Desde hace tiempo que los responsables del Centro de Culturas Indígenas
del Perú (CHIRAPAQ) vienen desarrollando propuestas relativas a la construcción
social de conocimiento en vinculación con
la identidad cultural de las comunidades indígenas del país. Desde
Vilcas Huamán, Ayacucho, iniciaron un proyecto audiovisual denominado
Riqsichikustin, con participación de jóvenes quechuas, buscando articular un
espacio de comunicación audiovisual con participación de las comunidades
andinas y amazónicas.
Es innegable que para los pueblos originarios el componente auditivo
y visual forma parte sustancial de la cultura. Resulta saludable la
producción documental existente en América Latina con respecto a los contenidos
cinematográficos, radiofónicos y televisivos, con documentales de variada
tipología, entrevistas, cortometrajes, películas y producciones literarias
resaltando la oralidad y los trabajos de edición. En ese proceso, acompañado
por los comunicadores radiales de la
Coordinadora Nacional de Comunicación Indígena del Perú, diversas
organizaciones han encontrado en los medios de comunicación un modo de
fortalecer la identidad cultural de los pueblos.
Como bien lo expresan los responsables del proyecto “Nuestras sociedades se estructuran en torno
a códigos visuales complejos contenidos en nuestra vestimenta y arte de todo
tipo. Símbolos y signos que expresan historias, condición y estados sociales o
anímicos, desde los abstractos diseños kené del pueblo amazónico shipibo hasta
los tejidos cusqueños con sus representaciones míticas, pasando por las estrías
de los bastones de cargo en las comunidades de Huarochirí, en la sierra de
Lima, que indican si se es autoridad de aguas, tierra o pasturas, la
decodificación de símbolos y la construcción de los mismos en series complejas
no nos es ajeno. Somos también una cultura eminentemente oral, con todo lo que
ello implica y acarrea, pues no solo se trata de hablar, sino del arte de
transmitir y representar en el aire y en la mente mundos naturales e
inmateriales,de hacer presente realidades que muchas veces se escapan a lo
que se denomina común y estérilmente realidad concreta”.
Símbolos que se leen desde otras formas de conocimiento, prescindiendo
de alfabetos, como también cobra importancia la utilización de instrumentos
musicales que vienen a significar una cultura de resistencia. A lo largo de los
siglos los tambores han representado para las comunidades un modo de
comunicación, que en algunas culturas cobró un papel dramáticamente crucial,
como lo fueron las épocas de esclavitud en donde los sonidos producidos desde
los parches permitían un entendimiento entre comunidades alejadas, alertando
sobre peligros sin necesidad de palabras.
En el ejemplo del Manguaré (un tambor utilizado por algunos pueblos de
la Amazonía) se puede leer la complejidad de sentido atravesada por planos
tanto artísticos como socioculturales:
el instrumento, ejecutado entre otros por la comunidad Bora, “esta compuesto de dos troncos —macho y
hembra— que percutidos de manera combinada transmiten mensajes cifrados, hasta
una distancia de veinte kilómetros. Igual sucede en el mundo andino, antaño con
tambores e instrumentos de viento de todo tipo y ahora mediante las cada vez
menos campanas de las iglesias rurales y de otros instrumentos”.
El trabajo de Chirapaq pretende dar valor desde la propia mirada,
produciendo contenidos bajo un carácter endógeno. Es bueno saber que los
paisanos tienen sus propias herramientas para mostrarnos otra lectura de la
realidad, para que entendamos, desde la apertura consciente y sincera, que hay
otros modos de representar el visible mundo de lo cotidiano.
El proyecto se encuentra en marcha, las producciones locales muestran
imágenes propias, “películas indígenas” que forman parte de festivales de cine
en distintas partes del mundo, donde por primera vez se pueden acceder a
problemáticas relatadas en lengua materna, motivando la denuncia social de
temas como la violencia, la pobreza y el olvido. Hay saberes contados desde
quienes siempre estuvieron condenados al silencio, allí reside en parte el
valor de la propuesta, la necesidad de tornar visible una antigua problemática,
y lo importante es la conjunción entre los ancianos y los jóvenes. Son los
jovenes quechuas los que se apropian de una técnica, y son los ancianos –libros
vivientes de la comunidad– los que
participan contando lo que saben.