jueves, 3 de diciembre de 2015

La biblioteca de Hugo García

A propósito de este merecido homenaje por parte de quienes conformamos la Biblioteca Ricardo Gietz, me pareció que no tenía sentido seguir escribiendo sobre lo que significó para algunos de nosotros el recuerdo de Hugo García, si alguien podía explicar las mismas cosas de diferentes maneras ese alguien era precisamente Hugo, no tengo esa propiedad y no creo que aporte algo distinto a lo ya dicho.
Sí me pareció útil contar el día que llegaron las 70 cajas de su colección personal al CAICYT, en el mes de junio, un hecho que por sí solo, más allá de la persona vinculada a esos libros, suscita en cualquier biblioteca una inevitable reflexión, porque ciertamente uno se puede desprender de objetos, de vestidos o artefactos sin ningún tipo de problema, pero con los libros es distinto, abandonarlos genera culpa.
No recuerdo que libro tomé de la primer caja que abrí, pero si recuerdo las marcas que Hugo García consignó en los márgenes de ese y muchos otros libros, un sistema de resaltado con distintos colores que daban un mayor entendimiento a la comprensión del texto, diferenciando autores, conceptos y cronologías, en donde ciertamente resultan innumerables la cantidad de anotaciones, daba la pauta que efectivamente leía cada libro de una manera profunda, crítica, articulando cada entendimiento, como si fuera una guía, bastaba seguir el orden de los colores para poder ir hacia atrás en el texto, llevando en algunos casos a relacionar lecturas de otros libros, un aprendizaje arborescente, basado probablemente en sus lecturas sobre pensamiento lateral (en donde solía recomendar aprender a tocar algún instrumento musical).

Es difícil asumir que quien tuvo la propiedad de verbalizar ideas como ningún otro bibliotecario esté ausente desde hace tanto tiempo. Me hace pensar cuando en una institución se va la persona más destacada, tomándose la decisión de tener que remplazar lo irreemplazable, entonces uno descubre que la estructura sigue funcionando por inercia, pero la unidad pierde sustancia, y lo que sigue carece de sentido, como cuando interpretamos interpretaciones sin ningún conocimiento de la fuente primaria.
Otra cuestión que me hizo pensar de su biblioteca personal fueron las temáticas sobre culturas de izquierdas (libros y publicaciones periódicas), imaginé el contexto de alguien que consumía libros sobre marxismo en la época en que no era seguro leerlos, invariablemente pensé cuántos de esos textos ardieron en las quemas públicas, materiales que hoy sería difícil conseguir en librerías, que dieron cuenta de una formación notable que incidieron en el pensamiento político de Hugo García, donde era evidente percibirlo en las conversaciones que tenía con los bibliotecarios, con argumentos y criterios sostenidos en las lecturas frecuentadas.
¿Como se resignifican los aprendizajes? Pregunto porque no tengo la respuesta, si alguien alcanzó cierta altura en el entendimiento, y ese alguien deja de estar presente ¿como podemos describir lo que no alcanzamos a ver? Podríamos reflexionar sobre lo compartido y ya tendríamos bastante por hacer, pero tendríamos que imaginar lo que el otro supo dominar, porque apenas pudimos alcanzar a comprender lo que sabía, mientras se internaba con sus ideas dentro de la profesión, y es eso lo que siento que está faltando, gente con ideas, y no como ocurre últimamente, donde algunos profesionales nos suelen alertar sobre dudosos descubrimientos, intentando nombrar las cosas de otra manera para apropiarse de conceptos que desde hace años los bibliotecarios venimos utilizando.

No se trata solamente de claridad conceptual, lo que Hugo hacía era construir conceptos, como los filósofos, y yo creo que tranquilamente podría afirmar que este bibliotecario supo entender mejor que nadie aquella definición de Jesse Shera de que toda biblioteca debería tener un carácter interrogativo. Supe por Mirta Pérez Díaz sobre los encuentros que organizaba Hugo García en “la Gietz”, donde sus colegas iban con facturas y el los esperaba con jarras de café, dice que pasaban horas hablando y discutiendo sobre bibliotecas, hasta anochecer, bibliotecarios ejerciendo el rol social y hasta filosófico de la disciplina, me hubiese encantado compartir esa mesa, no recuerdo un caso similar entre colegas, y no tengo conocimiento de que actualmente esas cosas sucedan.
Si hiciéramos de cuenta, por un instante, que el conocimiento que se aprende es posible de simbolizar en un artefacto, por ejemplo una vasija, lo que hacía Hugo con cada conocimiento era construir precisamente esa vasija, pero luego tomaba la decisión inmediata de arrojarla al piso, el artefacto quedaba partido en decenas de pedazos, luego su tarea consistía en tomar cada pedazo y pegarlo de tal modo que se notaran las uniones, con lo cual podíamos llegar a dilucidar cómo era posible articular un entendimiento, la vasija era la misma pero ahora la podíamos “ver”, son muy pocos los docentes que tienen este don, si tuviera que buscar un ejemplo paralelo pensaría en el crítico literario intentando analizar un poema por dentro, o como cuando un profesor de literatura les pidió (cinematográficamente) a sus alumnos escribir un poema sobre una manzana, para finalmente confesarles “ustedes nunca vieron una manzana”.

Se lo va a extrañar siempre a Hugo, y como consuelo quedan sus libros, pero al menos que valga la pena acercarnos un poco a todas las construcciones que como maestro de bibliotecarios supo compartir.

Gracias.

http://www.revistasbolivianas.org.bo/pdf/fdc/v6n18/n18_a08.pdf

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