sábado, 27 de diciembre de 2014

Por los ausentes invencibles


Nochebuena
Eduardo Galeano

Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.
En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
-Decile a... -susurró el niño-
Decile a alguien, que yo estoy aquí.

No sé porqué al releer a Eduardo Galeano pensé en Octavio Paz y en Carlos Fuentes, sobre todo este último (que no le dieron el Nobel por esas arbitrariedades de los suecos), recuerdo una nota que leí cuando estuvo en Buenos Aires poco antes de morir, la estatura de mito viviente que tenía apenas se advertía por su modestia y humildad, hace poco descubrí algo de su escritura, había empezado a leer "La frontera de cristal", un poco al azar, y luego de algunas páginas decidí postergar aquella ceremonia. A medida que pasan los años el contexto varía y las lecturas aumentan, y aquel texto necesariamente me pareció algo distinto, entre otras cosas permitía ver, casi de modo cinematográfico, el entramado de los personajes, pero también de la historia misma de México, país que hoy nos duele con las atrocidades que nos llegan de sus estudiantes mutilados, leerlos a ambos es en cierta forma encontrar una sanación en medio de tanta locura, parecería ser ese el camino de la literatura, una especie de consuelo en medio de la barbarie.

En alguna ocasión el poeta argentino Rodolfo Alonso dijo considerar a México el meollo de la identidad latinoamericana, por la riqueza de su pasado, sus poetas en náhuatl, su museo arqueológico y antropológico, por Juan Rulfo y sor Juana, el mismo México donde a comienzos de este año que se va marchando, nuestro querido Juan Gelman fue a transformarse en vuelo y en ceniza.

Como sea, me pareció apropiado recordar que hace más de 3 años el colega y amigo Oscar Maya me confiaba estas palabras en un correo "
Aquí no llueven piedras, aquí se cosechan muertos".
Para los amigos mexicanos, hoy somos todos Ayotzinapa.

Por los ausentes invencibles.

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