miércoles, 14 de noviembre de 2018

Sobre la apropiación acrítica de la Whipala


Recientemente, por intermedio del paisano Ser Jatun Inti (referente de la Biblioteca Sisa Jan Inakt'tiri - Flor inquieta), tuve conocimiento de este trabajo de Franco Limber sobre la representatividad de la whipala, y lo que implica su utilización en las comunidades andinas. Se trata de un extenso planteo que deja al desnudo las adscripciones acríticas que algunas comunidades hacen de los símbolos culturales, y que por desconocimiento en muchos casos se vincula con la comprensión de la identidad. Considero que el texto resulta válido para interpelar los diferentes planos de entendimiento de la cultura aymará.

El autor establece tres propósitos para desarrollar el concepto: en primer lugar hacer conocer la historia objetiva de la wiphala basándose en elementos históricos que ha considerado como referentes puntuales, en segundo lugar aclarar dudas de quienes buscan conocer la construcción de la wiphala moderna utilizada hoy como símbolo del mundo “indígena”, y por último “apartar elementos imaginativos con el cual se ha venido construyendo diferentes idearios esotéricos a lo largo del tiempo hasta el presente, despejando conceptos ilusorios que carecen de fundamentación real, las diferentes argumentaciones ficticias que se ha proliferado en escritos que contextualmente tendieron a ser más ideológicos que veraces”, no deja de resultar una tarea necesaria, que permite urdir entendimientos endógenos, entretejidos bajo siglos de interpretaciones que en su mayoría prescindieron de la investigación.

Según lo considera el autor diferentes pensadores Indios afirman que el termino bandera es una “imposición occidental”, el cual tiene cierta valides, pero la misma no cambia la naturaleza humana de construir símbolos de acuerdo a eventuales motivaciones sociales, por ello Limber recurre a la vexilología (estudio de las banderas en un sentido amplio) para así comprender de la forma más racional la construcción de la wiphala en la historia.

Hay un dato interesante, y es el origen de la bandera como portadora de un sentido de pertenencia cultural, el imaginario colectivo trazaría sin dudar dicha ubicación geográfica-temporal en alguna región europea medieval, pero en verdad tiene un origen Asiático, exactamente en la actual Birmania. Para encontrar la primera bandera documentada históricamente nos tenemos que trasladar al Imperio Persa, que durante la Dinastía Aqueménide (550 – 330 a.C.) se utilizó ininterrumpidamente la bandera Derafsh Kaviani como símbolo identificativo del imperio (se trataba de un rectángulo de cuero cubierto con una fina capa de seda, adornada con piedras preciosas que formaban una estrella de cuatro puntas con forma de aspa, indicando los cuatro puntos cardinales), diversas ilustraciones han permitido conocer sus colores: escarlata, amarillo y magenta, algunos historiadores sostienen que esta bandera desapareció después de la conquista musulmana.

Para Limber la historia real de la wiphala es improbable de verificar, debido a que sus referencias son contadas, incluso mucho de ellas son imposibles de comprobación, por ello en su gran mayoría los intelectuales Indios recurrieron a la imaginación para llenar un vacío, que en algún punto tiene relación con la inexistencia del concepto “bandera” en la América precolombina, lo cual lleva a una inevitable congoja intelectual, perdiéndose la esencia del significado de sus orígenes.

Esta situación ha ocasionado intensos debates en relación a las características principales de la whipala, como por ejemplo el significado de los colores o la supuesta utilización de la bandera como calendario astronómico, una interpretación que para Limber no tiene forma de sostenerse con argumentos fidedignos.  

Vale replicar estas palabras: “En los tiempos que acaecen es necesario separar lo real de lo imaginativo, para así poder avanzar en los nuevos retos que los pueblos Indios enfrentan. El esoterismo folclórico ha ido mermando las aspiraciones históricas de los indios como la búsqueda del poder político y económico, búsqueda que se ha materializado en los diferentes levantamientos y procesos políticos de los indios que fueron acompañados por la Wiphala”.


Lo que murmuran en silencio los tejidos y las vasijas

El análisis impacta, en primer lugar el entendimiento de la wiphala como artesanía Pre-colonial (creada antes de la llegada de Cristóbal Colón a tierras de Abya Yala), para el investigador boliviano en este periodo encontraremos algunas referencias graficas muy interesantes, parecidas en su conjunto a la actual wiphala moderna, las culturas andinas tenían cierta valoración del manejo de múltiples colores en sus trabajos manuales, esta característica se mantiene hasta el día de hoy, especialmente en los aymaras, incluso se puede apreciar en su arquitectura urbana, en los denominados “Cholets” (edificaciones parecidas a los chalet’s europeos, pero con características nativas aymaras, sobre todo en la ciudad de El Alto de La Paz, que mantiene la característica de usar diversos colores intensos, que hacen referencia a los tejidos como el Awayu -prenda de las mujeres que usan para abrigar o cargar -  y motivos Tiwanakotas como la Chakana). El militante indígena registra la similitud con antiguas piezas talladas en piedra o imágenes tejidas en telares andinos, es precisamente en las artesanías de la época pre-colonial donde ha encontrado los primeros indicios de la forma cuadriculada de la wiphala y sus colores actuales, pero sostiene que es imposible descifrar su significado original, y que no es prudente asociar la idea de un símbolo, usado desde aquella época, con lo que actualmente se entiende por whipala en la sociedad actual. Mucha agua ha corrido debajo del puente, y aún quedan interpretaciones que los tejidos y las vasijas acompañan en silencio.

Franco Limber se ha tomado el trabajo de analizar las imágenes, lo que le da un alto valor a su investigación, desde una Chuspa para la coca del periodo Tiwanakota (un tejido que aún utilizan los yatiris, considerados chamanes o médicos en la cultura andina), en donde se aprecian figuras similares a la wiphala actual, hasta ilustraciones plasmadas en vasos ceremoniales Qiru, donde es posible identificar un guerrero portando una wiphala, y en muchos casos sostenida por un mástil, lo que para el investigador es parte importante en la vexilología, ya que da origen a la bandera propiamente dicha. En diferentes museos se encuentran vasos de este tipo pertenecientes a la época precolombina, estilo que debió ser transmitido entre generaciones, y copiado por artesanos de los diferentes pueblos de la región altiplánica.

Posteriormente incluye ejemplos de pinturas realizadas a comienzos del siglo XVIII en la actual Bolivia, realizadas por pintores barrocos coloniales, donde confluyen ángeles con ropajes propios de la moda femenina europea, advirtiéndose sobre la espalda un manto similar a la whipala (estos ejemplos nos recuerdan de algún modo los ángeles arcabuceros de la iglesia de Uquía, en Jujuy, donde conviven en silencioso sincretismo las dos culturas que interpelaron la memoria de los pueblos andinos), otras pinturas son propias de la Escuela Cusqueña (siglos XVII o XVIII) donde se visualizan arcángeles y whipalas.

Para Limber ya es posible analizar, desde los levantamientos indígenas del periodo colonial, sobre la existencia de símbolos utilizados en contextos de insurgencia India, concretamente los del pueblo Aymará, incluso afirma que los Aymaras son los poseedores de la tradición y creación de la wiphala, y aquí toma como referente la figura de German Choquehuanca, considerado ni más ni menos que el padre de la wiphala moderna, responsable de la reconstitución de dicha bandera, y especialmente de su divulgación como símbolo entre los indios.

Este líder, originario de la provincia de Omasuyos, nace a la vida militante en la secundaria, cuando era panfletero del Movimiento Universitario Julián Apaza (MUJA), en los 60. En 1999, se alió con Felipe Quispe “el Mallku”; con él y otros cinco indígenas formaron el MIP (Movimiento Indígena Pachacuti) y lograron ingresar a la Cámara de Diputados, donde asistía con una vestimenta indígena y una pluma en la cabeza. Fundó la Universidad Indígena Tahuantinsuyo, donde se enseña conocimiento y prácticas de los pueblos indios. Es docente desde 1984 en la Universidad Siglo XX y luego en la UPEA (Universidad Pública de El Alto) y la UMSA (Universidad Mayor de San Andrés).

Su inquietud lo llevó a investigar y escribir, siendo para Limber el autor más prolífico en materia de wiphalas, compartiendo artículos y estudios relativos a whipalas comuneras y banderas coloniales. Según Choquehuanca la Wiphala ha sufrido algunas modificaciones desde las épocas de la colonia y la república. Por ejemplo, la bandera que levantó Pablo Zarate Villca (un caudillo y militar boliviano) era de 11 por 12 cuadraditos (total de 132 casillas), la que flameó en la localidad de Ayo Ayo antes de 1852 era de 20 por 20, en total 400 cuadraditos. 

Choquehuanca dice que incluso se vio en la película Nación Clandestina una whipala con colores negro y café, en otras banderas hasta habían agregado el rosado y el guindo. Es así que el historiador decidió diseñarla en 1979, sobre el modelo de una wiphala plasmada en un vaso qiru (o kheru) expuesto en el museo Abad de Cuzco, Perú, la cual tenía siete por siete cuadraditos.

La wiphala que hoy vemos fue diseñada según los criterios de Choquehuanca, su trabajo no solo se limitó al diseño de la misma, también en su divulgación como símbolo indio entre los Aymaras, tarea que no fue fácil, ya que cuando los indianistas empezaron a usar este símbolo, no solo fueron objeto de agresiones por parte de los “q’aras” sean de izquierda o derecha, sino también de aymaras. En  su  afán  de  defender la  autoctonía de la wiphala se tomó el trabajo de buscar en la prensa boliviana las primeras menciones a este objeto y he aquí que halló notas sobre la "huifala" y la "wipala" (sic), entre 1930 y 1950. En ambos casos, los artículos de  prensa que Choque consultó indican que se trata de un "emblema de los indios", "inventado por ellos".

Lo que sigue, vale la pena consultarlo en los escritos de Franco Limber, quien también ha publicado poesía, objetivando la utilización de la Whipala en los movimientos Indianistas-Kataristas de la segunda mitad del siglo XX, donde deja en evidencia el carácter emblemático del símbolo multicolor en contextos de manifestaciones, luchas y reclamos de las comunidades andinas; la vinculación del emblema tanto con personajes políticos ideológicos (en el que resulta valioso detenerse en la figura de Fausto Reinaga, considerado uno de los mayores representantes del indianismo), como con los movimientos políticos indígenas, cuyos líderes sostuvieron la whipala emparentándola con el entendimiento de la resistencia cultural e identitaria.

Se trata de un símbolo unificador que ha permitido visualizar la realidad de complejos movimientos sociales ligados por conflictos de poder, un instrumento de lucha con un fuerte sentido de pertenencia y un vínculo con ideas revolucionarias cuya utilización sembró adscripciones y críticas en numerosos escenarios políticos, razones fundadas por variados motivos en donde no es posible desconsiderar lo que para Limber es un punto central indiscutible: que el carácter inspirador de rebeldía de la whipala “se pierde acompañado del discurso indianista con el que nació.  El debate puede centrarse: si es que existe la posibilidad de volver a darle la cualidad rebelde con la que nació, o dejar que se mantenga dentro de la mecánica jurídica estatal, en todo caso su futura reconstrucción está en manos de su legítimo dueño, el pueblo aymará”.   


Fuente consultada: 
Limber, Franco. Breve historia real de la Whipala - ilustrada

Nota:

Para ampliar la información sobre la problemática propuesta, se recomienda consultar el blog de Franco Limber, investigador boliviano, quien estudió en Universidad Mayor de San Andrés y publicó numerosos artículos indianistas que hacen a la identidad cultural indígena de los pueblos andinos:

Blog:

Facebook:

Las imágenes pertenecen a los siguientes sitios:

Birmingham Museum of art

Comechingonia virtual

El cafetín de las 5

Versión para El Orejiverde:
http://www.elorejiverde.com/el-don-de-la-palabra/4633-la-apropiacion-acritica-de-la-whipala

jueves, 1 de noviembre de 2018

Aminta Peláez Wouliyuu, etnoeducadora Wayuu


Recientemente tuve la oportunidad de entrevistar a la escritora Aminta Peláez Wouliyuu, etnoeducadora perteneciente a la cultura Wayuuu, nacida en las montañas del sur de La Guajira, autora del libro Guajirita, de la Colección Semilla para comunidades indígenas, un gran aporte que permite fortalecer la lengua materna en los niños wayuu, con todo lo que implica en el devenir de una cultura oral que tiende puentes hacia otras formas de entendimiento.

Fue un gran gusto conocerla, ya que estuvo en Buenos Aires investigando sobre oralituras con el objetivo de analizar narrativas indígenas en Argentina, seguramente su trabajo permitirá alumbrar nuevas interpretaciones en torno a este concepto.

Aquí comparto la entrevista.

¿Aminta, que significa ser escritora en el universo wayuu?

La escritura, entendida como ese sistema de letras que conforman un lenguaje, se convierte en un ejercicio de transición en la tradición oral y gráfica de los pueblos originarios. En quienes escribimos desde el sentir y pensar de nuestros viejos, recae la enorme responsabilidad del que teje la herencia ancestral; como los diseños que aún permanecen en nuestros tejidos se fueron replicando de una generación a otra, así mismo llevamos con nosotros el tejido de las palabras plasmadas en libros o textos en sus distintas formas.

Ser escritora en un universo cosmogónico tan complejo como el de la cultura wayuu, me desafía a un acercamiento constante con la palabra antigua, con el valor espiritual de los elementos simbólicos, a adentrarme en las profundidades del misterio y re-crear la oralidad para que las nuevas generaciones se apropien de lo que nos han heredado los mayores, su pensamiento, su palabra.

En tu trabajo surge el concepto de oralitor ¿cual es tu entendimiento del término y porqué consideras que surge la necesidad de este concepto dentro del plano de la etnoliteratura?

La oralitura, como concepto y práctica se ha convertido de alguna manera en un término reivindicativo de la tradición oral, como bien sabemos, la historia que nos han contado desde la colonización a través de los textos escritos por historiadores, frailes, conquistadores etc., nos representa una “mirada desde afuera”, teniendo por mucho tiempo a los pueblos originarios como objetos de estudio, lo cual es entendible hasta cierto punto cuando los pueblos estudiados no tienen un sistema de escritura como para contar desde su propia voz sus realidades y verdades al mundo.

Con el inminente renacer de la palabra antigua, reflejado en ese “boom” de escritores indígenas en toda América que a través de sus letras reconocen la oralidad como fuente clásica de los narradores y cantadores tradicionales, pero desde la escritura, me hace entender la oralitura como ese puente entre lo oral y lo escrito, donde ambos se integran y se complementan sin perder su verdadera esencia: Transmitir. Lo considero un nuevo aporte no solo a la etnoliteratura sino a la literatura latinoamericana en general, y es un camino que, si bien se ha emprendido, merece muchos esfuerzos para que pueda mantenerse, teniendo en cuenta que las nuevas generaciones originarias sufren una pérdida paulatina de la lengua materna, sin la cual la tradición oral indígena pierde su espiritualidad, su esencia, su mundo simbólico.


Considerando que has trabajo con la literatura infantil en forma bilingüe, como oralitora ¿que representa la oralidad dentro del proceso creativo?

Lo representa todo, por ejemplo, cuando escribo lo hago pensando en wayuunaiki, que es mi lengua materna, y procuro en el ejercicio mantener el sentido de la expresión para que no se pierda ni la conexión ni la fidelidad de ese sentir y pensar en lengua, que va inevitablemente asociado a una cotidianidad en nuestras comunidades; hay escritores indígenas que no hablan la lengua, sin embargo plasman la cosmovisión ancestral en sus publicaciones, pero insisto en la vital importancia de conservar y fomentar el uso de la oralidad entre la niñez y juventud indígena, de lo contrario, nos convertiremos en escritores de un pueblo y unas tradiciones extintas.

Una vez escribí esto en una red social:
No soy poeta, sólo pienso en wayuunaiki

y de pronto las cosas simples tienen voces,
el fogón de un lado a otro murmura el canto de la palguarata
mostrando los caminos y anunciando las visitas

Algunos amigos llaman poesía a estas letras, para mí no lo es, estaba observando la imagen de un fogón con una olla tiznada, esa simple imagen me invoca recuerdos, expresiones, tradiciones que quise expresar en castellano, y como lo metafórico y poético no son independientes del wayuunaiki, suena bonito. Decía mi abuela que cuando el fuego se ondea como si el viento lo soplara de un lado a otro, está anunciando una visita, la misma figura que representan los sinsontes, o palguarata como lo conocemos en La Guajira, el canto insistente de esta ave en cercanías de la casa y hacia una dirección específica también anuncia la llegada de visitas, entonces nos disponemos a hervir el café y colgar un chinchorro bajo la enramada para atender a quien viene en camino.

Desde tu interpretación ¿es posible hablar de poesía indígena? ¿cual sería el entendimiento wayuu en relación a este género literario?

Cuando enmarcamos nuestros escritos dentro de un canon hegemónico de la literatura, de alguna manera nos estamos acomodando a un lenguaje universal, como quien no pretende quedarse por fuera, por ello lo considero más oralitura, en esa transición de lo oral a lo escrito o literario. En la tradición oral indígena son comunes los relatos y los cantos, relatos sin distinción ni clasificación en mitos, leyendas, ni poesía; sin embargo, son formas que se van adoptando y gracias a ello han ido surgiendo con los años poetas y escritores indígenas que van contando sus versos libres al universo.

¿Es posible hablar de oralituras como parte del programa curricular en las instituciones de educación primaria, secundaria y/o superior?

Los proyectos etnoeducativos de los pueblos originarios se orientan cada vez más hacia la educación intercultural, la apuesta es lograr que dicha interculturalidad también se pueda vivenciar en los contextos educativos no indígenas; en este sentido, el estudio de la oralitura sería un componente fundamental en el ejercicio de la interculturalidad, ese entender del otro a partir de sus narrativas, pues en ella se origina su cosmovisión del universo.
Lograr posicionar un programa o currículo académico con éste tema es posible porque lo hemos soñado y lo estamos construyendo desde las particularidades de cada contexto, en Colombia se está haciendo el ejercicio, en Argentina también, allí está la esperanza, creciendo, realizándose.

¿Existen experiencias en Colombia en donde el conocimiento de chamanes, ancianos y caciques forme parte del espacio educativo? En el caso que así sea sería interesante incluir algún ejemplo

Los hay, y puedo mencionarte específicamente el caso wayuu. A partir del año 2010 se crearon los centros etnoeducativos en el sur de La Guajira  (donde vivo), y con ello empezó a implementarse en las aulas de la básica primaria el Proyecto etnoeducativo de la nación wayuu Anaa Akua´ipa, que es el documento que contiene los lineamientos y orientaciones pedagógicas basadas en un sistema de educación propia en la vida y para la vida, entre las estrategias que propone éste modelo para la reafirmación de la identidad étnica y cultural desde las escuelas, está la representación de los sabedores culturales, que son personas conocedoras de la tradición ancestral que acompañaran al maestro de aula a desarrollar las actividades relacionadas con la cultura indígena, es quien narra historias, quien habla de medicina tradicional, quien enseña las danzas ancestrales etc.


Muchas gracias Aminta!

Versión para El Orejiverde
http://www.elorejiverde.com/toda-la-tierra-es-una-sola-alma/4584-aminta-pelaez-wouliyuu-etnoeducadora-wayuu