martes, 19 de marzo de 2024

Juancito, Viviano, Pérez y Alejandro

A veces, el ejercicio de la lectura atenta, aunque fortuita y efímera, acerca algunos descubrimientos que no parecen estar visibles en la portada del documento, sin embargo, dejan una enseñanza que excede el objetivo de la publicación, y aporta un modo de concebir la profesión dejando una marca que el paso del tiempo ignora, en donde lo humanístico en su conjunto pierde un elemento de significación de lo construido.

Algo de eso ocurrió hojeando un libro titulado “Historia de la Comisión”, de un tal Bailey Willis, geólogo de profesión, quien publicó en 1911 el resultado de una investigación – ejemplar obsequiado al Museo de la Patagonia "Perito Francisco P. Moreno"- en la que formó parte precisamente de la Comisión de Estudios Hidrológicos, entre 1911 y 1914, en el norte de la Patagonia -el ofuscamiento blanco de un territorio que por entonces seguía siendo un desierto- donde el autor llevó adelante una descripción pormenorizada de las actividades llevadas a cabo con relación a los estudios geológicos y mineros, mientras realizaba la primera cartografía detallada del sur de la Provincia de Río Negro. Una de las propuestas era proveer de agua potable a San Antonio Oeste, y facilitar el tendido de una línea férrea al lago Nahuel Huapi y a Chile, en un contexto en el que se daba inicio -a decir de Bailey Willis- a una de las más importantes obras públicas de gobierno, que de este modo llevaron a un mayor acercamiento entre la Capital Federal y la Patagonia.

El material documentado es de singular importancia, ya que sus estudios y exploraciones sirvieron de base para el trazado y desarrollo del Parque Nacional Nahuel Huapi, información que el autor hizo llegar a la Dirección de Parques Nacionales y Turismo en calidad de donación, junto con el envío de sus planos, estadísticas e impresiones personales. Cabe señalar un dato que aportó este reconocido geólogo, que si bien era cierto que los especialistas del relevamiento eran todos estadounidenses, quien respaldaba todo ese proyecto era el Estado Argentino, y que hubiera sido difícil, para quienes formaron parte del proyecto, haber llegado a conclusiones satisfactorias si no hubieran contado con la experiencia de un ayudante argentino, el ingeniero D. Emilio E. Frey.

Habría que hacer el ejercicio mental de imaginar el contexto en el cual la Comisión de Willis, trasladándose a caballo y viviendo en campamentos precarios, llevó adelante este proyecto, ni mas ni menos que la Patagonia de principios de siglo, con sus rigores, desafíos y una soledad poblada de asperezas y privaciones. Se sabe que hay un libro titulado "Un yanqui en la Patagonia", del propio Bailey Willis, que explica en detalle lo que significó la experiencia de trabajar en esas campañas, pero su lectura no es motivo de este abordaje, como tampoco detallar el alcance de la obra, sino más bien una práctica que intuyo, en líneas generales, se está perdiendo (acaso un ejemplo similar, lo representa un testimonio del destacado topógrafo Felipe Enrique Godoy Bonnet cuando comentó que las últimas camadas de geólogos y topógrafos ya no hacen toponimia al registrar sus trabajos de campo, característica que nutrió buena parte de las primeras hojas geológicas de principio del siglo XX).

En este caso el hallazgo fue la inclusión de una fotografía en donde 4 obreros, sentados ante un fogón, comían con sus cuchillos un poco de carne asada, paisanos cuyos nombres propios quedaron vinculados al contexto del trabajo. No recuerdo una situación igual, de parte de un autor que, al registrar las tareas propias de una obra marcada por la geología y la minería, se haya tomado la gentileza de incluir los nombres de quienes, a pico y pala, avanzaron en el territorio siguiendo las órdenes de sus patrones. La foto muestra a ese grupo de trabajadores en un alto de la tarea, descansando seguramente luego de una dura jornada, y de alguna manera, inmortalizados para la posteridad por quienes supieron de sus labores, modificando el territorio al paso de los días.

Creo que es un gesto notable que lamentablemente ya no es común. Sin esas historias apenas reconocidas en los libros, no se podría comprender, en su cabal concepción, el sentido de las obras que avanzan merced a la conjunción de tiempo y ejercicio, donde la tierra cede a la presión de los instrumentos que esas manos sostuvieron en largos meses de trabajos forzados. Nada de todo eso se hubiera podido llevar a cabo, el progreso, o la idea de tal entendimiento, sin los obreros de por medio, no tendría lugar, reconocerlo es hacer visible la historia misma del desarrollo humano, el motivo por los cuales las sociedades crecen, y lo que implica la necesidad de construir algo.

El ejemplo sienta un precedente, si es que pretendemos entender lo que hay detrás de una obra colectiva, cuyo alcance beneficia a un país en su conjunto, aportando datos a las ciencias de la tierra, dejando un testimonio que no debería olvidarse. 

Fuente consultada:

Willis, Bailey. (1943), Historia de la Comisión de Estudios Hidrológicos del Ministerio de Obras Públicas: 1911 – 1914. Ministerio de Agricultura, Dirección de Parques Nacionales y Turismo. Buenos Aires, pp. 1-170.

Riccardi, Alberto (2020). Bailey Willis: Un geólogo yanqui y el desarrollo del norte de la Patagonia. Disponible en: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/mlizrraga,+08-archivo_v3.pdf

jueves, 14 de marzo de 2024

Orejiverde

Recientemente, compartí en el Diario de los Pueblos Indígenas El Orejiverde, una reseña musical del grupo Chimbe, quienes acaban de publicar su segundo disco de estudio, titulado precisamente “Orejiverde”, todo un homenaje a la obra del gran Carlos Martínez Sarasola, en honor a uno de los más queridos anhelos del autor de “Nuestros paisanos los indios”, que fue ni más ni menos que un diario que informara sobre el devenir y los valores de las comunidades aborígenes de Argentina y del mundo. 

Rescato en este caso, el vínculo afectivo de la banda con quien fuera nuestro Director y Guía en el complejo territorio de los pueblos originarios. De esa época, Andrés Fortunato -Director general, voz principal y multi-instrumentista de Chimbe- tuvo una experiencia muy enriquecedora como investigador, que lo llevó a formar parte de la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías de la UNTREF, con la que participó de giras internacionales en varios países europeos. De esos estudios se desprenden inquietudes que fueron aplicadas en los discos.

Me interesó, al escuchar estas canciones, describir el sentido de la propuesta, donde se percibe un gran esfuerzo colectivo y un rumbo coherente desde la concepción artística. Junto a Andrés, acompañan Belén Ricardes (Dirección audiovisual, voz, sintetizador, samplers e instrumentos ancestrales), Lautaro Toscano (voz, guitarra, charango, instrumentos ancestrales) y Emilia Uriarte (accesorios e instrumentos ancestrales), y para esta ocasión se han sumado músicos invitados en algunas canciones: Manuel Momo en bandoneón, John McKusick aportando serrucho, morin khuur y generador de ruido, la voz de Karen Fleitas, Yael Martinez en berimbao y percusión, y la participación de Pablo Fortunato en batería.

Lo que suele hacer Chimbe es una búsqueda de sonidos con anclaje en los orígenes ancestrales de antiguas culturas sudamericanas, donde entrelazan elementos de la música electrónica, electroacústica y acusmática (una tipología musical basada en la experimentación, en donde los sonidos se separan de su contexto y se aplican a la estructura de la canción, sin tener lugar en una partitura), y que en este caso, a través de las 10 canciones que integran el disco, encuentran un espacio mientras avanzan en renovadas exploraciones.

Tal como lo señalé en la reseña, el legado de la música con reminiscencias a los pueblos indígenas, ya han tenido importantes avances y homenajes con músicos como Rubén Patagonia, Familia de Lobos, Arbolito, Shaman Herrera (en un sentido más chamánico) y en otro rumbo, acaso más etnomusicológico, artistas de la talla de Silvia Barrios (el soberbio disco “Cantos del origen”, donde supo rescatar las expresiones musicales de los pueblos wichi-mataco, chorote, nivaklé, chiriguano-chané), Leda Valladares (imprescindible el reconocido “Mapa Musical de la Argentina”, proyecto que permitió recuperar un catálogo de coplas, bagualas, tonadas, vidalas, y cantos con caja, grabando canciones de músicos anónimos en carnavales, peñas folklóricas y comparsas) o el Chango Spasiuk con sus estudios sobre la música litoraleña, el chamamé y el aporte de la raíz guaranítica en las distintas expresiones del noreste argentino.

Chimbe sigue esa corriente desde la búsqueda de sonidos propios de la naturaleza, tomando el rock como cable a tierra -adscripción genuina de la banda- y atravesando concepciones folclóricas con el respeto al mundo antiguo de los pueblos originarios.

En el caso que resulte de interés, comparto la reseña musical del segundo disco de Chimbe:

https://www.elorejiverde.com/el-don-de-la-palabra/6855-gran-estreno-musical-del-grupo-chimbe

Como solíamos decir en la redacción del diario: “Larga vida al Orejiverde”.

Chimbe suma un nuevo motivo para seguir confiando en esa frase.

A Carlos le hubiera gustado mucho este homenaje.

Nota: El disco se puede escuchar en el siguiente enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=nQ98bIp_QIs

Instagram de Chimbe

https://www.instagram.com/chimbe.musica/