instalar etiquetas
asociadas con el nombre propio del investigador, mientras estas situaciones
prevalezcan solo estaremos interpretando Interpretaciones en modo acrítico,
lejos de entender siquiera el interior de una maloca, el verdadero significado
de una biblioteca.
Es
preciso que la idea tenga un cuerpo. Muchos bibliotecarios, desde diferentes
países de América Latina, han aportado teorías, metodologías y trabajos de
campo, pero el cuerpo aún es una tibia discusión que necesita fundamentos
sólidos para ser representado.
Las
malocas suelen ser recintos donde la memoria encuentra un eje desde donde
fortalecer la propia identidad, las bibliotecas fijan en soportes los tiestos
de esa memoria ¿cómo emparentar ambos espacios y porqué? Los ancianos marchan y
la memoria histórica se va modificando, el accionar bibliotecario recupera
aquello que desde siempre los ancianos supieron compartir, les otorga elementos
a los más jóvenes para tener conciencia de su pasado, no podemos plantear estas
ideas desde los centros urbanos sino bajo un entendimiento periférico, que es
desde donde se urden los conocimientos endógenos de aquellas culturas que
bordean los ríos. Una maloca se comparte en comunidad, al igual que las
bibliotecas, su principal fortaleza es la gente, y su acervo es absolutamente
inmaterial. Lo que una maloca comparte es la palabra en un contexto oral, lo
que una biblioteca comparte es el conocimiento perpetuado en un soporte.
Deberíamos empezar a discutir un plano en el que ambos entendimientos
encuentren un puente poblado de parábolas, que la construcción del mismo
fortalezca lo que cada comunidad guarda en su memoria colectiva. Es una tarea
que requiere de una profunda comprensión intercultural, cuyos límites no fueron
frecuentados por quienes estudiaron las anónimas obras que los paisanos
grabaron en una piedra.
A
modo de epílogo, considero valiosas estas palabras del autor:
"Toda
realidad cultural se diversifica hacia atrás en un montón de raicillas cuya
conjunción produce el origen de algo. Todo problema cultural es como un árbol
con muchas raíces que se van diversificando hasta volverse hilos imperceptibles
que son, precisamente, los orígenes de las cosas. Por eso este tipo de
problemas (el del origen) nunca se acaba, lo apasionante es tratarlos, porque
hay una vocación irremediable del espíritu humano por entender los inicios del
universo y el destino. Esas son las dos preguntas fundamentales de la
existencia: de dónde es lo que es y para dónde va".
Así
entonces, deberemos empezar, una vez más, la construcción.
Bibliografía
consultada:
Las
palabras del origen: breve compendio de la mitología de los huitotos / Fernando Urbina Rangel Consultar en:
Notas
para un "diálogo de saberes" / Fernando Urbina Rangel. Consultar en:
El
autor de los artículos consultados, Fernando Urbina Rangel, nació en Pamplona
(Colombia) en 1939, graduado en Filosofía en la Universidad Nacional de
Colombia, ejerció como profesor en dicha institución desde 1963 hasta 2004. Ha
realizado treinta y dos trabajos de campo entre comunidades indígenas de
Amazonia, Orinoquia, Chocó y Guajira, sobre estos temas ha publicado 6 libros y
alrededor de 40 artículos. Su último libro es DÏÏJOMA - El hombre serpiente
águila - mito uitoto de la Amazonía, basado en el relato del abuelo muinane don
José García, quien compartió mitos amazónicos narrados en lengua uitoto, en la
Amazonía colombiana. Como fotógrafo ha presentado exposiciones individuales.
Fue fundador y codirector del Grupo de Estudios sobre Pensamiento Abyayalense
(Amerindio) y fundador y curador del concurso "La esquina del poema"
(Universidad Nacional de Colombia - Casa de Poesía Silva)
Nota:
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